martes, 19 de junio de 2012

El vaporcillo a lo lejos



Salió a pasear con el objetivo de alejar de su cuerpo la carroña, un poco de tiempo más. La carroña. Esa mierda en la que sin duda se convertiría. Solo un poco de tiempo. No para siempre, pues eso sería una pretensión de dioses impensable en él que era un mortal.

Era una soleada mañana muy muy agradable. De invierno. Una pareja de buitres volaba en círculos sobre su cabeza. Los hijoputas parecía seguirlo. Pero se iban a joder, no estaba dispuesto a servirles de banquete. Los grajos, unos metros más allá, posados al fondo del sendero por donde caminaba, levantaron el vuelo en medio de una algarabía de grajidos. Se paró al lado de un riachuelo. Siempre quedaba arrebatado por su murmullo. Aunque en este caso lo hizo para contemplar las márgenes plateadas por la helada de la noche. Ya antes había visto los charcos congelados sin que les hubiera prestado la mas mínima atención. Y es que el día era soleado, como ya se ha dicho, y, a ratos, el sol se hacía patente en su cuerpo. El riachuelo le llevó a su cerebro la conciencia de la helada conque la noche había castigado a la tierra. Y casi al mismo tiempo su cabeza, con poco pelo ya, recibía el cariñoso beso de la fría mañana.

Mañana contradictoria: fría en su testa y cálida en el resto del cuerpo.

Alzó la vista al camino y justo donde habían estados posados los grajos se elevaba una pequeña humareda, un vaho que indicaba, a las claras, que a pesar del sol la mañana tardaba en liberarse del frío. El causante de ese vaporcillo se alejó pausada pero decididamente. Y, traspasando la cima de la cuesta, se ocultó a la vista.

Acá y allá se iba despertando la vida.

Un coche le distrajo de sus meditaciones. Luego otros vehículos pasaron saludándolo con sus bocinazos. Los buitres eran ya apenas unos puntos negros en el cielo. Y los grajos alborotaban en la arboleda.

Cuando llegó a la altura de la humareda ya se habían acercado otros seres. Seres que sería difícil de describir uno a uno. Dominaba, sin embargo, un brillo: el metálico. Los colores iban desde el gris oscuro casi negro o azulado, entreverado de morado o lila. Sus movimientos indicaban que el gozo sobrevolaba sobre todo. Se encontraban muy a gusto.

Indicio claro de que su olor era aroma agradable para ellos. Y, curiosamente, aunque no todas las mentes estaban abiertas de par en par a su materia, esta era origen de vida. Sin ir más lejos, las flores se revestían de un colorido más vivo con su sustancia.

La materia de la que hablamos, incluso había servido al régimen maoísta de reforzamiento ideológico. Y para librase de algunos enemigos en la llamada Revolución Cultural, enviándolos a los lugares donde era más abundante. Pensaban, ellos, los dirigentes maoístas, que los adversarios se reeducarían al estar cerca de ella y manipularla. Los campos, muladares, estercoleros, ciénagas se llenaron de cientos de miles de intelectuales. Si bien, los campesinos, no entendieron, nunca, del todo, que algo tan corriente, materia tan evidente, para ellos, y muy propia del Hombre con mayúscula; es decir: del hombre y la mujer en general, pudiera provocar, como provocaba, rictus de asco; como tampoco entendían que fuera origen de regeneracionismo en esos cientos de miles.

Lo cierto es que, en un primer momento, les producía su vista, a estos cientos de miles de enemigos del maoísmo en el poder, un estremecimiento de repugnancia.

El caminante contempló, serenamente, el incesante ir y venir, gozoso, de esos seres de metálicos brillos que se afanaban por impregnarse de la sustancia a la que nos estamos refiriendo y de la cual, la naturaleza, que es muy sabia, extrae vida en primavera aromatizándola y llenándola del más bello y arcoirisado colorido.

No entendía el viajero, de esa mañana de invierno, cómo era tan primaveral. Y, si no fuera por la amenaza del cambio climático, diría que el mundo se había vuelto del revés. Y no entendía, tampoco, ni la repugnancia de esos intelectuales, ni las medidas que emprendiera el régimen maoísta provocando una crisis política y económica, pues la industrial quedó prácticamente paralizada… ¿Qué necesidad tenía?... ¿Surgirían con ello mas flores y más escuelas de pensamiento como rezaba uno de los eslóganes de Mao Tse Tung al que luego denominaron Mao Tze Dong?... ¿Qué imperiosa necesidad tenían de hacer sufrir a esos intelectuales?... ¿Es que no sabían, de sobra, esas mentes pensantes la importancia de esa materia?... Si no lo entendían… malo… no eran intelectuales. Otras preguntas: ¿No llevaría la medida represora, la protesta y el odio por todo el país?... ¿Iban a volver, olvidando su vejación, como tiernos corderillos, a sus lugares de origen cuando les levantaran el castigo?...

Habría que responder, pensaba el paseante, que fue una medida estúpida. La naturaleza no necesita de la comprensión de las personas para abrirse paso. En cierta medida fue una decisión de ideológico tinte idealista. Por lo tanto reaccionaria.

Y en cuanto al sentimiento de asco, repugnancia, ante la mierda, antes las cagadas, ante los excrementos en general, es muy corriente. Se da muy a menudo. Y, aunque haya refranes que intentan contrarrestar ese movimiento irracional, como aquel que dice ‘Al que le huele en el culo lo tiene’, no es menos cierto que tiene mala prensa. Pero, para ser objetivos, y él lo era, no hay más que ver a todos esos insectos, pensaba, de metálico brillo lo a gusto que se lo están pasando; es decir: lo que para unos es abyecto para otros es manjar exquisito.

Hasta para él, que comprendía muy bien el poder que tiene la mierda, las cagadas de las vacas y bueyes, como ese que acababa de depositar los excrementos y se había alejado parsimoniosamente, le resultaba el olor desagradable. Y para las moscas…. ¡ummm!... se relamían. Y las plantas, todos lo vemos, lo asimilaban estupendamente como abono que era.

Miró al cielo, acordándose de los buitres. Ellos, antes, volaban en círculo. En algún lugar, también, se estaría elevando el olor nauseabundo de la carroña que, para ellos, es perfume de rosas. Pronto se lanzarían en picado hacia la mierda.

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