viernes, 2 de julio de 2010

Iswe Letu: Ir a Perugia y quedarse en el camino

Iríamos a Perugia. Si. Por supuesto. La dirección lo había decidido.

En esa ciudad medieval italiana iba a celebrarse una conferencia o congreso (o como se llamara) por la paz. O algo por el estilo.

Recibimos la noticia con una mezcla de alegría (poca) y preocupación. Preocupación porque no nos sentíamos, en absoluto, capacitados para semejante misión cuasi diplomática. Y escasa euforia porque, para qué negarlo, nuestra timidez nos la constreñía a un espacio sumamente reducido. No la habíamos superado, entonces. Ni la superamos, después. Incluso, es ahora y va a más.

No obstante, acatamos la decisión de los superiores y disciplinados, como somos, y atizados, también,  eso no se puede ocultar, por la posibilidad de codearnos con la crema, y con la nata, de los jefes del orbe, preparamos la maleta y nos encaminamos, desde las tierras vascas, a los madriles. No sin antes vencer la resistencia casi numantina de la mujer y de otros familiares.

Recordamos, apenas, el viaje en tren porque fuimos todo el tiempo pasando del sueño de la gloria al infierno del ridículo que podíamos hacer en esa reunión. Quizás se nos quedó prendido en el magín del recuerdo el paso de la perifería montañosa, gris y verde de Euskal Herria al soleado, llano y marrón de las tierras de Castilla.  

Ya en la capital del 'imperio español' fuimos recibidos por M. B. Ch. y por R. M. en la sede del P. sita en la calle Libertad, número 7. Nos dieron algunos consejos por lo alto sin poner mucho empeño (eso nos pareció) y, presentándonos a los camaradas, que habían de aleccionarnos sobre cómo comportarse y actuar en tan magno acontecimiento del mundo mundial, hicieron mutis por el foro.

Como la ida, el viaje, la excursión, a la famosa urbe italiana, no sería ese día, nos acomodaron en la casa de T., un camarada. Era el responsable de esa parcela política. T. le llamaban, T. le apodaban, por T. era conocido de todos. Su nombre de guerra. Del tiempo del FRAP activo. Y, por lo que averiguamos, ese apodo o mote le venía por haber nacido en el barrio madrileño de Tetuan. Nos dijo que estaba separado de su mujer y los amores y cariños eran sustituidos por una camarada, hermosa, de muy buena planta, que, si la memoria no nos traiciona, ejercía la jefatura de las juventudes. Formaban ya, por lo que pudimos apreciar, una pareja estable. Él, recordamos en este momento, estaba muy orgulloso de haber educado en el ateismo a su hijo. En Albania. Y para mayor contento y satisfacción le había salido muy inteligente. En la mesilla de noche, otro detalle que guardamos en la memoria, tenía uno de los tomos de las obras completas de José Stalin que, confesaba, aun no lo había abierto.

Dormimos poco y mal. Nosotros. Nos cuesta adaptarnos a nuevas situaciones. Los ruidos de la calle, extraños para nosotros, nos inquietaban. La cama, incomodísima, hundía sus muelles, quizás algunos sueltos, en los riñones.

Por la mañana, con renovado impulso revolucionario, fuimos paseando hasta la calle de Libertad. Maravillados por cada cosa que Madrid nos ofrecía a la vista. Asombrados por el continuo ajetreo. Las idas y venidas de los coches. Los cambio de color de los semáforos. La altura de sus casas... La calle Libertad es una calle estrecha. Debe ser la parte vieja de la capital de España. Aunque no lo sabemos. Tocamos el timbre. Subimos en el ascensor. Viejísimo como la calle. Los que estaban en la sede nos saludaron muy amablemente. Con cordial talante y apostura. Los conocíamos de vista de otras reuniones.

La sede era un piso viejo ¡como no! que tenía numerosas salas. Recorrimos las diferentes habitaciones. En cada una de ellas estaban realizando alguna labor. Parecía tal que una oficina. Asi mismo sus tareas también parecían muy burocráticas: escribían a máquina, redactaban algún escrito, asesoraban a algún camarada o a varios, llamaban por teléfono, pintaban alguna pancarta... Veíamos todo ello y lo contemplábamos... como lo que éramos: seres provincianos o gente de pueblo, asombrados, maravillados, extasiados, arrobados, casi lelos... ¡Allí estaba el alma del P.!

Nos reunimos, más tarde, con uno de los camarada que nos presentara M. B. Ch. y R. M. El citado camarada nos explicó la táctica a seguir en el evento perugiano. Recordamos algunos movimientos: deberíamos arrejuntarnos (valga la palabreja de pueblo) con el dirigente ruso Mijaíl Sergéyevich Gorbachov para hacer un frente común en las deliberaciones contra las posiciones de los imperialistas yanquis y, en cuanto a la delegación española, trataríamos de acercarnos a Juan Mari Bandrés, un abogado vasco, dirigente abertzale de Euskadiko Ezkerra. Poco más recordamos... bueno, si, nos viene a las mientes aquello de que estaba cerca de Roma la población de Perugia y, por lo tanto, en descansos o recesos podríamos ir a visitar la 'Ciudad Eterna'. Había autobuses diarios. Por cierto, como cosa curiosa diremos que alguien, en uno de los despachos, alguien que había estado en Italia, nos mostró fotos de tipos 'típicos' de esa zona llamada Umbría: morenos, machotes, de mirada torva, como atravesado, feroces, nariz aguileña, pelo negro peinado para atrás, brillante y pegado al cuero cabelludo como si tubiera brillantina o fijador. ¡Cual rodolfovalentinos de aquel tiempo de que hablamos!

En la sede algún que otro suceso nos chocó, nos impresionó, nos preocupó, nos... Queremos subrayarlo porque nos parece significativo. Por ejemplo: estando reunidos con el camarada, que nos aleccionaba en una de las salas, llamaron a la puerta y entró pidiendo permiso, y creemos que hasta casi pidió perdón por interrumpir la charla, R. S. L. (hoy traductor señero) a quien conocíamos y, muy educadamente, solicitó que, el otro que teníamos enfrente dando la charla, le atendiera un momento por alguna cuestión que requería urgente atención, a lo que éste respondió que no, que estaba ocupado. Enseguida se daba uno cuenta de lo que trasmitían ambos: poca química entre ellos. R. insistió y, el que nos acompañaba, lo mandó salir de malas maneras. R. S. L. apretó los dientes y, sin decir nada, salió de la estancia.

No nos gustó nada esa escena. Se veía que no era todo oro lo que relucía el alma del P. Mucha literatura en informes y V. O. y luego resultaba que eran pocos y mal avenidos.

Fue pasando el día y, ya de noche, extrañados e inquietos, le preguntamos a T. (ya hemos dicho que tenía la responsabilidad en esa área) que cuándo salíamos y a qué hora.

-¡Ah, si! Es verdad. -dijo- Llamaré a los del MC que son los que se han encargado de organizar los autobuses.

Descolgó el auricular y habló con ellos. O eso pareció. Vaya usted a saber... Colgó el teléfono. Nos miró y sin inmutarse lo más mínimo nos espetó:

-Los autobuses ya han salido. Hace una o dos horas.

Y se quedó tan frío. 'Como acero bolchevique'. Sin haber leído el tomo de Stalin. Claro, él no había tenido que moverse de su sitio, ni gastar dinero en billetes de tren... Ni reñir con la mujer, ni ver llorar a sus hijos, ni inquietarse por la responsabilidad... Estaba a gusto en la silla del P. junto al teléfono y en el sillón del banco donde trabajaba. Luego, en un C. del P., poco tiempo después, fue elegido para el C. C. Puede que hoy sea todo un yupi. No nos extrañaría lo más mínimo.

Íbamos a ir a Perugia, pero no contábamos con que los autobuses se nos adelantaran dejándonos en tierra extraña, allá en los madriles. Íbamos a ir a Perugia y nos quedamos en el camino. Pero así fue la historia y la moral que la saque el que lo lea. ¡Ojo!, sin tener arte ni parte en el impresentable desaguisado. Aunque si  en el disgusto. ¡Se nos rompió el cántaro de leche!