lunes, 8 de enero de 2007

H) UN INSTANTE INTIMO


h) Un instante íntimo


El río, mas tranquilizado ahora su curso, rodeaba una aldea acariciándola sua­vemente con la música callada de su fluir se­reno. Mujeres y jóvenes lavaban con gran al­boroto la ropa y los platos. Pe­queño Pez Ne­gro se paró un rato a escuchar el alegre cha­poteo y a observar a los niños que, gritando, riendo y
saltando, se acercaban desnudos a bañarse en el río. Después, continuó su camino.
Nadó sin parar hasta que llegó la no­che oscura. Se acostó bajo una piedra para dormir. Hacia la media noche, se despertó, sorprendido y alar­mado de que hubiera tanta claridad en plena noche; y vio cómo la luna re­flejaba en el río su luz blanca como la leche. Pe­queño Pez Negro quería mucho a la luna. En su casa, en estas noches de luna, como ya hemos dicho, siempre había deseado salir de su estrecha vivienda de roca y musgo para hablarle, pero su madre siempre lo había meti­do en casa, obligándolo a acostarse y dormir. Ahora, na­daba hacia la Luna diciéndole:
--Buenas noches, mi querida y her­mosa Luna.
--Buenas, Pequeño Pez Negro -res­pondió la Luna- ¿Qué haces aquí?
--Viajo por el mundo.
--El mundo es demasiado gran­de, para que puedas recorrerlo entero.
--No es necesario, sólo iré tan lejos como pueda.
La Luna pensativa, dijo:
--¡Ay, amigo! Me gustaría estar con­tigo hasta el amanecer, pero una nube muy grande viene hacia mi y va a oscure­cer mi luz.
--Querida Luna, me agrada tanto tu brillo, que me gustaría que pudieses alum­brarme durante toda la vida.
--Pequeño Pez Negro, en reali­dad, yo no tengo luz propia, el sol me presta la suya y yo la reflejo hacia la tierra. ¿Has oído decir a los hombres que quieren aterrizar en mi suelo?
--¡Pero eso no es posible! -dijo el pez.
--Es duro y difícil -respondió la Luna- pero... cuando a los hombres se les mete una idea en la cabeza...
La Luna no pudo terminar su frase. La nube negra la cubrió por comple­to, volvió a reinar la oscuridad y nuestro amigo volvió a encon­trarse completamente solo. Miró atenta­mente la oscuridad un rato, como petrifi­cado; luego, dando un coletazo, se deslizó bajo la piedra y volvió a dormirse.
Despertó al alba como siempre. Se sentía henchido de contento. Y sabía por qué: sus ojos aun guardaban en sus cuencas la luz amada de la Luna; y en sus oídos resonaban las palabras de su amiga. Tardó en darse cuenta que otros sonidos penetraban también: eran murmullos, cuchicheos de algunos pe­cecitos que nadaban muy cerca de él. Cuando se dieron cuenta que había despertado, grita­ron a una con vivísima alga­zara:
--¡Buenos días.
Los reconoció enseguida.
--¡Buenos días, compañeros! Por fin, os habéis decidido a venir conmigo.
--Si -dijo un minúsculo pececillo- pero aun no hemos perdido nuestro miedo.
--El pensamiento del Pelícano no se nos va de la cabeza -añadió otro.
--Pensar, pensar... no hay que pensar tanto. Puestos en camino se quita el miedo.


CONTINUARÁ

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