j) Luchando
Sin perder tiempo en inútiles vacilaciones, Pequeño Pez Negro, blandió rápidamente su puñal, rompió de un solo tajo la bolsa y se escapó. El Pelícano dio un grito de dolor, se lanzó de cabeza al agua, pues no renunciaba a atrapar de nuevo al pez.
Pequeño Pez Negro nadó sin descanso hasta el mediodía. La montaña y el valle habían quedado atrás y el río atravesaba ahora, con un fluir indolente, perezoso, cansino, una llanura. Por ambos lados, habían ido llegando arroyos, vertiendo las aguas en su curso; y ensanchando de esa manera el río.
Pequeño Pez Negro disfrutaba verdaderamente de tanta agua. Empero, de pronto, diose cuenta que el agua no tenía fondo. Es mas, nadando hacia la izquierda, luego hacia la derecha, y no encontraba la orilla. Había tantísima agua que estaba confuso, aturdido; completamente desorientado; en una palabra: perdido. Nadara en cualquier dirección que nadase, el agua parecía que no terminaba nunca.
Un enorme animal se precipitó de repente sobre él, rápido como un rayo y armado de doble espada. Pequeño Pez Negro temió un instante que Pez Sierra lo cortase en trocitos. Dio un salto, escapó y se fue a toda velocidad.
Después de un momento, se zambulló para encontrar el fondo del mar. Por el camino, se tropezó con un banco de peces. Eran... uno, dos, tres, cuatro... cientos... miles y miles.. "¡madre mía, cuantos peces... más de un millón!", pensó para si. Pequeño Pez Negro preguntó a uno de ellos:
--Amigo, soy extranjero, vengo de lejos... ¿dónde nos encontramos?
--¡Mirad, uno nuevo! -gritó el pez interrogado, llamando a otros; luego saludó a Pequeño Pez Negro con estas palabras:
--Querido amigo, bienvenido al mar.
--Todos los ríos y todos los arroyos, desembocan en el mar, aunque algunos terminan en los pantanos -añadió otro.
Y un tercero lo invitó:
--Puedes venir con nosotros.
Él estaba realmente contento de haber llegado por fin al mar.
--Iré, pero es mejor, primero, que me de una vuelta por aquí, antes de reunirme con vosotros. ¡Ah!, y la próxima vez que llevéis al fondo la red del pescador, me gustaría mucho estar con vosotros.
--Tu deseo se verá enseguida cumplido. Vete tranquilamente a explorar un poco los alrededores; pero si te aproximas a la superficie, ten cuidado con el Cuervo Marino, que estos días no teme a nadie. No nos deja un solo día en paz, si antes no captura a cuatro o cinco peces.
Pequeño Pez Negro se separó del resto de sus compañeros y, al cabo de un rato, nadó, alegre y decidido, hacia la superficie del mar. Calentaba el sol. Los rayos se filtraban en el agua del mar. Pequeño Pez Negro sentía, cada vez con mas fuerza, la caricia templada del astro sobre su espalda. Contento, como se ha dicho, y sin miedo, nadaba y nadaba hacia arriba, diciéndose:
"La muerte puede abalanzarse, ahora, sobre mi, inesperadamente, pero, mientras pueda, no me enfrentaré a ella. Si un día aparece en mi camino, lo que acaecerá, tarde o temprano, sin duda alguna, no me importara. Solamente tiene verdadera importancia el valor que haya tenido mi vida o mi muerte para los demás..."
Sin perder tiempo en inútiles vacilaciones, Pequeño Pez Negro, blandió rápidamente su puñal, rompió de un solo tajo la bolsa y se escapó. El Pelícano dio un grito de dolor, se lanzó de cabeza al agua, pues no renunciaba a atrapar de nuevo al pez.
Pequeño Pez Negro nadó sin descanso hasta el mediodía. La montaña y el valle habían quedado atrás y el río atravesaba ahora, con un fluir indolente, perezoso, cansino, una llanura. Por ambos lados, habían ido llegando arroyos, vertiendo las aguas en su curso; y ensanchando de esa manera el río.
Pequeño Pez Negro disfrutaba verdaderamente de tanta agua. Empero, de pronto, diose cuenta que el agua no tenía fondo. Es mas, nadando hacia la izquierda, luego hacia la derecha, y no encontraba la orilla. Había tantísima agua que estaba confuso, aturdido; completamente desorientado; en una palabra: perdido. Nadara en cualquier dirección que nadase, el agua parecía que no terminaba nunca.
Un enorme animal se precipitó de repente sobre él, rápido como un rayo y armado de doble espada. Pequeño Pez Negro temió un instante que Pez Sierra lo cortase en trocitos. Dio un salto, escapó y se fue a toda velocidad.
Después de un momento, se zambulló para encontrar el fondo del mar. Por el camino, se tropezó con un banco de peces. Eran... uno, dos, tres, cuatro... cientos... miles y miles.. "¡madre mía, cuantos peces... más de un millón!", pensó para si. Pequeño Pez Negro preguntó a uno de ellos:
--Amigo, soy extranjero, vengo de lejos... ¿dónde nos encontramos?
--¡Mirad, uno nuevo! -gritó el pez interrogado, llamando a otros; luego saludó a Pequeño Pez Negro con estas palabras:
--Querido amigo, bienvenido al mar.
--Todos los ríos y todos los arroyos, desembocan en el mar, aunque algunos terminan en los pantanos -añadió otro.
Y un tercero lo invitó:
--Puedes venir con nosotros.
Él estaba realmente contento de haber llegado por fin al mar.
--Iré, pero es mejor, primero, que me de una vuelta por aquí, antes de reunirme con vosotros. ¡Ah!, y la próxima vez que llevéis al fondo la red del pescador, me gustaría mucho estar con vosotros.
--Tu deseo se verá enseguida cumplido. Vete tranquilamente a explorar un poco los alrededores; pero si te aproximas a la superficie, ten cuidado con el Cuervo Marino, que estos días no teme a nadie. No nos deja un solo día en paz, si antes no captura a cuatro o cinco peces.
Pequeño Pez Negro se separó del resto de sus compañeros y, al cabo de un rato, nadó, alegre y decidido, hacia la superficie del mar. Calentaba el sol. Los rayos se filtraban en el agua del mar. Pequeño Pez Negro sentía, cada vez con mas fuerza, la caricia templada del astro sobre su espalda. Contento, como se ha dicho, y sin miedo, nadaba y nadaba hacia arriba, diciéndose:
"La muerte puede abalanzarse, ahora, sobre mi, inesperadamente, pero, mientras pueda, no me enfrentaré a ella. Si un día aparece en mi camino, lo que acaecerá, tarde o temprano, sin duda alguna, no me importara. Solamente tiene verdadera importancia el valor que haya tenido mi vida o mi muerte para los demás..."
CONTINUARÁ
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