lunes, 25 de febrero de 2008

CARMEN RUIZ BRAVO-VILLASANTE: 'La manera morisca'

Un artículo contra el racismo
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LA MANERA MORISCA




Por Carmen Ruiz Bravo-Villasante




“Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima, mínima, dulce e imaginada historia… Con estas palabras se inicia el capítulo XXII de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha que trata “De la libertad que dio Don Quijote a muchos desdichados que, mal de grado, los llevaban donde no quisieran ir”.


La gran expulsión de los moriscos tuvo lugar entre 1609 y 1614. Y en 1615 se publicó en el Quijote, esa fe de vida individual y colectiva entre la ilusión y la pesadilla, la experiencia, la compasión.


Se les quiso expulsar de la realidad social, del idioma y la historiografía, escatimándoles o negándoles ‘la nación’ hispana, que indudablemente era la suya, tratándolos con la mirada exotizante o extranjerizante. En el Renacimiento muchos de los modos cristianescos (término que tomo de un personaje cervantino) se oponían, realmente a las minorías moriscas. ¿Por qué eran tan diferentes moriscos y no moriscos? ¿En qué estribaban las inconciliables diferencias?


Uno de los principales elementos diferenciadores de la tradición cultural morisca venía de su pertenencia al Islam. Y el Islam se caracteriza y distingue –entonces y ahora- por su capacidad de convivencia. Los hispano-árabes (tanto cuando estaban en el poder político y cultural como cuando eran perdedores) consideraban que los cristianos y judíos pertenecían a la misma línea de tradición religiosa que los musulmanes, creían en el mismo Dios o Allah, y que a todos ellos había que reconocerles explícitamente el derecho a mantener su rito, prácticas, fiestas, enseñanzas propias. Sabían también que entre los propios musulmanes, se admitía en gran medida la pluralidad y diversidad lingüística, y de costumbres y practicas jurídicas. La tradición de los moros (término no peyorativo con que muchos cristianos llamaban a sus vecinos musulmanes, y como tal utilizaremos) era, pues, la más abierta de su tiempo, y un reto de civilización.


La manera de trato hispano-cristiana había ido asimilando e imitando la manera hispano-mora hasta que estallaron las cruzadas. Durante los últimos siglos de la Edad Media los hispano-cristianos dieron muestras de que podrían compaginar el poder con la sensatez, de manera que los hispano-moros e hispano-judíos que quedaban, en minoría, bajo su dominio estaban insertos en el conjunto social. La palabra árabe mudáyyam (=mudejar) sirvió como epíteto que describía a estos hispano-moros, pero también a muchas manifestaciones culturales hispano-cristianas; quería decir ‘mestizo’, culturalmente hablando. La población mora mudéjar mantenía más o menos esencialmente su religión islámica; mantenían la lengua árabe o iban siendo intensamente bilingües, conocían la música, romances, pensamiento, y en general la literatura arábiga lejana y cercana, hecha en el al-Andalus, y la hibridación e innovaciones hispano-latinas e hispano-romances. En el arte, lo mudéjar sigue siendo tan diverso como familiar, y se encuentra por todos los rincones.


¿A qué se querían que se convirtieran los moros, los españoles moros, tras la caída de Granada? No se trataba solo de que se convirtiera al Cristianismo (cosa que algunos musulmanes ya venían haciendo), ni que fueran mestizos cultural o étnicamente. Se pretendió que se convirtieran a un determinado cristianismo, a una ideología de cruzada intolerante, a un modo cristianesco excluyente, y se les explicó muy claramente en que consistía ese nuevo proyecto cultural’: además de la fe religiosa islámica, tendrían que abandonar la lengua árabe, olvidar su literatura, dejar de cantar las canciones arábigas o las enjarchadas y zejelescas, los romances fronterizos y de los moros, las comidas que recordaban las fiestas islámicas, los bailes, cantes e instrumentos arábigos o mixtos, la tradición de purificarse y ayunar en Ramadán, los debates o contiendas ideológico-intelectuales. Hasta la letra árabe les quedaría prohibida. Pero, sobre todo, se les pidió un imposible: que renunciasen a su fe, tan islámica, en la convivencia y en el proyecto de una sociedad plural, y proclamasen los beneficios de la nueva doctrina dominante cristianesca, y la llamaran renacimiento.


A estos que no renunciaron del todo al ideal, que a veces escribían su lengua romance en la hermosa y proscrita grafía árabe, llamamos moriscos. Sentimos una especie de dolorosa actualidad al pensar que muchos fueron expulsados de su patria, de su patria en el siglo XVII (¡¿Hace tan poco tiempo?!, como nos señalaba en una conversación, en Ávila, el gran poeta árabo-oriental, Adonis) Y que a todos se nos arrebató una parte esencial de nuestra ideal cultural. Pues ese ideal ¿era sólo de los moriscos? ¿quedaron cripto-moriscos? ¿cómo pervivió la convivencia mudéjar?


Son cuestiones y conceptos a las que se vienen dedicando los investigadores e investigadoras españoles cada vez con más profundidad, sensibilidad y precisión (bastaría ver el reciente libro de Mikel de Epalza, Los moriscos antes y después de la expulsión, editado en MAPFRE, 1992, para comprobarlo)


Mas no podemos quedarnos sólo en el pasado, en su indudable pero confinado atractivo. Como humanistas, historiadores, pensadores, antropólogos, conscientes de que van perfilando la línea de Américo Castro, podemos llevar la inquietud hasta el presente y repensar todas estas cuestiones interculturales más allá de la frontera-expulsión del XVII (como nos enseña a hacer Pedro Martínez Montávez, en al-Andalus, España, en la literatura árabe de hoy, en la misma editorial y fecha) Porque hoy podemos comprender nuestro componente morisco, nuestra rica tradición mora y arábiga, también yendo al encuentro de de la cultura viva y actual. El conocimiento de la lengua árabe, de la estética y el pensamiento e inquietudes moras y de los alárabes todos, como diría Cervantes, tiene que volverse a sentir en muchos lugares. Entre ellos, las tierras castellanas y manchegas. De donde no salieron ni fueron desarraigados nunca definitivamente.




Carmen Ruiz Bravo-Villasante




LEÍDO EN LA REVISTA DE LA JUNTA DE LA BIBLIOTECA PÚBLICA MUNICIPAL DE LAS NAVAS DEL MARQUÉS, ‘CAMINAR CONOCIENDO, Nº 3, PAGS. 36-37. MAYO DE 1994




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