jueves, 19 de noviembre de 2009

Leopold Sedar Senghor: A Nueva York (*)

Leopold Sedar Senghor: A Nueva York (*)

I)

¡Nueva York! Al comienzo me confundió tu belleza, tus muchachas doradas de largas piernas.
Tan tímido, al principio, ante tus ojos metálicos, tu sonrisa helada. Tan tímido. Y la angustia en lo hondo de las calles bordeadas de rascacielos.
Alzando los ojos ciegos hacie el eclipse del sol.
Sulfurosa, tu luz, y pálidas, las torres con cabezas que brillan al cielo.
Los rascacielos que retan las tormentas con músculos de acero y piel de cristal.
Pero dos semanas, en los desnudos senderos de Manhattan, al final de la tercera semana, la fiebre se apodera de uno, con la garra de un leopardo
Dos semanas sin ríos ni campos, con todos los pájaros del aire
cayendo de pronto y muriendo sobre las cenizas altas de los techos chatos.
Ninguna sonrisa de niño florece, su mano fresca en mi mano.
No hay pechos de madres, solo piernas de nailon. Piernas y pechos sin sudor ni olor.
No hay palabras tiernas porque no hay labios, solo corazones artificiales que cobran caro, y al contado.
Y no hay libros donde leer la sabiduría. La paleta del pintor florece en cristales de coral.
Noches desveladas por el insomnio, ¡oh noches de Manhattan! Agitadas por luces parpadeantes, en tanto que los pitidos de los motores aullan horas vacías
Y mientras tanto las aguas tenebrosas arrastran amores desinfectados, como ríos desbordando cadáveres de niños.

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II)


Ha entrado el tiempo de los signos y de las cuentas ¡Nueva York! Ha venido la época del maná y del hisopo.
Debes oír los trombones de Dios, tu corazón deberá palpitar al ritmo de la sangre, de tu sangre.
La vi en Harlem, zumbando de ruido, con soberbios colores y embriagantes olores
Era la hora del té en la morada del vendedor de productos farmacéuticos.
Vi los preparativos del festival de la noche, para escapar al día.
Anuncio que la noche es más verdadera que el día.
Era la hora pura en la que Dios hace brotar la vida que va más allá de la memoria
Todos los elementos heterogéneos resplandecen como soles.
¡Harlem! ¡Harlem! ¡Entonces vi Harlem! Una convulsión verde de maíz se levanta del asfalto, enriquecido por los pies desnudos de los bailarines
Bajas olas de seda y pechos como hojas de cuchillo, ballets de nenúfares y fabulosas máscaras
A los pies de los caballos de la policía ruedan los frutos del amor de las casas bajas.
Y vi a lo largo de las trochas arroyos de blanco fluir, arroyos de leche negra en la neblina azul de los habanos.
Y vi en el cielo de la atardecida níveas flores de algodón y alas de serafines y plumas de hechiceros.
Escucha, ¡Nueva York!, oye tu voz varonil de bronce vibrando en los oboes, la angustia suprimida por las lágrimas que caen en grandes coágulos de sangre
Escucha el lejano latido de tu corazón nocturno, ritmo y sangre del tam-tam, tam-tam sangre y tam-tam

_____
III)


¡Nueva York! Yo te digo: ¡Nueva York! Deja que la sangre negra fluya por tu sangre
Para que refriegue el moho de tus juntas de acero, como un aceite de vida
Para que dé a tus puentes la curvatura de las caderas, y la flexibilidad de las enredaderas.
Ahora regresan los tiempos de antaño, la unidad recobrada, la reconciliación del León, el Toro y el Árbol
Los pensamientos unidos a la acción, el oído al corazón, el signo al significado.
Allí están vuestros ríos murmurando, con olorosos cocodrilos y manatíes de ojos fascinantes. Y no es menester inventar las Sirenas.
Sino que basta solo con abrir los ojos al arcoirisado abril
Y los oídos, principalmente los oídos, a Dios, que creó el firmamento y la tierra en seis días de la risa de un saxofón
Y en el séptimo día durmió el profundo silencio del negro.

Leopold Sedar Senghor


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(*) Ulli Beier, 'In Search of an African Personality', The Twentieth Century, Volumen CLXV, número 986, abril de 1959, páginas 348/349.

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