martes, 10 de junio de 2008

Un repaso por las letras de África

El continente africano...

tiene una valiosa y variada literatura que se ha ido desarrollando desde las primeras sociedades africanas y continúa floreciendo en nuestros días. La literatura africana escrita ha estado siempre en deuda con la literatura oral, que adopta formas muy diversas. Los proverbios y adivinanzas transmiten códigos de conducta y a menudo reflejan la cultura del hablante (de su uso dependen el arte de la argumentación y la conversación), mientras que los mitos y las leyendas ponen de manifiesto la creencia en lo sobrenatural, además de explicar los orígenes y el desarrollo de los Estados, clanes y otras organizaciones sociales de importancia. Generalmente se considera que las leyendas y los mitos tienen una base real. En muchos casos ofrecen una crónica sumamente detallada de la historia de un pueblo. Los cuentos populares, por su parte, se consideran fruto de la ficción. Los personajes principales de los cuentos populares africanos más famosos son la tortuga, la liebre y la araña. Estos cuentos se han difundido por todo el continente y han pasado también al Caribe, Estados Unidos y parte de Suramérica como resultado del tráfico de esclavos africanos.

A lo largo del siglo XX, y gracias a la labor de antropólogos e historiadores, se ha registrado buena parte de la literatura oral de zonas de Suráfrica y de las antiguas regiones de Ruanda, Buganda y Congo.

Literatura escrita primitiva:

La primera literatura escrita aparece en el norte de África. Sin embargo, la vida y el pensamiento de esta región está más ligada a Europa y Oriente Próximo que al resto del continente africano. Así, la primera literatura norteafricana del Sahara, al igual que las obras del teólogo cristiano San Agustín y del historiador islámico del siglo XIV Ibn Jaldun, presentan grandes vínculos con las literaturas latina y árabe.

En gran parte de los primeros textos escritos de África occidental se notan las influencias de la literatura islámica, transmitida a través de los norteafricanos tanto en su forma como en su contenido. Las primeras obras escritas de África occidental datan del siglo XVI y son fruto del trabajo de eruditos islámicos sudaneses como Abd-al Rahman al-Sadi, autor de Tarij as-Sudan (Historia de Sudán), y Mahmud Kati, autor de Tarij-al Fettach. Estas obras pusieron fin a la tradición oral de los imperios sudánicos occidentales de Ghana, Mali y Songhai, de clara ascendencia árabe.

La primera poesía escrita de África occidental era de carácter religioso y lo mejor de ella pone en evidencia el conocimiento de la poesía árabe preislámica y la poesía religiosa norteafricana. El poeta religioso más relevante de África occidental fue Abdullah ibn Muhammed Fudi, que vivió a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, emir de Gwandu y hermano del reformista musulmán Shedu Uthman.

La literatura escrita de África oriental posee también una larga historia y muestra asimismo la influencia de los modelos árabes. Una historia anónima de la ciudad Estado de Kilwa Kisiwani, escrita alrededor de 1520 en árabe, es el primer ejemplo conocido de esta literatura. Más tarde aparecieron versiones en swahili de la historia de diversas ciudades Estado, así como poemas mensaje de carácter religioso o moral. La primera obra conocida en swahili, que data de 1728, es el poema épico Utendi wa Tambuka (Historia de Tambuka).

La poesía swahili se desarrolla en su mayor parte a partir de la poesía árabe. Los escritores de poemas épicos en lengua swahili se inspiraron en la tradición romántica que rodeaba al profeta Mahoma y a partir de ésta elaboraron sus textos con entera libertad, adaptándolos a los gustos de oyentes y lectores. Alrededor del siglo XIX la poesía swahili abandonó los temas árabes y adoptó formas bantúes como las canciones rituales.

Los principales poemas escritos en swahili datan de los siglos XIX y XX. El poema religioso más conocido, Utendi wa Inkishafi (El despertar de las almas), escrito por Sayyid Abdallah ibn Nasir, ilustra la vanidad de la vida terrena a través de un relato de la caída de la ciudad estado de Pata. La tradición oral de Liyongo, aspirante al trono de Shagga en el siglo XIII, se recoge en el poema épico Utendi wa Liyongo Fumo (Epopeya de Liyongo Fumo), escrita en 1913 por Muhammad ibn Abubakar.

A pesar de que las regiones del Sudán de África occidental y las regiones costeras de África oriental poseían una rica literatura escrita antes de la llegada de los europeos, la literatura del resto del África subsahariana siguió siendo oral hasta el establecimiento de las misiones y las escuelas europeas.

Literatura contemporánea:

Hacia comienzos del siglo XX los africanos empezaron a publicar su literatura en diversas lenguas africanas y europeas. A partir de mediados de los años setenta el número de nuevos autores africanos se ha reducido considerablemente, debido al creciente compromiso de los intelectuales en las cuestiones políticas y académicas.

Suráfrica:

En Suráfrica surgieron diversos poetas y novelistas de prestigio. Samuel E. K. Mqhayi es autor de una abundante obra en lengua josa, revelando así la fuerza de esta lengua como vehículo para la literatura escrita. Novelistas como Thomas Mofolo y Solomon T. Plaatje, estremecidos por las indignidades padecidas por los surafricanos negros bajo la dictadura de los blancos, retrataron a los negros como seres humanos complejos y dotados de un alto sentido moral. La tercera novela de Mofolo, Shaka, el zulú (1925), es una especie de biografía novelada de Shaka, un señor de la guerra zulú del siglo XIX. Esta obra, escrita originalmente en sotho, está considerada un clásico de esta lengua. La novela histórica de Plaatje, Mhudi, que trata sobre el personaje de Mzilikazi, lugarteniente de Shaka, se publicó en 1930. Su estilo, que incorpora cantos de alabanza, se inscribe en la tradición oral de la literatura bantú.

A mediados del siglo XX numerosos escritores surafricanos abandonaron su país debido a la política gubernamental. Entre los exiliados figuran Peter Abrahams y Ezekiel Mphahlele. La autobiografía No soy un hombre libre está considerada como la mejor obra de Abrahams; en ella relata la opresión racial que padeció durante su infancia en Johannesburgo. Mphahlele es uno de los principales críticos de la literatura africana negra. En su obra La imagen de África (1962), analiza la literatura africana escrita por blancos y negros. El autor lamenta la obsesión de esta literatura en las relaciones raciales y llama a un tratamiento más amplio y profundo de los personajes desde otros puntos de vista. Otros autores importantes son A. C. Jordan, que escribe en lengua josa, y el poeta zulú R. R. R. Dhlomo. Prosistas como Alex La Guma y Bloke Modisane, al igual que el dramaturgo y crítico Lewis Nkosi, no obtuvieron reconocimiento hasta después de 1950. Dennis Brutus es un destacado poeta negro surafricano.

Los blancos surafricanos poseen también una larga tradición literaria, tanto en afrikaans como en inglés. Entre los escritores en afrikaans figuran poetas como D. J. Opperman y Breyton Breytenbach, considerado uno de los mejores autores en esta lengua; y varios novelistas preocupados por las consecuencias del apartheid político, como J. M. Coetzee, autor de Vida y época de Michael K. (1984). Entre los escritores en inglés cabe citar a Olive Schreiner, cuya novela Historia de una hacienda africana (1883) se considera un clásico por su estudio pionero de las relaciones raciales y sexuales. Los efectos de la política racial surafricana sobre la vida privada de las personas se reflejan en las obras de diversos escritores del siglo XX internacionalmente conocidos. Figuran entre ellos los novelistas Alan Stewart Paton y Doris Lessing; la novelista y autora de relatos Nadine Gordimer, galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 1991, y el principal dramaturgo surafricano, Athol Fugard. Las obras de Fugard, como El nudo de sangre (1961), Boesman y Lena (1969) y La lección de áloe (1980), desafían abiertamente la política gubernamental. Breytenbach, antiguo defensor del nacionalismo afrikáner, escribió en inglés Las confesiones de un terrorista albino (1985). Durante su exilio en París renunció a su lengua materna. La novela ofrece un duro relato de sus siete años en prisiones surafricanas acusado de terrorismo.

África occidental:

La poesía ha sido la forma literaria dominante entre los escritores africanos en lengua francesa. Léopold Sédar Senghor, el poeta y presidente de Senegal, encabezó el movimiento de la negritud, cuya influencia en la configuración del pensamiento de los intelectuales francófonos fue más que notable. Este movimiento, que alcanzó su cima en las décadas de 1930 y 1940, surgió como protesta ante la política de asimilación practicada por los franceses, como rechazo de la cultura occidental, antinatural y sin alma, y como reafirmación de los valores positivos de la cultura africana. Los poetas Briago Diop y David Diop participaron también en el citado movimiento.

Son pocos los novelistas de África occidental que han escrito en francés. Sin embargo, estos escritores figuran entre los más brillantes del continente africano. El guineano Camara Laye destaca por la hondura psicológica de sus novelas. Su novela autobiográfica El niño negro (1953) se considera una obra maestra. Camerún ha dado al mundo dos novelistas, Mongo Beti y Ferdinand Oyono, notables por la extraordinaria fuerza de su sátira.

La literatura de África occidental en lengua inglesa no produjo obras de interés hasta la década de 1940. Desde entonces, no obstante, la producción ha sido impresionante. Destacan especialmente los autores nigerianos, los más conocidos de los cuales son quizá Amos Tuotola y Chinua Achebe. Tutuola se hizo internacionalmente famoso con la publicación de El bebedor de vino de palma (1952), obra basada en mitos y leyendas. Achebe analizó la amenaza que la civilización occidental representa para los valores tradicionales africanos en una de sus primeras novelas, Todo se divide (1958). Un hombre del pueblo (1966) es una sátira política sobre la corrupción en un país africano sin determinar. El poeta y dramaturgo nigeriano Wole Soyinka, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1986, escribe en inglés pero se inspira en mitos yorubas. Abiertamente crítico con el régimen militar nigeriano, Soyinka es autor de una importante obra poética, además de piezas teatrales como La muerte y el caballero del rey (1975) y la novela Los intérpretes (1965), un análisis satírico de la Nigeria moderna y sus antiguas tradiciones. El poeta y dramaturgo nigeriano John Pepper Clark hace un provocativo uso de los mitos ijaw (nigerianos) y las situaciones sociales. El poeta nigeriano Gabriel Okara se convirtió con su novela Las voces en uno de los pocos autores africanos que utiliza en su literatura personajes y valores exclusivamente autóctonos. El autor más conocido de Sierra Leona es el novelista William Conton. Su África (1960), basada en el personaje de un joven africano educado en Inglaterra, pone el énfasis en las diferencias culturales.

El ganés Kofi Awoonor figura entre los poetas más interesantes de África. Sus obras abordan los conflictos de la vida y la ominosa presencia de la muerte. El novelista Ayi Kwei Armah relata los últimos días del régimen del presidente ghanés Kwame Nkrumah en la novela La belleza no ha nacido todavía (1968).

África oriental:

La literatura contemporánea de África oriental incluye importantes obras autobiográficas, como las de los escritores kenianos Josiah Kariuki y R. Mugo Gatheru. James Ngugi, más joven, es autor de varios relatos y novelas, y una obra de teatro. Ngugi analiza en sus obras el impacto del cristianismo en la vida africana y destaca por la sencillez y claridad de su estilo. Jean Joseph Rabéarivelo, nacido en Madagascar, escribía en francés y figura entre los grandes poetas africanos. Sus primeros poemas revelan la influencia del simbolismo francés, estilo que abandonó posteriormente para utilizar con maestría la forma vernácula de la balada. Shaaban Robert, nacido en Tanganika (actual Tanzania), fue el primer poeta y ensayista de África oriental en lengua swahili. Su obra más famosa, Kusadikika (1951), analiza las distintas tendencias políticas de su país. La citada novela es una alegoría inspirada en Los viajes de Gulliver, del escritor británico del siglo XVIII Jonathan Swift. Una de las obras más leídas en África oriental sigue siendo curiosamente Julio César de Shakespeare, traducida al swahili en 1966 por el entonces presidente de Tanzania Julius Nyerere.


viernes, 6 de junio de 2008

José Mª Amigo Zamorano: 'Y los sueños, sueños son'

En la aldea estaban de fiestas. Organizaron una carrera ciclista. La plaza mayor fue invadida por automóviles con bicicletas en las bacas. Poco a poco fueron llegando ciclistas con sus llamativos y multicolores ropajes.

Los vecinos se arrimaban a las vallas para ocupar los sitios mejores a lo largo de la calle principal.

Para los entendidos la carrera era importante ya desde hace años: Pero este ño lo era aun más porque el premio se había incrementado considerablemente y se habían acercado figuras relevantes del ciclismo como moscas a la miel.


Una de ellas atraía las miradas de los espectadores. Sobre todo chicas. Era un ciclista de tez morena, faz angulosa, barba tan cerrada que, a pesar de estar bien rasurado, se le notaba el negreo en su cara. Mirada penetrante y sonrisa irónica. En ese momento se frotaba sus piernas morenas de músculos pronunciados por el ejercicio del pedaleo.

Cerca de él, junto a las vallas, unas chicas reían y lo provocaban con piropos:

-¡Morenazo! ¡Guapo! ¡Tío bueno!...

No hacía mucho caso acostumbrado, como estaba, a ese tipo de demostraciones.

Se le acercó un compañero y se levantó para hablarle. Miró casualmente hacia donde estaban las mozas. Una de ellas, aunque sonreía como las otras, le pareció diferente: pelo corto, cara muy blanca y redonda, ojos verdes, grandes y luminosos. Mientras charlaba con el otro ciclista sus miradas se cruzaron y ella se encendió, coloreándosele la cara como un tomate. Tanto que a él le pareció hermosísima. ¡Vamos, que se quedó prendado de la moza! Y a pesar de los llamamientos a que se pusieran en la línea de salida se le quedó grabada la cara.

Se colocó en el lugar que decidieron en el equipo. Hasta el fondo de la calle a ambos lados de las aceras se había colocado muchíma gente. Al ser las fiestas anuales del pueblo de cuando en cuando se oía la musiquilla de algún tiovivo, de los autos de choque o de vaya usted a saber que chiringuitos. Por donde extendía su vista destacaban por encima del público numerosas casetas de feriantes: a los puestos de churros o de fritangas, se unía ahora otros para preparar cocina turca o marroquí, y la venta ambulante de ropa de gentes hispanoamericanas: bolivianos, peruanos, ecuatorianos... hombres, mujeres y niños de rasgos andinos, pequeños, morenos... de ojos ligeramente achinados...

Miró hacia el punto donde había visto esos ojos verdes y luminosos. Pero ya no estaban las chicas. Se acercaba el coche de policía indicando que pronto comenzaría la carrera. El concejal de deportes dio la orden de salida. Eran varias vueltas por calles del pueblo. El sol calentaba de lo lindo.. Al principio todos los ciclistas se lo tomaron con lentitud. Gozaban de las bellezas que les deparaba el pueblo al tanto que calibraban las dificultades del trayecto. En un tramo podían apreciar la impresionante mole del castillo y un fonde de valles cubiertos de pinares y robles.

Y, allí, encima de un risco, la vio. Era ella, la de los ojos verdes. Un ciclista le pasó rozando, se le puso delante y cuando quiso recrearse con la moza venía una curva que cerraba la vista del risco. Se quedó un poco defraudado.

Pronto olvidó este episodio, porque estando, como estaba, dispuesto a ganar se dio cuenta que algunos de los que corrían con él y que conocían el peligro de la velocidad que adquirían en momentos precisos se habían colocado más adelante y tenía que pasarlos o como mínimo colocarse lo más cerca posible para vigilarlos y cortar de raiz una escapada que después podía ser insuperable. Aun quedaban vueltas, pero no tenía que dejarse abandonar. Su experiencia le indicaba que cualquier liberalidad de pensamiento podría ser fatal paar una consecución positiva de la carrera ciclista. El era un profesional. Y a mucha honra. Tenía que concentrarse y nada ni nadie distraerlo del objetivo principal: ganar la carrera. Ni esa moza por muy hermosa que fuera. Que lo era. Pedaleó cun fuerza. El públicó le ovacionó y pronto se colocó paralelo a esos que sabía eran sus contrincantes más notorios.

-Te habías rezagado -le dijo uno.

-¡En qué estarías pensando! -exclamó otro.

-En dos buenas tetas -espetó el tercero riéndose.


Permaneció mudo, en parte porque venía una curva y en parte para no servir de chacota a sus compañeros uy amigos, aunque contrincantes.

En la curva creyó verla. No, no era ella. Por cierto, esa si tenía buen tetamen, pensó para si. Era curioso que no se hubiera fijado en esa parte de la anatomía de la moza de los ojos verdes. Lo atribuyó al hecho, cierto, de la hermosura de sus ojos que le atrajeron como un imán. Porque a él, precisamente a él, la delantera nunca le pasaba inadvertida. No había otra razón. Cuando volviera a verla, si la veía, que la vería. De eso no tenía ninguna duda. Ya haría ella por buscarlo, se fijaría en esos apéndices mamarios. Se sonrió para sus adentros. Y su razonamiento no nacía de una petulancia propia de de un ciclista que se cree el dios del mundo. Ni hablar. Surgía de la experiencia de otras carreras en otras localidades. Luego, sacaba esa conclusión del enrojecimiento de su cara. Una muestra de la atracción que la moza había sentido hacia él.

Pedaleó con ansia y se colocó a la cabeza del pelotón. Calculó que estarían por la mitad de la carrera. Era el momento en el que se va diezmando el grupo. Las fuerzas van fallando en los individuos peor preparados y se retrasan. Sienten un agotamiento que por momentos se transforma en angustia y se ven morir. De ahora en adelante cada vuelta era un tormento difícil de soportar. Muchos no podrían ni con su alma por muy etérea que fiera. Lo más seguro es que solo cuatro o cinco, como siempre, resistirían el ritmo acelerado al frente del pelotón. Esos eran los peligrosos. A esos tenía que tener a raya. Naturalmente ganaría. Como siempre. Alguno podría pensar que se repetía al decir, como decía, 'como siempre'. Pero era la pura verdad. No podía utilizar otra locución porque esta era la que resumía su historia en el el ciclismo. Si, siempre ganaba. En todo.

Para corroborar sus reflexiones, allí estaba. Era ella. La moza. Le ofrecía una botella de agua que agradeció. Lo agradeció por muchas cosas: porque tenía necesidad de agua, porque era una prueba del atractivo que tenía con las mujeres, porque necesitaba verla y también, por qué no, para calibrar el grosor, el volumen, la medida exacta de su delantera a la que antes no había prestado atención. En este caso el resultado no daba igual. Lo decía por la canción de los mozos y mozas del pueblo entonaban y llegaba a sus oídos: 'Hemos venido a emborracharnos y el resustado nos da igual ¡Alcohol, Alcohol, Alcohol!'. No podía é, el ciclista, el campeón, concordar con el estribillo: a él no le daba igual que la chica de ojos verdes, grandes y luminosos, tuviera buene pechera o fuera lisa como una tabla. En este caso el tamaño si que importaba. Su inspección con la mirada, claro, (la otra vendría después), logró una calificación más que notable. Los genitales lo captaron. Daba gracias en esre caso a que estuviera subido en una bicicleta y que los trajes fueran tan ajustados que no permitían el movimiento de su miembro viril. De lo contrario su vergüenza le saldría por todos los poros de su piel.

Estos pensamientos por poco casi le cuestan salir derrotado en la carrera. Se retrasó y cuando sonó la sirena de la policía municipal estaba lejos de sus contrincantes. Costole Dios y ayuda lograr que su rueda pisase la meta con unos centímetros por delante de los otros. Pero lo logró.

Como siempre.

Después de descansar se dijo:

-Ahora, a por el otro triunfo.

Tenía pensado quedarse tarde y noche a la fiesta del pueblo. Pasó con sus compañeros por un bar. La vió. Allí estaba. En un bar. Hermosa. Cara redonda. Pelo corto. Ojos verdes. Luminosos. Reía. Lo miraba. Pero, ¡ay!, para su desgracia, estaba en brazos de otro.

Fdo: José Mª Amigo Zamorano