sábado, 15 de noviembre de 2008

José Mª Amigo Zamorano: Gritos en El Colmenar

Un relato contra el racismo ¿o no?

No había dado ni quince pasos, después de hablar con el joven obrero, cuando llegó hasta sus oídos un sonido que no era ni palabra (aunque creyó oír articular palabras), ni cántico, ni silbido, siendo todos esos conceptos a la vez con el añadido de una notable mezcla de alegría desbordante y nostálgica rebeldía. O eso creyó él.
Miró hacia atrás, en la dirección donde trabajaba el obrero con el que acababa de intercambiar unas pocas palabras. Estando seguro de que el origen del sonido no estaba allí. Lo pensaba porque le había parecido un ser sumiso y obediente. Nada proclive a veleidades contestatarias. Cosa que a él, precisamente a él, le hubiera gustado, estando, como estaba, muy a menudo, soñando con movimientos revolucionarios de masas obreras que se levantaban en oleada imparable, dando al traste con este sistema capitalista del que periódicamente surgen crisis, como en la que estamos ahora inmersos, que lanzan al paro, a la pobreza, incluso al hambre, a millones de personas.
El obrero seguía subido en la máquina haciendo zanjas. Era un trabajador polivalente: zanjero, cableador, hormigonero... un esclavo valioso al que, aún, no había echado del curro.
Siguió su derrota andariega... Nunca mejor dicho 'derrota... Hacía años que caminaba derrotado, vencido... Ningún sueño de libertad por el que luchó llegó a materializarse. De modo, que su derrotero iba en consonancia con su derrota.
Si bien, en ese momento, precisamente en ese, su cuerpo flotaba en una nube vencedora recibiendo, con agradecimiento, un sol de otoño en día luminoso y cálido. Por doquier, verdeaba con color de esperanza el horizonte, la ladera del monte y el suelo. Una primavera anticipada o un verano en ciernes era un aviso de que la vida seguía a pesar de los pesares. Y mientras hay vida hay esperanza... por lo que se sentía henchido de gozo.
De nuevo llegó a sus oídos un sonido parecido al anterior. Más penetrante. Y otra vez creyó oír la palabra 'libre'; y como un silbido o tal vez alarido. Un latigazo precisado en la palabra 'cabrón'. Alga extraño Inquietante. Venía a romper día tan hermoso un insólito sonido. Sus oídos habían vuelto a captar ese sonido ni palabra, ni silbido, ni cántico pero poseedor de todas esas características. Decidido, caminó en la dirección de donde salían esas notas, muchas de ellas un tanto indefinidas. Tras doblar una esquina se sorprendió encontrándose delante de una finca que, siempre, había hallado cerrada a cal y canto, El Colmenar se rotulaba, pero que, ahora, en ese momento preciso, tenía abiertos sus anchos portalones. A un hombre, que después de dejar un mueble en el suelo cerca de un camión de mudanzas, entraba en la finca le preguntó si podía entrar también él a ver el jardín.

-Verá usted, es que, siempre siempre, he encontrado este lugar cerrado. Y me ha picado la curiosidad. Como si esta soledad fuera un misterio. Aquí hay busilis, me he dicho en algunas ocasiones... Mas si molesto...

El hombre se sujetó el cinto en el que llevaba, entre otras herramientas, una larga llave inglesa y lo miró sonriendo.

-Busilis... ¡Oh, no! Pase, pase. Miré lo que quiera. El amo no está... Vaciando la casona de muebles.

-¿Casona? No he visto nunca casa...

-Desde fuera no se ve. Pero hace años el amo construyó una mansión. Como un indiano cualquiera pero sin hacer alarde de riqueza. Y ahora perdóneme, pero tengo que seguir trabajando. Usted pasee y vea lo que quiera... Y si encuentra algo misterioso... me lo dice.

-Pues muchas gracias. ¡Ah! Y recuerde que estoy aquí... espero no me deje aquí encerrado y se vaya.

-No se preocupe. Le avisaremos.

El hombre siguió un sendero que se abría a su derecha. Iba a seguirlo, pero cambió de decisión y se adentró por una senda que avanzaba hacia la izquierda.
Pronto se dio cuenta de que el espacio adonde había entrado tenía algo especial y dejó la senda adentrándose entre la arboleda dejándose llevar por el albur. Caminaba y el ruido de sus pasos parecía adquirir volumen. Solo el murmullo de los pájaros en las copas de los árboles lo acallaba un poco. Sus pies pisaban un mullido de hojarasca acumulado durante años, como si jamás hubiese sido hollado por humanos. Tropezaba acá y allá con piñotas grandes a las que daba patadas por el placer de oir como se expandía el ruido y asustaba a los pajarillos. En un claro de este pequeño bosque encontró diseminados numerosos níscalos que dejaban asomar su anaranjado sombrero. Y al fondo, cerca de unas jaras, unos boletos que son, entre los hongos comestibles, de lo más exquisito al paladar. El hecho de estar ahí esos manjares eran muestras inequívocas de que pocas personas habían transitado por el lugar donde él andaba. Y para embellecer aun más el sitio multitud de florecillas de color lila y blanco, que son típicas del otoño, se dejaban ver.
¡Qué bien se estaba allí!
Lástima tener que abandonar este pequeño paraiso. Un lugar, pensaba, recoleto para aislarse del mundo y sus miserias... porque en cualquier momento le avisaría el señor que encontró a la entrada.
En esto estaba cavilando cuando oyó como una estampida o revoloteo fugaz de pájaros. Y un silencio absoluto. Y casi al mismo tiempo, insistiendo, más cerca, más rotundo, más cortante. Con unas palabras esta vez claras:

-¡Libre, libre quiero ser! ¡Cabrón!

Como dirigidos a alguien que lo retuviera a la fuerza.
Palabras, por otra parte, nada extrañas en estos momentos de crisis, donde todos... bueno... por lo menos la mayoría, nos hallamos atados a los poderes del Gran Capital. Eran palabras sin duda simbólicas. Aunque el lugar, todo hay que decirlo, no era el más apropiado para dar esos gritos, donde, por no haber, no había ni gente; y menos banqueros, empresarios, obispos, o generales... ¡Ni el amo estaba!, según el hombre que había sido tan amable dejándole atisbar ese rincón. Recordó unos versos irónicos de Neruda en su grandioso poema 'Canto general': 'Halló al valiente perorando en la calle desierta'. Palabras más o menos. De modo que, tal muestra de protesta o rebeldía en el desierto, era casi inutil.
Mas, con todo y con eso, echó a correr en post de la derrota que indicaba las voces. No podía permanecer quieto. Quizás fuera esta la ocasión que estaban esperando todos los caminantes revolucionarios del mundo para unirse.
Al poco rato, porque no era muy extensa la finca, se encontró, justo, delante de la entrada de la casa o casona o mansión del amo. De ella seguían sacando muebles unos trabajadores... ¡de raza negra!

-¡Negros! ¡Aquí hay busilis!, exclamó para si.

Y esa admiración le empujó a creer, como creyó a pies juntillas, que esos currantes estaban trabajando forzadamente. Tal que esclavos. Un pensamiento que no se desviaba mucho de una realidad, producto de la explotación del hombre por el hombre y que la avalancha de emigrantes ha incrementado, que habían denunciado inspectores de trabajo y sindicatos.
De modo que escondido tras el tronco de un árbol se quedó observando a la espera de sacar alguna conclusión para actuar en consecuencia.
Los hombres entraban y salían de la casa con muebles que llevaban, suponía, hasta el camión de las mudanzas. Hablaban poco. Sudaban mucho. Y si por un casual se tropezaban o estorbaban, intercambiaban alegremente unas palabras. Con esos detalles no podía concluir que... infelices, infelices... lo fueran mucho.

-¡N'Komo! ¿No sabes dónde está Pedrito? No lo encuentro. ¡Ah!... Sube a ayudarme a bajar la consola africana. ¡Enseguida!

Oyó que gritaban desde dentro de la casa. Por el timbre debía de ser el hombre blanco de la entrada...

-Eso tono imperioso no me gusta...

Un negro que llevaba una silla la dejó en el suelo y gritó a su vez yendo a la puerta de la casa:

-¡No! ¡No lo he visto¡ Pero no se enfade. Ya sabe que es muy rebelde. ¡Voy, voy!.

Poco después asomaba por la puerta con el hombre blanco llevando la consola.
Ya la estaban colocando en el suelo, cuando le sorprendió, estremeciéndolo, ese sonido tan familiar y tan extraño que le carcomía la moral. Advirtió que tenía algo alegre y una nota hueca que atribuyó al hecho, cierto, de que las voces, los sonidos, allí se amplificaban. Lo notó, él mismo, un rato antes, cuando sus pasos, al andar, adquirían una nota exótica llenando todo el espacio. Ese gritó tenía reminiscencias nostágicas y rebeldes...

-¡Libre, libre, quiero ser! ¡Cabrón!

Esas palabras le llegaron de todas las partes. Se tapó los oídos para no oírlas. Pero se le habían metido tan adentro del cerebro que no podía quitárselas de encima.
Los que posaban en la tierra el mueble ni se inmutaron o lo hicieron mínimamente. Extrañabale su insensibilidad al que se parapetaba tras el árbol. Estuvo a punto de irse por donde había venido. Oido lo que había oido. No debería meterse en líos. Y es que ese hombre con esa llave inglesa al cinto... inquieta. Ramalazo de cobardía que le duró un solo instante. Decide enfrentarse al misterio. Sale de detrás del refugio, e hinchando el pecho como un Quijote, se dirige hacia el blanco que se yergue del suelo diciéndole:

-¡Coño! ¿Ya de vuelta? ¿Ha visto lo que ha querido? ¿Le ha gustado?

-Si. Magnífico.

-Bueno, pues me alegro... mucho... porque estamos a punto de irnos.

-Una pregunta quisiera hacerle antes de que se fuera, si me lo permite...

-Pregunte usted. Si yo sé... le responderé con mucho gusto.

-¿No han oido algo fuera de lo común?

-No. ¿Por qué lo dice?

-¿De verdad no ha oido nada?... ¿Usted tampoco?...

-¿Qué teníamos que oir, señor?, le respondió el que al parecer se llamaba N'Komo.

-¡Joder! O... yo me estoy volviendo orate o... No. De loco nada de nada. He oído, bien clarito, quejarse a alguien y decir: 'Libre, libre, quiero ser' y 'cabrón'. Y como un grito prolongado. Como si protestara por algo...

Lo miraron con una faz alegre y sorprendida. Y de repente, mirándose entre ellos, se echaron a reír con ganas. Con verdaderas ganas. Tantas... que los otros trabajadores acudieron a ver qué pasaba.
Luego, el blanco que de la risa se había tornado rojo, ya calmado, le contestó:

-Es Pedrito que se ha escapado y anda gritando por ahí.

-Pero...

El hombre blanco, sacó la llave inglesa de la funda del cinto y alzándola con el puño en alto, gritó:

-¡Pedrito! ¡Ven aquí! ¡La papa, Pedrito! ¡Aquí!

Y de la rama de un árbol vino a posarse en la llave inglesa el loro del amo, el loro Pedrito. A comer la papa.

-¡Libre, libre, quiero ser! ¡Cabrón!

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