viernes, 11 de mayo de 2012

José Mª Amigo Zamorano: Mala conciencia


Emilio Malatesta Alonso, argentino de padre italiano y madre gallega, para la furgoneta en el descampado, un amplio claro en el robledal que tiene en la parte norte, junto a la arboleda, una fuente de tres caños donde unos gatos beben agua.

Emilio acaba de venir de Argentina de pasar una cortas vacaciones después de años de ausencia del suelo patrio. Y otra vez aquí. Otra vez en este trabajo de mierda, como suele decir. Recogiendo lo que nadie quiere. Curro no siempre legal, peligroso a ratos, de una empresa medio mafiosa. Alguien, un día, le dijo:

-Emilio, deberías de apellidarte Al Capone en vez de Malatesta.

Lo dijo contraponiendo el gangster con el anarquista. No le contestó porque sabía que los oyentes no tenían 'ni puta idea' de quien fue Malatesta.

-Será gilipollas -pensó para si- compararme a mi, un proletario, un simple currante, que ni pincha ni corta en la empresa, con el ganster millonario yanqui... ¡gilipollas!

Baja del vehículo y espera que el acompañante lo haga también. Luego le acaricia el pelo de la cabeza y le dice una frase que, queriendo ser en tono  indiferente, se le quiebra emocionado en la mitad:

-Tranquilo, tu tranquilo... pronto vendrán a buscarte.

Sube al vehículo y, desde dentro, observa su comportamiento: el acompañante, primero lo mira, y enseguida, levanta la cabeza y contempla el cielo. Bandadas de pájaros lo surcan inundando el aire con sus cánticos o se lanzan de cuando en cuando entre los árboles para emprender el vuelo de inmediato, trasladándose a otra parte de la arboleda con sus trinos. Pronto deja de seguirlos y echa a correr hacia la fuente. Tiene sed. Los gatos se esconden en la maleza. El conductor arranca el motor y se va.

Cuando deja el camino de tierra y se mete en la carretera general vuelve la vista a los árboles que deja atrás con un desgarramiento interior. Siempre le ocurre. No es nada suyo, pero se estremece. Lo ha hecho muchas veces. Conoce cada curva del sendero, cada Bache, casi cada árbol hasta que llega al descampado... bueno, pues aun se queda con el alma en pena. Piensa en los suyos. En todos sus seres queridos. Otros, con el mismo trabajo, podrían hacer un día, si él faltaba, si se moría, por ejemplo, idéntico recorrido para depositar a uno de los suyos, allí, en medio del bosque, y abandonarlos a su suerte; o si su espíritu, por qué no, se encalleciera hasta tal extremo que él mismo, Emilio Malatesta Alonso, pudiera dar o vender sus seres queridos a una empresa, como en la que trabaja, hasta podría ser que, declamando cínicamente, para darse de duro lo de Martín Fierro-busca madre que te envuelva-, / le dice el flaire y lo larga. / y dentra a cruzar el mundo / como burro con la carga'. ¡Dios no lo quiera! Y se le puso la carne de gallina.

-Es la crisis, la maldita crisis que los malditos capitalistas han creado.

Y trae estas consecuencias: arrojar del hogar a seres queridos por no poder alimentarlos.

Empezó (no sabe si esa palabra es la adecuada) todo esto en Grecia donde se han visto niños por la calle pidiendo; o hurgando en la basura entre perros y gatos. 

Decía que 'empezó' tal vez no fuera la palabra exacta; o si lo es, que puede que lo sea, tiene en si un tufo desagradable a eurocentrismo. Quiere decir que ha puesto el principio en un país europeo, Grecia, como si el resto de naciones y continentes no contaran o estuvieran apartados de sus  sentimientos. Y no era así. Él tenía en su corazón a América Latina, por ejemplo. Pero demostraba, eso si, que, hasta él, tenía tic eurocéntrico. Por lo que rectifica:

-No, no empezó en Grecia, sino que su origen está en todo el orbe, en el sistema social de castas, en la separación entre pobres y ricos, en el marco de esta mierda de sociedad en la que el 1% de la población tiene de todo y el 99% se las ve y se las desea para terminar el mes o el día.  Ahí tiene su  cuna. 

Ahora, con esta crisis, se ha agudizado llegando a extremos de echar los padres de casa a los hijos, como se ha visto en Grecia... ¡vaya!, otra vez el tic... se ha visto en muchos lugares de la tierra y a lo largo de la Historia pero es, en estos momentos, precisamente en este tiempo histórico, cuando a los europeos, que durante años vivieron en la abundancia y en el olvido, les roza peligrosamente. 


Aunque tiene que añadir, para qué ocultarlo, que esto ha ocurrido a lo largo y ancho del globo desde muy remotos tiempos. Se ha dado el caso, tiene que decirlo también, para no pecar de sentimentalismo, un tanto hipócrita, como el del poeta Gabriel y Galán He dormido esta noche en el monte / con el niño que cuida mis vacas. / En el valle tendió para ambos / el rapaz su raquítica manta / ¡y se quiso quitar-¡pobrecito!- / su blusilla y hacerme almohada!...", sino con toda la cruel desnudez, esa crueldad en la que, a la hora de elegir los seres queridos que se tienen que irse del hogar, dejan a los animales, porque comen menos y echan a sus hijos. ¿Es la excepción? Si, es la excepción pero se da.

Iba tan abstraido conduciendo la furgoneta que, desde otro vehículo, le han pitado porque circulaba cerca del centro de la carretera. Se asusta un poco, para y baja de la furgoneta. 

-¡Joder! La culpa de mi distración está en este tipo de trabajos de mierda e ilegales. Un día me van a pillar y termino en el trullo.

Apoyada la espalda en la furgoneta enciende un cigarrillo y piensa en el ser que ha dejado en el claro del bosque y se acuerda de nuevo del gaucho Martín Fierro

-"El pobrecito tal vez / no tenga ande abrigarse, / ni ramada ande ganarse, / ni rincón ande meterse". ¡Pobrecito! ¡A donde nos conduce el sistema!

Se consoló aduciendo que en algo tenía que trabajar si quería llevarle un sustento a los suyos, a sus seres queridos. Aunque a continuación se plantea si era ético, ilegal y peligroso ya lo sabía, lo que hace: recoger bocas que sobraban, ahora que mucha gente se queda sin euro, para abandonarlas 'como burro con la carga' a su suerte. Suerte que muchas veces terminaba -se lo habían dicho amigos que lo habían visto con sus propios ojos ¡qué horror!- en despiece como bueyes o pollos en matadero; y vendían sus órganos; e incluso la carne, vete tu a saber, podía transformarse, en un restaurante chino (según las malas lenguas) en suculentas chuletas con nombre de exóticos animales.

Solo de pensarlo le daban arcadas. Pero se le pasó pronto. Lo que mas le angustiaba es lo que pudiera pasarle al pobrecito en el choque con otros de su misma especie. Lo había contemplado muchas veces en los basureros. Allí niños, gatos y perros se enzarzaban por restos de comida y terminaban heridos sangrando. Recordaba al respecto -y no fue en ningún basurero- a aquel niño que llegó de un pueblo a la escuela de su barrio, en la ciudad de Buenos Aires y lo escalabraron con un piedra en el patio durante el recreo:

-Pobrecillo, se sentó en el suelo llorando mientras los otros reían. ¡Y no era en el basurero!

Así que no quería imaginarse lo que podría acaecerle al que acaba de dejar en el descampado.

De modo que, se dijo para si, no quería que a sus seres queridos le pasara nada de eso. O si llegaban mal dadas... Prefería matarse para no tener que verse a él o a ellos... Haría como Dimitris Christoulas, el jubilado de setenta y siete años que, el 04/04/2012, puso fin a su vida pegándose un tiro ante el Parlamento griego, en la Plaza Sintagma, agobiado por las dificultades económicas por las que atravesaba. Y bien claro que lo dejó escrito:

-"Pongo fin a mi vida de esta forma digna para no tener que terminar hurgando en los contenedores de basura para poder subsistir".

En ese momento un coche se para y el conductor, que lo conoce, le pregunta a Emilio si le ocurre algo y si le puede ayudar. Emilio le dice no y le da las gracias. 

Mira el reloj. Era ya casi mediodía. Hora de dejar el curro. Sube a la furgoneta y la arranca. Rumbo a casa. A su casa. Allí estaba lo que quería.

Se sienta a ver la tele. La mujer en la cocina, María frente al ordenador y el otro, como siempre, durmiendo. Es lo que ocurre, teniendo una casa y quien te alimente, que no das palo al agua. Te hundes en la molicie. Sin embargo, lo había educado en la lucha. De vez en cuando lo llevaba escaleras arriba y le abría la ventana para que contemplara el cielo, para que notara el relente de la noche, para que el aire helado lo fuera curtiendo... Todo ello pensando en que, si algún día, ¡dios no lo quiera!, se viera en la necesidad de echarlo, de decirle: 'eres mayorcito; vete de aquí a ganarte la vida', ¡qué ojalá no ocurra nunca!, tuviera el temple suficiente para luchar en la vida y no se quedara sentado en tierra, como el niño aquel de la escuela, llorando.

Esto piensa viéndolo dormir. Y no sabe si los pensamientos llegan hasta el objeto del pensamiento, lo cierto es que abre los ojos, lo mira a él, al televidente, luego torna sus ojos hacia la ventana; contempla el ir y venir de golondrinas y vencejos, oido atento a sus chillidos, vuelve a mirarlo a él, casi el mismo gesto que aquel a quien dejó en el descampado, en medio del bosque; Emilio le acaricia el pelo de la cabeza al dormilón y entonces éste salta del sofá, maulla de gusto y corre a comer al comedero de los gatos.

La televisión trasmite imágenes  de un descampado donde una empresa arroja a distintos animales que otros capturan para venderlos; añade la locutora que las autoridades están detrás de una empresa que se dedica a este tipo de trabajos ilegales. Sin embargo, a continuación, entrevistan a uno que dice ser profesor de universidad y entendido en derecho que pone en duda la ilegalidad de estas acciones, indicando que no es el momento, este, de crisis, de poner trabas a la libre empresa que, además, está creando puestos de trabajo y bla bla bla.


Emilio Malatesta Alonso, asqueado, apaga el televisor.