jueves, 25 de febrero de 2010

Cintio Vitier: Te busqué en la escritura (*)

Cintio Vitier: El rostro

Te busqué en la escritura de los hombres que / te amaron. No quería ver la letra, sino oir la voz / que a veces pasa por ella milagrosamente; oir con / sus oídos, mirar desde sus ojos. Quería ser ellos, / asumirlos, para verte.

Allí estabas, sin duda; pero siempre sucesivo como / las palabras de un poema; inalcanzable como el / centro de una melodía; disperso, como los pétalos / de una flor que el viento ha roto.

Mientras más avanzaba por el suave y ardiente frenesí / del bosquezuelo, más te me alejabas. ¿Eras aquel / brillo de una hoja o un ala? ¿Era aquel largo / rumor, aquel silbido? ¿Aquel silencio, aquellas piedras / de pronto tan pálidas?

Eras todo aquello, sin duda; pero ¿cómo componerte, / rasgo a rasgo, con brillos, rumores, pausas? Detrás / estabas, respirando y brillando entero: astro que ellos habían visto de frente, o entrevisto en la / bruma, o buscando como yo te buscaba, y entonces / lo que dejaban en mis manos era también la noche / del anhelo, el temblor de la esperanza.

Te busqué en los paisajes que están vírgenes de toda / letra, que ningín hombre ha descendido sobre ellos / para amortajarlos, que están en la palma de la mano / de Dios como reliquias:

en la mirada nupcial de las estribaciones de la Sierra / y en el casto idilio pensante del Hanabanilla, / y aquella tarde, desde el mirador del San Blas, como / en la primera vaporosa mañana del mundo,

y aquella noche, bajo la recia y dulce estrellada del / Escambray, en la Cabeza de Cristo yacente mirando / al Padre cara a cara: la cuenca del ojo de roca, la / nariz y los labios de roca, el pelo y las barbas de / árboles enormes e inocentes.

Y sin duda estabas allí, pero un velo nos separaba, / sutil e intraspasable. Y yo sentía en el alentar de / la naturaleza, siempre lejana, tu llamado silencioso / y apremiante, pero no podía responderle, porque / estabas y no estabas allí, o bien tu estar difuso / era un señalarme hacia otro sitio que yo no sabía / encontrar; y me iba exaltado y melencólico, el rayo / de gracia caído entre las manos, la gloria, suave, / retumbando por el pecho, disolviémdose.

Y te buscaba, siempre, también, en mí mismo. ¿Acaso / no eras de mi linaje y de mi sangre? ¿No eras, en / cierto modo, yo mismo? ¿No me bastaba entrar / en la memoria para para reconstruirte sabor a sabor, / secreto a secreto, como el huérfano que palpa en la / tiniebla los rasgos de su madre?

Pero ¿es posible de veras reconstruir el alba? Y sobre / todo, ¿no era yo mismo el mayor obstáculo? ¿Aquella / conciencia que tenía de una pérdida, de una / caída, de un imposible, no era lo que me impediría / siempre alcanzar tu realidad?

Te he buscado sin tregua, toda mi vida te he buscado, / y cada vez te enmascarabas más y dejabas / que pusieran en tu sitio un mascarón grotesco, / imagen del deshonor y del vacío.

Y te volvías un enigma de locura, un jeroglífico / banal, y ya no sabíamos quienes éramos, dónde / estábamos, cuál era el sabor de los alimentos del / cuerpo y del espíritu.

¡Pero hoy, al fin, te he visto, rostro de mi patria! / Y ha sido tan sencillo como abrir los ojos!

Sé que pronto la visión va a cesar, que ya se está / desvaneciendo, que la costumbre amenaza invadirlo / todo otra vez con sus vasta oleadas. Por eso me / apresuro a decir:

El rostro vivo, mortal y eterno de mi patria está en / el rostro de estos hombres humildes que han venido / a libertarnos.

Yo los miro como quien bebe y come lo único que / puede saciarlo. Yo los miro para llenar mi alma / de verdad. Porque ellos son la verdad.

Porque en estos campesinos, y no en nigún libro ni / poema ni paisaje ni conciencia ni memoria, se verifica / la sustancia de la patria como en el día de su / resurrección.

6 de enero de 1959

(*) Título nuestro
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Poesía Libre. Revista de Poesía. Ministerio de Cultura, Managua (Nicaragua) Año V. Número 15 diciembre de 1985.

Responsable: Julio Valle-Castillo

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