martes, 27 de enero de 2009

Aimé Césaire: Retorno al País Natal (13)

(poema traducido al castellano por Lydia Cabrera y editado por Molina y Compañía en La Habana -Cuba- en 1942; para ello tomó como base la primera edición del poema de Aimé Césaire, aparecido en la revista Volontés, en París, en el año de 1939, y titulado Cahier d'un retour au pays natal -Cuaderno de un retorno al país natal-; después lo amplió; pero el que esté interesado por el poemario con esas añadiduras le recomendamos acudan a la editorial 'Fundación Sinsonte' que lo editó a finales del año 2007; nosotros lo reproduciremos tal cual, si bien en algunos trozos pondremos antes el original francés para el curioso que quiera compararlo con la traducción de la ilustre escritora cubana)



He aquí la entrega número 13:

*

Hay que saber hasta donde llevaba mi cobardía.
Una tarde en un tranvía frente a mí un negro.

Era un negro grande como un pongo que pugnaba por hacerse chico en un banco del tranvía. Trataba de despojarse en este banco pringoso del tranvía, de sus piernas gigantescas de sus manos temblorosas de boxeador hambriento. Y todo le había abandonado, su nariz que parecía una península abandonada en una rada y hasta su misma negrura que se decoloraba bajo la acción incansable de su curtidura en blanco. Y el curtidor era la Miseria. Un murciélago orejudo, repentino: en ese rostro als heridas de sus garras habían cicatrizados en islotes de sarna. Era un obrero incansable de la Miseria trabajando en algún cuartucho horripilante. Se veía muy bien como el pulgar industrioso y malévolo había modelado el bulto de la frente, agujereado la nariz en dos túneles paralelos e inquietantes, alargado desmesuradamente el belfo y caricaturesca obra maestra, había cepillado, pulido, barnizado la oreja más diminuta y graciosa de la creación.
Era un negro desgarbado, sin ritmo ni medida.
Un negro que movía los ojos en una lasitud sanguinolenta.
Un negro sin pudor, los dedos de sus pies crujiendo hediondos en el fondo del cubilete entreabierto de sus zapatos.
La Miseria, no puede decirse otra cosa, se había esforzado en acabarlo.
Había ahondado la órbita de sus ojos, se los había cibierto con una pasta de polvo mezclada de legañas.
Había estirado el espacio vacío entre el sólido encaje de la mandíbula y los pómulos de la vieja y deslustrada mejilla. Encima había pllanteado las estacas pequeñas y lucientes de una barba de varios días. Le había enfermedo el corazón y encorvado la espalda.
El todo representaba perfectamente un negro repugnante, un negro gruñón, un negro melancólico, un escombro de negro que unía las manos en plegaria sobre un bastón nudoso. Un negro en un viejo chaleco raído. Un negro cómico y feo; las mujeres a mi espalda reían al mirarle.
Me volví hacía ellas y mis ojos proclamaban que yo no tenía nada en común con este mono.

Era COMICO Y FEO.
COMICO Y FEO ciertamente.



(continuará)



No hay comentarios: