sábado, 28 de noviembre de 2009

José Mª Amigo Zamorano: Primer encuentro con D. Eusebio García Luengo

Haciendo memoria, ahora que estamos recordando con nostalgia (con nostalgia, pesar, dolor, afecto, cariño, ternura... todos los sentimientos entrañables que tenemos de él) la desaparición de D. Eusebio García Luengo, se nos presenta a lo vivo el primer encuentro. Era verano, claro. Solo podía ser verano, ya que era cuando acudía a Las Navas del Marqués. Hacía la una o las dos del mediodía estábamos charlando de libros y de los judíos con nuestro amigo Antonio Escudero Ríos. Y este amigo nos lo mostró.

-Mira, ¿conoces a ese que camina por la otra acera apoyado en su cayado con la mano derecha?
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-No.
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-Es el escritor Eusebio García Luengo. ¿Habías oído hablar de él?

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-Me suena... ¡Ah, si!... Veía su firma en la famosa tercera página del diario ABC.
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-Algún tiempo escribió en ese periódico.

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-Me he acordado porque, estudiando bachillerato en Corrales del Vino, allá por mi tierra, iba los domingos a comer donde mis tíos. Mi tío Frutos Gutierrez leía ese periódico y lo tenía muchas veces encima de la mesa camilla del comedor. Y... no sé... creo vagamente que se me quedó prendido su nombre porque me resultaba un tanto extraño... No sé.
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-Antes iba muy a menudo por el Café Gijón. Era un tertuliano habitual. Casi una institución. Hacía tiempo que no lo veía... Se comentó alguna vez sobre escritores que habían caído en la miseria. Y unían los nombres de Alfonso Grosso y él entre otros... A mi me impresionó un repertaje en el que se veía a Grosso andando en zapatillas, desaliñado, roto, triste... Creo que en un manicomio.
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-¿Grosso?... Ese escritor sevillano, muy bueno por cierto, publicó muchas novelas y ganó varios premios... Puedo recitar de memoria el comienzzo de 'Guarnición de silla' que fue Premio de la Crítica: 'En el mar cántabro, demasiado azul prusia, demasiado irisado de sombras y...

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-Ya. No sigas. Pero así es la vida. Las editoriales se llevaron la parte del león. Y a él le dejaron las sobras.
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-¿Me lo presentas?

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-¿A quién?
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-A Eusebio García Luengo.

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-¡Ah!... Bueno, pero no te lo presento. Nos presentamos nosotros a él. Te lo digo porque yo lo conozco, pero no lo he tratado nunca.
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-Vale, vale.

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Atravesamos la calzada y nos presentamos. Sus ojos apagados enseguida se avivaron, se abrieron luminosos para contemplarnos. La conversación corrió amena. Él hacía posible esa charla agradable, fluida. Nos interrogó finamente. Nos hizo, sin duda, un retrato. Se quedó con todos los detalles. Detalles que luego rumiaba lentamente. Para sacar sus conclusiones de las que luego, al decir de Juan Fernández Figueroa, su amigo y el que lo colocó en la revista Índice que dirigía, jamás se desdecía.
Nos dijo, a su vez, que había nacido en Puebla de Alcocer, localidad de Badajoz en la Siberia extremeña.
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-Siberia. Así la conocen y así se llama. Yo siempre nombro a mi pueblo desde el principio. Mi nacencia. Siempre. No digo, como muchos, que 'soy de la parte de...' o que 'procedo del partido judicial de...'. Como si se avergonzaran por decir que nacieron en un pueblo. Lo he observado muchas veces. Sin ir más lejos, en la calle Ibiza, de Madrid, donde vivo, hay un bar cuyo dueño dice que es de Guadalajara. Pues no, ¡mentira! es de un pueblo de Guadalajara. Yo no soy de Badajoz, no señor, soy de Puebla de Alcocer.

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-¿Y va muy a menudo?
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-Me preguntas que si he ido a menudo... Nunca he ido a menudo. Pero si con frecuencia. Ahora, ya llevo varios años sin ir.

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-Y le gustaría.
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-Si. Aunque a mis años (nadie tiene tantos años como yo) temo por el choque emocional... Además, apenas me quedan parientes... Y usted, don Antonio Escudero Ríos, dice que es de la Serena, pero ¿en qué pueblo nació usted? Si no es una indiscreción preguntárselo...

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Y así fue, más o menos,el primer encuentro con D. Eusebio García Luengo.
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Y para terminar, ya que estamos releyendo Anábasis de Sain-John Perse, transcribiremos el final del primer poema, en la traducción de Enrique Moreno Castillo:
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"... Con un vestido puro entre vosotros. Durante un año aún entre vosotros. '¡Mi gloria está sobre los mares, mi fuerza está entre vosotros!
Prometida a nuestros destinos esa brisa de otras orillas y, llevando más lejos las semillas del tiempo, el resplandor de un siglo en su cima sobre el astil de las balanzas...'.
¡Matemáticas suspendidas en los témpanos de la sal! ¡En el punto sensible de mi frente donde se establece el poema, inscribo este canto de todo un pueblo, el más ebrio,
llevando a nuestros astilleros quillas inmortales."


jueves, 26 de noviembre de 2009

José Mª Amigo Zamorano: Inicio gozoso de 'Anábasis'



Como un hombre nuevo. Así se hallaba aquel que se encontró con el Extranjero. Y vio en su comportamiento, en su talante e ideas a un hermano y no a un enemigo.
Luego conversa con el forastero que le transmite noticias de otros mundos. Diose cuenta de que aquellos mundos solo se diferenciaban del suyo en los disfraces: vestimentas, costumbres, climas, vegetaciones, idiomas... Lo esencial, por el contrario, era el ser. Y, por ahora, la alegría del ser, la alegría del encuentro. De improviso el reencuentro. Y, enseguida, los agasajos, los convites, las cortesías... La hospitalidad que todo lo enriquece.
Luego, quizás, tal vez, acaso, en el curso de la vida, vendrán roces, desencuentros, puntos de vista dispares... Pero nada que no pudiera salvarse con buena voluntad. En conversación abierta. Junto a un vaso de vino. Vino de uva, o de palma, o de arroz, o de... En eso radicaba la vana diferencia.
Ahora lo que procedía era vestirse con humildad para acompañar al Extranjero en el recorrido que daría por todos los puntos cardinales del entorno. Era pertinente esa humildad en todo el trayecto y en todo el tiempo para que nunca se considerara como extraño en tierra ajena. Nunca un forastero es foráneo en la Tierra. En ningún lugar de ella. Todo lo contrario, es como un hermano al que se esperaba desde hacía tiempo. Y que, junto a su sabiduría, en su zurrón lleva encerradas diversas maneras de amar, de querer. Y las derrama, generosamente, a manos llenas, en cada rincón del mundo donde se asienta.
Mientras acompañaba al Extranjero, henchido de gozo, colmado de desprendimiento, el nativo se veía un hombre nuevo.
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El poeta comienza su 'Anábasis':
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-"Estableciéndome con honor sobre tres grandes estaciones, tengo buenos auspicios para la tierra donde fundé mi ley.
Las armas por la mañana son hermosas, y el mar. La tierra sin almendras, entregada a nuestros caballos,
nos otorga ese cielo incorruptible. Y no se nombra al sol, mas su poder se halla entre nosotros,
y el mar en la mañana como una presunción del espíritu."
(*)

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Se encuentra en posesión -como quien dice- de una nueva panorámica del mundo; lo que significa, en realidad, es que ha adquirido una conciencia objetiva sin las telarañas de la estrechez; es decir: se es uno más tan solo, uno más, dentro de lo que rodea. Influyendo en derredor, que duda cabe, en la extensión de la rosa de los vientos, al tiempo que le influyen a él las cosas y los seres con los que se roza. Y se ve en comunión con el universo. Se ha sumergido en él. Una zambullida, claro está, en las aguas de la humildad de conocerse. Un empapamiento. Un empequeñecimiento. Un engrandecimiento. Y esa humildad del conocer, del conocerse, le da un poder desconocido. Otro poder, pero distinto. El que antes tenía era uno artificial. Soberbio. Ignorante. Propio de reyes. Reflejo de reyes. Violento. Nocturno. Tenebroso.
Eso quedó atrás. Afortunadamente. Desapareció. Se fue como el humo. Para siempre. Ahora se pregunta continuamente por cada incomprensión que le sale al paso. Junto al camino que recorre con el Extranjero. Interrogaciones que le brotan sin el angustioso desasosiego del desconocimiento, sin el pertubador azoramiento originado por el qué dirán si le notan ignorante, sino con la ventana abierta de par en par a las nuevas alegrías del conocimiento, con el objetivo espontáneo -que no es objetivo porque no ha nacido de cálculo premeditado- de derramarlas por doquier, sin exigir impuestos por la siembra, sin pedir nada a cambio por tal derroche de semillas esparcidas. Enriqueciéndose, glorificándose... por ese despìlfarro, por no atesorar, ansiosamente, como un avaro, entre su carne, lo que de por si fluye sin impedimentos de propiedad, por consiguiente sin agarrarse al concepto de 'tuyo', 'mío' o 'vuestro'. Eso que reina en su espíritu es el 'nosotros', el 'todos nosotros'. Es el hombre singular transformado en colectividad, en concierto.
-
Y Saint John Perse, prosigue poema:
-
-"¡Tú cantabas, poder, en nuestras rutas nocturnas!... En los idus puros de la mañana, ¿qué sabemos del sueño, nuestra herencia?
¡Durante un año entre vosotros! ¡Dueño del grano, dueño de la sal, y la cosa pública sobre justas balanzas!
No llamareá a las gentes de otra orilla. No trazaré
grandes distritos de ciudades sobre las laderas con el azucar de los corales. Mas mi designio es vivir con vosotros.
¡En el umbral de las tiendas toda gloria! ¡Mi fuerza entre vosotros! Y la idea pura como una sal celebra sus audiencias en medio de la luz."
(*)

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(*) Anábasis en el libro Poemas (Anábasis. Exilio. Crónica. Canto para un equinocio.). Autor: Saint-John Perse; editorial Lumen, Barcelona, primera edición de 1988; edición bilingüe; traducción y prólogo: Enrique Moreno Castillo.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Leopold Sedar Senghor: A Nueva York (*)

Leopold Sedar Senghor: A Nueva York (*)

I)

¡Nueva York! Al comienzo me confundió tu belleza, tus muchachas doradas de largas piernas.
Tan tímido, al principio, ante tus ojos metálicos, tu sonrisa helada. Tan tímido. Y la angustia en lo hondo de las calles bordeadas de rascacielos.
Alzando los ojos ciegos hacie el eclipse del sol.
Sulfurosa, tu luz, y pálidas, las torres con cabezas que brillan al cielo.
Los rascacielos que retan las tormentas con músculos de acero y piel de cristal.
Pero dos semanas, en los desnudos senderos de Manhattan, al final de la tercera semana, la fiebre se apodera de uno, con la garra de un leopardo
Dos semanas sin ríos ni campos, con todos los pájaros del aire
cayendo de pronto y muriendo sobre las cenizas altas de los techos chatos.
Ninguna sonrisa de niño florece, su mano fresca en mi mano.
No hay pechos de madres, solo piernas de nailon. Piernas y pechos sin sudor ni olor.
No hay palabras tiernas porque no hay labios, solo corazones artificiales que cobran caro, y al contado.
Y no hay libros donde leer la sabiduría. La paleta del pintor florece en cristales de coral.
Noches desveladas por el insomnio, ¡oh noches de Manhattan! Agitadas por luces parpadeantes, en tanto que los pitidos de los motores aullan horas vacías
Y mientras tanto las aguas tenebrosas arrastran amores desinfectados, como ríos desbordando cadáveres de niños.

_____
II)


Ha entrado el tiempo de los signos y de las cuentas ¡Nueva York! Ha venido la época del maná y del hisopo.
Debes oír los trombones de Dios, tu corazón deberá palpitar al ritmo de la sangre, de tu sangre.
La vi en Harlem, zumbando de ruido, con soberbios colores y embriagantes olores
Era la hora del té en la morada del vendedor de productos farmacéuticos.
Vi los preparativos del festival de la noche, para escapar al día.
Anuncio que la noche es más verdadera que el día.
Era la hora pura en la que Dios hace brotar la vida que va más allá de la memoria
Todos los elementos heterogéneos resplandecen como soles.
¡Harlem! ¡Harlem! ¡Entonces vi Harlem! Una convulsión verde de maíz se levanta del asfalto, enriquecido por los pies desnudos de los bailarines
Bajas olas de seda y pechos como hojas de cuchillo, ballets de nenúfares y fabulosas máscaras
A los pies de los caballos de la policía ruedan los frutos del amor de las casas bajas.
Y vi a lo largo de las trochas arroyos de blanco fluir, arroyos de leche negra en la neblina azul de los habanos.
Y vi en el cielo de la atardecida níveas flores de algodón y alas de serafines y plumas de hechiceros.
Escucha, ¡Nueva York!, oye tu voz varonil de bronce vibrando en los oboes, la angustia suprimida por las lágrimas que caen en grandes coágulos de sangre
Escucha el lejano latido de tu corazón nocturno, ritmo y sangre del tam-tam, tam-tam sangre y tam-tam

_____
III)


¡Nueva York! Yo te digo: ¡Nueva York! Deja que la sangre negra fluya por tu sangre
Para que refriegue el moho de tus juntas de acero, como un aceite de vida
Para que dé a tus puentes la curvatura de las caderas, y la flexibilidad de las enredaderas.
Ahora regresan los tiempos de antaño, la unidad recobrada, la reconciliación del León, el Toro y el Árbol
Los pensamientos unidos a la acción, el oído al corazón, el signo al significado.
Allí están vuestros ríos murmurando, con olorosos cocodrilos y manatíes de ojos fascinantes. Y no es menester inventar las Sirenas.
Sino que basta solo con abrir los ojos al arcoirisado abril
Y los oídos, principalmente los oídos, a Dios, que creó el firmamento y la tierra en seis días de la risa de un saxofón
Y en el séptimo día durmió el profundo silencio del negro.

Leopold Sedar Senghor


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(*) Ulli Beier, 'In Search of an African Personality', The Twentieth Century, Volumen CLXV, número 986, abril de 1959, páginas 348/349.

martes, 3 de noviembre de 2009

Goethe: Monólogo tras la Visión del Espíritu (*)

Goethe: Monólogo tras la visión del Espíritu

Fausto (solo)

¡Ay, y cómo nunca se desvanece del todo la esperanza en la mente, que siempre se apega al huero indicio, y con ávida mano cava en la tierra, buscando tesoros, y se alegra cuando encuentra lombrices!
-(1)
¿Está bien que aquí resuenen voces de hombres semejantes, aquí, donde la plenitud de los espíritus rodeárame? Pero, ¡ay!, por esta vez te doy las gracias a ti, el más pobre de todos los hijos de la Tierra. Tú me has salvado de la desesperación, que ya iba a trastornarme los sentidos...
-
¡Ay! La aparición fue gigantesca y que por fuerza había yo de sentirme un pigmeo. Yo, semblanza fiel de la divinidad, que ya se imaginaba enteramente cerca del espejo de la verdad eterna y de sí mismo gozaba en el resplandor y claridad de los cielos, y arrebatado al hijo de la tierra; yo, más que un querube, que ya auguralmente se propasaba a fluir por las venas de la Naturaleza y disfrutar, creando, la vida de los dioses, ¡qué caro debo pagarlo ahora! Una palabra de trueno ha dado al traste conmigo. No debo propasarme a equipararme a ti; si fuerza tuve para atraerte, no la tuve para sujetarte. En aquel feliz momento sentime tan pequeño y tan grande. ¡Cruelmente, tu me echaste atrás, a la incierta suerte del hombre!
-
¿Quién me alecciona? ¿Qué debo evitar? ¿Deberé obedecer a aquel impulso? ¡Ay! Nuestros mismos actos, igual que nuestros dolores, cohiben el curso de nuestra vida. A lo más magnífico que el espíritu recibiera, viene a unirse siempre materia cada vez más extraña; cuando logramos lo bueno de este mundo, luego lo mejor llámase ilusión y delirio. Esos magníficos sentimientos que nos daban la vida cuájanse, helados, en el terrenal baturrillo. Si la fantasía se dilataba antaño con osado vuelo y henchida de esperanza hacia lo eterno, luego le basta con un exíguo espacio cuando las dichas se amontonan en el remolino de los tiempos. Anida la inquietud en los corazones profundos, y en ellos provoca secretos pesares; agítase intranquila, y gusto y sosiego acibara; continuamente cambia de antifaz, y puede aparecerse como casa y corte, como mujer y niño, en forma de fuego, veneno y puñal; tiemblas por todo aquello que no te llega a herir, y debes de llorar toda tu vida por aquello que nunca pudiste.
-
No igualo yo a los dioses. ¡Harto hondo lo siento! Al gusano es al que me asemejo, al gusano que repta entre el polvo, y que, viviendo y nutriéndose entre el polvo, aniquila y entierra el paso del viajero. ¿No es polvo lo que este alto muro de cien trastajos me achica? ¿Este baturrillo que con miles de cachivaches me oprime en este mundo apolillado? ¿Debo leer acaso en miles de libros que doquiera sufren tormentos los mortaales y que de acá o de allá hubo alguno más feliz?... ¿Qué quieres decirme con esa tu risa, ¡oh monda calavera!, sino que en otro tiempo tu cerebro, igual que el mío, buscara, extraviado, el breve día, y que en la grave penumbra errara lamentablemente con el deseo de la verdad?
-
A buen seguro que de mí os burláis, ¡oh aparatos con tanta rueda y peine, rodillo y estribo! Estaba yo a la puerta; vosotros debíais ser la llave. Cierto que tenéis la barba rizada; pero no levantáis el cerrojo. Misteriosa a la liviana luz, no se deja la Naturaleza arrebatar su velo, y lo que a tu espíritu no quiere revelar, no podrás quitármelo a la fuerza con palancas y destornilladores. ¡Oh viejo armatoste que yo nunca utilicé! Estás ahí porque mi padre te usaba. ¡Oh viejo pergamino, ahumado estás de tanto tiempo como en este atril ardió la turbia lámpara! Mucho mejor hubiera yo empleado mi poquedad que no estándome aquí cargado, sudando con lo poco. Lo que por herencia tienes de tus padres, adquiérelo tú para poseerlo. Aquello que no se aprovecha es una grave carga; solo lo que el momento crea es lo que utlizar se puede.
-
Pero ¿por qué mi vista se clava en este sitio? ¿Será que esa redoma que hay allí es un imán para los ojos? ¿Por qué de pronto se me vuelve amablemente clara, como cuando en nocturna selva el fulgor de la luna nos envuelve? Yo te saludo, ¡oh única redoma que aun con veneración me agacho a buscar? Adoro en ti el ingenio y el arte del hombre. ¡Tú, compendio de los amables jugos del sueño, estracto de todas las fuerzas mortales sutiles, concede a tu maestro tus favores! De solo verte se alivian mis pesares; si te cojo, se aminora mi afán; poco a poco se eleva a la pleamar la corriente del espíritu. Véome lanzado a la alta mar, el espejo de las olas resplandece a mis pies, y un nuevo día me atrae a orillas nuevas. ¡Un carro de fuego, cerniéndose sobre leves resortes, se me acerca! Pronto me siento a trasponer el eter, siguiendo un derrotero nuevo, rumbo a nuevas esferas de pura actividad. ¡Esa alta vida, deleite de dioses! y tú, todavía un gusano, ¿la puedes merecer? Si; bastará que le vuelvas decidido la espalda al bello sol de la Tierra. ¡Atrévete a trasponer las puertas, ante las cuales todos, de buen grado, deslizándose, pasan de largo! Tiempo es ya de demostrar con hechos que la dignidad del hombre no cede ante la excelsitud de los dioses; no palpitar en vano ante esas cavernas tenebrosas en que la fantasía se condena para su propio tormento; pugnar por cruzar ese pasillo, en torno a cuyas angostas fauces llamea todo el infierno; resolverse alegremente a ese paso..., aunque se corra el riesgo de diluirse en la nada.
-
¡Ven acá, pues, oh cristalina, pura redoma! Sal fuera de tu vieja envoltura, en que no reparé yo en muchos años. Tú refulgías en las alegres fiestas de los padres y alegrabas a los más graves huéspedes cuando, de mano en mano, ibas pasando a la redonda. El rico, artístico esplendor de los múltiples cuadros, el deber de bebedor de explicarlos en verso y apurar de un trago al copa, mucha juvenil noche me recuerdas; ahora no he de cederte a ningún vecino, ni he de mostrar mi ingenio según tu arte; un zumo hay aquí que rápidamente embriaga. De oscuro licor llena tu oquedad. El que yo prepare, el que eligiera, ese trago postrero, sea ahora consagrado con toda el alma cual festivo alto brindis a la aurora.

(Llévase a la boca el frasco. Repique de campanas y canto coral)

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Goethe, en 'Fausto'

(Acto Único, Escena Primera, Primera Parte)
Traducción: Rafael Cansinos Assés


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(*) Título de nuestra cosecha
(1) Los puntos y aparte también son nuestros