viernes, 29 de junio de 2012

Una antifascista gilipollas


Relato realísimo

Venían campanadas del templo católico, apostólico y romano. Vibraban con son fúnebre. Por el muerto. Ella iría a arrodillarse. A rezar por el fiambre. 

Si se lo hubiesen contado por ahí, pensaría en lenguas de doble filo. Pero no. Fue ella misma la que adelantó sus intenciones, sus voluntades piadosas. ¡Increíble! La perplejidad se instala en él. Y no sabe si reír o llorar. 

El asunto se remonta a una llamada de teléfono.

Efectivamente, le llamó a una hora en la que no podía atenderla como es debido. Tenía que ir de viaje con su esposa inmediatamente.

Quería saber, ella, cuando acudía, a qué hora, la encargada del tanatorio. Pues estaba cerrado. Al oír la palabra 'tanatorio' se le encendieron al oyente todas las alarmas y expresó su inquietud a la que le había llamado por teléfono.

-¡Oh! Nada. Un vecino. Ha muerto. Tu le conocías. Seguro que te acuerdas del encontronazo que tuve con él.

Y ahí terminó todo. Fue por la mañana. Temprano. 

A mediodía, cuando regresaron del viaje, tras de comer, le picó la curiosidad de la llamada y cogió el auricular y la llamó.

Se puso al aparato primero el marido y luego ella, que le dio pelos y señales del por qué de su llamada. Que comprendía había sido muy a deshoras. Se disculpó con una abalancha de palabras que casi le echó para atrás. Como siempre. Y fue solo el principio de la tromba que vendría después. Del auricular salían, sin contención, como chorro por el grifo, atropelladamente, las explicaciones de lo ocurrido. El fiambre, el que esperaba ver en el tanatorio, cuando vivía como tu y como yo, al parecer, por lo que se había enterado, fue a ver al médico, por urgencias, pues no se encontraba bien del todo. Sentía algo que... Además llevaba tres o cuatro días sin evacuar.

-Así debió expresarse ante el doctor: 'evacuar'; en lugar de utilizar la palabra castellana llana y directa: cagar. Era muy redicho. Si lo sabré yo.

El medico -deducía ella- no llegó a percibir la gravedad de la queja. Eso si, para que no se marchara decepcionado o para curarse en salud (eso quién sabe) le dijo que tendría que hacerse unas radiografías. Mas como el ambulatorio no encerraba entre su material el aparato para hacerlas le preguntó al paciente:

-¿No tiene usted medios para acercarse al hospital provincial? Allí se las harían enseguida y con la placa a la vista daríamos en el clavo de su indisposición y comenzaríamos una cura con conocimiento de causa.

-Si. Tengo coche. Mas en mi estado no me atrevo a ponerme en camino.

-En ese caso, váyase a casa. ¿Le parece?... Otra cosa no podemos hacer. Y si eso que usted siente se agudizara llamaríamos a una ambulancia... ¿De acuerdo? Y mientras tanto, con lo que sea me llama, si así se siente mas tranquilo. 

Y con esas volvió a su morada. El desenlace fue rápido: si eran las siete o las ocho de la tarde cuando se producía el diálogo anterior, a las diez ya estaba muerto. Acudieron, casi de inmediato, según testigos presenciales, el médico con una enfermera que certificaron el óbito. Luego sobrinos y otros parientes a velarlo. No tenía hijos.

Y en cuanto a su visita al tanatorio, motivo de la llamada, ella, con buen acierto, dedujo, al no acudir nadie a abrirlo, después de dos horas de espera, que el interfecto no estaría allí. Y regresó a su hogar. Ya desde su casa llamó por teléfono a la funeraria de la capital provincial. Por cierto, le preguntaron muy amablemente que cómo se suponía que se llamaba el cadáver por el que se interesaba. Esa forma utilizaron: 'cómo se suponía que'.

-Muy atentos los de la funeraria.

Al decirle nombre y apellidos del vecino vivo, hoy espichado, comunicándole con mucha deferencia que si, que con ese nombre y esos apellidos se hallaba un finado en su establecimiento convenientemente tratado. Tieso y congelado en los depósito que la empresa de pompas fúnebres posee en el subterráneo. Todo ello hasta que pasen las horas establecidas por la ley. Transcurrido ese tiempo se devolverá al fallecido al pueblo para ser expuesto en el tanatorio local. 

-El traslado se llevará a cabo con todas las garantías. Como corresponde a una empresa rotulada, creemos que acertadamente, 'Muertos bien muertos, S.A.'. Empresa seria que cumple sus compromisos.

Así le expresó la funeraria y han cumplido con todo. Lo dice porque se ha enterado de que ya han trasladado al tanatorio al fiambre de su vecino.

-Pero... ¿de qué muerto me estás hablando? ¿Lo conozco?

-Ya te dije esta mañana. Lo recuerdo muy bien. Hasta las palabras exactas: 'Tu le conocías. Seguro que te acuerdas del encontronazo que tuve con él'. Verás: fue aquel individuo que expresó en mi casa aquellas ideas horribles sobre los emigrantes...

-¡Coño, si!: que había que echarlos a todos al mar de donde han venido...

-Eso. Y añadió que todos eran unos inútiles que venían a vivir del cuento. Que la sociedad tenía que exterminar a todo aquel que no sirviera para nada. Pero no solo ellos, sino  mendigos, cojos, tullidos, bobos, maricones, comunistas...

-Que si, que lo recuerdo. En su retahila incluyó a feministas...

-'Mujeres metomentodo', dijo.

-¡Ah, si! Me acuerdo. ¿Ese es el interfecto? Ya, ya. Que no pudiste aguantar esas palabras...

-Y lo eché de casa.

Él también recordó que los vecinos decían que era un personaje siniestro. Hasta les daba miedo porque aparecía de improviso. Como si surgiera de las sombras. En cualquier momento. Sin que antes nadie atisbara su presencia. Incluso una vez le vieron con una pistola en la mano. Comentaban que había sido sargento o comandante del ejército franquista y que cuando acabó la contienda lo enviaron a la legión. Si en la guerra de 39/39 del siglo pasado muchas de sus víctimas aun permanecían y permanecen en cunetas y fosas, luego, en la legión, se ensañó con los saharauis rebeldes. Uno del pueblo, que cumplió la mili en Sidi Ifni y el Sahara, contó como le vio echarle pólvora en la boca a un malherido saharaui que le pedía agua. Y a otro que alargaba el brazo pidiendo socorro... sacó la bayoneta y lo abrió en canal.

-Y dices que lo han traído al tanatorio... ¿Y por qué no lo han tirado a un muladar?...

-¡Hombre! ¡Qué cosas dices! Tirarlo... Está en el tanatorio. Si. Para allí voy ahora. A velarlo. Y mañana me han dicho que hay un responso por su alma en el templo católico. Iré a rezar por él.

-¿Tú, una comunista, feminista y de la vanguardia radical?

-Ya. Es por humanidad...

-La que tuvo él con sus víctimas... Con tu padre, por ejemplo.

Colgó el teléfono. Indignado. Furioso. Y perplejo. Por fuerza, ella, se repetía, no puede encarnar lo que autoproclama a diario con exuberante verborrea. Esa cataratas, o cascada, o aluvión de palabras, con que se adorna, esconde, sin duda, una realidad personal incontestable: es una humanitaria gilipollas. ¿Tendrá algo que ver la 'reconciliación nacional' de Carrillo? Que es, por cierto, solo,  reconciliación para los vencidos. ¿Qué militantes ha forjado el partido de Carrillo?... ¿Los que se arrodillan ante los verdugos?... ¿Así van a homenajear a las víctimas?...

Ahora que doblaron las campanas. Que tañeron solemnes. Desde el templo católico, apostólico y romano. Que vibraron con son luctuoso. Por el muerto. Que ella estará arrodillada rezando por el fiambre. Ahora, precisamente ahora, si se lo hubieran contado por ahí, pensaría que eran lenguas de doble filo. Pero no. Fue ella misma la que adelantó sus intenciones, sus voluntades piadosas. ¡Increíble! 

Y no tendría la menor importancia si ella no fuera quien es o dice ser: antifascista, feminista, atea, comunista para mas señas, e hija de un asesinado por los franquistas.

Como ven, este relato ha resultado muy muy político sin que el narrador, un servidor de ustedes, tenga nada que ver con el resultado. Son los propios personajes los que lo hacen de esa materia.

martes, 26 de junio de 2012

Iswe Letu: Vejetes sordos y un facha paralítico


Diálogo de sordos

Un parque enorme en la gran ciudad. Pero podría ser en cualquier parte. En una arboleda unos viejos sordos reunidos. Los contempla un viejo paralítico en silla de ruedas al que acompaña un joven que tira del vehículo. Los vencejos chillan de gozo volando de acá para allá. De fondo, sonido de tráfico rodado. Cielo azul y, atravesándolo, una estela blanca de avión.

-Cada edad tiene sus virtudes -decía un vejete con voz hueca de sordo.

-¡Qué! -interpelan los otros.

Repite la frase con oquedad mas elevada.

-¡Ah! Quien no se conforma es porque no quiere -contesta uno.

-¡Eh! -exclaman todos.

Repite las palabras.

-¡Oh! Una verdad muy mentirosa -piensa el realista.

-¡Uf! Verdad mas asquerosa... -reflexiona el achacoso.

-¡Bah! Aserto de perogrullo que ha hecho fortuna -piensa el pensativo.

-¡Hostias! Frase conformista donde las haya -se subleva el rebelde aunque le da igual.

El anciano paralítico mira al acompañante.

-Edad virtuosa desde donde quiera que se mire. ¿No, joven? Antes cada uno llevaba su carga. Ahora nos lleváis vosotros.

-¿Y quien no tenga ayuda? -interpela el mozo.

-¡Que se joda! En la lucha por la vida dominan siempre los que pueden.

-Eso es darwinismo social, señor. Corriente filosófica cruel donde las haya.

-Será lo que sea, pero... mira, ¡que no hubieran nacido!

El joven asombrado lo contempla.

-¡Ah, si!... ¡Joder!... Pues aquí te quedas, facha -afirmó el joven dejándolo en medio del parque. Y se perdió entre la arboleda.

Los chillidos de los vencejos ahogaron las protestas del viejo paralítico. El cielo estaba limpio. Sin estelas de aviones. Aves rapaces sobrevolaban el parque. El tráfico de la gran ciudad continuaba con su sordo ajetreo. Los vejetes sordos se habían retirado. Los seres vivos se disponían a comer. Hora del mediodía.

miércoles, 20 de junio de 2012

Iswe Letu: En tierra extraña


Título: Con los ojos bajos
Autor: Tahar ben Jelloun
Editorial Peninsula
Año: 1992
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Con los ojos bajos (el potencial lector de estas notas puede leer la obra en Internet), otra de nuestras relecturas, trata de la emigración, del desarraigo, del exilio. Ese podrá ser el resumen de la novela de Tahar ben Jelloun. Como todo resumen se sustrae de él los mil  y un detalles que conforman el universo de los que tienen que desplazarse de su patria obligados. 

Lo novela nos va trasmiiendo la memoria de una niña que se va haciendo adulta en el país donde trabaja su padre. La memoria de lo que dejó atrás y el choque con lo nuevo; y esa carga de recuerdos no le deja en paz y activa su imaginación creándose un mundo que va agrandándolo y con él los sentimientos, pensamientos y conciencia son tales que al final ya no responden ni al lugar de origen, ni al lugar de emigración, sino en otro plano que no olvida de donde procede, ni se puede ver libre de lo adquirido en tierra extranjera.

A lo largo de la novela el escritor marroquí denuncia de paso el racismo  al que de ven sometidos los trabajadores magrebíes. En Francia, la humanitaria Francia, la acogedora Francia, la hospitalaria Francia. Y ahí es donde el personaje va adquiriendo una nueva cultura. Y con ella, claro está, el concepto de racismo. Pero si solo se quedara ahí, la cosa iría bien. Mas con el racismo viene el insulto, la marginación, el desarraigo y... los asesinatos de emigrantes que el novelista recoge poniéndole nombres y apellidos  y apellidos: Abdeluahab Hemaham, Said Aounallah, Hammu Mebarki...

Tendremos que decir, para que se entienda bien lo que escribimos y de lo que escribimos, que no es una novela de denuncia, de protesta, aunque haya todo eso, no. Ni cuando se denuncia la flecha apunta a un solo centro, no. Si la Francia de los Derechos Humanos, de la que tanto se han vanagloriado queda en entredicho (algo que sabemos desde hace tiempo es que es un topicazo), la sociedad árabe no se libra de sus saetas.

Sin embargo Tahar ben Jelloun quiere ser fiel, tiene sus servidumbres, porque él mismo está agradecido a la cultura francesa, al tiempo que quiere, por supuesto, a Marruecos y, a su modo, constata los pro y contras de ambas civilizaciones: la árabe y la occidental.

Decir, para ir terminando esta reseña, que siendo los recuerdos de una niña que se va haciendo mujer, muchas de las rememoraciones están rodeadas de una nebulosa de sueños y siendo, como es, el repaso de una persona del género femenino flota sobre todo el relato la situación de la mujer que permanece, muy a menudo, con los ojos bajos.

Publicada, como se ve, en 1992, hace por lo tanto casi 20 años, esta nevela, releida ahora, precisamente ahora, creemos que cobra, en España, ardiente actualidad. Mas que cuando fue editada por primera vez. Seguro.

Algunos párrafos que destacamos:

"Mi padre nunca abandonó su pueblo. Se espíritu se había quedado amclado allí, para siempre. El tiempo era para él un artilugio para contar las horas de trabajo en la fábrica. Pero, en su fuero interno, era el tiempo del pueblo el que seguía trascurriendo tranquilamente, sin demasiada agitación, sin plantearle las preguntas embarazosas que a mi se me ocurrían a menudo".

"Los olores de la hierba y de las bestias llegaban a mi. Yo me resistía. Negaba su presencia".

"Un día mientras enumeraba, aostada en mi cama, todas esas cosas, me detuve de pronto al oir el ruido de una detonación, seguido del grito de una mujer, prolongado y doloroso. Era el grito de una madre; le acababan de matar al hijo. ¡Djelali!: quince años y algunos meses, guapísimo, con aquellos ojso verdes y el pelo negro rizado.
Eran las nueve y diez de un domingo, 27 de octubre de 1971, cuando la bala le atravesó el corazón de un niño que jugaba a las maquinas en un café de la Goutte d'Or".

"La primavera era una voz que bajaba de la montaña, tan pura como un manantial; la voz de un antepasado, un compañero del jeque Ma El Ainin, el rebelde del sur que había vencido a generales franceses y españoles".

"Desde entonces, sé todo sobre Matisse, su vida, sus pasiones, sus dramas y su estancia en Marruecos".

" A menudo me digo a mi misma que la miseria debe volver estúpida a la gente. ¡Hay que ver lo que son capaces de inventar para distraer la pobreza, adornarla y negarla!".

"¿Será acaso amar saber todo del otro y aceptarlo? ¿O, al contrario, tener la ilusión de saber todo del otro u querer modificarlo?".

"El pudor es mirar al hombre de frente y confrontar sus deseos con nuestras exigencias. Si aquí todavía es el hombre el que monta sobre el mulo, mientras la mujer, al lado, lo sigue a pie y si la la gente lo sigue considerando natural, yo no".

martes, 19 de junio de 2012

Iswe Letu: Dime la verdad

1. Corbata

Cotito desprendía todos los días por la mañana un olor inconfundible: el olor seminal. Se despertaba; se masturbaba; cogía la cartera, sin olvidar la espada con la que jugaba, y se iba al colegio.

Su madre decía que estaba mas salido que un burro garañón. Lo conocía bien y sabía que su hijo, excitado, podía ser peligroso. Por tal motivo le había enseñado la manera de desahogar sus instintos naturales. Y no contenta con eso le había masturbado ella alguna vez.

Conseguía así tranquilizar a su hijo y, de paso, se preparaba para masturbarse, posteriormente, ella misma: en cuanto el hijo abandonara la casa.

Lo necesitaba pues el marido no le hacía caso: se levantaba temprano para laborar en la albañilería y no retornaba hasta el anochecer; luego cenaba y salía a la cantina. Por consiguiente la humilde hembra también necesitaba desahogarse: de ahí que entendiera divinamente los ardores de su vástago.

Cotito, que así le llamaban a su retoño, salía de casa, sin almorzar, muy sosegado.

Por el camino se iba alterando a medida que se acercaba al colegio: unos le escarnecían, "Cotito, bobito; Cotito, bobito", otros le tiraban piedrecillas y la generalidad a los que dirigía la palabra huían.

No alcanzaba su encéfalo a comprender la génesis del comportamiento de los estudiantes con él: esa era la motivación del cabreo que a veces encendía su cerebro: que no entendía. Quería entretenerse en el recreo, con los demás chiquitines, como uno mas; pero ellos no querían: se apartaban, se alejaban: lo rehuían.

Esfumabanse corriendo como pajarillos espantados; y es que en innumerables oportunidades habían sufrido, en sus propias carnes, los entretenimientos de Cotito, tal y como él los entendía: los tiraba al embaldosado o los pegaba, como se tiraban al pavimento y se pegaban los colegiales.

Pero siempre tenían lamentables desventuras sus juegos: a uno le escacharró la cabeza, al otro un extremidad ...; la pulgarada a una muchacha, con la que jugaba algunas veces, fue tan salvaje que cayó desfallecida; o por no hablar de aquella bofetada a un chiquillo que marcó sus cinco dedos; e ... incidentes así: no tenía fortuna Cotito en sus juegos.

Y más tarde las consecuencias de sus intervenciones le asustaban.

Con la que se encontraba a gusto, muy a gusto, era con su matrona: ella lo comprendía. Pero, lamentablemente, por la mañana lo arrojaba duramente del domicilio diciéndole:

--Anda, vete al colegio: ¡y ojalá no vuelvas más!.

Y Cotito, desahogado sexualmente, sin ganas y un poco triste por las palabras de su madre, se iba a la escuela.

Se hubiera quedado en el camastro tan a placer a continuación de meneársela. Pero su mamá no consentía eso.

De manera que, a regañadientes, se encaminaba hasta el colegio; allí se desquitaba de su tristeza: abría las aulas para experimentar la algarabía de los niños: "¡Cotito, Cotito: bobito, bobito"!; cogía revistas que las tiraba por el recibidor de la entrada; o escamoteaba cualquier cachivache; ¡bueno!: lo que se dice robar robar, lo que se dice robar, él no sabía lo que era eso: lo metía en el bolsillo del pantalón y se lo daba a su madre para que no se enfadara.

Porque lo que si sabía, es que si retornaba pronto, depende de lo que llevara, le pegaba o le cubría de besos, carantoñas, arrumacos... Cuando se encolerizaba su madre era impresionante: había llegado hasta morderle en sus órganos genitales.

Era tan imprevisible que no sabía a que atenerse con ella: unas veces eran tan dulces sus arrumacos que le hubiera gustado que continuaran eternamente; en esas ocasiones su madre era doblemente adorada; y otras tan salvaje que el sufrimiento que le infligía al pobre imbécil de Cotito era difícilmente soportable.

2. Soga
Cotito, con el paso del tiempo, fue desequilibrándose del todo, debido, en parte, al poco yantar y a los desconcertantes comportamientos de la madre que saltaban de las alborozadas caricias a las brutales agresiones, como ya se ha dicho, pero que es necesario insistir en ello, para que pueda aparecer, mínimamente inteligible su intervención.

Su rostro delgado, anguloso, siempre esbozando una sonrisa, cedió por completo; y una agria alcocarra se colocó en su lugar.

Caminaba a saltitos con su sempiterna maleta y su tizona de caballero espadachín o estoque de matador de toros bravos o ... ¡quien sabe que!; la mirada asegurada al frente sin contestar a los plácemes, de algunos pequeñuelos amedrentados que, con ello, querían conseguir el privilegio de no ser agredirlos, como antes hacía.

Llevaba varios días arremetiendo a niños y profesores, sobretodo a profesores. Últimamente no quería irse del patio de esparcimiento escolar ni a la de tres. Cuando veía la llave se volvía agresivo, sabiendo, como llegó a saberlo, que era el momento de clausurar el edificio y volver a su continuado maltrato de la progenitora; por lo que llegó a coger una feroz manía a aquellos educadores a los que se la había visto, repetidas veces, en la mano: a uno le dio con la cartera en la cabeza, a otra quiso ahogarla, al de gimnasia le atizó con la espada en la cara quedándosela marcada para siempre; total que algunos profesores no salían ya al patio de recreo con los alumnos: todo un cuadro.

No sabiendo qué hacer, el claustro de catedráticos elevó informes a los distintos organismos: Ayuntamiento, Dirección Provincial de Enseñanza, Junta del Gobierno Autonómico, Conserjería de Bienestar Social, Jefatura de las Fuerzas de Orden Público...

Pero nada: se quedaron solos.

Habían presentido que nada bueno podría suceder: lo habían escrito en declaraciones a los organismos ya citados; mas, con todos los barruntos, jamás de los jamases, pasó por la imaginación del profesorado lo que sucedió.

Aún se les pone carne de gallina solo de pensarlo; la cosa fue así: las fuerzas de policía se lo habían llevado del patio algunas veces a la fuerza: voluntariamente no se iba, como ya se ha dicho; gravó en su cerebro las facciones de los policías -como con hierro al rojo- cada vez que los divisaba se le encendía la brasa y le quemaba toda la molondra idiota que tenía --débil mental pero con un vigor formidable; a sus 25 años; en plena juventud física-- y se lanzaba a ellos como quebrantahuesos a la carnaza; para contenerlo se habían tenido que dedicar a fondo varios de ellos.

Aquella tarde los guardias municipales acudieron para sacarlo de allí, una vez mas; y escoltar a la directora del colegio a la que tenía entre ceja y ceja, en primer término, por ser símbolo cimero, para él, de poseedora de las llaves.

Cuando llegaron al patio estaba Cotito corriendo detrás de una niña: la única que jugaba con él. No se le ocurrió, otra cosa, a esta que parapetarse tras uno de los guardias municipales.

--Venga Cotito; fuera del patio que es la hora de cerrar -- dijo un municipal.

--Tu, cabrón; y yo pegarte --dijo y le lanzó su espada.

Desgraciadamente la espada resultó, esta vez de verdad, y con la tremenda fuerza atravesó al infeliz guardia municipal por la barriga hasta la empuñadura, y llegando al ojo de la niña que había buscado refugio tras él.
Había sustituido la espada de juguete por un estoque que su padre, aficionado a los toros, tenía arrumbado en el desván.

3. Epílogo

--Dime la verdad: ¿te llaman Cotito?

--No sé "verdad", Señor; me llaman Cotito, je, je -- dijo emitiendo un sonido gutural un si es no es de risa.

--¿Y tú por qué lo acuchillaste, Cotito?

--"¿Lo acuchillaste... acuchillaste?" ... ; no sé, je, je.

El señor juez lo contempló con absoluta despreocupación: fríamente.

--¿Que, por qué lo mataste?

--No sé "mataste"; no sé, Señor, je, je.

Iswe Letu: hoy es siempre todavía


Decía Machado, creemos recordar, ‘hoy es siempre todavía’. Tal vez quería decir que las cosas esenciales no han cambiado tanto como para que sean irreconocibles hoy en día, no han cambiado tanto como para decir, por ejemplo, que no se parecen en nada con lo pasado. Hoy es siempre todavía. Y al caso que vamos referirnos le viene eso de que estos lodos proceden de aquellos polvos que ni anillo al dedo. Efectivamente, leyendo, a los escritores y poetas que antaño, si se puede decir antaño, luchaban por un mundo mejor librándose de opresiones nacionales y de explotaciones capitalistas, sus escritos y sus poemas ahora, en los que latía una vena de esperanza todavía, ante el presente de miseria de sus pueblos, miseria unida a la opresión de sus naciones por el colonialismo e imperialismo, no podemos por menos de compararlo con lo que ocurre ahora: la misma miseria o mayor, sus naciones que, independizándose, se hallan oprimidas por el neocolonialismo; es decir: dirigidas por líderes autóctonos, con fuerzas de seguridad indígenas, pero laborando para el engorde de los antiguos países coloniales o imperialistas que siguen llevándose la parte del león. Y cuando desean ser libres de verdad son agredidos con cualquier disculpa, o les montan un golpe de estado, o los invaden simplemente.
Esos escritores no conocían, no podían conocer los atentados de las Torres Gemelas, la matanza de Madrid, del 11 de marzo, porque escribían por los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo. Pero, repetimos, leyéndolos ahora nos parece que están describiendo el estado de ánimo de las masas de los países pobres, hoy, donde late una violencia difícil de concebir en estas sociedades occidentales, desarrolladas, cuyos mínimos elementos para sobrevivir están, relativamente, asegurados y con una moral tal que el obrero espera a que lo condecoren tras de una vida de leales y obedientes servicios. Es cierto que, de vez en cuando, los expulsan del trabajo y se llevan los dueños todo el achiperre industrial a otros países, y que otras veces, esos obreros, consienten en que le rebajen sus salarios con tal de que pueda seguir recibiendo los mil euros mensuales que no dan para mucho, pero les permite algunos lujos. De modo que la violencia que se encuentra en esos escritos o poemas de poetas de países, por ejemplo africanos, no sería entendida aquí y ahora.
Este mundo occidental en que vivimos ha sido forjado en el robo, no otra cosa fue el llamado colonialismo o imperialismo. Los franceses o ingleses sobre todo, pero también otros de menor cuantía, tenían repartida Africa para ellos. Todo lo que se sacaban les salía, además, barato por el trabajo semiesclavo de las colonias. Al contrario, los pueblos colonizados no tenían, apenas, qué comer aun estando en su propio país. Contraste más infame si cabe pues estaba a la vista: por un lado los barrios miserables de los autóctonos y por otro los casas luminosas, amplias, relucientes de los invasores. Frantz Fanon, en Los Condenados de la Tierra, lo describe muy bien: el árabe, pues su obra trata del caso argelino, desea la casa del invasor, echarse en su cama y si es posible con la mujer del amo. Hasta ese extremo de violencia.
Ahora, el cuadro ha cambiado de personajes, pero la diferencia de unos barrios con otros es similar: mientras unos viven hacinados en barrios miserables con casas de pocos metros, las casas de los dirigentes o funcionarios siguen brillando desde la lejanía que es desde donde las ven los trabajadores.
Habría que decir que en Occidente la desigualdad de clases es la misma, pero el contraste queda atenuado, disimulado. Los dueños del tinglado han conseguido que la clase obrera se considere privilegiada y dirigida por unos individuos que reciben el nombre, muy significativo, de aristocracia obrera. De este modo, la población trabajadora del llamado Occidente está enfrentada a la de los países pobres: no ve al explotador occidental, solo se tropieza con el árabe, negro, ecuatoriano… con los que se parte el cuello por el hueso que le tira el patrono: los mil euros al mes o bastante menos.
Curiosamente los jefes (no todos, pero casi) de ambos mundos se llevan de maravilla: se reúnen, comen, beben juntos, porque son conscientes de pertenecer a la misma cueva de Alí Babá. Claro, unos más y otros menos: los jerifaltes del primer mundo, los ‘demócratas de toda la vida’, expolian a los propios países y a los ajenos; los poderosos de los países pobres, solo a sus pueblos; por tanto el botín es desigual: los primeros pueden dejar caer algunas migajas para sus trabajadores; los otros, se lo comen todo.
Mas, también había antes y hay ahora personas, individuos, incluso sectores que intentan superar situaciones injustas, mediante su pluma o su acción. Son los más avanzados, los más sensibles, los más honrados, los más generosos. Ponen toda su sabiduría, su cultura, su buen hacer, incluso su vida, en aras de una solución a la miseria de su pueblo, al atraso de su nación. Un ejemplo de ello fue Frantz Fanon. Los Condenados de la Tierra fue su obra cumbre. En ella analiza en primer lugar la violencia. ¿Por qué? Porque estaba en el ambiente como la única alternativa con garantías de desmontar todo el tinglado colonial. Su palabra, empapada en la llaga purulenta de su entorno, echaba chispas. Se reverenciaba esa violencia de los oprimidos como una partera capaz de dar a luz una nueva sociedad donde la desigualdad sería rechazada en pos de una especie de socialismo no muy concreto, un tanto etéreo. Había una esperanza. Había algo por lo que luchar.
El poeta David Mandessi Diop llega a decir: ‘escucha tu voz / es ese grito atravesado de violencia / en ese canto guiado solo por el amor’. A pesar de la situación desesperada, se vislumbraba algo y querían guiarlo por amor. Que lo diga él, es muy significativo ya que en sus poemas había denunciado el martirio de los pueblos pobres esclavizados: ‘El Tiempo del Martirio se titula un poema que dice: El Blanco mató a mi padre,/mi padre era altivo./El Blanco violó a mi madre,/mi madre era hermosa./El Blanco agobió a mi hermano bajó el sol de los caminos,/mi hermano era fuerte./El Blanco volvió hacia mi/sus manos rojas de sangre/negra/y con su voz de Amo:/¡Eh chico, una butaca, una toalla, agua!. Con esto había dicho todo: el poema es una bomba de relojería. Él que había también escrito acerca de ‘las raíces de nuestras manos profundas como la revuelta’ y que por tanto eran manos ‘crispadas en el abrazo del combate’. Con todo, querían guiarse por el amor.
Los versos de otros poetas también despedían llamas: Cesaire, Alfa Ibrahin Sow, Siriman Cissoko, Boñini… en fin, la mayoría de las plumas llevaba inoculada la violencia: la veían, la comían…: eran testigos de la tremenda violencia del Colonizador, del Amo, que había arramplado con todas las tierras y riquezas de los habitantes del lugar. Tan contaminados estaban por esa Violencia que otro poeta Epanya-Yondó tuvo que exclamar: ‘¡Alcémonos primero contra esa violenta marea!’ Se daban cuenta que con semejante actitud, con esa violencia sin organizar, eran como ciegos con una pistola; en realidad: borregos conducidos hacia la represión brutal del Amo que tenía un ejército armado hasta los dientes. Lamín Diajaté lo expresó en magníficos versos: ‘De una marejada de violencia/ surgió tu nombre/ ahí estás, emerges / de la babosa muchedumbre/tus ojos fulminan a los frenéticos/es el camino del saber que han querido prohibirte’.
Tenían esperanzas. Querían organizarse. Tocaban el horizonte. Pronto saldría la aurora a pesar de la negrura de la noche: La Independencia, el Socialismo.
Pero ha pasado el tiempo y las palabras permanecen vigentes: hoy es siempre todavía. De aquellos polvos estos lodos: las Independencias no solucionaron nada, el Socialismo fue una filfa. Los pueblos están más hambrientos, las esperanzas se han desvanecido en la Tierra y solo les quedan las alturas: ¡Alá es grande!, gritan. Y se subieron hasta las Torres Gemelas para derribarlas. Ya que no queda salida en la tierra, pues… ¡a volar por los aires! Los muertos irán al Paraíso Celestial. Matan a nuestros hermanos palestinos, declaran encendiéndose. Y con los ojos brillantes que parecen estar vislumbrando un mundo libre de las miserias de esta vida, añaden: ‘Moriremos matando’. ¿A quién? A cualquiera que se presente por delante si es de este Mundo Occidental que vive en la holgura a cuenta de sus riquezas robadas.
Esa Violencia de los poetas de la Independencia está ahí, alimenta a las nuevas generaciones. Es una Violencia Ciega, desesperada, irracional. Se ha encarnada en la Guerra Santa. Les han cortado todos los caminos, llevándolos a un callejón sin salida. De momento. Y por lo que vemos unos utilizan las bombas y otros ensayan el asalto por tierra, mar y aire. Los bárbaros están a las puertas. No sabemos si los poetas, que hemos citado, habrían apoyado estas posturas sangrientas de Los Condenados de la Tierra, aunque Patrice Kayo escribía ya estos versos:

Callos multicolores



Entró en la furgoneta, se sentó ante el volante, arrancó y marchó calle arriba. Mi compañera y yo nos miramos estupefactos. No entendíamos que relación podría tener una tintorería y los callos.

Aunque pensándolo bien, la idea era la mar de original. Por la variedad de colorido que adquirirían los callos. Hasta ahora siempre los habíamos tomado con una salsa ligeramente marrón o como muy extraña tendiendo a asalmonada. Pero nada más. A partir de este momento la cosa tendría una variante arcoirisada CALLISTA. Veríamos los callos a la madrileña, por ejemplo, del color que más nos apateciera. El comensal elegirá entre una amplia gama, porque el restaurador le exibirá en la carta toda una paleta multicolor, fotografiados tal y como hayan salidodespués del entintado: morados, azules, amarillos, rojos, verdes... en fin, como las alfombras, los calcetines, las bragas, los calzoncillos...

Es mas, podría elegir el color haciéndolo concordar con la ropa que llevara, para que la coherencia subiera un punto para salir al paso de la contradicción en que a veces caemos como individuos, como personas sujetas a dudas en momentos determinados ¡los callos nos ayudarían con su variado colorido! Apoyándose en su estómago que suele jugar muy malas pasadas a la moralidad de los personajes de la historia de la humanidad: el caminar por el mundo con esta posibilidad arcoirisada en materia de callos sería menos titubeante.

Vamos a poner un ejemplo, por ejemplo, (es solo un ejemplo entre una inconmensurable cantidad): va a producirse una huelga general en el sector en que trabaja el individuo del ejemplo. Y él es rojo. Muy muy rojo. Debe seguir por tanto la huelga. Adherirse de lleno. Pero puede peligrar su puesto de trabajo. Para disimular la víspera se viste de azul. Sin el yugo y las flechas y sin la gaviota, por supuesto. Él es muy hombre. Los jefes son muy amables con él. Lo invitan a comer. Opíparamente. Elige callos a la madrileña. Color aguirregallardonista. Azules. Muy muy azules. Lo que le ayuda para comenzar el día siguiente que empieza la huelga como un azulado esquirol.

Además había comprobado que los calzoncillos habían adquirido un azulado marino. Como íbamos dándonos cuenta, las ventajas del entintar callos eran innegables. Esto se nos ocurría, escojonándonos de risa, mi compa y yo,viendo alejarse la furgoneta que mostraba una letras muy, muy claras: "Tintorería La Selecta. Especialidad en callos".

El vaporcillo a lo lejos



Salió a pasear con el objetivo de alejar de su cuerpo la carroña, un poco de tiempo más. La carroña. Esa mierda en la que sin duda se convertiría. Solo un poco de tiempo. No para siempre, pues eso sería una pretensión de dioses impensable en él que era un mortal.

Era una soleada mañana muy muy agradable. De invierno. Una pareja de buitres volaba en círculos sobre su cabeza. Los hijoputas parecía seguirlo. Pero se iban a joder, no estaba dispuesto a servirles de banquete. Los grajos, unos metros más allá, posados al fondo del sendero por donde caminaba, levantaron el vuelo en medio de una algarabía de grajidos. Se paró al lado de un riachuelo. Siempre quedaba arrebatado por su murmullo. Aunque en este caso lo hizo para contemplar las márgenes plateadas por la helada de la noche. Ya antes había visto los charcos congelados sin que les hubiera prestado la mas mínima atención. Y es que el día era soleado, como ya se ha dicho, y, a ratos, el sol se hacía patente en su cuerpo. El riachuelo le llevó a su cerebro la conciencia de la helada conque la noche había castigado a la tierra. Y casi al mismo tiempo su cabeza, con poco pelo ya, recibía el cariñoso beso de la fría mañana.

Mañana contradictoria: fría en su testa y cálida en el resto del cuerpo.

Alzó la vista al camino y justo donde habían estados posados los grajos se elevaba una pequeña humareda, un vaho que indicaba, a las claras, que a pesar del sol la mañana tardaba en liberarse del frío. El causante de ese vaporcillo se alejó pausada pero decididamente. Y, traspasando la cima de la cuesta, se ocultó a la vista.

Acá y allá se iba despertando la vida.

Un coche le distrajo de sus meditaciones. Luego otros vehículos pasaron saludándolo con sus bocinazos. Los buitres eran ya apenas unos puntos negros en el cielo. Y los grajos alborotaban en la arboleda.

Cuando llegó a la altura de la humareda ya se habían acercado otros seres. Seres que sería difícil de describir uno a uno. Dominaba, sin embargo, un brillo: el metálico. Los colores iban desde el gris oscuro casi negro o azulado, entreverado de morado o lila. Sus movimientos indicaban que el gozo sobrevolaba sobre todo. Se encontraban muy a gusto.

Indicio claro de que su olor era aroma agradable para ellos. Y, curiosamente, aunque no todas las mentes estaban abiertas de par en par a su materia, esta era origen de vida. Sin ir más lejos, las flores se revestían de un colorido más vivo con su sustancia.

La materia de la que hablamos, incluso había servido al régimen maoísta de reforzamiento ideológico. Y para librase de algunos enemigos en la llamada Revolución Cultural, enviándolos a los lugares donde era más abundante. Pensaban, ellos, los dirigentes maoístas, que los adversarios se reeducarían al estar cerca de ella y manipularla. Los campos, muladares, estercoleros, ciénagas se llenaron de cientos de miles de intelectuales. Si bien, los campesinos, no entendieron, nunca, del todo, que algo tan corriente, materia tan evidente, para ellos, y muy propia del Hombre con mayúscula; es decir: del hombre y la mujer en general, pudiera provocar, como provocaba, rictus de asco; como tampoco entendían que fuera origen de regeneracionismo en esos cientos de miles.

Lo cierto es que, en un primer momento, les producía su vista, a estos cientos de miles de enemigos del maoísmo en el poder, un estremecimiento de repugnancia.

El caminante contempló, serenamente, el incesante ir y venir, gozoso, de esos seres de metálicos brillos que se afanaban por impregnarse de la sustancia a la que nos estamos refiriendo y de la cual, la naturaleza, que es muy sabia, extrae vida en primavera aromatizándola y llenándola del más bello y arcoirisado colorido.

No entendía el viajero, de esa mañana de invierno, cómo era tan primaveral. Y, si no fuera por la amenaza del cambio climático, diría que el mundo se había vuelto del revés. Y no entendía, tampoco, ni la repugnancia de esos intelectuales, ni las medidas que emprendiera el régimen maoísta provocando una crisis política y económica, pues la industrial quedó prácticamente paralizada… ¿Qué necesidad tenía?... ¿Surgirían con ello mas flores y más escuelas de pensamiento como rezaba uno de los eslóganes de Mao Tse Tung al que luego denominaron Mao Tze Dong?... ¿Qué imperiosa necesidad tenían de hacer sufrir a esos intelectuales?... ¿Es que no sabían, de sobra, esas mentes pensantes la importancia de esa materia?... Si no lo entendían… malo… no eran intelectuales. Otras preguntas: ¿No llevaría la medida represora, la protesta y el odio por todo el país?... ¿Iban a volver, olvidando su vejación, como tiernos corderillos, a sus lugares de origen cuando les levantaran el castigo?...

Habría que responder, pensaba el paseante, que fue una medida estúpida. La naturaleza no necesita de la comprensión de las personas para abrirse paso. En cierta medida fue una decisión de ideológico tinte idealista. Por lo tanto reaccionaria.

Y en cuanto al sentimiento de asco, repugnancia, ante la mierda, antes las cagadas, ante los excrementos en general, es muy corriente. Se da muy a menudo. Y, aunque haya refranes que intentan contrarrestar ese movimiento irracional, como aquel que dice ‘Al que le huele en el culo lo tiene’, no es menos cierto que tiene mala prensa. Pero, para ser objetivos, y él lo era, no hay más que ver a todos esos insectos, pensaba, de metálico brillo lo a gusto que se lo están pasando; es decir: lo que para unos es abyecto para otros es manjar exquisito.

Hasta para él, que comprendía muy bien el poder que tiene la mierda, las cagadas de las vacas y bueyes, como ese que acababa de depositar los excrementos y se había alejado parsimoniosamente, le resultaba el olor desagradable. Y para las moscas…. ¡ummm!... se relamían. Y las plantas, todos lo vemos, lo asimilaban estupendamente como abono que era.

Miró al cielo, acordándose de los buitres. Ellos, antes, volaban en círculo. En algún lugar, también, se estaría elevando el olor nauseabundo de la carroña que, para ellos, es perfume de rosas. Pronto se lanzarían en picado hacia la mierda.

lunes, 18 de junio de 2012

Iswe Letu: Ese río de sangre palestina. Ese río...


Tomado de:

http://senocri.blogcindario.com/2009/01/00231-jose-m-amigo-zamorano-ese-rio-de-sangre-palestina.html
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Si. Fue un antiguo amigo y camarada. 'Cazi na! Esto nos contesta, por desgracia, él, con el que, efectivamente, militamos, un día, antaño, en el mismo partido:

"¡Ah! Lo del 'pueblo' palestino... Está, como el 'pueblo' judío -creo que Amos Oz coincidiría- padeciendo a los fundamentalistas de ambos bandos ayudados por sus apoyos fundamentalistas exteriores. ¿Son 'hermanitas de la caridad' los que mueven los hilos de la violencia y el terror desde ambos bandos? Ya estoy cansado de maniqueísmos."

Y como ha escrito algunos libros de poemas y ha asistido a tertulias medianamente poéticas nos ha venido a las mientes unos versos de Rubén Darío en 'Cantos de vida y esperanza': 

"Mi intelecto libré de pensar bajo,
bañó el agua castalia el alma mía,
peregrinó mi corazón y trajo
de la sagrada selva la armonía."


Lo recordamos por él y por nosotros. ¿En estos momentos, precisamente ahora, que vemos los sesos y las sangres palestinas chorreando paredes o regando suelos no es pensar muy bajo escribir esas palabras?... ¿En qué fuente habrá bañado su alma?... ¿Dónde habrá peregrinado su carazón durante estos años?... ¿Es esa la armonía que ha traido de sus viajes?...

Porque nosotros hemos andado también y al parecer no nos hemos sumergido en las mismas aguas; hemos visto y no podemos decir que caminamos en armonía, sin sublevarnos contra nosotros mismos, si no hervimos indignados, si no nos ponemos rojos de cólera, ante este río de sangre, ante este río...

Este río de sangre palestina nos impide razonar con semejante neutralidad; con esa equidistancia de la que hace gala nuestro antiguo amigo y camarada; esa objetividad repugna a nuestra inteligencia y a nuestras entrañas; hiere los sentimientos de hombre, de padre, de amigo, de camarada; se da de bofetadas con el afán de paz, de libertad, de justicia, de igualdad, de misericordia... ; con esa indiferencia, con esa objetividad, con esa neutralidad, con esa equidistancia no podríamos andar ni un paso sin que se conmoviera nuestra conciencia solidaria.

Sabemos que hasta los comportamientos más siniestros o atroces se pueden justificar con hermosas palabras. Y podemos entenderlo, a duras penas porque es un intelectual, en Amos Oz (lo decimos porque intelectual fue Einstein y él y otros prominentes judíos denunciaron la deriva nazifascista de Menahem Begin allá por 1948) Pero, ni este escritor judío, ni nuestro antiguo amigo y camarada, nos pueden hacer comulgar con las ruedas de este molino sangriento que es el ejército sionista, por bellas palabras que utilicen, por muy bien hiladas razones que esgriman. A veces la razón produce monstruos.

Además es un empeño vano: los gritos de dolor de los asesinados se seguirán oyendo por largo tiempo porque la sangre es muy clamorosa. Y la inocente más. Cartago (perdón, los dirigentes cartagineses) intentó ahogar los llantos y los gritos desgarradores de los niños que sacrificaba, asesinándolos, ante el templo de su dios, con los cánticos de sus coros 'celestiales'. En vano. Han pasados siglos desde entonces y aun hoy nos martillean los oidos.

En fin, hoy nieva por estos lares. Una nevisca fina que llaman rabia. Porque rabiosos son sus copos cuando se clavan, como agujas, en la piel. Cada una de las palabras de este antiguo amigo y camarada eran como los copos de rabia que caen por aquí en nuestra alma.

Fue un antiguo amigo y camarada. Lo fue. Nada mas. Y nosotros, que no hablamos de fundamentalismos, aun esperamos que lo que nos ha parecido, lo que en apariencia parece, no sea más que un espejismo subjetivo.

La cuestión de la mujer


A pesar de leyes contra la 'violencia de género', como se denominan a los asesinatos, sobre todo de mujeres, ocasionados por maridos novios o amantes, sigue el goteo de muertes. Y hasta se incrementan de unos años a otros.

Las asociaciones de mujeres piden más medios para que la ley sea todo lo virtuosa que se supone que es.

Encuentran que hay lagunas en uno o en otro aspecto. Que habría que reformarla. O endurecer las penas.

Pero no se quedan ahí:  reivindican más represión, más policía. Empero como, no obstante, la sangre derramada no cesa elevan el tono acusando a buena parte de la sociedad de pasividad ante el crímen. Piden que se denuncie a los maltratadores al menor indicio o sospecha que se produzca. Que no se pare ante nada ni ante nadie: padres, hijos, sobrinos y demás familia. Es ya el colmo de la locura: una comunidad de chivatos para que nadie se mueva.

Ni el nazi-fascismo hubiera soñado nada igual.

Olvidan en su indignación ante estos viles asesinatos que muchos de ellos nacen del propio ser. Ante esto pocas medidas pueden aplicarse que sean capaces de detener la mano asesina.

No quiere decir esto último que no haya que castigar a los homicidas, ni que no haya que insistir en ello y educar a la sociedad en el respeto a la vida del prójimo.. No. La ley debe caer sobre todos los delincuentes. Lo que queremso expresar es que estamos ante un material muy dificil de modelar: los sentimientos, las pasiones, que mueven lo más profundo del individuo.

Es muy delicado. Ya el pueblo tiene un refrán al respecto que reza más o menos así: en asuntos familiares no metas el cuezo.

Es la experiencia de siglos que ha contemplado esas pasiones en ebullición que pueden explotar en cualquier momento. Y salpicar su metralla a diestro y siniestro.

La literatura ha reflejado esos estados. Los ha plasmado fielmente. Nos acordamos de La Celestina. Pero Goethe en el 'Fausto' hace mención a ello. Hay muchos ejemplos. Y ahora nos viene a las mientes uno contemporáneo: en escritor marroquí Mohammed Chukri en su 'El pan desnudo'. Ellos han elevado hasta cumbres hermosísimas estos conflictos humanos que acaban trágicamente. Sabían que jugaban con fuego. Pero este elemento no ha venido del exterior. Con él habitamos. Es parte de nosotros.

Cuando escribimos estas notas nos estamos acordando del que fuera nuestra amigo, el escritor don Eusebio García Luengo, no ha mucho fenecido. Él era un admirador del teatro dramático, de la tragedia, donde las pasiones, los sentimientos, se exponen al desnudo, sin artificios. Le atrajo siempre y sobre todo Augusto Strindberg. De 'La Danza macabra' o la 'Señorita Julia' subtitulada 'Tragedia naturista en un acto', nos habló en alguna ocasión.

Esta última, 'La señorita Julia', la hemos leído recientemente varias veces en memoria y homenaje al amigo que se nos fue con 94 años hace pocos años.

Allí se hallan, creemos, muchos de los ingredientes que en proporciones incalculables dan como resultado la muerte de mujeres (o de hombres, menos, que también mueren) un día si y otro también en nuestros días: el amor y el cálculo. La pareja de personajes se atraen pero se odian. El sexo los junta en apariencia de amor pero cada uno tiene sus motivaciones. Diferentes. Contrapuestas.

Si esto, que en la trajedia de Strindberg se resuelve yéndose cada uno por su lado, termina en una unión estable de hombre y mujer (ahora nos atreveríamos a decir que de hombre y hombre y de mujer y mujer), en una cohabitación, en un ajuntamiento, o en un matrimonio con todas las de la ley, alguno de los miembros de la pareja podría llegar a matar al otro.

O no. Como ocurre muy a menudo.

En este caso el sueño sangriento sustituye a la realidad; la imaginación a la concreción del asesinato.

Mientras, para el vecindario, comieron perdices y vivieron y murieron felices.

Chinua Achebe ideó este personaje arquetípico


Tomado de:

http://isweletu.blogspot.com/2009/11/iswe-letu-okonkwo-arquetipo-de-una.html 


Para comentar la novela del nigeriano Chinua Achebe, rotulada 'Things fall apart' (Todo se derrumba) de 1958 y editada por Ediciones Alfaguara en 1986, hoy, que estamos a finales de noviembre del 2009, día soleado y con una temperatura tan cálida que es impropia de estas fechas tan avanzadas del otoño, es quizás un momento muy conveniente.

Lo decimos porque si el cambio climático, del que tanto se comenta, se confirmara, el sistema de vida que llevamos se derrumbaría y muy probablemente la búsqueda de agua sería una ocupación cotidiana y angustiosa; los conflictos por la tenencia de manantiales ocuparían las primeras planas de los diarios; y los debates en los medios de comunión de masas y en el parlamento de la España monárquica, heredera de una dictadura fascista, se llevarían una parte importante del tiempo, siendo los representantes políticos de los aguatenientes los que llevarían la voz cantante.

Ante ese hipotético derrumbe en esta parte del mundo, los hados no lo quieran, los seres humanos se verían concernidos a tomar posturas ante los nuevos retos que esta situación les enfrentaría y no todos acertarían en el remedio.

En 'Todo se derrumba' el cambio de clima es político ante la invasión de los colonialistas. A veces, muchas veces, esa invasión es incruenta al principio y se nota sólo en la presencia de la vanguardia de esos imperialistas: las religiones foráneas cristianas. Su labor encuentra resistencias, en ocasiones difíciles de salvar; en otras halla terreno abonado por las injusticias que se dan en el lugar donde penetran. Cuando descubren estas organizaciones reaccionarias un terreno propicio lo cultivan con esmero, lo miman. Porque las iglesias, como toda organización humana, explora el terreno antes para averiguar los fallos, las grietas, el punto débil del lugar, atacando por consiguiente por ese flanco. Si no lo encuentran, se retiran.

Al principio su táctica es de mansedumbre, cual mosquitas muertas se muestran, como... si estuvieran sin estar. Luego, ya establecidas, se vuelven intolerantes, injuriosas, dictatoriales.
Así, en esta novela, de una manera casi impercetible (de ahí la maestría del autor) le van segando la hierba a las creencias paganas de las aldeas de Nigeria. Y más tarde, cuando ciertos habitantes quieren rebelarse contra imposiciones e injusticias el clan ya no responde como un solo hombre. ¿Por qué? Pues porque hay individuos que se han pasado al invasor con armas y bagajes. Y si, es cierto, son aun mayoría. Todavía. Incluso se levantan y luchan, pero se dan cuenta, enseguida, sufriéndolo en propias carnes, que la tal religión mansa, tierna, comprensiva... de la que se rieron al principio consintiendo, como lo consintieron, que edificara sus casas no dándole importancia, tiene detrás sus cancerberos que guardan sus espaldas: tropas, leyes, jueces... que reprimen, apalean, juzgan y encarcelan. O, simplemente, los ahorcan sin mas. O incluso entran en una aldea y matan a todos los habitantes en represalia por algo. Son así de brutales los invasores.

Estos hechos enfurecen a los ancestros, que se agitan alarmados en las tumbas. Los dioses de las aldeas están intranquilos y los dioses personales, con la rabia en su ser, no dejan dormir tranquilos a los hombres. Los incitan. Los azuzan... Hay que plantar cara al invasor. Se exige una respuesta contundente que... solo el personaje la lleva a cabo. Se encuentra aislado. Ni los amigos lo siguen. Y menos el clan, claro. Todo se le ha derrumbado. Ya no tiene nada que hacer en este mundo.

El autor, con una visión autóctona de Nigeria y no con el sello unilateral del intelectual colonialista, se da cuenta de que la acción del invasor inglés, su política, su ideología, sus religiones, han hecho mella, desgraciadamente, en una parte de la sociedad africana, concretamente en Nigeria (*), e influye, no cabe duda, en los comportamientos de las gentes. Ya no es el clan todo. Han calado esa creencias foráneas.

Sin embargo, aquí, de lo que se trata, sobre todo, es de resaltar la impotencia de la sociedad, representada en el personaje principal, Okonkwo, ante este cúmulo de situaciones nuevas, ante estas cataratas de injusticias que comete el invasor. De modo que, como decíamos más arriba, es un inútil ante ese estado de cosas.

Si decimos que es una pequeña obra maestra, es como si no dijéramos nada. Pero, efectivamente, en pocas páginas (no llega a 200) retrata a todo un personaje con su radical machismo propio de una sociedad rural, elevándolo a arquetipo de una época, analiza las creencias paganas y las compara con las del invasor, sin que salgan muy bien paradas ambas.

Para captar todos sus matices habría que leerla. Hagan ustedes lo que quieran.

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(*) El padre de Wole Soyinka, Premio Nobel de Literatura de Nigeria, por ejemplo, era pastor protestante


El haitiano Depestre cantó a Stalin


René Depestre cantó a Stalin

Una vez le leímos a René Depestre un elogio de Stalin. Como no guardamos el escrito hemos redactado otro que, creemos, guarda relación con aquel del que ya no poeemos copia. Así nos ha quedado el recordatorio. Que René Depestre, que quizás ya no piense lo  mismo del lider bolchevique, nos perdone este remedo, pero estamos seguros de que por ahí iban sus palabras sobre el georgiano José Stalin. Por ese camino andaban sus ideas. Seguro. Y que coste, una vez mas que esto es una disculpa para recordar y homenajear al pueblo haitiano en uno de sus hijos, como lo es este poeta, llamado René Depestre.

"Cantamos al mas puro cristal sacado en nuestro tiempo; a un hombre transparente, sin carantamaulas; a un macho sin costuras, ni remiendos; a un varón entero, de una sola pieza, con dos cojones; materia recogida por la segur de la historia y moldeada a golpes de macillo en el yunque de los desheredados de la tierra; de una substancia como un virote o gorguz de luz incandescente dirigida hacia los hogares proletarios donde reina el frío, la oscuridad y el hambre.

Cantamos al río tumultuoso de este personaje sin tacha, no porque sea representación del desorden, algarada sin norte, antes bien, lo cantamos pues levanta tumultos de indignación con el fin de escacharrar los fundamento indignos e injustos que los concitan; persona sin rodeos: desde su nacimiento al océano que lo acoge en su interior como una madre generosa.

Cantamos su agua abundante y encorajinada (según y como se interprete la historia del momento; ya se sabe que cada uno cuenta y canta la historia en abierta, y no cerrada, concordancia con las peripecias que sobrevienen en ella) dimanante de las celliscas de las montañas; y que, gota a gota, va transformando nuestros millones de corazones desarrollados, en pimpollos, productos y semillas de una nueva madrugada.

Cantamos su intransigencia, su acero puro, en la cual se estrellarán aquellos que pretenden descaminar el recorrido de la historia del hombre liberado de ataduras".

Iswe Letu: Yo, Robustiano, de muy niño...


 Así me lo contó un hombre:

"Yo, Robustiano, de muy niño, -empezó diciendo-, un día me escapé de casa. Ahora, ya adulto, no sabría decir por qué, cual fue el impulso que me movió a hacerlo. Lo cierto es que, un día, por la tarde, cogí la burra de mis padres, la arrimé a un poyo que había enfrente de la puerta del corral, subí al poyo, monté en la burra y me marché al pueblo de mis tios que distaba unos tres kilómetros de mi casa. Aunque yo, entonces, no sabía de distancias métricas.

Al principio iba un poco nervioso por si el animal se espantaba y me tirara al suelo. Mas como viera que caminaba muy tranquila se me fue la inquietud y comencé a fijarme en todo lo que se me ofrecía a la vista: los álamos que crecían a la izquierda del camino junto a una poza y que se estaban dorando cuyas hojas caían arrancadas por el poco viento, las viñas de hojas amarillentas que escondían a duras penas los racimos dorados o las moradas uvas, los rastrojos que las ovejas limpiaban de los últimas espigas caidas... y el otero que se elevaba al fondo de forma de parva. Yo sabía que en llegando a él había andado la mitad del trayecto y por lo tanto estaba más cerca de la casa de mis parientes.

¡Ah, la casa de mis tíos! Quizá esa fue una de las razones que me llevó a escaparme de la mía. La casa de mis tíos era grande. Bueno yo de grande o pequeño poco sabía, aunque si comprendía que se estaba mejor que en la de mi madre que tenían buracos las paredes y grietas las puertas y se colaba el frío en invierno y el calor en el verano; además de caer goteras en la cocina cuando llovía. Seguí camino adelante mirando de cuando en cuando el otero. Decían de él que allí habitaba la gallina de los huevos de oro.

Me puse a cantar. Decían que cantando se espanta a los malos espíritus. Pero de espíritus, eso si me acuerdo, tengo que decir que los sentía como si fueran unos seres amenazadores, malignos, sin haberlos vistos nunca. Solo de pensarlos me daba miedo. Dejé de cantar. Por un instante pareció como si el cantar sonara en mi oído cada vez más debil, así como si se alejara poco a poco de mi y me dejara solo. Se hizo el silencio. Tan solo se oía el paso de la burra en el suelo del camino.

-¡Sooo! -exclamé.

La burra se paró. Miré en derredor. Nadie. No había nadie. Estaba yo solo, el campo amarillento y el otero a la derecha a mi espalda. Unos grajos pasaron chillones. Me asusté. Quisé volver. Pero si daba marcha atrás a lo mejor se hacía de noche porque estaba ya muy lejos. Lo sabía ya que el otero lo había dejado atrás. El pueblo de mis tíos no estaría lejos. Arreé a la burra y trastumbar una cuesta apareció el pueblo lo que me llenó de alegría. Me guié por la la torre de la iglesia al saber, como sabía, que la casa de mis tíos estaba cerca de la iglesia.

Me recibieron con muestras de cariño. Asombrándose de que, siendo tan niño, hubiera logrado llegar solo hasta allí. Luego me hicieron muchas preguntas hasta que averiguaron que había venido sin permiso de mi madre. No les gustó nada, me riñeron (no mucho) diciédome que allí, en mi casa, estarían preocupados mi madre, mi hermano y mi hermana. El tío Práxedes dijo que si no fuera tan tarde, estaba empezando a oscurecese y se haría de noche por el camino, el me hubieran llevado de vuelta a casa. O mejor se hubiera acercado a casa de mi madre para decirle que yo estaba con ellos. -

-Mejor, lo haré mañana -concluyó mi tío.

-¡Mira que si te encuentras con uno de esos maquis o rojos...! ¡Quita, quita!... Solo de pensarlo se me ponen los pelos de punta... -dijo mi tía Eufrasia- ¡Dios mío! ¡Estos niños de hoy!...

Mis primos Afrodisio y Clemencia -esa fue quizás otra de las razones por las fui al pueblo de mis tíos- me llevaron al sobrado y estuve jugando con ellos hasta la hora de cenar. Cerca de la mesa del comedor estaba la lumbre. Se estaba muy calentito allí. Y no sé como lo hicieron... lo cierto es que por la chimenea apareció un paquete que iba bajando poco a poco. Yo lo veía bajar arrobado. Dentro había caramelos. Era un regalo que me hicieron los ángeles al saber que me había arrepentido de marcharme de casa sin permiso de mis padres. Lloré de alegría.

Estábamos jugando a la oca cuando, ya muy tarde, llamaron a la puerta. Mis tíos se asustaron. Todos nos asustamos. Y más cuando se abrió la puerta y una voz ronca que yo bien conocía exclamaba:

-¡Tíos!, no se asusten, soy yo, Macario, vuestro sobrino, ¿no estará mi hermano aquí?

En el umbral de la entrada a la cocina se destacó enseguida, echo una furia, mi hermano Macario.

-¡Mira donde está! Todo el pueblo buscándolo por el campo... ¡Lo mato!

Y se acercó levantando la mano con intención de atizarme. Cosa que mi tío impidió.

Ya más calmado explicó que, al no aparecer yo, como siempre lo hacía, a merendar, se empezaron a preocupar. Preocupación que fue incrementándose con el transcurso del tiempo, hasta que, llegada la noche, todo el pueblo se movilizó dando batidas en la oscuridad de la noche voceando a grito pelado mi nombre temiendo que me hubiera caído en algún pozo de los muchos que había por los alrededores del pueblo. O que hubiera sido raptado por rojos o maquis. Esos rojos o maquis, quienes fueran, debían de ser temibles, pensaba, dándome cuenta del peligro que había pasado por el camino montado en burra en dirección a la casa de mis tíos. Y yo tan tranquilo cantando... Me estremecí...

Mi hermano se fue como vino y, aunque más sosegado, aun echaba chispas por sus ojos. Montó en su caballo y pronto se perdió el galope en la noche cerrada.

Por la mañana retornó y me devolvió a mi pueblo. Me dio, eso si, unos azotes. Y ahí se quedó mi aventura.

Bueno, fue ese episodio de mi vida el que me hizo descubrir a rojos y maquis: el miedo a gente desconocida. Si bien ya tenía yo otro miedo: miedo a la pareja de la Guardia Civil. Pareja de guardias con sus negros y brillante tricornios que se apostaban, escondidos en la noche, por recodos del camino. Era el otro miedo. Un miedo a gente de carne y hueso, gente conocida. Un miedo del que nadie te advertía, del que nadie hablaba en voz alta y todos lo sentían.

Mi hermano trabajaba en una empresa de resinas, La Resinera la nombraban. De modo que dejó el caballo en la cuadra junto a la burra y se marchó al trabajo. Mi madre me cogió en sus brazos. Me acarició. Lloró y lloré. Y cuando pasó un rato me miró y dijo:

-Hijo, no vuelvas a escaparte. Nos has hecho sufrir mucho pensando si te habrá pasado algo.

-No volveré a irme. Lo juro. Por estas -y puse dos dedos en cruz-. Mamá, ¿quienes son los maquis y rojos? ¿son muy malos?...

-Cuando seas mayor lo entenderás...

-Pero, ¿son muy malos?

-No lo sé, hijo. Eso dicen, que son muy malos -contestó llorando desconsoladamente.

-No llores, mamá. No volveré a escaparme.

-Bueno, pero lo que si vamos a hacer es lo siguiente -y llamó a mi hermana que era mayor que yo y me cuidaba y me defendía-: si aparece un desconocido por aquí, rojo o maqui, tu hermana y tú os escondéis enseguida; allí, en el caseto que está junto al corral y la cuadra.

-Vale, mamá, así haremos -respondió mi hermana.

Como he dicho, mi hermana era mayor que yo y me cuidaba y jugaba conmigo cuando mi madre iba al pueblo de compras o a ver a mi abuela; o si mi abuela y mi madre se marchaban al huerto que teníamos cerca del arroyo.

A media mañana mi hermana y yo estábamos cogiendo níscalos cuando oímos pasos de caballería y corrimos a escondernos en el caseto que nos dijo la madre. Era la pareja de la Guardia Civil. Cuando venía a casa, y lo hacía a menudo, mi madre se ponía muy nerviosa. Le tenía miedo. Nosotros también. Se apearon -los veíamos desde el caseto-. Llamaron a la puerta y mientras uno se quedó fuera el otro entró dentro de la casa. Yo me imaginaba a mi madre aterrorizada, temblando y al guardia civil escudriñando cada rincón de la casa diciéndole:

-¿No tendrás a nadie escondido?

Y mi madre:

-No, señor. Si por aquí no pasa nadie.

-¡Mentira! El otro día dicen que vieron a alguien...

-Malas lenguas, señor comandante.

-¡Sargento, coño, sargento!

Tenía al guardia civil y a esas palabras en mi cabeza. Habíamos contemplado la escena mi hermana y yo acurrucados debajo de la mesa de la cocina. Ovillados. Casi como estábamos allí en el caseto. Desde el que veíamos al guardia civil salir de la casa diciéndole a mi madre:

-Ya sabes, si ves algo, avísanos. Y si no... atente a las consecuencias.

Montaron en sus caballos. Y las verdes capas de miedo se alejaron camino adelante.

Vino la abuela Cesarina al día siguiente y nos llevó, mejor nos arrastró, a mi hermana Eudosia y a mi a la escuela a pesar de nuestra resistencia casi numantina a ir.

De mi casa al pueblo donde vivía mi abuela y donde se hallaba enclavada la escuela había una larga caminata. Para mi, claro. Aunque yo, entonces, de largo y corto poco sabía. Y ahora lo que sé es que eso no quiere decir gran cosa, pues lo que para unos es muy corto, para otros es largo. Lo cierto fue que a mi me pareció un camino largo. Y como no quería ir a ese lugar llamado escuela, porque ninguno de los que iban allí era conocido mío, me pareció que al camino se alargaba aun más.

Los pinos acompañaban mi andar, los pájaros se reían saltando de rama en rama, las ardillas saboreaban las piñas, muy serias, como si se apenaran por mi destino. Solo una víbora pareció poner una barricada sinuosa para que yo no fuera a la escuela colocándose en medio del camino. Mi abuela cogió un palo y le quiso atizar pero ella se deslizó sin hacer ruido entre la hojarasca del pinar.

Y los pinos, ¡ah, los pinos!, me miraban también muy serios, casi tristes. Yo los veía llorar resina que resbalaba a la cazoleta de barro que todos tenían muy cerca de la tierra. La resina es como la sangre de los árboles, pero a mi, en esos momentos, se me parecían lágrimas. Para que la resina manara le hacía un corte más arriba de la cazuela. Claro, herido, el pino sangraba y su sangre, su resina, caía en la cazuela que luego los obreros de La Resinera, entre ellos mi hermano, la recogían.

Recuerdo que tanto a los árboles como a los animales que veía los saludaba con la mano como si me despidiera de ellos para nunca mas volver.

El maestro, Don Eliseo se llamaba, se mostró muy cariñoso a la puerta de la escuela. Y la maestra de mi hermana, Doña Clotilde, también acogió con cariño a mi hermana. Me contó que todas las niñas la miraban. Como a mi los niños. ¡Qué vergüenza tuvimos!

Luego, ya dentro de la escuela, me presentó, tras de rezar y cantar una canción que hablaba de camisas, bordados, muertes, estrellas y soles; elogió mi valentía por arriesgarme, solo, por esos caminos llenos de peligros, pero afeándome a continuación por desobedecer a mis padres; haciendo hincapié en los peligros que se encuentran por el mundo: toros sueltos, locos asesinos, culebras, tormentas... y sobre todo maquis o rojos que son lo peor, los enemigos de todos los españoles.

-Queridos niños, mucho cuidado con gente desconocida. Los rojos acechan por todas partes.

En el recreo me llamaron el maquis porque me había escapado de casa. Y me dejaron solo. Nadie quiso jugar conmigo. Incluso alguno me empujó. Yo le di un puñetazo en la nariz que le hizo sangrar.

-Toma, por empujar a un maqui -le dige enfadado.

Y acudió al maestro a decírselo. Don Eliseo me regañó. Como si yo tuviera la culpa. Sin embargo a mi hermana se le acercaron tres niñas con las que estuvo jugando.

Por la tarde no había escuela por lo que mi hermana y yo nos fuimos a recoger setas no muy lejos de casa, mientras mi abuela y mi madre se fueron al huerto a regar las plantas y recoger hortalizas.

Tengo que decir que nuestra abuela nos había enseñado a distinguir ciertos hongos comestibles de los que no lo son. Si bien nos había advertido que tuviéramos mucho cuidado porque había también parecidos a ellos y muy venenosos. Siempre recogiamos los hongos que estábamos seguros que se podían comer; por ejemplo: los níscalos, porque su colorido anaranjado es inconfundible; los llamados apagacandelas, pues los que son grandes son los buenos, los boletos y las setas de cardo, los demás ni los tocábamos. Había uno muy bonito y muy venenoso como la amanita, rojo y blanco; lo mirábamos admirados y miedosos.

Cuando tuvimos la cesta a medio llenar, descansamos un poco viendo los pájaros volar entre las ramas de los pinos y luego jugamos al escondite; el graznido de una urraca nos sacó de nuestros juegos y reanudamos la tarea de recogida de setas hasta colmar la cesta. La dejamos junto al tronco de un pino y nos acercamos a un zarzal que tenía moras y que se hallaba fuera del bosque de pinos. Estaban muy ricas y nos pusimos morados, nunca mejor dicho.

Satisfechos nos sentamos en una roca. Desde allí se veía el camino que conducía a nuestra casa y que allí se curvaba a la derecha para tras doblar la curva se veía la casa al fondo. Nosotros había dejado la cesta más arriba. El sol ya perdía fuerza y comenzaba a refrescar la tarde de otoño. No obstante nos quedamos un rato más sentados contemplando la casi puesta del sol.

Una ardilla subía por el tronco de un pino. Mi hermana se alzó la falda y se puso a mear detrás de mi, cerca del tronco de un pino. Yo oía el sonido del roce del meado al salir que sonaba como un bisbiseo. De repente dijo:

-¿No oyes?...

Volví la vista hacia atrás. Mi hermana estaba de pie con la falda recogida con la mano derecha a la altura de sus órganos genitales. Espatarrada. De su vagina, que la denominábamos por alli seta y no vagina, goteaba aun orina. Se había quedado quieta, como petrificada. Dejó caer su falda y repitió:

-¿Oyes?...

Yo hasta entonces no había oído nada. Y con la visión de mi hermana que meaba y no tenía pito... pues la verdad... no había captado ningún sonido. Pero ahora si, oía pasos. Trepamos por entre las rocas y los pinos hasta más arriba cerca de donde habíamos dejado la cesta con las setas. Desde allí se veía más camino y nuestra casa.

Efectivamente, a lo lejos, asomaba alguien que parecía traer alguna cosa en la mano derecha. Escondiéndonos. Sin hacer ruido. Cogimos la cesta y corrimos a escondernos en el caseto como conejillos a la madriguera. Por entre las tablas de la puerta veíamos acercarse a un hombre barbudo, malencarado, que traía una maleta en la mano. Temblaba yo de miedo. ¿Sería uno de esos maquis o rojos? Nos persignamos para que no nos descubriera. ¿Y si nos descubría?... ¿Qué haría con nosotros?... ¿Nos mataría?... Mi hermana me abrazó diciéndome al oído como en un susurro:

-No te preocupes. Yo te cuidaré.

Eso me calmó un poco. Yo no quería ni mirar y le preguntaba de vez en cuando que qué hacía el maquis. Ya daba por hecho que era un maquis. Mi hermana me decía lo que estaba contemplando por entre los tablones de la puerta del caseto:

-Se ha acercado a la puerta de casa. Llama. Aporrea. ¿Oyes?

-Si. ¡Oh, Dios mío! Dice Etelvina. Como nuestra madre. Le va a hacer algo malo. ¡Pobrecilla!

-Tranquílizate.

El hombre, tal como había dicho mi hermana, había llamado a mi madre y como nadie respondía, dejó la maleta a la puerta y se marchó.

No sabíamos qué hacer, si permanecer allí escondidos o salir gritando socorro a ver si nuestra voz llegaba hasta el pueblo o a los oidos de alguna persona que viniera a auxiliarnos.

En esas incertidumbres estábamos y ya habíamos decidido, cagados de miego, salir voceando, cuando vimos, asombrados, al hombre barbudo de la maleta entre mi abuela y mi madre, charlando amigablemente.

Salimos del escondrijo con la cesta de setas.

Resultó ser nuestro padre al que no conocíamos porque había estado preso en unas minas de mercurio en Badajoz. ¡Un rojo!. Había batallado en la guerra del 36/39 del siglo pasado en defensa del gobierno legítimo de la República. Es decir, un derrotado.

Mi abuela me decía que le besara, pero yo no quería. Me daba un no sé qué. No lo conocía de nada. Era un extraño. Un rojo y un derrotado. ¡Joder! Hasta podía ser un maqui."

Así me lo contó y así os lo cuento.