jueves, 28 de febrero de 2008

Orfeo Negro, de Jean Paul Sartre: II. Poesía y Revolución

Un ensayo que puede servir de arma contra el racismo

II.-POESÍA Y REVOLUCIÓN


El proletariado blanco pocas veces usa el lenguaje poético para tratar de sus dolores, de sus iras, del orgullo que le inspira su condición; y ello no es por azar. Y yo no creo, tampoco, que los trabajadores estén menos ‘dotados’ que nuestros hijos de familia: el ‘don’, ese donaire eficaz, se le va toda importancia cuando se pretende determinar si está más extendido en una clase que en otra clase. Tampoco cabe pensar que la dureza del trabajo le reste la fuerza de cantar: los esclavos curraban de sol a sol echando los bofes, y sabemos canciones de esclavos.

Es preciso admitirlo, pues: son las circunstancias del hoy en día de la lucha de clases las que separan al obrero de la creación poética. Agobiado por la técnica, desea ser técnico al saber, como sabe, que la técnica será la herramienta de su liberación: sabe que si un día ha de poder dominar la administración de las empresas, sólo logrará ese objetivo en virtud de de un conocimiento profesional, económico y científico. Tiene, de lo que han denominado Naturaleza los poetas, un saber hondo y práctico, pero la coge por las manos antes que por los ojos: La Naturaleza es, para él, La Materia, esa oposición pasiva, esa desventura hipócrita e inerme que él trata con su herramienta. Y La Naturaleza no canta.

Al mismo tiempo, la etapa actual de su combate exige de él una acción seguida y contundente: cálculo político, previsiones exactas, disciplina, organización de masas. Racionalismo, materialismo, positivismo: esos grandes temas de su lucha cotidiana son los menos favorables a la creación franca de mitos poéticos. La postrera de esas quimeras, la conocida ‘noche roja’, ha reculado ante las exigencias de la lucha: hay que concentrarse en las más próximas, ganar esta posición, aquella otra, hacer subir ese salario, decidir esta huelga de solidaridad, esa protesta contra la guerra de Indochina: solo la validez cuenta.

Y sin duda, la clase oprimida debe, ante todo, coger conciencia de si misma. Pero esa toma de conciencia es justamente lo contrario de una zambullida en nosotros mismos, se trata de considerar, en la acción, y por ella, la situación objetiva del proletariado, que puede explicarse por las particularidades de producción o de la distribución de bienes. Asociados y simplificados por una dominación que se ejecuta sobre todos y cada uno, por una batalla colectiva, los trabajadores conocen poco las contradicciones internas, que si bien preñan la obra de arte, lesionan la praxis. Conocerse es, para ellos, colocarse con respecto a las grandes fuerzas que los circundan, precisar el lugar exacto que habitan en su clase y el trabajo que desempeñan en el Partido.

El lenguaje mismo que utilizan está falto de esos candados adulterados, de esa falsedad continua y tenue, de ese juego de las cesiones que crean el Verbo poético. En su oficio usan vocablos técnicos y bien precisos. En cuanto al lenguaje de los partidos revolucionarios, Brice Parain ha demostrado que es un lenguaje muy práctico: sirve para enviar órdenes, consignas, informaciones; si abandona su rigor, el Partido se destruye. Todo ello conduce a la supresión del sujeto, cada vez más estricta. En cambio, es necesario que la poesía siga siendo irreductiblemente subjetiva.

El proletariado no tuvo de una poesía que fuera social y a la vez reconociera sus orígenes en la subjetividad; que fuera social en la medida precisa en que era subjetiva; que residiera en una derrota del lenguaje, pero fuera, con todo, tan apasionante, tan comúnmente comprendida como la consigna más clara, o como el “Proletarios de todos los países, uníos”, que se lee a las puertas de la Rusia Soviética. A falta de ello, la poesía de la revolución futura ha quedado en manos de jóvenes burgueses de buena voluntad, que beben su inspiración en sus contradicciones psicológicas, en la contraposición de su ideal y de su clase, en la incertidumbre del viejo lenguaje burgués.

El negro, como el trabajador blanco, es víctima de la estructura capitalista de nuestra sociedad. Esa situación le revela su estrecha solidaridad, por encima de las diferencias de color, con ciertas clases de blancos aplastados como él, y lo induce a proyectar una sociedad sin privilegios, en la cual el color de la piel será considerado un simple accidente. Pero, si la situación es una misma, aparece circunstanciada según la historia y las condiciones geográficas: el negro es víctima de dicha circunstancia, en tanto que negro, como indígena colonizado o africano deportado. Y puesto que es oprimido en su raza, por causa de ella, es de su raza, ante todo, de lo que debe adquirir conciencia. A quienes, durante siglos, intentaron vanamente de reducirlo al estado de bestia, porque era negro, él debe forzarlos a reconocerlo hombre.

No hay aquí huida, no hay prestidigitación, no hay ‘paso de líneas’ que él pueda imaginar: un judío, blanco entre los blancos, puede negar su condición de judío, proclamarse un hombre entre los hombres. El negro no puede contradecir que es negro ni pedir para él una abstracta humanidad incolora: es negro. Está pues atenazado en la autenticidad: insultado, sometido, se alza, recoge la palabra ‘negro’ que se le ha tirado como una piedra, y se reclama como negro frente al blanco, en el pundonor.

La unidad final que unirá a todos los oprimidos en la misma lucha, debe ser precedida, en las colonias, por lo que denominaré el instante de la separación, o de la negatividad. Ese racismo antirracista es el único atajo que pueda llevar a la abolición de las diferencias raciales. ¿Cómo podría ser de otra manera? ¿Pueden los negros contar con la ayuda del proletariado blanco, lejano, absorto en sus propias luchas, antes de unirse ellos y organizarse sobre su propio territorio? ¿Y no se necesita, acaso, todo un trabajo de análisis para barruntar la identidad de los intereses profundos, bajo la diferencia ostensible de las condiciones de vida, puesto que el obrero blanco, a pesar de si mismo, chupa un poco del bote de la colonización? Por pequeño que sea su nivel de vida, sin la colonización sería aun más. Y, en todo caso, es menos descaradamente explotado que el jornalero de Dakar o de Saint-Louis.

El equipo técnico y la industrialización de los países europeos permiten pensar que, en ellos, las medidas de socialización son inmediatamente aplicables. Mirado desde Senegal o desde el Congo, el socialismo parece, sobre todo, un hermoso sueño: para que los campesinos negros descubran que es la conclusión necesaria de sus reivindicaciones inmediatas y locales, es preciso, ante todo, que aprendan a formular en común esas reivindicaciones, o sea que se piensen a sí mismos como negros.

Pero esa toma de conciencia se diferencia, por su naturaleza, de la que el marxismo se esfuerza en provocar al obrero blanco. La conciencia de clase del trabajador europeo obedece a la naturaleza del rendimiento y de la plusvalía, a las condiciones actuales de la propiedad de los utensilios de producción, en suma, a los características objetivas de la situación del proletario. Pero, como el desprecio interesado que los blancos alardean frente a los negros, y que no tiene equivalencia en la actitud de los burgueses para con la clase obrera, se encamina a herirlos en lo más hondo del corazón, es necesario que los negros le opongan una visión más justa de la subjetividad negra. Razón por la cual la conciencia de raza se basa, ante todo, en el alma negra, o más bien, puesto que término vuelve reiterativamente a estos poemas, en una cierta calidad común a las ideas y a las conductas de los negros, y que llamamos negritud.

Para establecer conceptos raciales no hay sino dos caminos para seguir: hacemos pasar a la objetividad ciertos elementos subjetivos, o bien interiorizamos conductas que pueden ser objetivamente consideradas. Por ejemplo, el negro que reivindica su negritud en un movimiento revolucionario se sitúa ya en el terreno de la Reflexión, sea porque quiera reencontrar en él ciertos rasgos objetivamente comprobados en las civilizaciones africanas, o sea porque espere hallar la Esencia negra en las partes de su corazón. Vuelve a aparecer así la subjetividad, comunicación de mi yo conmigo mismo, manantial u origen de toda poesía. El trabajador ha debido cercenarse de esa parte de su ser, pero el negro que llama a sus hermanos de color a tomar conciencia de sí mismos tratará de enseñarles, de mostrarles, la estampa modélica de su propia negritud, y se girará hacia su espíritu para cogerla allí. Se quiere linterna y espejo a la vez; el primer revolucionario será el heraldo del alma negra, el pregonero que arrancará de si la negritud para tendérsela al mundo, mita profeta y a medias guerrillero, y, en suma, un poeta en el sentido preciso de la palabra bardo.

Y la poesía negra no tiene nada de común con las ternuras del corazón. Es funcional, responde a una necesidad que la define exactamente. Leed una antología de la poesía blanca de hoy: hallaréis cien asuntos distintos, según el gracejo o los anhelos del poeta, según su situación y su país. Pero en una antología negra no hay más que un tema que todos se esfuerzan por tratar, con mayor o menor acierto. De Haití a Cayena, una sola idea: manifestar el alma negra. La poesía negra es evangélica, proclama la buena nueva: la negritud brilla resplandeciente en ella.

seguirá este pequeño ensayo

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