lunes, 18 de junio de 2012

La cuestión de la mujer


A pesar de leyes contra la 'violencia de género', como se denominan a los asesinatos, sobre todo de mujeres, ocasionados por maridos novios o amantes, sigue el goteo de muertes. Y hasta se incrementan de unos años a otros.

Las asociaciones de mujeres piden más medios para que la ley sea todo lo virtuosa que se supone que es.

Encuentran que hay lagunas en uno o en otro aspecto. Que habría que reformarla. O endurecer las penas.

Pero no se quedan ahí:  reivindican más represión, más policía. Empero como, no obstante, la sangre derramada no cesa elevan el tono acusando a buena parte de la sociedad de pasividad ante el crímen. Piden que se denuncie a los maltratadores al menor indicio o sospecha que se produzca. Que no se pare ante nada ni ante nadie: padres, hijos, sobrinos y demás familia. Es ya el colmo de la locura: una comunidad de chivatos para que nadie se mueva.

Ni el nazi-fascismo hubiera soñado nada igual.

Olvidan en su indignación ante estos viles asesinatos que muchos de ellos nacen del propio ser. Ante esto pocas medidas pueden aplicarse que sean capaces de detener la mano asesina.

No quiere decir esto último que no haya que castigar a los homicidas, ni que no haya que insistir en ello y educar a la sociedad en el respeto a la vida del prójimo.. No. La ley debe caer sobre todos los delincuentes. Lo que queremso expresar es que estamos ante un material muy dificil de modelar: los sentimientos, las pasiones, que mueven lo más profundo del individuo.

Es muy delicado. Ya el pueblo tiene un refrán al respecto que reza más o menos así: en asuntos familiares no metas el cuezo.

Es la experiencia de siglos que ha contemplado esas pasiones en ebullición que pueden explotar en cualquier momento. Y salpicar su metralla a diestro y siniestro.

La literatura ha reflejado esos estados. Los ha plasmado fielmente. Nos acordamos de La Celestina. Pero Goethe en el 'Fausto' hace mención a ello. Hay muchos ejemplos. Y ahora nos viene a las mientes uno contemporáneo: en escritor marroquí Mohammed Chukri en su 'El pan desnudo'. Ellos han elevado hasta cumbres hermosísimas estos conflictos humanos que acaban trágicamente. Sabían que jugaban con fuego. Pero este elemento no ha venido del exterior. Con él habitamos. Es parte de nosotros.

Cuando escribimos estas notas nos estamos acordando del que fuera nuestra amigo, el escritor don Eusebio García Luengo, no ha mucho fenecido. Él era un admirador del teatro dramático, de la tragedia, donde las pasiones, los sentimientos, se exponen al desnudo, sin artificios. Le atrajo siempre y sobre todo Augusto Strindberg. De 'La Danza macabra' o la 'Señorita Julia' subtitulada 'Tragedia naturista en un acto', nos habló en alguna ocasión.

Esta última, 'La señorita Julia', la hemos leído recientemente varias veces en memoria y homenaje al amigo que se nos fue con 94 años hace pocos años.

Allí se hallan, creemos, muchos de los ingredientes que en proporciones incalculables dan como resultado la muerte de mujeres (o de hombres, menos, que también mueren) un día si y otro también en nuestros días: el amor y el cálculo. La pareja de personajes se atraen pero se odian. El sexo los junta en apariencia de amor pero cada uno tiene sus motivaciones. Diferentes. Contrapuestas.

Si esto, que en la trajedia de Strindberg se resuelve yéndose cada uno por su lado, termina en una unión estable de hombre y mujer (ahora nos atreveríamos a decir que de hombre y hombre y de mujer y mujer), en una cohabitación, en un ajuntamiento, o en un matrimonio con todas las de la ley, alguno de los miembros de la pareja podría llegar a matar al otro.

O no. Como ocurre muy a menudo.

En este caso el sueño sangriento sustituye a la realidad; la imaginación a la concreción del asesinato.

Mientras, para el vecindario, comieron perdices y vivieron y murieron felices.

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