viernes, 14 de marzo de 2008

Jean Paul Sartre: V.- EL HOMBRE SIN UTENSILIOS (Orfeo Negro)

Un ensayo que puede servir de arma contra el racismo
V. – EL HOMBRES SIN UTENSILIOS



Y ahora: ¿qué es, pues, esa negritud, único afán de estos poetas, único asunto de sus poemas? Debemos, ante todo, contestar que un blanco no podría decir de ella convenientemente, porque carece de la experiencia interior de la negritud, y porque faltan a los idiomas europeos los vocablos que permitirían describirla. Yo debería, pues, dejar al lector que la encuentre al hilo de estos poemas, y se haga de ella la idea que le apetezca. Pero mi labor sería incompleta si, después de haber señalado que la búsqueda del Graal negro formaba, en su intención original y en sus métodos, la más auténtica síntesis de los anhelos revolucionarios y del afán poético, no evidenciase que ese fundamento complejo es, en su esencia, Poesía pura.

Me limitaré, pues, a analizar esas poesías objetivamente, como un hato de testimonios, y a comentar algunos de sus asuntos principales. ‘Lo que hace –escribe Senghor- la negritud de un poema, es menos el tema que el estilo; es el calor emocional que da existencia a las palabras, que trasmuta la palabra en verbo’. Imposible prepararnos mejor que la negritud no es un estado, ni un conjunto definido de vicios y virtudes, de cualidades intelectuales y morales, sino una cierta actitud afectiva con el mundo.

La psicología desistió desde principios de este siglo a sus grades distinciones escolásticas. Ya no creemos que los hechos del alma se dividan en voliciones o acciones, en conocimientos o percepciones yen sentimientos o pasividades ciegas. Sabemos que un sentimiento es una manera definida de vivir nuestra relación con el mundo que nos circunda, y que involucra cierta comprensión de ese universo. Es una tensión del alma, una elección de sí mismo y del prójimo, una manera de superar los elementos brutos de la experiencia, en suma, un proyecto, como el acto voluntario. La negritud, para emplear el lenguaje heideggeriano, es el-ser-en-el-mundo del Negro.

Véase, por otra parte, lo de ello nos dice Césaire:



Mi negritud no es un pedrusco, su sordera abalanzada contra el clamor del día

Mi negritud un es una nube de agua muerta sobre el ojo fenecido de la tierra

Mi negritud no es una torre ni una catedral

Se sumerge en la carne rojiza del sol

Se sumerge en la carne ardiente del cielo

Taladra el agobio opaco de su recta paciencia (1)



Píntase la negritud en estos hermosos versos como un acto, antes que como una disposición. Pero ese acto es una determinación interior: no se trata de agarrar con las manos y transformar los bienes de este mundo, sino de existir en medio del mundo. La relación con el universo sigue siendo una apropiación.

Y esta no es técnica. Para el blanco, poseer es transformar. Es verdad. El obrero blanco trabaja con herramientas que no posee; pero, al menos, sus técnicas son suyas. Es cierto que los principales inventos de la industria europea le son debidos al personal que se recluta, en su mayor parte, entre la clase media; pero, no obstante, al carpintero, al molinero, al tornero, su oficio aún se les aparece como un verdadero patrimonio, aunque la orientación de la gran producción capitalista se inclina a desposeerlos también de su ‘goce del trabajo’. Pero no basta decir que trabaja con los utensilios que se le prestan; también se le proporcionan las técnicas. Césaire llama a sus hermanos negros



Los que no han inventado la pólvora ni la cápsula

Que jamás supieron domar ni el vapor ni la electricidad

Que no han explorado ni los mares ni el cielo… (2)



Pero esa reivindicación soberbia de la no tecnicidad da la vuelta a la situación: lo que podía pasar por una falta se transforma en venero positivo de enriquecimiento. La relación técnica con la naturaleza hace de ella una suma pura, inercia, exterioridad: la naturaleza fallece. Por su soberbia negativa de homo faber, el negro le restituye la vida.

Como si en la pareja ‘hombre-naturaleza’ la pasividad de uno de los términos entrañase obligatoriamente la actividad del otro. A decir verdad, la negritud no es una pasividad, puesto que ‘taladra la carne del cielo y de la tierra’: es una ‘paciencia’, y la paciencia aparece como una imitación activa de la pasividad. La acción del negro es, ante todo, acción sobre sí mismo. El negro se planta y se paraliza como un hipnotizador de aves, y las cosas llegan para trepar a las ramas de ese árbol simulado. Se trata, sí, de una captación del mundo, pero mágica, por el silencio y el reposo: al actual primero sobre la naturaleza, el blanco se pierde, perdiéndola; el negro, en cambio, pretende ganar la naturaleza, ganándose.



Abandónanse, estremecidos, a la esencia de toda cosa

Ignorantes de la superficies, pero absortos en el movimiento de toda cosa

Despreocupados de contar, pero jugando el juego del mundo

Verdaderamente los hijos mayores del mundo

Porosos a todos los alientos del mundo…

Carne de la carne del mundo que palpita con el movimiento mismo del mundo (3)



No podremos, al leer estos versos, dejar de pensar en la famosa distinción establecida por Bergson entre intuición e inteligencia. Y justamente Césaire nos llama



Vencedores omniscientes e ingenuos.(4)



El blanco lo conoce todo de la herramienta. Pero utensilio, herramienta, todo él en la superficie de las cosas, ignora la duración, la vida. La negritud, en cambio, es una comprensión por simpatía. El secreto del negro es que los manantiales de su existencia y las raíces del Ser son idénticas.

Notas:



(1)

Ma négritude n’est pas une Pierre, sa surdité ruée contre la clameur du jour

Ma négritude n’est pas une taie d’eau norte sur l’oeil mort de la terre

Ma négritude n’est ni une tour ni une cathédrale

Elle plonge dans la chair rouge du sol

Elle plonge dans la chair ardente du ciel

Elle troue l’accablement opaque de sa droite patience.

Aimé Césaire

(2)

Ceux qui n’ont inventé ni la poudre ni la boussole

Sieux qui n’ont jamais su dompter ni la vapeur ni l’électricité

Ceux qui n’ont exploré ni les mers ni le ciel…

Aimé Césaire

(3)

Ils s’abandonnent, saisis, a l’essence de toute chose

Ignorant des surfaces mais saisis par le movement de toute chose

Insoucieux de compter, mais jouant le jeux du monde

Poreux a tous les soufflés du monde…

Chair de la chair du monde palpitant du movement meme du monde.

Aimé Césaire

(4)

Vainqueurs omniscients et näifs.

Aimé Césaire


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