martes, 26 de febrero de 2008

Orfeo Negro, de Jean Paul Sartre: I. Proposiciones

Un ensayo que puede servir de arma contra el racismo
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Orfeo negro, así tituló Sartre el prólogo a ‘La nouvelle poésie negre et malgache de langue française’, de Léopold Sédar Senghor (Edita Presses Universitaires de France, París, 1948)


El planteamiento de este prólogo es casi calcado al que le hiciera, posteriormente, a la obra de Frantz Fanon 'Los condenados de la tierra'; a saber: los escritores negros no se refieren a nosotros, los europeos, sino que se dirigen a sus hermanos los poetas negros. En 'Los condenados de la tierra' es a la masa de africanos a quien se está refiriendo Frantz Fanon en su obra. Esos son sus hermanos que se están rebelando contra nosotros, los europeos. A ellos les dedica sus palabras este escritor... De todas las maneras Sartre invita a que leamos a estos escritores porque así, quizás, cambiaremos algo nuestro modo de pensar.

por Jean Paul Sartre



I. - PROPOSICIONES

Pero... ¿qué creíais?... ¿Qué aguardábais escuchar, una vez apartado el bozal, a esas bocas negras?... ¿Pensabais que se pondrían a cantaros loas de alabanza a vosotros?... ¿O que veríais o leeríais en sus ojos la idolatría cuando esas testas se izaran, esas cabezas que vuestros progenitores, por la fuerza, habían inclinado hasta el suelo?...

He aquí unos hombres negros, levantados frente a nosotros, que nos miran; os convido a sentir, como yo, la sensación de ser observados. Porque el blanco ha disfrutado durante tres mil años de la prerrogativa de ver sin ser atisbado; era mirada sin macula; la luz de sus ojos extraía cada cosa de la sombra originaria. La blancura de su piel era también una mirada, luz sintetizada. El varón de raza blanca, blanco porque era varón, blanco como el día, como la verdad, como la virtud, alumbraba la creación como una antorcha. Descubría el fondo oculto, y blanco, de los seres.

Ahora esos hombres negros nos observan, nos miran, y nuestra mirada se reatrae en nuestros ojos; unos faros negros, a su vez, alumbran el universo, y nuestras caras blanquecinas ya no son más que unos pobres farolillos movidos por el aire. Un poeta negro(1), sin ocuparse siquiera de nosotros, murnura a la hembra que ama:

Mujer desnuda, mujer negra,
vestida de tu color que es vida...
Mujer desnuda, mujer oscura,
fruto maduro de carne prieta, sombríos extasis de vino negro... (2)

Y nuestra blancura nos parece un extraña pintura descolorida que impide a nuestra piel respirar: una armadura blanca, gastada en los codos y en las rodillas, bajo la cual, de poder quitárnosla, encontraríamos la verdadera carne humana, la carne de color de vino negro.

Nos creemos sustanciales al mundo, los soles de sus cosechas, las lunas de sus mares; sólo somos las bestias de su fauna. Ni siquiera bestias:


Esos señores de la urbe
esos señores como es debido
que ya no saben danzar de noche al claro de luna
que ya no saben caminar sobre la carne de sus pies
que ya no saben contar cuentos en las veladas... (3)

Éramos antiguamente europeos de derecho divino. Pero ya sentíamos desmoronarnos nuestra dignidad bajo las miradas yanquis y soviéticas. Europa no era más que un accidente geográfico, la península que Asia lanzaba hacia el Atlántico. Al menos, confiábamos en recobrar un poquito de nuestra grandeza en los ojos domesticados de los africanos. Pero ya no hay ojos domesticados: hay miradas salvajes y libres que valoran nuestra tierra. Hay un negro que vagabundea:

Hasta el fin de
la eternidad de sus avenidas sin fin
con pesquisas... (4)

Y otro que vocea a sus hermanos:

Ay, ay, la Europa arácnida mueve sus dedos
y sus falanges de navíos... (5)


Escuchad:

el silencio cazurro de esta noche de Europa... (6)

donde

nada hay que el tiempo no deshonre. (7)

Un negro escribe:

Montparnasse y París, Europa y sus tormentos sin fin,
nos obsesionan a veces como recuerdos o como pesadillas... (8)

Y de improviso, a nuestra propia consideración, Francia es foránea. Ya no existe más que una remembranza, una alucinación, una neblina blanca que queda en el fondo de almas soleadas, un país suburbano torturado en el que no es agradable morar. Ha seguido hacia el norte, anclado próximo a Kamchatka. Ahora lo esencial es el sol, el sol de los trópicos y el mar ‘piojoso de islas’, y las rosas de Imangue, y los lirios de Iarive, y los volcanes de la MARTINICA. El Ser es negro, el Ser es de fuego, nosotros somos fortuitos y remotos, debemos justificar nuestros hábitos, nuestras técnicas, nuestra palidez de muchedumbres mal cocidas, y nuestra flora verde grisácea.

Esas miradas plácidas y mordientes nos roen hasta los huesos:

Escuchad el mundo blanco
Horriblemente exhausto de su esfuerzo inmenso
Sus articulaciones rebeldes crujir bajo las estrellas duras
Sus rigideces de acero azul horadando la carne mística
Escucha sus victorias trompetear sus derrotas
Mira su lamentable traspié y sus solemnes ficciones.
Piedad para nuestros vencedores omniscientes e ingenuos. (9)

Henos aquí terminados. Nuestros triunfos, tripas al aire, dejan ver sus vísceras, nuestro secreto fracaso. Si deseamos hacer explotar esta finitud que nos encarcela, ya no podemos contar con las prerrogativas de nuestra raza, de nuestro color, de nuestras técnicas. No podremos aliarnos a ese conjunto del que nos exilian esos ojos negros, sino quitándonos nuestras cotas blancas para tratar de ser, simplemente, hombres.

Pero si estas poesías nos sonrojan no es porque se empeñen. No han sido creados para nosotros: todos aquellos, los colonos, sus secuaces, que lean estos poemas, creerán leer, mirando por encima del hombro del otro, una misiva que no les está dedicada. Los poetas negros se dirigen a otros poetas negros, para hablarles de los negros; su poesía no es mordaz ni insultante: es una toma de conciencia.

“Entonces –dirán ustedes-, ¿por qué debería atraernos sino como documento? No podemos introducirnos en ella”. Yo querría enseñar por qué sendero se encuentra aproximación a ese mundo de lignita, y cómo esta poesía, cuya primera apariencia es racial, es finalmente una canción de todos y para todos.

En resumen, hablo aquí a los blancos, y querría explicarles lo que los negros saben ya: por qué debía ser obligatoriamente a través de una experiencia poética, cómo el negro, en su coyuntura actual, tomaría conciencia de sí mismo. Y, al revés, por qué la poesía negra de lengua francesa es, hoy en día, la única gran poesía revolucionaria.

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Notas:

(1)Todas las citas corresponden a poesías metidas en el libro antológico ‘La nouvelle poésie negre et malgache de langue française’, de Léopold Sédar Senghor (Edita Presses Universitaires de France, París, 1948)

(2) “Femme nue, femme noire
Vétue de ta coleur qui est vie…
Femme nue, femme obscure,
Fruit mur à la chair ferme, sombres extases de vin noir.”
Senghor

(3) “Ces Messieurs de la ville
Ces Messieurs comme il faut
Qui ne savent plus danser le soir au clair de lune
Qui ne savent plus marcher sur le chair de leur pieds
Qui ne savent plus conter les contes aux veillées…”
Tirolien

(4) “jusqu’au bout de
L’èternité de leurs boulevards sans fin
À flics…”
Damas

(5) “Hèlas! Hèlas! L’Europe arachnéene bouge ses doigts
Et ses phalanges de navires…”

(6) “le silence sournois de cette nuit d’Europe…”
Senghor

(7) “il n’est rien que le temps ne déshonore.”
Rabemananjara

(8) “Montparnasse et Paris, l’Europe et ses tourments sans fin
Nous hanterons parfois comme des souvenirs ou comme des malaises…”

(9) “Écoutez le monde blanc
Horriblement las de son effort immense
Ses articulations rebelles craquer sous les étoiles dures,
Ses raideurs d’acierbleu transperçant le chair mystique
Écoute ses victories proditoires trumpeter ses défaites
Écoute aux alibis grandiose son piètre trébuchement
Pitié pour nos vainqueurs omniscients et naïfs.”
Césaire



(seguirá este pequeño ensayo)

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