miércoles, 26 de marzo de 2008

Jean Paul Sartre: VI.- LAS CEREMONIAS DE LA AGRICULTURA (Orfeo Negro)

Un ensayo que puede servir de arma contra el racismo


VI.- Las ceremonias de la Agricultura




Si quisiéramos dar una interpretación social de esta metafísica, diríamos que una poesía de campesinos se encara aquí a una prosa de ingenieros. Es mentira, realmente, que el negro no disponga de técnica alguna: la relación de un grupo humano, cualquiera que sea, con el mundo exterior, es siempre técnica, de una manera u otra. Y, a la inversa, diré que Césaire es injusto: el avión de Saint-Exupéry, que, por debajo de él, envuelve la tierra como una alfombra, es un órgano de investigación. Sólo que el negro es, ante todo, un campesino: la técnica agrícola es ‘recta paciencia’; pone su fe en la vida. Espera. Plantar es preñar la tierra. Luego tiene que quedarse quieto, espiar: ‘Cada átomo de silencio es la posibilidad de un fruto maduro’. Cada momento contribuye cien veces más de lo que el hombre había dado.

Mientras que el obrero no encuentra en el producto manufacturado sino lo que había puesto en él, el hombre crece al tiempo que sus trigos, de minuto en minuto se supera y se dora; atento ante ese vientre delicado que se hincha, sólo interviene para protegerlo. El trigo maduro es un microcosmos, porque necesitó para germinar el concurso del sol, las lluvias y el viento. Una espiga es, a la vez, la cosa más natural y la cosa más improbable.

Las técnicas han contaminado al labrador blanco, pero el negro sigue siendo el gran macho de la tierra, el esperma del universo. Su vida es la gran paciencia vegetal; su trabajo es la repetición, el coito sagrado, año tras año. Creador y nutricio porque crea. Arar la tierra, plantar, comer, es hacer el amor con la naturaleza. El panteísmo sexual de estos poetas es, sin duda, lo que deslumbrará primero. Por él comunican con los danzas y las ceremonias fálicas de los negro-africanos.



¡Oho! Congo acostada en tu lecho de bosques, reina sobre el África domada

Que los falos de los montes enarbolen tu pabellón

Porque eres hembra por mi cabeza y por mi lengua

Porque eres hembra por mi vientre. (1)



Y también



Volveré a subir por el vientre suave de las dunas y los muslos rituales del día… (2)



Y Rabéarivelo:



La sangre de la tierra, el sudor de la piedra y el esperma del viento. (3)



Y Laleau:



Bajo el cielo el tambor cónico se lamenta

Y es el alma misma del negro

Espasmos pensados de hombre en celo, pegajosos sollozos de amante

Ultrajan la calma de la tarde. (4)



Henos aquí muy separados de la intuición inmaculada y asexuada de Bergson. No se trata de estar en simpatía con la vida, sino en amor con todas sus formas. Para el técnico blanco, Dios es ante todo un ingeniero. Júpiter ordena el caos y le receta leyes: el Dios cristiano engendra el mundo con su entendimiento y lo realiza con su voluntad: la relación de la criatura con el Creador nunca es carnal, salvo para algunos místicos que caen en los recelos de la Iglesia: toda suerte de sospechas, de mosqueos. Aun así, el erotismo místico no tiene nada en común con la fecundidad: es la espera, completamente pasiva, de una penetración vana. Estamos hechos de légamo, de barro, de limo, somos estatuillas salidas de las manos del divino escultor. Si los objetos manufacturados que nos rodean pudiesen rendir culto a sus creadores, nos adorarían, sin duda, como nosotros al Todopoderoso.

Para los bardos negros, en cambio, el ser surge de la Nada como una verga que se empina. La Creación es un enorme y eterno parto. El mundo es carne e hijo de la carne. En el mar y en el cielo, en las dunas, en las piedras, en el viento, el negro reconoce el terciopelo de la piel humana. Se acaricia en el vientre de la arena, contra los muslos del cielo. Es ‘carne de la carne del mundo’. Es ‘poroso a todos los alientos’, a todos los pólenes. Es, sucesivamente, hembra de la naturaleza y su macho. Y cuando copula con una mujer de su raza, el acto sexual le parece la celebración del Misterio del ser.

Esta religión de semen es como una tensión del alma que equilibrase dos corrientes complementarias: el sentimiento dinámico de ser una picha que se empina, y el otro, más sordo, más paciente, más femenino, de ser una planta que se desarrolla. De modo que la negritud, en su venero más profundo, es una androginia.



Ahí estás

Erguido y desnudo

Limo eres y lo recuerdas

Pero eres en realidad el hijo de esa sombra parturienta

Que se guarece de lactógeno lunar

Luego cobras lentamente la forma de una pica

Sobre ese muro bajo que saltan los sueños de las flores

Y el perfume del verano en receso.

Oler, creer que las raíces te dan de patadas

Y corren y se retuercen como culebras sedientas

Hacia algún venero subterráneo (5)



Esta unidad intensa de los signos vegetales y de los signos sexuales es realmente la mayor singularidad de la poesía negra, sobre todo en un tiempo en que, como demostró Michel Carrouges, la mayor parte de las imágenes de los poetas blancos tiende a la mineralización de lo humano. Césaire, por el contrario, vegetaliza, animaliza el mar, el cielo y las piedras. Más exactamente, su poesía es un ensamblaje perpetuo de mujeres y hombres metamorfoseados en animales, en vegetales, en piedras, con piedras, plantas y bestias metamorfoseados en hombres. De modo que el negro es el Héroe natural, lo muestra y lo encarna; si deseáramos hallar un término de comparación en la poesía europea, deberíamos retrotraernos hasta Lucrecio, poeta campesino que alababa a Venus, la diosa madre, en tiempos en que Roma no era mucho más que un gran mercado agrícola. Ahora, sólo Lawrance, creo yo, ha tenido un sentido cósmico de la sexualidad. Aun en él, sin embargo, ese sentido sigue siendo demasiado literario.

Sí, la negritud se cifra en ese brotar inmóvil, en la unidad del pene erecto y del crecimiento vegetal; pero no podría extinguirla con ese solo asunto poético. Hay otro tema que circula como una gran arteria a través de estos poemas:



Los que no han inventado la pólvora ni la cápsula…

Saben en sus menores repliegues el país de su sufrimiento… (6)



A la desatinada agitación utilitaria del blanco, el negro enfrenta la autenticidad que ha recogido de su sufrimiento; como ha tenido la horrenda prerrogativa de palpar lo hondo de la desdicha, la raza negra es una raza elegida. Y aunque estos poemas sean de cabo a rabo anticristianos, podríamos, desde ese punto de vista, llamar a la negritud una Pasión: el negro, consciente de sí, se representa, a sus propios ojos, como el hombre que contrajo todo el dolor humano, y que padece por todos, incluso por el hombre blanco.



La trompeta de Armstrong será

El día del Juicio Final el intérprete de

Los dolores del hombre. (7)



Veamos ante todo que no se trata, en modo alguno, de un dolor de conformidad. He mentado hace un momento a Bergson y a Lucrecio. Ahora me siento inclinado a citar a ese gran antagonista del cristianismo: Nietzsche y su ‘dionisismo’. Como el poeta dionisíaco, el negro trata de taladrar las apariencias brillantes del día, y halla, a mil pies bajo la superficie apolínea, el padecimiento sin expiación que es la esencia universal del hombre.

Si deseáramos sintetizar, pondríamos que el negro se funde con la naturaleza toda en tanto que es simpatía sexual por la Vida, y que se reivindica como hombre, en tanto que es Pasión de sufrimiento insumiso. Sentiremos la unidad fundamental de ese doble movimiento, si pensamos sobre esa relación, cada vez más estrecha, que los psiquiatras colocan entre la angustia y el ímpetu sexual. Hay un único orgulloso hontanar –al que podemos denominar también deseo- que nace del sufrimiento, o bien un dolor que se ha introducido como una espada a través de un extenso anhelo cósmico.

Esa ’recta paciencia’ a que aludía Césaire es, al mismo tiempo, crecimiento vegetal y paciencia contra el dolor; reside en los propios músculos del negro; mantiene al cargador negro que remonta el Niger mil kilómetros bajo un sol abrasador, con una carga de veinticinco kilos en equilibrio sobre su cabeza. Pero si, en cierto sentido, podemos relacionar la fecundidad de la naturaleza a un incremento de dolores, en otro, y ello también es dionisíaco, esa fecundidad, por su exuberancia, trasciende el dolor, y lo ahoga en la abundancia creadora, que es poesía, amor y danza.

Quizá sea imprescindible, para entender esta unidad perenne del sufrimiento, del eros y del júbilo, haber visto a los negros de Harlem bailar frenéticamente al ritmo de sus blues, que son los aires más dolorosos del mundo. Es, efectivamente, el ritmo lo que funde estos variados aspectos del espíritu negro; es él quien trasmite su ligereza nietzscheana a esas pesadas intuiciones dionisíacas. Es el ritmo –tantan, jazz, salto de estos poemas- lo que refleja la temporalidad de la existencia negra. Y cuando un poeta negro profetiza a sus hermanos un futuro mejor, lo hace en la forma de un ritmo que les representa la liberación:



¿Qué?

Un ritmo

Una onda en la noche a través de los bosques, nada –o un alma nueva

Un timbre

Una entonación

Un vigor

Una dilatación

Una vibración que gradualmente en el tuétano deshecho arrastra

En su marcha un viejo cuerpo adormecido, lo toma del talle

Y lo taladra

Y gira

Y vibra aun en las manos, en los riñones, en el sexo, los muslos y la vagina… (8)

Notas:

(1)Oho! Congo couchée dans ton lit forêts, reine sur l’Afrique domptée

Que les phallus des monts portent haut ton pavillon

Car tu es femme par ma tête, par ma langue,

Car tu es femme par mon ventre.

Senghor

(2)Or je remonterai le vendre doux des dunes et les cuises rutilantes du jour…

Senghor

(3)Le sang de la terre, la sueur de la Pierre

Et le serme du vent.

Rabéarivelo

(4)Sous le ciel le tambour conique se lamente


Et c’est l’âme même du noir

Spasmes lourds d’homme en rut, gluants sanglots d’amante

Outrageant le calme du soir.

Laleau

(5)Te voilà

Debout et un

Limón tu es et t’en souviens

Mains tu es en realité l’enfant de sette ombre parturiente

Qui se repait de lactogène lunaire

Puis tu prends lentament la forme d’un fùt

Sur ce mur bas que franchissent les songes des fleurs

Et le parfum de l’èté en relache

Sentir, croire que des racinés te poussent aux pieds

Et courent et se tordent comme des serpents assoiflées

Vers quelque source souterraine…

Rabéarivelo

(6)Ceux qui n’ont inventé ni la poudre ni la boussole…


Ils savent en ses moindres recoins le pays de souffrance…

Césaire

(7)La trompette d’Amstrong será au jour jugement l’intèrprete des douleurs de l’homme.

Niger

(8)Quoi?

Un ritme,

Une intonation

Une vigueur

Un dilatement

Une vibration qui par degrés dans la moelle dèflue, révulse

Dans sa marche un vieux corps endormi, lui prend la taille

Et la ville

Et tourne

Et vibre encoré dans les mains, dans les riens, le sexe, les cuises et le vagin…

Niger

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