viernes, 23 de enero de 2009

Aimé Césaire: Retorno al País Natal (12)

(poema traducido al castellano por Lydia Cabrera y editado por Molina y Compañía en La Habana -Cuba- en 1942; para ello tomó como base la primera edición del poema de Aimé Césaire, aparecido en la revista Volontés, en París, en el año de 1939, y titulado Cahier d'un retour au pays natal -Cuaderno de un retorno al pais natal-; después lo amplió; pero el que esté interesado por el poemario con esas añadiduras le recomendamos acudan a la editorial 'Fundación Sinsonte' que lo editó a finales del año 2007; nosotros lo reproduciremos tal cual, si bien en algunos trozos pondremos antes el original francés para el curioso que quiera compararlo con la traducción de la ilustre escritora cubana)



He aquí la entrega número 12:

*

Me niego a considerar mis hinchazones como glorias verdaderas.
Y me río de mis antiguas imaginaciones pueriles.

Jamás hemos sido amazonas del rey de Dahomey, ni príncipes de Ghana con ochocientos camellos, ni doctores en Tombouctou en tiempos del rey Askia el Grande, ni arquitectos de Djenné, ni Mahdis, ni guerreros. No sentimos en las axilas la picazón de los que antaño portaban la lanza. Y pues juré no ocultar nada de nuestra historia, (yo que admiro tanto al carnero paciendo la sombra de la tarde), quiero convenir en que fuimos, en todos los tiempos muy ramplones lavaplatos, limpiabotas sin envergadura, y considerando las cosas lo mejor posible, hechiceros bastante concienzudos siendo el único récord indiscutible que hemos batido el de la paciencia en soportar el látigo...
Y este país grito durante siglos que somos bestias; que las pulsaciones de la humanidad se detienen en los umbrales del mercado de negros, que somos un estercolero ambulante que feamente prometía tiernas cañas y algodón sedoso, y se nos marcaba con hierro candente, y dormíamos sobre nuestros excrementos y se nos vendía en las plazas y la vara de género inglés, y la carne salada de Irlanda costaban menos que nosotros, y este país vive en calma tranquilo, diciendo que es espíritu de Dios estaba en sus actas.

El negrero ¡proclama mi instinto seguro y tenebroso, las velas de nubes negras, las innumerables jarcias de selvas umbrías y de duras magnificencias del Calabar, insigne recuerdo de proa blanquecina _este esqueleto!

De la cala oigo subir las maldiciones encadenadas,
el estertor de los moribundos, el ruido de uno que arrojan al mar... los gemidos de una mujer parturienta... el rasgar de las uñas que buscan los cuellos... las risas y burlas del látigo, el revolverse de los gusanos de la lasitud...

Nada pudo jamás sublevarnos en alguna noble, desesperada aventura.
Amén. Amén.
No pertenezco a ninguna nacionalidad prevista por las cancillerías.
Desafío al craneómetro. Homo sum etc.
Y que sirvan y traiciones y mueran.
Amén. Amén. Estaba escrito en la forma de sus pelvis.
Y yo, yo,
que cantaba con puños cerrados.

Hay que saber hasta donde llevaba mi cobardía.
Una tarde en un tranvía frente a mí un negro.



(continuará)

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