jueves, 6 de marzo de 2008

Jean Paul Sartre: III. La Cultura Blanca (Orfeo Negro)

Un ensayo que puede servir de arma contra el racismo

III. - LA CULTURA BLANCA

Mas la negritud que los poetas negros desean sacar de las profundidades abisales a la luz, no cae por sí sola bajo la mirada del alma: en el alma nada está dado. El vocero del alma negra pasó por las aulas blancas, según ley de bronce que niega al sometido todas las herramientas que no robe él mismo al subyugador: es el encontronazo de la cultura blanca cómo ha pasado su negritud de la existencia inmediata al estado de la reflexión. Aunque, al mismo tiempo, ha dejado más o menos de vivirla. Al escoger por verse como es, se ha escindido, no se ajusta ya consigo mismo. Y, al contrario, cabalmente porque ya estaba desterrado de sí mismo se ha impuesto esa obligación de declarar.

Empieza, por tanto, con el destierro. Un destierro doble: del destierro de su corazón da el de su cuerpo una postal espléndida. Está casi siempre en Europa, en el frío, metido entre multitudes grises: sueña con Port-au-Prince, con Haití. Pero no basta: ya en Port-au-Prince estaba desterrado. Los negreros han secuestrado a sus padres de África, y los han separado. Y todos los versos, excepto los que se escriben en África, nos entregan la misma geografía mística. Un hemisferio: en el nivel más bajo, según el primero de tres círculos concéntricos, se halla la tierra del exilio, del destierro, la Europa incolora. Viene el círculo deslumbrante de las islas y de la niñez que bailan la ronda alrededor del Africa; el África, último círculo, ombligo del mundo, fundamento de toda la poesía negra, el África fulgurante, encendida, empapada de aceite como una piel de serpiente, África del fuego y la lluvia, abrasadora y profunda, África espectro vacilante como una llama, entre el ser y la nada, más verdadera que 'las eternas avenidas con pesquisas', pero ausente; descomponiendo Europa por sus rayos negros y, sin embargo, oculta, fuera del alcance. África, continente imaginario. La inaudita fortuna de la poesía negra consiste en que los afanes del indígena colonizado encuentran símbolos evidentes y grandiosos que basta con profundizar y meditar sin tregua: el destierro, la esclavitud, la pareja Europa-África, y la gran división maniqueista en negro y blanco. Ese exilio ancestral de los cuerpos menciona al otro exilio, al otro destierro: el alma negra es un Africa de la que el negro está desterrado en medio de los helados buildings de la cultura y de la técnica blancas. La negritud a la vez presente y huidiza le embelesa, lo acaricia, él se restriega contra su ala sedosa. Y ella late, desplegada a través de él como su profunda memoria y su exigencia más alta, como su infancia enterrada, traicionada, y la infancia de su raza y la llamada de la tierra; como el hormigueo de los instintos y la invisible simplicidad de la Naturaleza; como la pura herencia de sus antepasados y como la Moral que debería unificar su vida truncada.

Pero tan pronto como se vuelve hacia ella para mirarla a la cara, se disipa en humo; entre ella y él se interponen las murallas de la cultura blanca, la ciencia de ellos, las palabras de ellos, las costumbres de ellos:

Devolvedme mis muñecas negras, que juegue yo con ellas
los ojos inocentes de mi instinto
abrigarme de sus leyes
recobrar mi coraje
mi audacia
sentirme yo
nuevo yo de lo que era ayer
ayer
sin complejidad
ayer
cuando llegó la hora del descuaje...
ellos robaron mi espacio (1)

Empero habrá que derribar las murallas de la cultura-cárcel: habrá que regresar algún día al África. Así se agrupan sólidamente, en los trovadores de la negritud, el tema del retorno al país natal y el de la vuelta a los avernos fulgentes del alma negra. Se trata de una búsqueda, de un sistemático desnudarse; y de una ascesis a la que suma un impulso constante de profundización. Nombraré órficos a estos poemas, porque esa infatigable bajada del negro me hace pensar en Orfeo cuando va a reclamar Eurídice a Plutón. Por una suerte poética excepcional, cuando se deja a sus delirios, cuando se revuelca en la tierra como un poseído, embrujado de sí mismo, cuando canta sus rabias, sus amarguras o sus rencores, cuando muestra sus llagas, su vida rota entre la 'civilización' y el viejo poso negro, presentándose en suma el más lírico, el poeta negro logra más, seguramente, el nivel de la gran poesía colectiva.

Al hablar así de si mismo, lo hace por todos los negros. Cuando parece ahogado por las serpientes de nuestra cultura es más revolucionario, porque, entonces, se pone a destruir metódicamente lo adquirido, lo europeo, y esa aniquilación espiritual representa la gran vigilia de armas futura, para la cual los negros destruirán sus barrotes. Un solo ejemplo servirá para alumbrar esta última observación.

La mayor parte de las minorías étnicas, en el siglo XIX, al mismo tiempo que combatían por su independencia, trataron, apasionadamente, de resucitar sus lenguas nacionales. Para llamarse irlandeses o húngaros, es preciso sin duda pertenecer a una comunidad que disfrute de una amplia autonomía económica y política; pero, para ser irlandés, es imprescindible pensar en irlandés. Los caracteres propios de una sociedad corresponden exactamente a las locuciones intraducibles de su lenguaje. Pero lo que puede comprometer el trabajo de los negros por apartar nuestra tutela es que los profetas de la negritud están forzados a redactar en francés su evangelio.

Diseminados, por la trata, en los cuatro puntos cardinales, los negros no tienen una lengua común; para empujar a los oprimidos a unirse, deben recurrir a las palabras del tirano. Es el francés el que mostrará al chantre negro la más amplia parroquia entre los negros, por lo menos en las lindes de la colonización francesa. En esa lengua de carne de gallina, blanquecina y helada como nuestros cielos, y de la que Mallarmé decía 'es la lengua neutra por excelencia, porque nuestro genio exige atenuación de todo color y de todo colorinche'; en esa lengua, casi muerta para ellos, van a derramar Damas, Diop, Laleau, Rabearivelo, la lumbre de sus cielos y de sus corazones. Sólo por ella pueden comunicar; parecidos a los sabios del siglo XVI, que solo se entendían en latín, los negros no se reencuentran sino en el suelo lleno de asechanzas que el blanco les ha colocado. El colono se las ha arreglado para ser el eterno mediador entre los colonizados. Allí está, siempre allí, hasta cuando está ausente, hasta en las conspiraciones más secretas. Y como las palabras son ideas, cuando el negro dice en francés que rechaza la cultura francesa coge con una mano lo que rechaza con la otra, e instala en si mismo, como una trituradora, el aparato de pensar del enemigo.

No solo eso: al mismo tiempo, esa sintaxis y esos vocabularios forjados en otros tiempos, a miles de kilómetros, para responder a otras necesidades y denominar a otros objetos, son inadecuados para ofrecerle los medios de hablar de sí mismo, de sus afanes, de sus esperanzas. La lengua y el pensamiento francés son analíticos: ¿qué ocurriría si el genio negro fuera, ante todo, síntesis? El término negritud, realmente feo, es uno de los pocos aportes negros a nuestro diccionario. Pero, de todos modos, si esa negritud es un concepto definible, o por lo menos descriptible, debe absorber otros conceptos más elementales y que correspondan a los datos inmediatos de la conciencia negra. Y bien, ¿dónde están las palabras que permitan designarlos?.

Qué bien se corresponden a la queja del poeta haitiano:

Ese corazón obsesionante que no corresponde
a mi lengua, o a mis costumbres,
y sobre el que muerden, como un gancho,
sentimientos prestados y costumbres
de Europa... ¿sienten ustedes este sufrimiento,
y esta desesperación sin paralelo,
de domeñar con palabras de Francia
este corazón que me vino de Senegal?(2)

Pero no es verdad que el negro se exprese en una lengua 'extranjera'; se le enseña el francés desde su más tierna infancia, y se siente perfectamente cómodo cuando piensa como técnico, como sabio o como político. Deberíamos hablar, más bien, de la ligera y constante desviación que separa lo que dice de lo que querría decir, tan pronto como habla de sí mismo. Le parece que un Espíritu septentrional le ha despojado de sus ideas, las ladea suavemente para que encarnen más o menos lo que él deseaba; que las palabras blancas beben su pensamiento como la arena bebe la sangre. Si se recupera bruscamente, si recapacita y toma distancia, he aquí que los vocablos yacen frente a él, insólitos, signos en parte y en parte cosas. No pronunciará su negritud con palabras precisas, eficaces, que den en el blanco cada vez. No escribirá su negritud en prosa. Pero todos saben que ese sentimiento de frustración ante el lenguaje, considerado como medio de expresión directa, es el origen de toda práctica poética.

La reacción del parlador frente al fracaso de la prosa es, efectivamente, lo que George Bataille denomina el holocausto de las palabras. Mientras podemos aceptar que una armonía preestablecida conduce las relaciones del Verbo y el Ser, nos servimos de las palabras sin verlas, con una fe ciega; son órganos sensoriales, bocas, manos, ventanas abiertas al mundo. Pero, al primer revés, ese parloteo cae fuera de nosotros; vemos el sistema entero, que ya no es sino una mecánica descompuesta, invertida, cuyos grandes brazos se mueven aún para indicar en el vacío. Valoramos, de repente, la loca tarea de nombrar; entendemos que el lenguaje es, por esencia, prosa, y la prosa, por naturaleza, fracaso. El ser se yergue ante nosotros como un baluarte de silencio, y si aún deseamos captarlo solo será por el silencio:

'Evocar que callamos, en una sombra deliberada, el objeto por palabras alusivas, nunca directas, reduciéndonos a un silencio igual (3)'.

Nadie dijo mejor que la poesía es una tentativa fascinadora de insinuar el ser en y por el disparatado tremolar de la palabra: al cebarse con su incapacidad verbal, y enloquecer a las palabras, el poeta nos hace presumir por encima de ese jaleo que se invalida a sí misma grandes densidades silenciosas. Como no podemos estar mudos, es preciso crear silencio con el lenguaje.

De Mallarmé a los surrealistas, la finalidad profunda de la poesía francesa ha sido, a mi juicio, una autodestrucción del lenguaje. El poema es una sala oscura en que los vocablos se chocan, se redondean, se enloquecen. Encontronazo en el aire: se alumbran recíprocamente, se incendian unos a otros y caen abrasados.

En esas perspectiva conviene colocar el trabajo, el afán de los 'evangelistas negros'. A la astucia del colono contestan con un ardid opuesto y semejante: como el opresor está presente, hasta en la lengua que hablan, hablarán esa lengua para desbaratarla. El poeta europeo de hoy intenta deshumanizar las palabras para devolverlas a la naturaleza; en cambio, el heraldo negro procura des-francesizarlas; las desintegrará, quebrará sus asociaciones normales, las acoplará por la violencia

con pequeños pasos de lluvia de orugas
con pequeños pasos de trago de leche
con pequeños pasos de cojinetes a bolilla
con pequeños pasos de sacudida sísmica
las trepadoras caribes en el suelo avanzan con grandes pasos de alfombras de estrellas (4)

Sólo cuando ha degollado su blancura las apadrina él, haciendo de esa lengua en ruinas un super-lenguaje majestuoso y sagrado, la Poesía. Sólo gracias a la Poesía de los negros de Tananarive y Cayena, los negros de Port-au-Prince y de Saint-Louis pueden comunicarse entre sí sin testigos. Y como el francés necesita de términos y de conceptos para definir la negritud, como ella es silencio, usarán, para evocarla, 'palabras alusivas, nunca directas, que se reduzcan a un silencio igual'. Corto-circuitos de lenguaje: por entre la caída inflamada de las palabras, entrevemos un gran ídolo negro y mudo.

No sólo, pues, me parece poético el propósito que el negro tiene de describirse a sí mismo, sino también su modo propio de usar los medios de expresión de que dispone. A ello le espolea su situación: aun antes de que piense en cantar, la luz de las palabras blancas se refracta en él, se polariza y se altera.

Nunca es ello tan manifiesto como en su empleo de los dos términos ensamblados, 'negro-blanco', que recubre a la vez la gran división cósmica, 'día-noche', y la pugna humana del indígena y el colono. Pero es una pareja jerarquizada. Al confiársela al negro, el maestro le da por añadidura cien hábitos de lenguaje que consagra la primacía del blanco sobre el negro. El negro aprenderá a decir 'blanco como la nieve' para nombrar la inocencia; a hablar de la negrura de una mirada, de un alma, de una picardía. Tan pronto como abre la boca, se acusa, a menos que se empecine en trastocar la jerarquía. Y si la invierte en francés ya poetiza: figurémonos el extraño sabor que tendrían para nosotros locuciones como la 'negrura de la inocencia' o 'las tinieblas de la virtud'. Ese sabor es el que paladeamos en todos estos poemas, por ejemplo cuando leemos:

Tus senos de satín negro rollizos y lucientes...
esa blanca sonrisa
de los ojos
en la sombra del rostro
despiertan en mi esta noche
unos ritmos sordos...
de que se embriagan allá en Guinea
nuestras hermanas
negras y desnudas
y hacen surgir en mi
esta noche
crepúsculos negros grávidos de sensual convulsión
porque
el alma del país negro en que duermen los antepasados
vive y habla
esta noche
en la fuerza inquieta a lo largo de tus riñones vacíos... (5)

En este poema el negro es siempre un color o, mejor dicho, una luz; su irradiación suave y difusa disuelve nuestros hábitos; el negro país en que duermen los antepasados no es un orco o averno tenebroso, sino una tierra de sol y de fuego. Pero, por otra parte, la superioridad del blanco sobre el negro no expresa sólo la que el colono pretende tener sobre el indígena: expresa, más profundamente, la universal adoración del día y nuestros terrores nocturnos, que también son universales. En ese sentido, los negros restablecen la jerarquía que hace apenas un momento invertían. No quieren ya poetas de la noche, es decir, de la revuelta estéril y de la desesperación. Proclaman una aurora, saludan

al amanecer transparente de un nuevo día (6)

De pronto el negro recupera, en su escritura, su sentido de presagio aciago:

negro negro como la miseria (7)

exclama uno de ellos. Y otro:

Líbrame de la noche de mi sangre. (8)

De esta suerte nos encontramos con que la palabra negro contiene a la vez todo el Mal y todo el Bien. Recubre una tensión casi insostenible entre dos clasificaciones contradictorias: la jerarquía social y la jerarquía racial. Gana con ello una poesía extraordinaria, como esos objetos auto-destructivos que salen de la manos de Marcel Duchamp o de los surrealistas. Hay una negrura oculta de lo blanco, una blancura escondida de lo negro, un mariposeo cristalizado del ser y del no ser, que quizá jamás se dijo tan felizmente como en ese poema de Césaire:

Mi gran estatua herida una pedrada en la frente mi gran carne inatenta de día de granos despiadados, mi gran carne de noche con pigmentos de día... (9)

El poeta irá aun más allá. Escribe:

Nuestras caras hermosas como el verdadero poder operatorio de la negación. (10)

Detrás de esta elocuencia abstracta que evoca a Lautréamont se descubre el esfuerzo más audaz y más fino por conceder un sentido a la piel negra y hacer la síntesis poética de las dos caras de la noche. Cuando David Diop dice del negro que es 'negro como la miseria', expone lo negro como pura privación de luz. Pera Césaire desarrolla y profundiza esa imagen: la noche no es ya ausencia, es rechazo. Lo negro no es un color, es la destrucción de esa claridad prestada que dimana del sol blanco. El revolucionario negro es negación porque se desea puro desamparo: para construir su Verdad es preciso, ante todo, que destruya la de los otros.

Los rostros negros, esos recuerdos nocturnos que embelesan nuestros días, encarnan la tarea oscura de la Negatividad, que erosiona paciente los conceptos. Por una inversión que recuerda curiosamente la del negro doblegado, insultado, cuando se reivindica a sí mismo como 'negro del diablo', es la estampa exclusiva de las tinieblas lo que constituye su valor. La libertad es color de noche.

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Notas:
(1) Rendez-les-moines poupées noires que je joue avec elles
les jeux naïf de mon instinct
rester a l'ombre de ses lois
recouvrer mon courage
mon audace
me sentir moi-même
nouveau moi-même de ce qu'hier j'étais
hier
sans complexité
hier
quand est venue l'heure du déracinement...
Ils ont cambriolé l'espace qui était mien.
Leon Damas

(2) Ce soir obsèdant qui ne correspond
Pas à mon langage, ou à mes coutumes,
Et sur lequel mordent, comme un crampon,
Des sentiments d'emprunt et des coutumes
D'Europe, sentez-vous cette soufrance
Et ce désespoir à nul autre égal
D'apprivoiser avec des mots de France
Ce coeur qui m'est venu du Sénégal.
Lalean

(3) Mallarmé: Magie (Éditions de la Pléiade, pág. 400)

(4) à petits pas de pluie de chenilles,
á petits pas de gorgée de lait,
à petits pas de roulements à billes.
à petits pas de secousse sismique,
les ignames dans le sol marchent a grands pas de trouées d'etoiles.
Aime Césaire

(5) Tes seins de satin noir rebondis et luisants...
ce blanc sourire
des yeux
dans l'ombre du visage
éveillent en moi ce soir
des rytmes sourds...
dont s'enivrent là-bas au pays de Guinée
nos soeurs
noires et nues
et font lever en moi
ce soir
des crépuscules nègres lourds d'un sensuel émoi
car
l'âme du noir pays où dorment les anciens
vir et parle
ce soir
en la force inquiète le long de tes reins creux...
Tirolieu

(6) l'aube transparente d'un jour nouveau.
Senghor

(7) Nègre noir comme la misère.
Diop

(8) Dèlivre-moi de la nuit de mon sang.
Césaire

(9) Ma grande statue blsée une pierre au front ma grande chair inattentive de jour à grains sans pitié ma grade chair de nuit à grain de jour.
Césaire

(10) Nos faces belles comme le vrai pouvoir opératoire de la négation.
Cesaire

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