lunes, 8 de enero de 2007

A) INQUIETUD


a) Inquietud


Érase una vez un pez al que lla­ma­ban, allá, en sus aguas, Mahi Siah Kuchulu; es decir: Pequeño Pez Ne­gro. Vivía con su madre en un arroyo de aguas frías, claras y limpias que nacía, aguas arriba, del deshielo de la nieve, en las pa­redes ro­cosas de la montaña; y luego se precipi­taba en saltos y rápidos hacia el valle... pero esto él no lo sabía.
Su casa se hallaba detrás de una roca negra, cubierta con un te­cho de musgo suave, de color verde oscuro, que en días de sol ruti­laba como una esme­ralda y cuando el astro se ocultaba íbase vol­viendo negro como el miedo. De­bajo de ella pasaban las noches madre e hijo.
Mahi Siah Kuchulu, al que, nosotros, aquí, llama­remos Pequeño Pez Negro, siem­pre ha­bía de­seado que la luna alumbrara su sombría casa, aunque solo fuera una vez; pero hasta su morada, desgraciadamente, no lle­gaba nunca ni tan si­quiera un débil rayo de luz.
De la mañana a la noche, ambos na­daban juntos; y de vez en cuando, se con­gre­gaban con otros peces subiendo y bajando, bajando y subiendo, el curso del arroyuelo.
De los diez mil huevos que ha­bía puesto la madre, él era el único que se había salvado de los depredadores, en la lucha por la vida; el combate le había robustecido y, en ese momento, por qué ocultarlo, tenía una sa­lud de hierro; casi tan fuerte como las piedras del cauce que, nadando, tenía que sortear to­dos los días.
Sin embargo, desde hacía algu­nos días se le veía, cabizbajo, pensativo y ha­blaba muy poco. Se deslizaba, perezoso e indife­rente, nadando de acá para allá... y, con fre­cuencia, con harta fre­cuencia se apartaba, distanciándose de su ma­dre.
A Mamá Pez, la verdad, no le in­quie­taba mucho el anómalo comportamiento de su hijo, diciéndose para si, que serían lige­ras do­lencias; o, como mucho, enfermedades periódi­cas juveniles que duran contados días y se van sin apenas dejar huella.
Pero él no estaba, ni poco ni mu­cho, enfermo. Eso si, le preocupaba una cosa que solo él sabía, por eso estaba de talante tan huidizo y esquivo.
Una mañana temprano, antes de los primeros rayos de la aurora, se levantó de­cidi­do y, des­pertando a su madre, le dijo:
--¡Mamá!, necesito hablarte.
Ella, que estaba todavía medio dormi­da, le contestó:
--Hijo mío... ¿ahora?... déjalo para más tarde...
--No mamá, porque es preciso que me vaya ya. --Bueno, bueno, pero... ¿no prefie­res que vayamos a nadar juntos?
--No me refiero a hacer lo de todos los días, mamá... Repito: es necesario que me vaya.
--¿Necesario que te vayas?
--Si mamá.
--¿Y dónde quieres ir tan tem­pra­no?
Pequeño Pez Negro se lo explicó:
Quiero descubrir el final de este arroyo. ¿Sabes mamá?... una cues­tión me está preocupando desde hace va­rios meses: saber donde termina; y hasta este momento no he hallado una respuesta satisfactoria. Y no he dormido en toda la noche pensando conti­nuamente... De modo que he decidido irme yo solo, nadando a la ventura, hasta donde termi­ne esta corriente de agua. Quisiera saber lo que ocurre en otros lugares.


CONTINUARÁ

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