jueves, 28 de febrero de 2008

Orfeo Negro, de Jean Paul Sartre: II. Poesía y Revolución

Un ensayo que puede servir de arma contra el racismo

II.-POESÍA Y REVOLUCIÓN


El proletariado blanco pocas veces usa el lenguaje poético para tratar de sus dolores, de sus iras, del orgullo que le inspira su condición; y ello no es por azar. Y yo no creo, tampoco, que los trabajadores estén menos ‘dotados’ que nuestros hijos de familia: el ‘don’, ese donaire eficaz, se le va toda importancia cuando se pretende determinar si está más extendido en una clase que en otra clase. Tampoco cabe pensar que la dureza del trabajo le reste la fuerza de cantar: los esclavos curraban de sol a sol echando los bofes, y sabemos canciones de esclavos.

Es preciso admitirlo, pues: son las circunstancias del hoy en día de la lucha de clases las que separan al obrero de la creación poética. Agobiado por la técnica, desea ser técnico al saber, como sabe, que la técnica será la herramienta de su liberación: sabe que si un día ha de poder dominar la administración de las empresas, sólo logrará ese objetivo en virtud de de un conocimiento profesional, económico y científico. Tiene, de lo que han denominado Naturaleza los poetas, un saber hondo y práctico, pero la coge por las manos antes que por los ojos: La Naturaleza es, para él, La Materia, esa oposición pasiva, esa desventura hipócrita e inerme que él trata con su herramienta. Y La Naturaleza no canta.

Al mismo tiempo, la etapa actual de su combate exige de él una acción seguida y contundente: cálculo político, previsiones exactas, disciplina, organización de masas. Racionalismo, materialismo, positivismo: esos grandes temas de su lucha cotidiana son los menos favorables a la creación franca de mitos poéticos. La postrera de esas quimeras, la conocida ‘noche roja’, ha reculado ante las exigencias de la lucha: hay que concentrarse en las más próximas, ganar esta posición, aquella otra, hacer subir ese salario, decidir esta huelga de solidaridad, esa protesta contra la guerra de Indochina: solo la validez cuenta.

Y sin duda, la clase oprimida debe, ante todo, coger conciencia de si misma. Pero esa toma de conciencia es justamente lo contrario de una zambullida en nosotros mismos, se trata de considerar, en la acción, y por ella, la situación objetiva del proletariado, que puede explicarse por las particularidades de producción o de la distribución de bienes. Asociados y simplificados por una dominación que se ejecuta sobre todos y cada uno, por una batalla colectiva, los trabajadores conocen poco las contradicciones internas, que si bien preñan la obra de arte, lesionan la praxis. Conocerse es, para ellos, colocarse con respecto a las grandes fuerzas que los circundan, precisar el lugar exacto que habitan en su clase y el trabajo que desempeñan en el Partido.

El lenguaje mismo que utilizan está falto de esos candados adulterados, de esa falsedad continua y tenue, de ese juego de las cesiones que crean el Verbo poético. En su oficio usan vocablos técnicos y bien precisos. En cuanto al lenguaje de los partidos revolucionarios, Brice Parain ha demostrado que es un lenguaje muy práctico: sirve para enviar órdenes, consignas, informaciones; si abandona su rigor, el Partido se destruye. Todo ello conduce a la supresión del sujeto, cada vez más estricta. En cambio, es necesario que la poesía siga siendo irreductiblemente subjetiva.

El proletariado no tuvo de una poesía que fuera social y a la vez reconociera sus orígenes en la subjetividad; que fuera social en la medida precisa en que era subjetiva; que residiera en una derrota del lenguaje, pero fuera, con todo, tan apasionante, tan comúnmente comprendida como la consigna más clara, o como el “Proletarios de todos los países, uníos”, que se lee a las puertas de la Rusia Soviética. A falta de ello, la poesía de la revolución futura ha quedado en manos de jóvenes burgueses de buena voluntad, que beben su inspiración en sus contradicciones psicológicas, en la contraposición de su ideal y de su clase, en la incertidumbre del viejo lenguaje burgués.

El negro, como el trabajador blanco, es víctima de la estructura capitalista de nuestra sociedad. Esa situación le revela su estrecha solidaridad, por encima de las diferencias de color, con ciertas clases de blancos aplastados como él, y lo induce a proyectar una sociedad sin privilegios, en la cual el color de la piel será considerado un simple accidente. Pero, si la situación es una misma, aparece circunstanciada según la historia y las condiciones geográficas: el negro es víctima de dicha circunstancia, en tanto que negro, como indígena colonizado o africano deportado. Y puesto que es oprimido en su raza, por causa de ella, es de su raza, ante todo, de lo que debe adquirir conciencia. A quienes, durante siglos, intentaron vanamente de reducirlo al estado de bestia, porque era negro, él debe forzarlos a reconocerlo hombre.

No hay aquí huida, no hay prestidigitación, no hay ‘paso de líneas’ que él pueda imaginar: un judío, blanco entre los blancos, puede negar su condición de judío, proclamarse un hombre entre los hombres. El negro no puede contradecir que es negro ni pedir para él una abstracta humanidad incolora: es negro. Está pues atenazado en la autenticidad: insultado, sometido, se alza, recoge la palabra ‘negro’ que se le ha tirado como una piedra, y se reclama como negro frente al blanco, en el pundonor.

La unidad final que unirá a todos los oprimidos en la misma lucha, debe ser precedida, en las colonias, por lo que denominaré el instante de la separación, o de la negatividad. Ese racismo antirracista es el único atajo que pueda llevar a la abolición de las diferencias raciales. ¿Cómo podría ser de otra manera? ¿Pueden los negros contar con la ayuda del proletariado blanco, lejano, absorto en sus propias luchas, antes de unirse ellos y organizarse sobre su propio territorio? ¿Y no se necesita, acaso, todo un trabajo de análisis para barruntar la identidad de los intereses profundos, bajo la diferencia ostensible de las condiciones de vida, puesto que el obrero blanco, a pesar de si mismo, chupa un poco del bote de la colonización? Por pequeño que sea su nivel de vida, sin la colonización sería aun más. Y, en todo caso, es menos descaradamente explotado que el jornalero de Dakar o de Saint-Louis.

El equipo técnico y la industrialización de los países europeos permiten pensar que, en ellos, las medidas de socialización son inmediatamente aplicables. Mirado desde Senegal o desde el Congo, el socialismo parece, sobre todo, un hermoso sueño: para que los campesinos negros descubran que es la conclusión necesaria de sus reivindicaciones inmediatas y locales, es preciso, ante todo, que aprendan a formular en común esas reivindicaciones, o sea que se piensen a sí mismos como negros.

Pero esa toma de conciencia se diferencia, por su naturaleza, de la que el marxismo se esfuerza en provocar al obrero blanco. La conciencia de clase del trabajador europeo obedece a la naturaleza del rendimiento y de la plusvalía, a las condiciones actuales de la propiedad de los utensilios de producción, en suma, a los características objetivas de la situación del proletario. Pero, como el desprecio interesado que los blancos alardean frente a los negros, y que no tiene equivalencia en la actitud de los burgueses para con la clase obrera, se encamina a herirlos en lo más hondo del corazón, es necesario que los negros le opongan una visión más justa de la subjetividad negra. Razón por la cual la conciencia de raza se basa, ante todo, en el alma negra, o más bien, puesto que término vuelve reiterativamente a estos poemas, en una cierta calidad común a las ideas y a las conductas de los negros, y que llamamos negritud.

Para establecer conceptos raciales no hay sino dos caminos para seguir: hacemos pasar a la objetividad ciertos elementos subjetivos, o bien interiorizamos conductas que pueden ser objetivamente consideradas. Por ejemplo, el negro que reivindica su negritud en un movimiento revolucionario se sitúa ya en el terreno de la Reflexión, sea porque quiera reencontrar en él ciertos rasgos objetivamente comprobados en las civilizaciones africanas, o sea porque espere hallar la Esencia negra en las partes de su corazón. Vuelve a aparecer así la subjetividad, comunicación de mi yo conmigo mismo, manantial u origen de toda poesía. El trabajador ha debido cercenarse de esa parte de su ser, pero el negro que llama a sus hermanos de color a tomar conciencia de sí mismos tratará de enseñarles, de mostrarles, la estampa modélica de su propia negritud, y se girará hacia su espíritu para cogerla allí. Se quiere linterna y espejo a la vez; el primer revolucionario será el heraldo del alma negra, el pregonero que arrancará de si la negritud para tendérsela al mundo, mita profeta y a medias guerrillero, y, en suma, un poeta en el sentido preciso de la palabra bardo.

Y la poesía negra no tiene nada de común con las ternuras del corazón. Es funcional, responde a una necesidad que la define exactamente. Leed una antología de la poesía blanca de hoy: hallaréis cien asuntos distintos, según el gracejo o los anhelos del poeta, según su situación y su país. Pero en una antología negra no hay más que un tema que todos se esfuerzan por tratar, con mayor o menor acierto. De Haití a Cayena, una sola idea: manifestar el alma negra. La poesía negra es evangélica, proclama la buena nueva: la negritud brilla resplandeciente en ella.

seguirá este pequeño ensayo

martes, 26 de febrero de 2008

Orfeo Negro, de Jean Paul Sartre: I. Proposiciones

Un ensayo que puede servir de arma contra el racismo
__________
Orfeo negro, así tituló Sartre el prólogo a ‘La nouvelle poésie negre et malgache de langue française’, de Léopold Sédar Senghor (Edita Presses Universitaires de France, París, 1948)


El planteamiento de este prólogo es casi calcado al que le hiciera, posteriormente, a la obra de Frantz Fanon 'Los condenados de la tierra'; a saber: los escritores negros no se refieren a nosotros, los europeos, sino que se dirigen a sus hermanos los poetas negros. En 'Los condenados de la tierra' es a la masa de africanos a quien se está refiriendo Frantz Fanon en su obra. Esos son sus hermanos que se están rebelando contra nosotros, los europeos. A ellos les dedica sus palabras este escritor... De todas las maneras Sartre invita a que leamos a estos escritores porque así, quizás, cambiaremos algo nuestro modo de pensar.

por Jean Paul Sartre



I. - PROPOSICIONES

Pero... ¿qué creíais?... ¿Qué aguardábais escuchar, una vez apartado el bozal, a esas bocas negras?... ¿Pensabais que se pondrían a cantaros loas de alabanza a vosotros?... ¿O que veríais o leeríais en sus ojos la idolatría cuando esas testas se izaran, esas cabezas que vuestros progenitores, por la fuerza, habían inclinado hasta el suelo?...

He aquí unos hombres negros, levantados frente a nosotros, que nos miran; os convido a sentir, como yo, la sensación de ser observados. Porque el blanco ha disfrutado durante tres mil años de la prerrogativa de ver sin ser atisbado; era mirada sin macula; la luz de sus ojos extraía cada cosa de la sombra originaria. La blancura de su piel era también una mirada, luz sintetizada. El varón de raza blanca, blanco porque era varón, blanco como el día, como la verdad, como la virtud, alumbraba la creación como una antorcha. Descubría el fondo oculto, y blanco, de los seres.

Ahora esos hombres negros nos observan, nos miran, y nuestra mirada se reatrae en nuestros ojos; unos faros negros, a su vez, alumbran el universo, y nuestras caras blanquecinas ya no son más que unos pobres farolillos movidos por el aire. Un poeta negro(1), sin ocuparse siquiera de nosotros, murnura a la hembra que ama:

Mujer desnuda, mujer negra,
vestida de tu color que es vida...
Mujer desnuda, mujer oscura,
fruto maduro de carne prieta, sombríos extasis de vino negro... (2)

Y nuestra blancura nos parece un extraña pintura descolorida que impide a nuestra piel respirar: una armadura blanca, gastada en los codos y en las rodillas, bajo la cual, de poder quitárnosla, encontraríamos la verdadera carne humana, la carne de color de vino negro.

Nos creemos sustanciales al mundo, los soles de sus cosechas, las lunas de sus mares; sólo somos las bestias de su fauna. Ni siquiera bestias:


Esos señores de la urbe
esos señores como es debido
que ya no saben danzar de noche al claro de luna
que ya no saben caminar sobre la carne de sus pies
que ya no saben contar cuentos en las veladas... (3)

Éramos antiguamente europeos de derecho divino. Pero ya sentíamos desmoronarnos nuestra dignidad bajo las miradas yanquis y soviéticas. Europa no era más que un accidente geográfico, la península que Asia lanzaba hacia el Atlántico. Al menos, confiábamos en recobrar un poquito de nuestra grandeza en los ojos domesticados de los africanos. Pero ya no hay ojos domesticados: hay miradas salvajes y libres que valoran nuestra tierra. Hay un negro que vagabundea:

Hasta el fin de
la eternidad de sus avenidas sin fin
con pesquisas... (4)

Y otro que vocea a sus hermanos:

Ay, ay, la Europa arácnida mueve sus dedos
y sus falanges de navíos... (5)


Escuchad:

el silencio cazurro de esta noche de Europa... (6)

donde

nada hay que el tiempo no deshonre. (7)

Un negro escribe:

Montparnasse y París, Europa y sus tormentos sin fin,
nos obsesionan a veces como recuerdos o como pesadillas... (8)

Y de improviso, a nuestra propia consideración, Francia es foránea. Ya no existe más que una remembranza, una alucinación, una neblina blanca que queda en el fondo de almas soleadas, un país suburbano torturado en el que no es agradable morar. Ha seguido hacia el norte, anclado próximo a Kamchatka. Ahora lo esencial es el sol, el sol de los trópicos y el mar ‘piojoso de islas’, y las rosas de Imangue, y los lirios de Iarive, y los volcanes de la MARTINICA. El Ser es negro, el Ser es de fuego, nosotros somos fortuitos y remotos, debemos justificar nuestros hábitos, nuestras técnicas, nuestra palidez de muchedumbres mal cocidas, y nuestra flora verde grisácea.

Esas miradas plácidas y mordientes nos roen hasta los huesos:

Escuchad el mundo blanco
Horriblemente exhausto de su esfuerzo inmenso
Sus articulaciones rebeldes crujir bajo las estrellas duras
Sus rigideces de acero azul horadando la carne mística
Escucha sus victorias trompetear sus derrotas
Mira su lamentable traspié y sus solemnes ficciones.
Piedad para nuestros vencedores omniscientes e ingenuos. (9)

Henos aquí terminados. Nuestros triunfos, tripas al aire, dejan ver sus vísceras, nuestro secreto fracaso. Si deseamos hacer explotar esta finitud que nos encarcela, ya no podemos contar con las prerrogativas de nuestra raza, de nuestro color, de nuestras técnicas. No podremos aliarnos a ese conjunto del que nos exilian esos ojos negros, sino quitándonos nuestras cotas blancas para tratar de ser, simplemente, hombres.

Pero si estas poesías nos sonrojan no es porque se empeñen. No han sido creados para nosotros: todos aquellos, los colonos, sus secuaces, que lean estos poemas, creerán leer, mirando por encima del hombro del otro, una misiva que no les está dedicada. Los poetas negros se dirigen a otros poetas negros, para hablarles de los negros; su poesía no es mordaz ni insultante: es una toma de conciencia.

“Entonces –dirán ustedes-, ¿por qué debería atraernos sino como documento? No podemos introducirnos en ella”. Yo querría enseñar por qué sendero se encuentra aproximación a ese mundo de lignita, y cómo esta poesía, cuya primera apariencia es racial, es finalmente una canción de todos y para todos.

En resumen, hablo aquí a los blancos, y querría explicarles lo que los negros saben ya: por qué debía ser obligatoriamente a través de una experiencia poética, cómo el negro, en su coyuntura actual, tomaría conciencia de sí mismo. Y, al revés, por qué la poesía negra de lengua francesa es, hoy en día, la única gran poesía revolucionaria.

__________
Notas:

(1)Todas las citas corresponden a poesías metidas en el libro antológico ‘La nouvelle poésie negre et malgache de langue française’, de Léopold Sédar Senghor (Edita Presses Universitaires de France, París, 1948)

(2) “Femme nue, femme noire
Vétue de ta coleur qui est vie…
Femme nue, femme obscure,
Fruit mur à la chair ferme, sombres extases de vin noir.”
Senghor

(3) “Ces Messieurs de la ville
Ces Messieurs comme il faut
Qui ne savent plus danser le soir au clair de lune
Qui ne savent plus marcher sur le chair de leur pieds
Qui ne savent plus conter les contes aux veillées…”
Tirolien

(4) “jusqu’au bout de
L’èternité de leurs boulevards sans fin
À flics…”
Damas

(5) “Hèlas! Hèlas! L’Europe arachnéene bouge ses doigts
Et ses phalanges de navires…”

(6) “le silence sournois de cette nuit d’Europe…”
Senghor

(7) “il n’est rien que le temps ne déshonore.”
Rabemananjara

(8) “Montparnasse et Paris, l’Europe et ses tourments sans fin
Nous hanterons parfois comme des souvenirs ou comme des malaises…”

(9) “Écoutez le monde blanc
Horriblement las de son effort immense
Ses articulations rebelles craquer sous les étoiles dures,
Ses raideurs d’acierbleu transperçant le chair mystique
Écoute ses victories proditoires trumpeter ses défaites
Écoute aux alibis grandiose son piètre trébuchement
Pitié pour nos vainqueurs omniscients et naïfs.”
Césaire



(seguirá este pequeño ensayo)

lunes, 25 de febrero de 2008

CARMEN RUIZ BRAVO-VILLASANTE: 'La manera morisca'

Un artículo contra el racismo
__________

LA MANERA MORISCA




Por Carmen Ruiz Bravo-Villasante




“Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima, mínima, dulce e imaginada historia… Con estas palabras se inicia el capítulo XXII de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha que trata “De la libertad que dio Don Quijote a muchos desdichados que, mal de grado, los llevaban donde no quisieran ir”.


La gran expulsión de los moriscos tuvo lugar entre 1609 y 1614. Y en 1615 se publicó en el Quijote, esa fe de vida individual y colectiva entre la ilusión y la pesadilla, la experiencia, la compasión.


Se les quiso expulsar de la realidad social, del idioma y la historiografía, escatimándoles o negándoles ‘la nación’ hispana, que indudablemente era la suya, tratándolos con la mirada exotizante o extranjerizante. En el Renacimiento muchos de los modos cristianescos (término que tomo de un personaje cervantino) se oponían, realmente a las minorías moriscas. ¿Por qué eran tan diferentes moriscos y no moriscos? ¿En qué estribaban las inconciliables diferencias?


Uno de los principales elementos diferenciadores de la tradición cultural morisca venía de su pertenencia al Islam. Y el Islam se caracteriza y distingue –entonces y ahora- por su capacidad de convivencia. Los hispano-árabes (tanto cuando estaban en el poder político y cultural como cuando eran perdedores) consideraban que los cristianos y judíos pertenecían a la misma línea de tradición religiosa que los musulmanes, creían en el mismo Dios o Allah, y que a todos ellos había que reconocerles explícitamente el derecho a mantener su rito, prácticas, fiestas, enseñanzas propias. Sabían también que entre los propios musulmanes, se admitía en gran medida la pluralidad y diversidad lingüística, y de costumbres y practicas jurídicas. La tradición de los moros (término no peyorativo con que muchos cristianos llamaban a sus vecinos musulmanes, y como tal utilizaremos) era, pues, la más abierta de su tiempo, y un reto de civilización.


La manera de trato hispano-cristiana había ido asimilando e imitando la manera hispano-mora hasta que estallaron las cruzadas. Durante los últimos siglos de la Edad Media los hispano-cristianos dieron muestras de que podrían compaginar el poder con la sensatez, de manera que los hispano-moros e hispano-judíos que quedaban, en minoría, bajo su dominio estaban insertos en el conjunto social. La palabra árabe mudáyyam (=mudejar) sirvió como epíteto que describía a estos hispano-moros, pero también a muchas manifestaciones culturales hispano-cristianas; quería decir ‘mestizo’, culturalmente hablando. La población mora mudéjar mantenía más o menos esencialmente su religión islámica; mantenían la lengua árabe o iban siendo intensamente bilingües, conocían la música, romances, pensamiento, y en general la literatura arábiga lejana y cercana, hecha en el al-Andalus, y la hibridación e innovaciones hispano-latinas e hispano-romances. En el arte, lo mudéjar sigue siendo tan diverso como familiar, y se encuentra por todos los rincones.


¿A qué se querían que se convirtieran los moros, los españoles moros, tras la caída de Granada? No se trataba solo de que se convirtiera al Cristianismo (cosa que algunos musulmanes ya venían haciendo), ni que fueran mestizos cultural o étnicamente. Se pretendió que se convirtieran a un determinado cristianismo, a una ideología de cruzada intolerante, a un modo cristianesco excluyente, y se les explicó muy claramente en que consistía ese nuevo proyecto cultural’: además de la fe religiosa islámica, tendrían que abandonar la lengua árabe, olvidar su literatura, dejar de cantar las canciones arábigas o las enjarchadas y zejelescas, los romances fronterizos y de los moros, las comidas que recordaban las fiestas islámicas, los bailes, cantes e instrumentos arábigos o mixtos, la tradición de purificarse y ayunar en Ramadán, los debates o contiendas ideológico-intelectuales. Hasta la letra árabe les quedaría prohibida. Pero, sobre todo, se les pidió un imposible: que renunciasen a su fe, tan islámica, en la convivencia y en el proyecto de una sociedad plural, y proclamasen los beneficios de la nueva doctrina dominante cristianesca, y la llamaran renacimiento.


A estos que no renunciaron del todo al ideal, que a veces escribían su lengua romance en la hermosa y proscrita grafía árabe, llamamos moriscos. Sentimos una especie de dolorosa actualidad al pensar que muchos fueron expulsados de su patria, de su patria en el siglo XVII (¡¿Hace tan poco tiempo?!, como nos señalaba en una conversación, en Ávila, el gran poeta árabo-oriental, Adonis) Y que a todos se nos arrebató una parte esencial de nuestra ideal cultural. Pues ese ideal ¿era sólo de los moriscos? ¿quedaron cripto-moriscos? ¿cómo pervivió la convivencia mudéjar?


Son cuestiones y conceptos a las que se vienen dedicando los investigadores e investigadoras españoles cada vez con más profundidad, sensibilidad y precisión (bastaría ver el reciente libro de Mikel de Epalza, Los moriscos antes y después de la expulsión, editado en MAPFRE, 1992, para comprobarlo)


Mas no podemos quedarnos sólo en el pasado, en su indudable pero confinado atractivo. Como humanistas, historiadores, pensadores, antropólogos, conscientes de que van perfilando la línea de Américo Castro, podemos llevar la inquietud hasta el presente y repensar todas estas cuestiones interculturales más allá de la frontera-expulsión del XVII (como nos enseña a hacer Pedro Martínez Montávez, en al-Andalus, España, en la literatura árabe de hoy, en la misma editorial y fecha) Porque hoy podemos comprender nuestro componente morisco, nuestra rica tradición mora y arábiga, también yendo al encuentro de de la cultura viva y actual. El conocimiento de la lengua árabe, de la estética y el pensamiento e inquietudes moras y de los alárabes todos, como diría Cervantes, tiene que volverse a sentir en muchos lugares. Entre ellos, las tierras castellanas y manchegas. De donde no salieron ni fueron desarraigados nunca definitivamente.




Carmen Ruiz Bravo-Villasante




LEÍDO EN LA REVISTA DE LA JUNTA DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA MUNICIPAL DE LAS NAVAS DEL MARQUÉS, ‘CAMINAR CONOCIENDO, Nº 3, PAGS. 36-37. MAYO DE 1994




martes, 19 de febrero de 2008

Octavio Paz: Repeticiones

Repeticiones

El corazón y su redoble iracundo
el obscuro caballo de la sangre
caballo ciego caballo desbocado
el carrousel nocturno la noria del terror
el grito contra el muro y la centella rota
Camino andado
camino desandado

El cuerpo a cuerpo con un pensamiento afilado
la pena que interrogo cada día y no responde
la pena que no se aparta y cada noche me despierta
la pena sin tamaño y sin nombre
el alfiler y el párpado traspasado
el párpado del día mal vivido
la hora manchada la ternura escupida
la risa loca y la puta mentira
la soledad y el mundo
Camino andado
camino desandado

El coso de la sangre y la pica y la rechifla
el sol sobre la herida
sobre las aguas muertas el astro hirsuto
la rabia y su acidez recomida
el pensamiento que se oxida
y la escritura gangrenada
el alba desvivida y el día amordazado
la noche cavilada y su hueso roído
el horror siempre nuevo y siempre repetido

Camino andado
camino desandado

El vaso de agua la pastilla la lengua de estaño
el hormiguero en pleno sueño
cascada negra de la sangre
cascada pétrea de la noche
el peso bruto de la nada
zumbido de motores en la ciudad inmensa
lejos cerca lejos en el suburbio de mi oreja
aparición del ojo y el muro que gesticula
aparición del metro cojo
el puente roto y el ahogado
Camino andado
camino desandado
El pensamiento circular y el circulo de familia
¿qué hice qué hiciste qué hemos hecho?
el laberinto de la culpa sin culpa
el espejo que acusa y el silencio que se gangrena
el día estéril la noche estéril el dolor estéril
la soledad promiscua el mundo despoblado
la sala de espera en donde ya no hay nadie

Camimo andado y desandado
la vida se ha ido sin volver el rostro.





Octavio Paz


viernes, 1 de febrero de 2008

Omar Khayyam: Una rubayata

"¡Alá es grande!"

Este grito del muecín parece una inmensa queja.

Cinco veces por día.

¿Es la Tierra la que gime contra su creador indiferente?



Omar Khayyam
(Rubayata)