a) Inquietud
Érase una vez un pez al que llamaban, allá, en sus aguas, Mahi Siah Kuchulu; es decir: Pequeño Pez Negro. Vivía con su madre en un arroyo de aguas frías, claras y limpias que nacía, aguas arriba, del deshielo de la nieve, en las paredes rocosas de la montaña; y luego se precipitaba en saltos y rápidos hacia el valle... pero esto él no lo sabía.
Su casa se hallaba detrás de una roca negra, cubierta con un techo de musgo suave, de color verde oscuro, que en días de sol rutilaba como una esmeralda y cuando el astro se ocultaba íbase volviendo negro como el miedo. Debajo de ella pasaban las noches madre e hijo.
Mahi Siah Kuchulu, al que, nosotros, aquí, llamaremos Pequeño Pez Negro, siempre había deseado que la luna alumbrara su sombría casa, aunque solo fuera una vez; pero hasta su morada, desgraciadamente, no llegaba nunca ni tan siquiera un débil rayo de luz.
De la mañana a la noche, ambos nadaban juntos; y de vez en cuando, se congregaban con otros peces subiendo y bajando, bajando y subiendo, el curso del arroyuelo.
De los diez mil huevos que había puesto la madre, él era el único que se había salvado de los depredadores, en la lucha por la vida; el combate le había robustecido y, en ese momento, por qué ocultarlo, tenía una salud de hierro; casi tan fuerte como las piedras del cauce que, nadando, tenía que sortear todos los días.
Sin embargo, desde hacía algunos días se le veía, cabizbajo, pensativo y hablaba muy poco. Se deslizaba, perezoso e indiferente, nadando de acá para allá... y, con frecuencia, con harta frecuencia se apartaba, distanciándose de su madre.
A Mamá Pez, la verdad, no le inquietaba mucho el anómalo comportamiento de su hijo, diciéndose para si, que serían ligeras dolencias; o, como mucho, enfermedades periódicas juveniles que duran contados días y se van sin apenas dejar huella.
Pero él no estaba, ni poco ni mucho, enfermo. Eso si, le preocupaba una cosa que solo él sabía, por eso estaba de talante tan huidizo y esquivo.
Una mañana temprano, antes de los primeros rayos de la aurora, se levantó decidido y, despertando a su madre, le dijo:
--¡Mamá!, necesito hablarte.
Ella, que estaba todavía medio dormida, le contestó:
--Hijo mío... ¿ahora?... déjalo para más tarde...
--No mamá, porque es preciso que me vaya ya. --Bueno, bueno, pero... ¿no prefieres que vayamos a nadar juntos?
--No me refiero a hacer lo de todos los días, mamá... Repito: es necesario que me vaya.
--¿Necesario que te vayas?
--Si mamá.
--¿Y dónde quieres ir tan temprano?
Pequeño Pez Negro se lo explicó:
Quiero descubrir el final de este arroyo. ¿Sabes mamá?... una cuestión me está preocupando desde hace varios meses: saber donde termina; y hasta este momento no he hallado una respuesta satisfactoria. Y no he dormido en toda la noche pensando continuamente... De modo que he decidido irme yo solo, nadando a la ventura, hasta donde termine esta corriente de agua. Quisiera saber lo que ocurre en otros lugares.
CONTINUARÁ
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