martes, 3 de noviembre de 2009

Goethe: Monólogo tras la Visión del Espíritu (*)

Goethe: Monólogo tras la visión del Espíritu

Fausto (solo)

¡Ay, y cómo nunca se desvanece del todo la esperanza en la mente, que siempre se apega al huero indicio, y con ávida mano cava en la tierra, buscando tesoros, y se alegra cuando encuentra lombrices!
-(1)
¿Está bien que aquí resuenen voces de hombres semejantes, aquí, donde la plenitud de los espíritus rodeárame? Pero, ¡ay!, por esta vez te doy las gracias a ti, el más pobre de todos los hijos de la Tierra. Tú me has salvado de la desesperación, que ya iba a trastornarme los sentidos...
-
¡Ay! La aparición fue gigantesca y que por fuerza había yo de sentirme un pigmeo. Yo, semblanza fiel de la divinidad, que ya se imaginaba enteramente cerca del espejo de la verdad eterna y de sí mismo gozaba en el resplandor y claridad de los cielos, y arrebatado al hijo de la tierra; yo, más que un querube, que ya auguralmente se propasaba a fluir por las venas de la Naturaleza y disfrutar, creando, la vida de los dioses, ¡qué caro debo pagarlo ahora! Una palabra de trueno ha dado al traste conmigo. No debo propasarme a equipararme a ti; si fuerza tuve para atraerte, no la tuve para sujetarte. En aquel feliz momento sentime tan pequeño y tan grande. ¡Cruelmente, tu me echaste atrás, a la incierta suerte del hombre!
-
¿Quién me alecciona? ¿Qué debo evitar? ¿Deberé obedecer a aquel impulso? ¡Ay! Nuestros mismos actos, igual que nuestros dolores, cohiben el curso de nuestra vida. A lo más magnífico que el espíritu recibiera, viene a unirse siempre materia cada vez más extraña; cuando logramos lo bueno de este mundo, luego lo mejor llámase ilusión y delirio. Esos magníficos sentimientos que nos daban la vida cuájanse, helados, en el terrenal baturrillo. Si la fantasía se dilataba antaño con osado vuelo y henchida de esperanza hacia lo eterno, luego le basta con un exíguo espacio cuando las dichas se amontonan en el remolino de los tiempos. Anida la inquietud en los corazones profundos, y en ellos provoca secretos pesares; agítase intranquila, y gusto y sosiego acibara; continuamente cambia de antifaz, y puede aparecerse como casa y corte, como mujer y niño, en forma de fuego, veneno y puñal; tiemblas por todo aquello que no te llega a herir, y debes de llorar toda tu vida por aquello que nunca pudiste.
-
No igualo yo a los dioses. ¡Harto hondo lo siento! Al gusano es al que me asemejo, al gusano que repta entre el polvo, y que, viviendo y nutriéndose entre el polvo, aniquila y entierra el paso del viajero. ¿No es polvo lo que este alto muro de cien trastajos me achica? ¿Este baturrillo que con miles de cachivaches me oprime en este mundo apolillado? ¿Debo leer acaso en miles de libros que doquiera sufren tormentos los mortaales y que de acá o de allá hubo alguno más feliz?... ¿Qué quieres decirme con esa tu risa, ¡oh monda calavera!, sino que en otro tiempo tu cerebro, igual que el mío, buscara, extraviado, el breve día, y que en la grave penumbra errara lamentablemente con el deseo de la verdad?
-
A buen seguro que de mí os burláis, ¡oh aparatos con tanta rueda y peine, rodillo y estribo! Estaba yo a la puerta; vosotros debíais ser la llave. Cierto que tenéis la barba rizada; pero no levantáis el cerrojo. Misteriosa a la liviana luz, no se deja la Naturaleza arrebatar su velo, y lo que a tu espíritu no quiere revelar, no podrás quitármelo a la fuerza con palancas y destornilladores. ¡Oh viejo armatoste que yo nunca utilicé! Estás ahí porque mi padre te usaba. ¡Oh viejo pergamino, ahumado estás de tanto tiempo como en este atril ardió la turbia lámpara! Mucho mejor hubiera yo empleado mi poquedad que no estándome aquí cargado, sudando con lo poco. Lo que por herencia tienes de tus padres, adquiérelo tú para poseerlo. Aquello que no se aprovecha es una grave carga; solo lo que el momento crea es lo que utlizar se puede.
-
Pero ¿por qué mi vista se clava en este sitio? ¿Será que esa redoma que hay allí es un imán para los ojos? ¿Por qué de pronto se me vuelve amablemente clara, como cuando en nocturna selva el fulgor de la luna nos envuelve? Yo te saludo, ¡oh única redoma que aun con veneración me agacho a buscar? Adoro en ti el ingenio y el arte del hombre. ¡Tú, compendio de los amables jugos del sueño, estracto de todas las fuerzas mortales sutiles, concede a tu maestro tus favores! De solo verte se alivian mis pesares; si te cojo, se aminora mi afán; poco a poco se eleva a la pleamar la corriente del espíritu. Véome lanzado a la alta mar, el espejo de las olas resplandece a mis pies, y un nuevo día me atrae a orillas nuevas. ¡Un carro de fuego, cerniéndose sobre leves resortes, se me acerca! Pronto me siento a trasponer el eter, siguiendo un derrotero nuevo, rumbo a nuevas esferas de pura actividad. ¡Esa alta vida, deleite de dioses! y tú, todavía un gusano, ¿la puedes merecer? Si; bastará que le vuelvas decidido la espalda al bello sol de la Tierra. ¡Atrévete a trasponer las puertas, ante las cuales todos, de buen grado, deslizándose, pasan de largo! Tiempo es ya de demostrar con hechos que la dignidad del hombre no cede ante la excelsitud de los dioses; no palpitar en vano ante esas cavernas tenebrosas en que la fantasía se condena para su propio tormento; pugnar por cruzar ese pasillo, en torno a cuyas angostas fauces llamea todo el infierno; resolverse alegremente a ese paso..., aunque se corra el riesgo de diluirse en la nada.
-
¡Ven acá, pues, oh cristalina, pura redoma! Sal fuera de tu vieja envoltura, en que no reparé yo en muchos años. Tú refulgías en las alegres fiestas de los padres y alegrabas a los más graves huéspedes cuando, de mano en mano, ibas pasando a la redonda. El rico, artístico esplendor de los múltiples cuadros, el deber de bebedor de explicarlos en verso y apurar de un trago al copa, mucha juvenil noche me recuerdas; ahora no he de cederte a ningún vecino, ni he de mostrar mi ingenio según tu arte; un zumo hay aquí que rápidamente embriaga. De oscuro licor llena tu oquedad. El que yo prepare, el que eligiera, ese trago postrero, sea ahora consagrado con toda el alma cual festivo alto brindis a la aurora.

(Llévase a la boca el frasco. Repique de campanas y canto coral)

///

Goethe, en 'Fausto'

(Acto Único, Escena Primera, Primera Parte)
Traducción: Rafael Cansinos Assés


__________

(*) Título de nuestra cosecha
(1) Los puntos y aparte también son nuestros

No hay comentarios: