h) Un instante íntimo
El río, mas tranquilizado ahora su curso, rodeaba una aldea acariciándola suavemente con la música callada de su fluir sereno. Mujeres y jóvenes lavaban con gran alboroto la ropa y los platos. Pequeño Pez Negro se paró un rato a escuchar el alegre chapoteo y a observar a los niños que, gritando, riendo y
saltando, se acercaban desnudos a bañarse en el río. Después, continuó su camino.
Nadó sin parar hasta que llegó la noche oscura. Se acostó bajo una piedra para dormir. Hacia la media noche, se despertó, sorprendido y alarmado de que hubiera tanta claridad en plena noche; y vio cómo la luna reflejaba en el río su luz blanca como la leche. Pequeño Pez Negro quería mucho a la luna. En su casa, en estas noches de luna, como ya hemos dicho, siempre había deseado salir de su estrecha vivienda de roca y musgo para hablarle, pero su madre siempre lo había metido en casa, obligándolo a acostarse y dormir. Ahora, nadaba hacia la Luna diciéndole:
--Buenas noches, mi querida y hermosa Luna.
--Buenas, Pequeño Pez Negro -respondió la Luna- ¿Qué haces aquí?
--Viajo por el mundo.
--El mundo es demasiado grande, para que puedas recorrerlo entero.
--No es necesario, sólo iré tan lejos como pueda.
La Luna pensativa, dijo:
--¡Ay, amigo! Me gustaría estar contigo hasta el amanecer, pero una nube muy grande viene hacia mi y va a oscurecer mi luz.
--Querida Luna, me agrada tanto tu brillo, que me gustaría que pudieses alumbrarme durante toda la vida.
--Pequeño Pez Negro, en realidad, yo no tengo luz propia, el sol me presta la suya y yo la reflejo hacia la tierra. ¿Has oído decir a los hombres que quieren aterrizar en mi suelo?
--¡Pero eso no es posible! -dijo el pez.
--Es duro y difícil -respondió la Luna- pero... cuando a los hombres se les mete una idea en la cabeza...
La Luna no pudo terminar su frase. La nube negra la cubrió por completo, volvió a reinar la oscuridad y nuestro amigo volvió a encontrarse completamente solo. Miró atentamente la oscuridad un rato, como petrificado; luego, dando un coletazo, se deslizó bajo la piedra y volvió a dormirse.
Despertó al alba como siempre. Se sentía henchido de contento. Y sabía por qué: sus ojos aun guardaban en sus cuencas la luz amada de la Luna; y en sus oídos resonaban las palabras de su amiga. Tardó en darse cuenta que otros sonidos penetraban también: eran murmullos, cuchicheos de algunos pececitos que nadaban muy cerca de él. Cuando se dieron cuenta que había despertado, gritaron a una con vivísima algazara:
--¡Buenos días.
Los reconoció enseguida.
--¡Buenos días, compañeros! Por fin, os habéis decidido a venir conmigo.
--Si -dijo un minúsculo pececillo- pero aun no hemos perdido nuestro miedo.
--El pensamiento del Pelícano no se nos va de la cabeza -añadió otro.
--Pensar, pensar... no hay que pensar tanto. Puestos en camino se quita el miedo.
El río, mas tranquilizado ahora su curso, rodeaba una aldea acariciándola suavemente con la música callada de su fluir sereno. Mujeres y jóvenes lavaban con gran alboroto la ropa y los platos. Pequeño Pez Negro se paró un rato a escuchar el alegre chapoteo y a observar a los niños que, gritando, riendo y
saltando, se acercaban desnudos a bañarse en el río. Después, continuó su camino.
Nadó sin parar hasta que llegó la noche oscura. Se acostó bajo una piedra para dormir. Hacia la media noche, se despertó, sorprendido y alarmado de que hubiera tanta claridad en plena noche; y vio cómo la luna reflejaba en el río su luz blanca como la leche. Pequeño Pez Negro quería mucho a la luna. En su casa, en estas noches de luna, como ya hemos dicho, siempre había deseado salir de su estrecha vivienda de roca y musgo para hablarle, pero su madre siempre lo había metido en casa, obligándolo a acostarse y dormir. Ahora, nadaba hacia la Luna diciéndole:
--Buenas noches, mi querida y hermosa Luna.
--Buenas, Pequeño Pez Negro -respondió la Luna- ¿Qué haces aquí?
--Viajo por el mundo.
--El mundo es demasiado grande, para que puedas recorrerlo entero.
--No es necesario, sólo iré tan lejos como pueda.
La Luna pensativa, dijo:
--¡Ay, amigo! Me gustaría estar contigo hasta el amanecer, pero una nube muy grande viene hacia mi y va a oscurecer mi luz.
--Querida Luna, me agrada tanto tu brillo, que me gustaría que pudieses alumbrarme durante toda la vida.
--Pequeño Pez Negro, en realidad, yo no tengo luz propia, el sol me presta la suya y yo la reflejo hacia la tierra. ¿Has oído decir a los hombres que quieren aterrizar en mi suelo?
--¡Pero eso no es posible! -dijo el pez.
--Es duro y difícil -respondió la Luna- pero... cuando a los hombres se les mete una idea en la cabeza...
La Luna no pudo terminar su frase. La nube negra la cubrió por completo, volvió a reinar la oscuridad y nuestro amigo volvió a encontrarse completamente solo. Miró atentamente la oscuridad un rato, como petrificado; luego, dando un coletazo, se deslizó bajo la piedra y volvió a dormirse.
Despertó al alba como siempre. Se sentía henchido de contento. Y sabía por qué: sus ojos aun guardaban en sus cuencas la luz amada de la Luna; y en sus oídos resonaban las palabras de su amiga. Tardó en darse cuenta que otros sonidos penetraban también: eran murmullos, cuchicheos de algunos pececitos que nadaban muy cerca de él. Cuando se dieron cuenta que había despertado, gritaron a una con vivísima algazara:
--¡Buenos días.
Los reconoció enseguida.
--¡Buenos días, compañeros! Por fin, os habéis decidido a venir conmigo.
--Si -dijo un minúsculo pececillo- pero aun no hemos perdido nuestro miedo.
--El pensamiento del Pelícano no se nos va de la cabeza -añadió otro.
--Pensar, pensar... no hay que pensar tanto. Puestos en camino se quita el miedo.
CONTINUARÁ
No hay comentarios:
Publicar un comentario