lunes, 8 de enero de 2007

G) CON EL AGUA AL CUELLO


g) Con el agua al cuello

Pequeño Pez Negro se puso en ca­mino, aunque deseaba haber estado más tiempo charlando con aquel Lagarto tan sabio, tan atento y tan cordial.
No cesaba de hacerse pregun­tas y mas preguntas: ¿el río desemboca realmente en el mar?, ¿qué se puede esperar si Pelícano es mas fuerte?, ¿Pez Espada, tiene real­mente valor para de­vorar a sus propios hi­jos?, ¿por qué Cuervo Marino es un ene­migo para noso­tros?...
Y rumiaba y rumiaba sus pen­sa­mien­tos mientras proseguía su avance por el agua. Cada paso hacia adelante encontraba cosas nuevas y sacaba nuevas conclusiones. Se sentía muy a gusto haciendo funcionar su ce­rebro. También encontraba un gozo exqui­sito en la acción; por ejemplo: ¡Era un verda­dero placer dejarse caer por las cascadas abajo! El calor del sol que sentía sobre su es­palda, le daba fuerza y vigor. En un lugar de su camino, y quedó muy extrañado, encontró a Gacela bebiendo con mucha prisa. La saludó:
--Hermosa Gacela, ¿por qué bebes con tanta premura?
--¡Ay, amigo! ¡La vida es muy dura! El cazador me persigue. Y ya me ha dado un tiro, ¡mira!
Pequeño Pez Negro no podía ver la herida, pero pensó que Gacela no mentía, al ver que cojeaba. En otro lugar las tortugas dormían la siesta, las cuales abrieron los ojos cuando él pasó como diciéndole "¡adiós, pe­cecito: buen viaje!"; y un poco más tarde, es­cuchó el eco del canto de las perdices en el valle, preguntándose qué sería eso. El aroma de las hierbas de la montaña flotaba en el aire y se mezclaba con el agua llegando a perfu­mar al pez que se resistía a seguir su andadu­ra, su navegación, atraído por ese olor agra­dable proveniente de fuera.
Por la tarde, llegó a un lugar donde la corriente se ensanchaba; ya no era el agua tan clara, tan limpia; corría por entre matas que sobresalían del agua; aquí y allá flotaban pali­tos, ramas y troncos; pájaros, libélulas, mari­posas y toda clase de insectos sobrevolaban la superficie; y volaban y saltaban de matas a troncos, de troncos a ramas en un bullicioso y arcoirisado ir y venir constante; el agua choca­ba con todos esos obstáculos que flotaban en su superficie, produciéndose ondu­laciones que, con el reflejo del sol, emitían lige­ros des­tellos, tal como si el río estuviera sembrado por cientos de diamantes. Había tanta agua que dis­frutaba de lo lindo. Se encontró con mu­chos peces. Desde que había dejado a su madre, no había vuelto a ver ninguno. Al­gunos rodeáronle con curiosidad.
’--Sin duda eres extranjero, ¿no es cierto?
--Si, lo soy. Vengo de muy lejos.
--¡Ah! Y, ¿adónde quieres ir?
--Hasta el final del arroyo.
--¿De qué arroyo?
--De este.
--Pero esto es un río. Nosotros, al menos, le llamamos río.
Pequeño Pez Negro se quedó ca­llado.
Un pececillo le preguntó:
--¿Sabes que el Pelícano te ha ace­chado en el camino?
--Si, lo sé.
Otro también le interrogó:
--Y, ¿sabes también que tiene una enorme bolsa para atraparte?
--Si, también lo sé.
--¡A pesar de todo, quieres con­ti­nuar! ¡Qué tío!
--Es necesario que lo haga -dijo el pez con absoluta determinación.
Lo mismo que se va ex­tendiendo la onda producida, por ejemplo, por el salto de un pez en el agua por toda la superficie del agua, así se propagó la noticia, por el banco de peces, de que un congé­nere negro venía de lejos y quería nadar hasta el final del río, sin tener miedo del Pelícano. Algu­nos pececillos estuvieron tentados de acompañarlo en su aventura, pero guarda­ron el secreto por miedo a los mayores. In­cluso al­gunos se excusaron:
--Si al menos no existiese el Pe­lí­cano, iríamos contigo, pero tenemos miedo a su bolsa.


CONTINUARÁ

No hay comentarios: