g) Con el agua al cuello
Pequeño Pez Negro se puso en camino, aunque deseaba haber estado más tiempo charlando con aquel Lagarto tan sabio, tan atento y tan cordial.
No cesaba de hacerse preguntas y mas preguntas: ¿el río desemboca realmente en el mar?, ¿qué se puede esperar si Pelícano es mas fuerte?, ¿Pez Espada, tiene realmente valor para devorar a sus propios hijos?, ¿por qué Cuervo Marino es un enemigo para nosotros?...
Y rumiaba y rumiaba sus pensamientos mientras proseguía su avance por el agua. Cada paso hacia adelante encontraba cosas nuevas y sacaba nuevas conclusiones. Se sentía muy a gusto haciendo funcionar su cerebro. También encontraba un gozo exquisito en la acción; por ejemplo: ¡Era un verdadero placer dejarse caer por las cascadas abajo! El calor del sol que sentía sobre su espalda, le daba fuerza y vigor. En un lugar de su camino, y quedó muy extrañado, encontró a Gacela bebiendo con mucha prisa. La saludó:
--Hermosa Gacela, ¿por qué bebes con tanta premura?
--¡Ay, amigo! ¡La vida es muy dura! El cazador me persigue. Y ya me ha dado un tiro, ¡mira!
Pequeño Pez Negro no podía ver la herida, pero pensó que Gacela no mentía, al ver que cojeaba. En otro lugar las tortugas dormían la siesta, las cuales abrieron los ojos cuando él pasó como diciéndole "¡adiós, pececito: buen viaje!"; y un poco más tarde, escuchó el eco del canto de las perdices en el valle, preguntándose qué sería eso. El aroma de las hierbas de la montaña flotaba en el aire y se mezclaba con el agua llegando a perfumar al pez que se resistía a seguir su andadura, su navegación, atraído por ese olor agradable proveniente de fuera.
Por la tarde, llegó a un lugar donde la corriente se ensanchaba; ya no era el agua tan clara, tan limpia; corría por entre matas que sobresalían del agua; aquí y allá flotaban palitos, ramas y troncos; pájaros, libélulas, mariposas y toda clase de insectos sobrevolaban la superficie; y volaban y saltaban de matas a troncos, de troncos a ramas en un bullicioso y arcoirisado ir y venir constante; el agua chocaba con todos esos obstáculos que flotaban en su superficie, produciéndose ondulaciones que, con el reflejo del sol, emitían ligeros destellos, tal como si el río estuviera sembrado por cientos de diamantes. Había tanta agua que disfrutaba de lo lindo. Se encontró con muchos peces. Desde que había dejado a su madre, no había vuelto a ver ninguno. Algunos rodeáronle con curiosidad.
’--Sin duda eres extranjero, ¿no es cierto?
--Si, lo soy. Vengo de muy lejos.
--¡Ah! Y, ¿adónde quieres ir?
--Hasta el final del arroyo.
--¿De qué arroyo?
--De este.
--Pero esto es un río. Nosotros, al menos, le llamamos río.
Pequeño Pez Negro se quedó callado.
Un pececillo le preguntó:
--¿Sabes que el Pelícano te ha acechado en el camino?
--Si, lo sé.
Otro también le interrogó:
--Y, ¿sabes también que tiene una enorme bolsa para atraparte?
--Si, también lo sé.
--¡A pesar de todo, quieres continuar! ¡Qué tío!
--Es necesario que lo haga -dijo el pez con absoluta determinación.
Lo mismo que se va extendiendo la onda producida, por ejemplo, por el salto de un pez en el agua por toda la superficie del agua, así se propagó la noticia, por el banco de peces, de que un congénere negro venía de lejos y quería nadar hasta el final del río, sin tener miedo del Pelícano. Algunos pececillos estuvieron tentados de acompañarlo en su aventura, pero guardaron el secreto por miedo a los mayores. Incluso algunos se excusaron:
--Si al menos no existiese el Pelícano, iríamos contigo, pero tenemos miedo a su bolsa.
Pequeño Pez Negro se puso en camino, aunque deseaba haber estado más tiempo charlando con aquel Lagarto tan sabio, tan atento y tan cordial.
No cesaba de hacerse preguntas y mas preguntas: ¿el río desemboca realmente en el mar?, ¿qué se puede esperar si Pelícano es mas fuerte?, ¿Pez Espada, tiene realmente valor para devorar a sus propios hijos?, ¿por qué Cuervo Marino es un enemigo para nosotros?...
Y rumiaba y rumiaba sus pensamientos mientras proseguía su avance por el agua. Cada paso hacia adelante encontraba cosas nuevas y sacaba nuevas conclusiones. Se sentía muy a gusto haciendo funcionar su cerebro. También encontraba un gozo exquisito en la acción; por ejemplo: ¡Era un verdadero placer dejarse caer por las cascadas abajo! El calor del sol que sentía sobre su espalda, le daba fuerza y vigor. En un lugar de su camino, y quedó muy extrañado, encontró a Gacela bebiendo con mucha prisa. La saludó:
--Hermosa Gacela, ¿por qué bebes con tanta premura?
--¡Ay, amigo! ¡La vida es muy dura! El cazador me persigue. Y ya me ha dado un tiro, ¡mira!
Pequeño Pez Negro no podía ver la herida, pero pensó que Gacela no mentía, al ver que cojeaba. En otro lugar las tortugas dormían la siesta, las cuales abrieron los ojos cuando él pasó como diciéndole "¡adiós, pececito: buen viaje!"; y un poco más tarde, escuchó el eco del canto de las perdices en el valle, preguntándose qué sería eso. El aroma de las hierbas de la montaña flotaba en el aire y se mezclaba con el agua llegando a perfumar al pez que se resistía a seguir su andadura, su navegación, atraído por ese olor agradable proveniente de fuera.
Por la tarde, llegó a un lugar donde la corriente se ensanchaba; ya no era el agua tan clara, tan limpia; corría por entre matas que sobresalían del agua; aquí y allá flotaban palitos, ramas y troncos; pájaros, libélulas, mariposas y toda clase de insectos sobrevolaban la superficie; y volaban y saltaban de matas a troncos, de troncos a ramas en un bullicioso y arcoirisado ir y venir constante; el agua chocaba con todos esos obstáculos que flotaban en su superficie, produciéndose ondulaciones que, con el reflejo del sol, emitían ligeros destellos, tal como si el río estuviera sembrado por cientos de diamantes. Había tanta agua que disfrutaba de lo lindo. Se encontró con muchos peces. Desde que había dejado a su madre, no había vuelto a ver ninguno. Algunos rodeáronle con curiosidad.
’--Sin duda eres extranjero, ¿no es cierto?
--Si, lo soy. Vengo de muy lejos.
--¡Ah! Y, ¿adónde quieres ir?
--Hasta el final del arroyo.
--¿De qué arroyo?
--De este.
--Pero esto es un río. Nosotros, al menos, le llamamos río.
Pequeño Pez Negro se quedó callado.
Un pececillo le preguntó:
--¿Sabes que el Pelícano te ha acechado en el camino?
--Si, lo sé.
Otro también le interrogó:
--Y, ¿sabes también que tiene una enorme bolsa para atraparte?
--Si, también lo sé.
--¡A pesar de todo, quieres continuar! ¡Qué tío!
--Es necesario que lo haga -dijo el pez con absoluta determinación.
Lo mismo que se va extendiendo la onda producida, por ejemplo, por el salto de un pez en el agua por toda la superficie del agua, así se propagó la noticia, por el banco de peces, de que un congénere negro venía de lejos y quería nadar hasta el final del río, sin tener miedo del Pelícano. Algunos pececillos estuvieron tentados de acompañarlo en su aventura, pero guardaron el secreto por miedo a los mayores. Incluso algunos se excusaron:
--Si al menos no existiese el Pelícano, iríamos contigo, pero tenemos miedo a su bolsa.
CONTINUARÁ
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