viernes, 21 de noviembre de 2008

Karl Marx: Dominación británica de la India en 5 capítulos

Carlos Marx
Dominación británica de la India[1]

Bajo este título escribió Marx un artículo que nosotros lo hemos dividido en cinco partes:1. Una Italia de proporciones asiáticas; 2. La organización de las obras públicas; 3. Laisez faire, laisez aller; 4. Destrucción de la organización social; 5. Base del despotismo feudal.
Lo ponemos aquí, copiado del blog 'Africano' que le sirvió para comprender lo que los estados coloniales, los estados imperialistas y otros de menor cuantía, hicieron en África, muy semejante al saqueo al que sometiron a la India. Y al mismo tiempo nos puede valer a nosotros para librarnos de ese concepto de que lo primitivo está tocado con un aura de bondad, de pureza, de ingenuidad... y por ende ponernos a llorar añorando lo pasado como plañideras, como lloricas reaccionarios.
Está bien constatar las salvajadas y brutalidades de imperio inglés, anotar todo lo que arrasó por el simple afán de lucro. Pero conviene también dejar constancia de lo que la sociedad anterior tenía de malsano. De modo que así, de ese modo, se puede uno acercar a la verdad objetiva. Eso hace Marx en Londres un viernes, 10 de junio de 1935.
El que quiera tenerlo para él sin mezcla alguna, le quita los títulos y tendrá el original mondo y lirondo.

I. Una Italia de proporciones asiáticas

El Indostán es una Italia de proporciones asiáticas, con el Himalaya por los Aldes, las llanuras de Bengala por las llanuras de Lombardía, la cordillera del Decán por los Apeninos y la isla de Ceilán por la de Sicilia. La misma riqueza y diversidad de productos del suelo e igual desmembración en su estructura política. Y así como Italia fue condensada de cuando en cuando por la espada del conquistador en diversas masas nacionales, vemos también que el Indostán, cuando no se encuentra oprimido por los mahometanos, los mogoles[2] o los británicos, se divide en tantos Estados independientes y antagónicos como ciudades o incluso pueblos cuenta. Sin embargo, desde el punto de vista social, el Indostán no es la Italia, sino la Irlanda del Oriente. Y esta extraña combinación de Italia e Irlanda, del mundo de la voluptuosidad y del mundo del dolor, se anticipaba ya en las antiguas tradiciones de la religion del Indostán. Esta es a la vez una religión de una exuberancia sensualista y de un ascetismo mortificador de la carne, una religión de Lingam[3] y de Yaggernat, la religión del monje y de la bayadera[4].
No comparto la opinión de los que creen en la existencia de una edad de oro en el Indostán, aunque para confirmar mi punto de vista no me remitiré, como lo hace sir Charles Wood, al período de la dominación de Kuli khan. Pero, tomemos, por ejemplo, los tiempos de Aurengzeib; o la época en que aparecieron los mogoles en el Norte y los portugueses en el Sur; o el período de la invasión musulmana y de la Heptarquía[5] en el Sur de la India; o, si ustedes quieren retornar a una antigüedad más remota, tomemos la cronología mitológica de los brahmines[6], que remonta el origen de las calamidades de la India a una época mucho más antigua que el origen cristiano del mundo.
No cabe duda, sin embargo, de que la miseria ocasionada en el Indostán por la dominación británica ha sido de naturaleza muy distinta e infinitamente más intensa que todas las calamidades experimentadas hasta entonces por el país. No aludo aquí al despotismo europeo cultivado sobre el terreno del despotismo asiático por la Compañía inglesa de las Indias Orientales[7]; combinación mucho más monstruosa que cualquiera de esos monstruos sagrados que nos infunden pavor en un templo de Salseta[8]. Este no es un rasgo distintivo del dominio colonial inglés, sino simplemente una imitación del sistema holandés, hasta el punto de que para caracterizar la labor de la Compañía inglesa de las Indias Orientales basta repetir literalmente lo dicho por sir Stamford Raffles, gobernador inglés de Java, acerca de la antigua Compañía holandesa de las Indias Orientales:
"La Compañía holandesa, movida exclusivamente por un espíritu de lucro y menos considerada con sus súbditos que un plantador de las Indias Occidentales con la turba de esclavos que trabajaba en sus posesiones —pues éste había pagado su dinero por los hombres adquiridos en propiedad, mientras que aquélla no había pagado nada—, empleó todo el aparato de despotismo existente para exprimirle a la población hata el último céntimo en contribuciones y obligarla a trabajar hasta su completo agotamiento. Y así, agravó el mal ocasionado al país por un gobierno caprichoso y semibárbaro, utilizándolo con todo el ingenio práctico de los políticos y todo el egoísmo monopolizador de los mercaderes".


II. La organización de las obras públicas

Guerras civiles, invasiones, revoluciones, conquistas, años de hambre: por extraordinariamente complejas, rápidas y destructoras que pudieran parecer todas estas calamidades sucesivas, su efecto sobre el Indostán no pasó de ser superficial. Inglaterra, en cambio, destrozó todo el entramado de la sociedad hindú, sin haber manifestado hasta ahora el menor intento de reconstitución. Esta pérdida de su viejo mundo, sin conquistar otro nuevo, imprime un sello de particular abatimiento a la miseria del hindú y desvincula al Indostán gobernado por la Gran Bretaña de todas sus viejas tradiciones y de toda su historia pasada.
Desde tiempos inmemoriales, en Asia no existían, por regla general, más que tres ramos de la hacienda pública: el de las finanzas, o del pillaje interior; el de la guerra, o pillaje exterior, y, por último, el de obras públicas. El clima y las condiciones del suelo, particularmente en los vastos espacios desérticos que se extienden desde el Sahara, a través de Arabia, Persia, la India y Tartaria, hasta las regiones más elevadas de la meseta asiática, convirtieron el sistema de irrigación artificial por medio de canales y otras obras de riego en la base de la agricultura oriental. Al igual que en Egipto y en la India, las inundaciones son utilizadas para fertilizar el suelo en Mesopotamia, Persia y otros lugares: el alto nivel de las aguas sirve para llenar los canales de riego. Esta necesidad elemental de un uso económico y común del agua, que en Occidente hizo que los empresarios privados se agrupasen en asociaciones voluntarias, como ocurrió en Flandes y en Italia, impuso en Oriente, donde el nivel de la civilización era demasiado bajo, y los territorios demasiado vastos para impedir que surgiesen asociaciones voluntarias, la intervención del Poder centralizador del Gobierno. De aquí que todos los gobiernos asiáticos tuviesen que desempeñar esa función económica: la organización de las obras públicas. Esta fertilización artificial del suelo, función de un gobierno central, y en decadencia inmediata cada vez que éste descuida las obras de riego y avenamiento, explica el hecho, de otro modo inexplicable, de que encontremos ahora territorios enteros estériles y desérticos que antes habían sido excelentemente cultivados, como Palmira, Petra, las ruinas que se encuentran en el Yemen y grandes provincias de Egipto, Persia y el Indostán. Así se explica también el que una sola guerra devastadora fuese capaz de despoblar un país durante siglos enteros y destruir toda su civilización.

III. Laissez faire, laissez aller

Pues bien, los británicos de las Indias Orientales tomaron de sus predecesores el ramo de las finanzas y el de la guerra, pero descuidaron por completo el de las obras públicas. De aquí la decadencia de una agricultura que era incapaz de seguir el principio inglés de la libre concurrencia, el principio del laissez faire, laissez aller[*]. Sin embargo, estamos acostumbrados a ver que en los imperios asiáticos la agricultura decae bajo un gobierno y resurge bajo otro. Aquí la cosecha depende tanto de un gobierno bueno o malo como en Europa del buen o mal tiempo. Por eso, por graves que hayan sido las consecuencias de la opresión y del abandono de la agricultura, no podemos considerar que éste haya sido el golpe de gracia asestado por el invasor británico a la sociedad hindú, si todo ello no hubiera sido acompañado de una circunstancia mucho más importante, que constituye una novedad en los anales de todo el mundo asiático. Por importantes que hubiesen sido los cambios políticos experimentados en el pasado por la India, sus condiciones sociales permanecieron intactas desde los tiempos más remotos hasta el primer decenio del siglo XIX. El telar de mano y el torno de hilar, origen de un ejército incontable de tejedores e hiladores, eran los pivotes centrales de la estructura social de la India. Desde tiempos inmemoriales, Europa había recibido las magníficas telas elaboradas por los hindúes, enviando a cambio sus metales preciosos, con lo que proporcionaba la materia prima necesaria para los orífices, miembros indispensables de la sociedad hindú, cuya afición por los aderezos es tan grande que hasta los individuos de clases más bajas, que andan casi desnudos, suelen tener un par de pendientes de oro o algún adorno de oro alrededor del cuello. Era casi general la costumbre de llevar anillos en los dedos de las manos y de los pies. Las mujeres y los niños se adornaban frecuentemente los tobillos y los brazos con aros macizos de oro o de plata, y las estatuillas de oro o plata, representando a las divinidades, eran un atributo del hogar. El invasor británico acabó con el telar de mano indio y destrozó el torno de hilar. Inglaterra comenzó por desalojar de los mercados europeos a los tejidos de algodón de la India; después llevó el hilo torzal a la India y terminó por invadir la patria del algodón con tejidos de algodón. Entre 1818 y 1836, la exportación de hilo torzal de Inglaterra a la India aumentó en proporción de 1 a 5.200. En 1824, la India apenas importó 1.000.000 de yardas de muselina inglesa, mientras que en 1837 la importación subió ya a más de 64.000.000 de yardas. Pero durante ese mismo período la población de Dacca se redujo de 150.000 habitantes a 20.000. Esta decadencia de ciudades de la India, que habían sido célebres por sus tejidos, no puede ser considerada, ni mucho menos, como la peor consecuencia de la dominación inglesa. El vapor británico y la ciencia británica destruyeron en todo el Indostán la unión entre la agricultura y la industria artesana.

IV. Destrucción de la organización social

Estas dos circunstancias -de una parte, el que los hindúes, al igual que todos los pueblos orientales, dejasen en manos del Gobierno central el cuidado de las grandes obras públicas, condición básica de su agricultura y de su comercio, y de otra, el que los hindúes, diseminados por todo el territorio del país, se concentrasen a la vez en pequeños centros en virtud de la unión patriarcal entre la agricultura y la artesanía- originaron desde tiempos muy remotos un sistema social de características muy particulares: el llamado villaje system (sistema de comunidades rurales). Este sistema era el que daba a cada una de estas pequeñas agrupaciones su organización autónoma y su vida distinta. Podemos juzgar de las características de este sistema por la siguiente descripción que figura en un antiguo informe oficial sobre los asuntos de la India, presentado en la Cámara de los Comunes:
"Considerado geográficamente, un poblado es un espacio de unos cientos o miles de acres de tierras cultivadas e incultas; desde el punto de vista político parece una corporación o un municipio. Por lo común suele tener los siguientes funcionarios y servidores: un potail o jefe, que es, generalmente, el encargado de dirigir los asuntos del poblado, resuelve las disputas que surgen entre sus habitantes, posee poder policíaco y desempeña dentro del poblado las funciones de recaudador de contribuciones, para lo cual es la persona más indicada, por su influencia personal y su perfecto conocimiento de la situación y los asuntos de la gente. El kurnum lleva las cuentas de las labores agrícolas y registra todo lo relacionado con ellas. Siguen el tallier y el totie: las obligaciones del primero consisten en recoger informes sobre los delitos o las infracciones que se cometan, y acompañar y proteger a las personas que se trasladen de un poblado a otro; las obligaciones que segundo parecen circunscribirse más a los límites del poblado y consisten, entre otras, en guardar las cosechas y ayudar a medirlas. El guardafrontera cuida los lindes del poblado y testifica acerca de ellos en caso de disputa. El vigilante de los depósitos de agua y de los canales es el encargado de distribuir el agua para las necesidades de la agricultura. El brahmín que vela por el culto. El maestro de escuela, a quien se puede ver enseñando a los niños del poblado a leer y a escribir sobre la arena. El brahmín encargado del calendario, o astrólogo, y otros. Todos estos funcionarios y servidores constituyen la administración del poblado, que en ciertos lugares del país es más reducida, pues algunos de los deberes y funciones que se han descrito se refunden y desempeñan por una misma persona; en otros lugares su número es mayor. Los habitantes del campo han vivido bajo esta forma primitiva de gobierno municipal desde tiempos inmemoriales. Los límites de los poblados cambiaban muy raramente, y aunque en ocasiones los poblados sufrían grandes daños e incluso eran desvastados por la guerra, el hambre o las enfermedades, el mismo nombre, los mismos límites, los mismos intereses y hasta las mismas familias perduraban durante siglos enteros. A los habitantes de esos poblados no les preocupaba en absoluto la desaparición o las divisiones de los reinos; mientras su poblado siguiese intacto, les tenía sin cuidado la potencia a cuyas manos habían pasado o el soberano a que habían sido sometidos, pues su economía interior permanecía inmutable. El potail seguía siendo el jefe y seguía actuando como juez o magistrado y recaudador de contribuciones".
Estas pequeñas formas estereotipadas de organismo social han sido destruidas en su mayor parte y están desapareciendo, no tanto por culpa de la brutal intromisión del recaudador británico de contribuciones o del soldado británico, como por la acción del vapor inglés y de la libertad de comercio inglesa. Estas comunidades de tipo familiar tenían por base la industria doméstica, esa combinación peculiar de tejido a mano, hilado a mano y laboreo a mano, que les permitía bastarse a sí mismas. La intromisión inglesa, que colocó al hilador en Lancashire y al tejedor en Bengala, o que barrió tanto al hilador hindú como al tejedor hindú, disolvió esas pequeñas comunidades semibárbaras y semicivilizadas, al hacer saltar su base económica, produciendo así la más grande, y, para decir la verdad, la única revolución social que jamás se ha visto en Asia.

V. Bases del despotismo feudal

Sin embargo, por muy lamentable que sea desde un punto de vista humano ver cómo se desorganizan y descomponen en sus unidades integrantes esas decenas de miles de organizaciones sociales laboriosas, patriarcales e inofensivas; por triste que sea verlas sumidas en un mar de dolor, contemplar cómo cada uno de sus miembros va perdiendo a la vez sus viejas formas de civilización y sus medios hereditarios de subsistencia, no debemos olvidar al mismo tiempo que esas idílicas comunidades rurales, por inofensivas que pareciesen, constituyeron siempre una sólida base para el despotismo oriental; que restringieron el intelecto humano a los límites más estrechos, convirtiéndolo en un instrumento sumiso de la superstición, sometiéndolo a la esclavitud de reglas tradicionales y privándolo de toda grandeza y de toda iniciativa histórica. No debemos olvidar el bárbaro egoísmo que, concentrado en un mísero pedazo de tierra, contemplaba tranquilamente la ruina de imperios enteros, la perpetración de crueldades indecibles, el aniquilamiento de la población de grandes ciudades, sin prestar a todo esto más atención que a los fenómenos de la naturaleza, y convirtiéndose a su vez en presa fácil para cualquier agresor que se dignase fijar en él su atención. No debemos olvidar que esa vida sin dignidad, estática y vegetativa, que esa forma pasiva de existencia despertaba, de otra parte y por oposición, unas fuerzas destructivas salvajes, ciegas y desenfrenadas que convirtieron incluso el asesinato en un rito religioso en el Indostán. No debemos olvidar que esas pequeñas comunidades estaban contaminadas por las diferencias de casta y por la esclavitud, que sometían al hombre a las circunstancias exteriores en lugar de hacerle soberano de dichas circunstancias, que convirtieron su estado social que se desarrollaba por sí solo en un destino natural e inmutable, creando así un culto embrutecedor a la naturaleza, cuya degradación salta a la vista en el hecho de que el hombre, el soberano de la naturaleza, cayese de rodillas, adorando al mono Hanumán y a la vaca Sabbala.
Bien es verdad que al realizar una revolución social en el Indostán, Inglaterra actuaba bajo el impulso de los intereses más mezquinos, dando pruebas de verdadera estupidez en la forma de imponer esos intereses. Pero no se trata de eso. De lo que se trata es de saber si la humanidad puede cumplir su misión sin una revolución a fondo en el estado social de Asia. Si no puede, entonces, y a pesar de todos sus crímenes, Inglaterra fue el instrumento inconsciente de la historia al realizar dicha revolución. En tal caso, por penoso que sea para nuestros sentimientos personales el espectáculo de un viejo mundo que se derrumba, desde el punto de vista de la historia tenemos pleno derecho a exclamar con Goethe:

"Sollte diese Qual uns quälen
Da sie unsre Lust vermehrt,
Hat nicht Myriaden Seelen
Timur's Herrschaft aufgezehrt? " [**]

(traducido del inglés)

*

Escrito: Por Marx el 10 de junio de 1853.
Primera edición: Publicado en el The New York Daily Tribune, núm. 3804, del 25 de junio de 1853.
Fuente: C. Marx & F. Engels, Obras Escogidas, en dos tomos, Editorial Progreso, Moscú, 1971; t. I.


__________
NOTAS
[*] Dejad hacer, dejad pasar: fórmula de los economistas burgueses librecambistas que defendían la libertad de comercio y la no ingerencia del Estado en el dominio de las relaciones económicas. (N. de la Edit.)

[**]
¿Quién lamenta los estragos
Si los frutos son placeres?
¿No aplastó miles de seres
Tamerlán en su reinado?
(De la poesía de Goethe "A Suleika" del Diván occidental-oriental) (N. de la Edit.)

[1] Los artículos de Marx "La dominación británica en la India" y "Futuros resultados de la dominación británica en la India" son de los mejores que salieron de su pluma sobre el problema nacional y colonial.

[2] Mogoles: conquistadores de origen túrquico procedentes de la parte oriental de Asia Central que invadieron la India a comienzos del siglo XVI y fundaron en 1526, en el Norte de este país, el Imperio de los Grandes Mogoles (así se denominaba la dinastía gobernante de este imperio) que, debido a las continuas luchas intestinas y al reforzamiento de las tendencias separatistas feudales se disgregó prácticamente en la primera mitad del siglo XVIII.

[3] Religión de Lingam: culto a la deidad de Siva extendido particularmente entre la secta india meridional de los lingayates (de linga, símbolo de Siva) que no reconoce las diferencias de casta y rechaza los ayunos, los sacrificios y las peregrinaciones.

[4] Yaggernat (Yaganat): una de las encarnaciones del dios hindú Vichnú. Los sacerdotes del templo de Yaggernat obtenían cuantiosos ingresos de las peregrinaciones en masa (estimulando además la prostitución de las bayaderas, residentes en el templo). El culto de Yaggernat se distinguía por la extraordinaria suntuosidad de los ritos y por el extremado fanatismo religioso, que se manifestaba en las flagelaciones y suicidios de los creyentes. Durante las grandes fiestas, algunos de ellos se lanzaban bajo las ruedas de la carroza en que se llevaba la imagen de Vichnú-Yaggernat.

[5] Heptarquía (siete gobiernos): término adoptado en la historiografía inglesa para designar el régimen político de Inglaterra en los albores de la Edad Media, cuando el país estuvo fraccionado en siete reinados anglosajones (del siglo VI al VIII). Marx utiliza aquí, por analogía, este término para designar el fraccionamiento feudal del Decán (India central y meridional) antes de su conquista por los musulmanes.

[6] Brahmines: una de las cuatro castas más antiguas de la India a la que pertenecía primero y fundamentalmente la capa privilegiada de los sacerdotes; posteriormente, lo mismo que otras castas indias, abarcaba, además de los sacerdotes, a gente de diversas profesiones y origen social, sin excluir a los campesinos y artesanos empobrecidos.

[7] Compañía de las Indias Orientales: compañía comercial inglesa que fue instrumento de la política colonial inglesa en la India, China y otros países de Asia. Se fundó en 1600. La ley adoptada en 1853 restringía los derechos monopolistas de la Compañía para dirigir la India. La Compañía fue liquidada definitivamente en 1858.

[8] La isla de Salsette, situada al Norte de Bombay, tenía fama por sus 109 templos budistas en grutas.

sábado, 15 de noviembre de 2008

José Mª Amigo Zamorano: Gritos en El Colmenar

Un relato contra el racismo ¿o no?

No había dado ni quince pasos, después de hablar con el joven obrero, cuando llegó hasta sus oídos un sonido que no era ni palabra (aunque creyó oír articular palabras), ni cántico, ni silbido, siendo todos esos conceptos a la vez con el añadido de una notable mezcla de alegría desbordante y nostálgica rebeldía. O eso creyó él.
Miró hacia atrás, en la dirección donde trabajaba el obrero con el que acababa de intercambiar unas pocas palabras. Estando seguro de que el origen del sonido no estaba allí. Lo pensaba porque le había parecido un ser sumiso y obediente. Nada proclive a veleidades contestatarias. Cosa que a él, precisamente a él, le hubiera gustado, estando, como estaba, muy a menudo, soñando con movimientos revolucionarios de masas obreras que se levantaban en oleada imparable, dando al traste con este sistema capitalista del que periódicamente surgen crisis, como en la que estamos ahora inmersos, que lanzan al paro, a la pobreza, incluso al hambre, a millones de personas.
El obrero seguía subido en la máquina haciendo zanjas. Era un trabajador polivalente: zanjero, cableador, hormigonero... un esclavo valioso al que, aún, no había echado del curro.
Siguió su derrota andariega... Nunca mejor dicho 'derrota... Hacía años que caminaba derrotado, vencido... Ningún sueño de libertad por el que luchó llegó a materializarse. De modo, que su derrotero iba en consonancia con su derrota.
Si bien, en ese momento, precisamente en ese, su cuerpo flotaba en una nube vencedora recibiendo, con agradecimiento, un sol de otoño en día luminoso y cálido. Por doquier, verdeaba con color de esperanza el horizonte, la ladera del monte y el suelo. Una primavera anticipada o un verano en ciernes era un aviso de que la vida seguía a pesar de los pesares. Y mientras hay vida hay esperanza... por lo que se sentía henchido de gozo.
De nuevo llegó a sus oídos un sonido parecido al anterior. Más penetrante. Y otra vez creyó oír la palabra 'libre'; y como un silbido o tal vez alarido. Un latigazo precisado en la palabra 'cabrón'. Alga extraño Inquietante. Venía a romper día tan hermoso un insólito sonido. Sus oídos habían vuelto a captar ese sonido ni palabra, ni silbido, ni cántico pero poseedor de todas esas características. Decidido, caminó en la dirección de donde salían esas notas, muchas de ellas un tanto indefinidas. Tras doblar una esquina se sorprendió encontrándose delante de una finca que, siempre, había hallado cerrada a cal y canto, El Colmenar se rotulaba, pero que, ahora, en ese momento preciso, tenía abiertos sus anchos portalones. A un hombre, que después de dejar un mueble en el suelo cerca de un camión de mudanzas, entraba en la finca le preguntó si podía entrar también él a ver el jardín.

-Verá usted, es que, siempre siempre, he encontrado este lugar cerrado. Y me ha picado la curiosidad. Como si esta soledad fuera un misterio. Aquí hay busilis, me he dicho en algunas ocasiones... Mas si molesto...

El hombre se sujetó el cinto en el que llevaba, entre otras herramientas, una larga llave inglesa y lo miró sonriendo.

-Busilis... ¡Oh, no! Pase, pase. Miré lo que quiera. El amo no está... Vaciando la casona de muebles.

-¿Casona? No he visto nunca casa...

-Desde fuera no se ve. Pero hace años el amo construyó una mansión. Como un indiano cualquiera pero sin hacer alarde de riqueza. Y ahora perdóneme, pero tengo que seguir trabajando. Usted pasee y vea lo que quiera... Y si encuentra algo misterioso... me lo dice.

-Pues muchas gracias. ¡Ah! Y recuerde que estoy aquí... espero no me deje aquí encerrado y se vaya.

-No se preocupe. Le avisaremos.

El hombre siguió un sendero que se abría a su derecha. Iba a seguirlo, pero cambió de decisión y se adentró por una senda que avanzaba hacia la izquierda.
Pronto se dio cuenta de que el espacio adonde había entrado tenía algo especial y dejó la senda adentrándose entre la arboleda dejándose llevar por el albur. Caminaba y el ruido de sus pasos parecía adquirir volumen. Solo el murmullo de los pájaros en las copas de los árboles lo acallaba un poco. Sus pies pisaban un mullido de hojarasca acumulado durante años, como si jamás hubiese sido hollado por humanos. Tropezaba acá y allá con piñotas grandes a las que daba patadas por el placer de oir como se expandía el ruido y asustaba a los pajarillos. En un claro de este pequeño bosque encontró diseminados numerosos níscalos que dejaban asomar su anaranjado sombrero. Y al fondo, cerca de unas jaras, unos boletos que son, entre los hongos comestibles, de lo más exquisito al paladar. El hecho de estar ahí esos manjares eran muestras inequívocas de que pocas personas habían transitado por el lugar donde él andaba. Y para embellecer aun más el sitio multitud de florecillas de color lila y blanco, que son típicas del otoño, se dejaban ver.
¡Qué bien se estaba allí!
Lástima tener que abandonar este pequeño paraiso. Un lugar, pensaba, recoleto para aislarse del mundo y sus miserias... porque en cualquier momento le avisaría el señor que encontró a la entrada.
En esto estaba cavilando cuando oyó como una estampida o revoloteo fugaz de pájaros. Y un silencio absoluto. Y casi al mismo tiempo, insistiendo, más cerca, más rotundo, más cortante. Con unas palabras esta vez claras:

-¡Libre, libre quiero ser! ¡Cabrón!

Como dirigidos a alguien que lo retuviera a la fuerza.
Palabras, por otra parte, nada extrañas en estos momentos de crisis, donde todos... bueno... por lo menos la mayoría, nos hallamos atados a los poderes del Gran Capital. Eran palabras sin duda simbólicas. Aunque el lugar, todo hay que decirlo, no era el más apropiado para dar esos gritos, donde, por no haber, no había ni gente; y menos banqueros, empresarios, obispos, o generales... ¡Ni el amo estaba!, según el hombre que había sido tan amable dejándole atisbar ese rincón. Recordó unos versos irónicos de Neruda en su grandioso poema 'Canto general': 'Halló al valiente perorando en la calle desierta'. Palabras más o menos. De modo que, tal muestra de protesta o rebeldía en el desierto, era casi inutil.
Mas, con todo y con eso, echó a correr en post de la derrota que indicaba las voces. No podía permanecer quieto. Quizás fuera esta la ocasión que estaban esperando todos los caminantes revolucionarios del mundo para unirse.
Al poco rato, porque no era muy extensa la finca, se encontró, justo, delante de la entrada de la casa o casona o mansión del amo. De ella seguían sacando muebles unos trabajadores... ¡de raza negra!

-¡Negros! ¡Aquí hay busilis!, exclamó para si.

Y esa admiración le empujó a creer, como creyó a pies juntillas, que esos currantes estaban trabajando forzadamente. Tal que esclavos. Un pensamiento que no se desviaba mucho de una realidad, producto de la explotación del hombre por el hombre y que la avalancha de emigrantes ha incrementado, que habían denunciado inspectores de trabajo y sindicatos.
De modo que escondido tras el tronco de un árbol se quedó observando a la espera de sacar alguna conclusión para actuar en consecuencia.
Los hombres entraban y salían de la casa con muebles que llevaban, suponía, hasta el camión de las mudanzas. Hablaban poco. Sudaban mucho. Y si por un casual se tropezaban o estorbaban, intercambiaban alegremente unas palabras. Con esos detalles no podía concluir que... infelices, infelices... lo fueran mucho.

-¡N'Komo! ¿No sabes dónde está Pedrito? No lo encuentro. ¡Ah!... Sube a ayudarme a bajar la consola africana. ¡Enseguida!

Oyó que gritaban desde dentro de la casa. Por el timbre debía de ser el hombre blanco de la entrada...

-Eso tono imperioso no me gusta...

Un negro que llevaba una silla la dejó en el suelo y gritó a su vez yendo a la puerta de la casa:

-¡No! ¡No lo he visto¡ Pero no se enfade. Ya sabe que es muy rebelde. ¡Voy, voy!.

Poco después asomaba por la puerta con el hombre blanco llevando la consola.
Ya la estaban colocando en el suelo, cuando le sorprendió, estremeciéndolo, ese sonido tan familiar y tan extraño que le carcomía la moral. Advirtió que tenía algo alegre y una nota hueca que atribuyó al hecho, cierto, de que las voces, los sonidos, allí se amplificaban. Lo notó, él mismo, un rato antes, cuando sus pasos, al andar, adquirían una nota exótica llenando todo el espacio. Ese gritó tenía reminiscencias nostágicas y rebeldes...

-¡Libre, libre, quiero ser! ¡Cabrón!

Esas palabras le llegaron de todas las partes. Se tapó los oídos para no oírlas. Pero se le habían metido tan adentro del cerebro que no podía quitárselas de encima.
Los que posaban en la tierra el mueble ni se inmutaron o lo hicieron mínimamente. Extrañabale su insensibilidad al que se parapetaba tras el árbol. Estuvo a punto de irse por donde había venido. Oido lo que había oido. No debería meterse en líos. Y es que ese hombre con esa llave inglesa al cinto... inquieta. Ramalazo de cobardía que le duró un solo instante. Decide enfrentarse al misterio. Sale de detrás del refugio, e hinchando el pecho como un Quijote, se dirige hacia el blanco que se yergue del suelo diciéndole:

-¡Coño! ¿Ya de vuelta? ¿Ha visto lo que ha querido? ¿Le ha gustado?

-Si. Magnífico.

-Bueno, pues me alegro... mucho... porque estamos a punto de irnos.

-Una pregunta quisiera hacerle antes de que se fuera, si me lo permite...

-Pregunte usted. Si yo sé... le responderé con mucho gusto.

-¿No han oido algo fuera de lo común?

-No. ¿Por qué lo dice?

-¿De verdad no ha oido nada?... ¿Usted tampoco?...

-¿Qué teníamos que oir, señor?, le respondió el que al parecer se llamaba N'Komo.

-¡Joder! O... yo me estoy volviendo orate o... No. De loco nada de nada. He oído, bien clarito, quejarse a alguien y decir: 'Libre, libre, quiero ser' y 'cabrón'. Y como un grito prolongado. Como si protestara por algo...

Lo miraron con una faz alegre y sorprendida. Y de repente, mirándose entre ellos, se echaron a reír con ganas. Con verdaderas ganas. Tantas... que los otros trabajadores acudieron a ver qué pasaba.
Luego, el blanco que de la risa se había tornado rojo, ya calmado, le contestó:

-Es Pedrito que se ha escapado y anda gritando por ahí.

-Pero...

El hombre blanco, sacó la llave inglesa de la funda del cinto y alzándola con el puño en alto, gritó:

-¡Pedrito! ¡Ven aquí! ¡La papa, Pedrito! ¡Aquí!

Y de la rama de un árbol vino a posarse en la llave inglesa el loro del amo, el loro Pedrito. A comer la papa.

-¡Libre, libre, quiero ser! ¡Cabrón!

sábado, 8 de noviembre de 2008

Labordeta: Canta, compañero, canta

Canta, compañero, canta

Por el alba del camino
a tu hermano encontrarás,
dale la mano y camina
hasta llegar al final.

Juan Antonio Labordeta

jueves, 6 de noviembre de 2008

Carlos Zippel García: Un día

Carlos Zippel García: Un día
...
Cantaremos, mañana, Guatemala.
Reposa ahora en tus dolores;
mas no duermas.
La roja aurora
perfilará de nuevo
la silueta
de tus hijos
y libre estará el quetzal
de los espantos:
¡río encendido
en el verde de tus montes
y en el corazón
de antorchas
que lo alumbra!

Carlos Zippel y García

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Lope de Vega: Perdido se han en el monte

Perdido se han en el monte
con la mucha escuridad
al pie de una parda peña
el alba aguardando están.
La ocasión y la ventura
siempre quieren soledad.

Lope de Vega

lunes, 3 de noviembre de 2008

Inolvidables muertos en pateras

RECORDATORIO - RECORDATORIO - RECORDATORIO


01/11/1988 Primer naufragio de una patera con inmigrantes africanos. 13 muertos
01/11/2008 Dos décadas de luto. 18.000 muertos en veinte años.









01/11/1988 Primer naufragio de una patera con inmigrantes africanos. 13 muertos
01/11/2008 Dos décadas de luto. 18.000 muertos en veinte años.

PARA QUE NO SE ME OLVIDE
NUNCA
JAMÁS