i) Un pájaro de cuidado
Cuando quisieron reemprender la marchar, el agua se agitó a su alrededor y grandes olas se encrespaban en torno a ellos. Una tapadera los encerró y en unos instantes todo se fue volviendo más oscuro que noche de tormenta. No había ninguna salida posible. Pequeño Pez Negro comprendió de inmediato que estaban aprisionados en la bolsa del terrible Pelícano e intentaba animar a sus jóvenes compañeros:
--Amigos míos, estamos en la bolsa del Pelícano, pero aun podemos escaparnos.
Los pececillos se pusieron a llorar y a gemir:
’--No hay esperanza. Es culpa tuya. Tú fuiste quien nos entusiasmó. El Pelícano nos comerá a todos.
De repente, una carcajada terrible agitó el agua. Era la risa del Pelícano:
--¡Ja, ja, ja! ¡Qué hermosos pececitos he atrapado! ¡Realmente, me partís el corazón, y no tendré valor para comeros!
--¡Excelencia, señor Pelicano! -gimieron los pececillos- Hemos oído hablar muy bien de usted; si tuviera la bondad de abrir un poco su hermoso pico, para que pudiéramos salir, rogaríamos por los siglos de los siglos a Dios para que lo proteja.
El Pelícano los consoló:
--Tranquilos, no quiero comeros por ahora. Todavía tengo numerosos peces en reserva. No os miento: mirad ahí, debajo de vosotros...
Algunos peces, tanto grandes, como pequeños, yacían debajo de ellos en la bolsa. Y los pececitos, más angustiados aun al contemplar un espectáculo tan macabro, aumentaron sus gemidos:
--¡Excelencia, señor Pelicano!, no hemos hecho realmente nada, somos inocentes; este pez negro, que está junto a nosotros, nos ha entusiasmado con su palabrería engañosa, trayéndonos por este mal camino.
--¡Callad, estúpidos! -gritó nuestro amigo al ser acusado- ¿pero vosotros creéis que este pájaro astuto e hipócrita es la bondad personificada? ¿Para qué le pedís piedad?...
--No sabes lo que dices -respondieron los pececitos- Verás, como, más pronto que tarde, Su Excelencia, el señor Pelicano, nos perdonará generosamente la vida y a tí, en cambio, te castigará.
--Sí, si -dijo el Pelícano- os perdono, os perdono, pero... con una condición...
--Diga, díganos enseguida, Su Excelencia, esa condición, para que la cumplamos.
--Mi condición es que estranguléis a ese pez negro, insolente y maleducado, que decís que está con vosotros, para ganaros vuestra libertad.
Pequeño Pez Negro se deslizó hacia un lado y les advirtió:
--No os fiéis de él; no veis que este condenado pájaro lo que quiere es que nos peleemos entre nosotros; tengo una idea...
Los pececillos estaban, además de trastornados, ciegos de miedo. Solamente pensaban en su vida y su libertad, y por eso se precipitaron sobre Pequeño Pez Negro. El se escapaba siempre y decía tranquilamente:
--¡Callad!, ¡callad!... estáis de todas formas prisioneros y no podéis escaparos; además no valéis más que yo.
--Tenemos que estrangularte; queremos nuestra libertad.
--¡Estáis locos! ¡Y ciegos! Aunque me estranguléis, no saldréis de aquí. No os dejéis engañar... ¡Qué digo!: no os engañéis.
--Solamente dices eso para salvarte tú; no piensas para nada en nosotros.
’--Escuchadme. Voy a daros una idea: yo me hago el muerto y me coloco con los otros cadáveres; entonces veréis, veremos, si el Pelícano os libera o no. Y si no aceptáis mi proposición, ¡qué se le va a hacer!, os mataré a todos con mi puñal, luego romperé la bolsa y me iré y vosotros...
--Para, por favor -dijo uno de los pececitos, interrumpiéndolo con grandes sollozos- no puedo soportar tus palabras... bua... bua... bua...
--Me pregunto por qué habéis empezado a lloriquear -dijo Pequeño Pez Negro y, de un golpe, sacó su puñal y se lo enseñó a los pececillos.
Como no tenían otra salida, tuvieron que aceptar su alternativa. Fingieron que reñían. Pequeño Pez Negro se hizo el muerto. Entonces los pececillos se dirigieron hacia arriba diciendo:
--¡Excelencia, señor Pelícano! hemos estrangulado al pez maleducado e insolente.
--Muy bien, muy bien... -les dijo el Pelícano riéndose- Ahora... como recompensa... no os dejaré en la bolsa... os tragaré vivos... ¡ja, ja, ja! ¡Qué hermoso paseo daréis en mi estómago!
Antes de que los pececillos hubieran podido darse cuenta de lo que les esperaba, se deslizaron, como en un tobogán de muy pronunciado desnivel, a lo largo del cuello del Pelícano y... de esta manera perecieron.
Cuando quisieron reemprender la marchar, el agua se agitó a su alrededor y grandes olas se encrespaban en torno a ellos. Una tapadera los encerró y en unos instantes todo se fue volviendo más oscuro que noche de tormenta. No había ninguna salida posible. Pequeño Pez Negro comprendió de inmediato que estaban aprisionados en la bolsa del terrible Pelícano e intentaba animar a sus jóvenes compañeros:
--Amigos míos, estamos en la bolsa del Pelícano, pero aun podemos escaparnos.
Los pececillos se pusieron a llorar y a gemir:
’--No hay esperanza. Es culpa tuya. Tú fuiste quien nos entusiasmó. El Pelícano nos comerá a todos.
De repente, una carcajada terrible agitó el agua. Era la risa del Pelícano:
--¡Ja, ja, ja! ¡Qué hermosos pececitos he atrapado! ¡Realmente, me partís el corazón, y no tendré valor para comeros!
--¡Excelencia, señor Pelicano! -gimieron los pececillos- Hemos oído hablar muy bien de usted; si tuviera la bondad de abrir un poco su hermoso pico, para que pudiéramos salir, rogaríamos por los siglos de los siglos a Dios para que lo proteja.
El Pelícano los consoló:
--Tranquilos, no quiero comeros por ahora. Todavía tengo numerosos peces en reserva. No os miento: mirad ahí, debajo de vosotros...
Algunos peces, tanto grandes, como pequeños, yacían debajo de ellos en la bolsa. Y los pececitos, más angustiados aun al contemplar un espectáculo tan macabro, aumentaron sus gemidos:
--¡Excelencia, señor Pelicano!, no hemos hecho realmente nada, somos inocentes; este pez negro, que está junto a nosotros, nos ha entusiasmado con su palabrería engañosa, trayéndonos por este mal camino.
--¡Callad, estúpidos! -gritó nuestro amigo al ser acusado- ¿pero vosotros creéis que este pájaro astuto e hipócrita es la bondad personificada? ¿Para qué le pedís piedad?...
--No sabes lo que dices -respondieron los pececitos- Verás, como, más pronto que tarde, Su Excelencia, el señor Pelicano, nos perdonará generosamente la vida y a tí, en cambio, te castigará.
--Sí, si -dijo el Pelícano- os perdono, os perdono, pero... con una condición...
--Diga, díganos enseguida, Su Excelencia, esa condición, para que la cumplamos.
--Mi condición es que estranguléis a ese pez negro, insolente y maleducado, que decís que está con vosotros, para ganaros vuestra libertad.
Pequeño Pez Negro se deslizó hacia un lado y les advirtió:
--No os fiéis de él; no veis que este condenado pájaro lo que quiere es que nos peleemos entre nosotros; tengo una idea...
Los pececillos estaban, además de trastornados, ciegos de miedo. Solamente pensaban en su vida y su libertad, y por eso se precipitaron sobre Pequeño Pez Negro. El se escapaba siempre y decía tranquilamente:
--¡Callad!, ¡callad!... estáis de todas formas prisioneros y no podéis escaparos; además no valéis más que yo.
--Tenemos que estrangularte; queremos nuestra libertad.
--¡Estáis locos! ¡Y ciegos! Aunque me estranguléis, no saldréis de aquí. No os dejéis engañar... ¡Qué digo!: no os engañéis.
--Solamente dices eso para salvarte tú; no piensas para nada en nosotros.
’--Escuchadme. Voy a daros una idea: yo me hago el muerto y me coloco con los otros cadáveres; entonces veréis, veremos, si el Pelícano os libera o no. Y si no aceptáis mi proposición, ¡qué se le va a hacer!, os mataré a todos con mi puñal, luego romperé la bolsa y me iré y vosotros...
--Para, por favor -dijo uno de los pececitos, interrumpiéndolo con grandes sollozos- no puedo soportar tus palabras... bua... bua... bua...
--Me pregunto por qué habéis empezado a lloriquear -dijo Pequeño Pez Negro y, de un golpe, sacó su puñal y se lo enseñó a los pececillos.
Como no tenían otra salida, tuvieron que aceptar su alternativa. Fingieron que reñían. Pequeño Pez Negro se hizo el muerto. Entonces los pececillos se dirigieron hacia arriba diciendo:
--¡Excelencia, señor Pelícano! hemos estrangulado al pez maleducado e insolente.
--Muy bien, muy bien... -les dijo el Pelícano riéndose- Ahora... como recompensa... no os dejaré en la bolsa... os tragaré vivos... ¡ja, ja, ja! ¡Qué hermoso paseo daréis en mi estómago!
Antes de que los pececillos hubieran podido darse cuenta de lo que les esperaba, se deslizaron, como en un tobogán de muy pronunciado desnivel, a lo largo del cuello del Pelícano y... de esta manera perecieron.
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