Cayó la torre que en el viento hacían
mis altos pensamientos castigados,
que yecen por el suelo derribados
cuando con sus extremos competían.
Atrevidos al sol llegar querían
y morir en sus rayos abrasados,
de cuya luz contentos y engañados
como la ciega mariposa ardían.
Del Soneto CXIII
Desde que viene la pasada Aurora
hasta que el viejo Atlante esconda el día,
lloran mis ojos con igual porfía
su claro sol, que otras montañas dora.
...................................................
Mi vida va volando, el tiempo corre,
y mientras mi esperanza con vos viene,
callando pasan los ligeros años.
En un principio este blog nació para reproducir el cuento 'Pequeño Pez Negro'. Usted puede encontrarlo si retrocede. Luego, se le han añadido otros escritos.
miércoles, 19 de diciembre de 2007
sábado, 8 de diciembre de 2007
Manuel Blanco Chivite escribe sobre Sebastían Miñano
Manuel Blanco Chivite: Miñano, castellano y afrancesado
Estudió en los seminario de Palencia y Salamanca. Formó parte de la secretaría de Luís de Borbón, arzobispo de Sevilla, de cuya catedral fue prebendado. Afrancesado, pasó a la secretaría del mariscal Soult, cuando este era capitán general de Andalucía durante la ocupación napoleónica. En 1812 pasó a Francia de donde no regresaría hasta 1816.
De talante liberal moderado, como todos los afrancesados, escéptico respecto a las capacidades populares y respecto a casi todo.
En el trienio liberal, 1820-1823, llegó a dirigir en Madrid el periódico “El Censor”, formando equipo con sus amigos Lista, Hermosilla y Burgos.
De 1820 data su obra más popular, “Los lamentos políticos de un pobrecito holgazán que estaba acostumbrado a vivir a costa ajena”, publicado anónimamente en forma de cartas. Se trata de una sátira contra el absolutismo y el clero y contra los sectores dominantes y exaltados del liberalismo doceañista y del trienio que arrinconaron a los viejos afrancesados. De los “Lamentos…” llegaron a editarse 60.000 ejemplares, “el mayor éxito editorial de su tiempo”, según Max Aub.
Menéndez y Pelayo califica la obra como una muestra de “ingenio castellano de buen donaire, extremado en el manejo de la ironía” y de “gracejo volteriano refinadísimo”.
La obra de Miñano durante estos tres años fue abundante y polémica: “Cartas de El Madrileño”, que vieron la luz en “El Censor”; “Discurso sobre la libertad de imprenta”, “Cartas de don Justo Balanza al pobrecito holgazán…”
Bartolomé Gallardo, que ya había polemizado con él desde su puesto de diputado en el Cádiz de 1812, le lanzó un fuerte ataque durante el trienio en respuesta a un escrito de Miñano correspondiente al número 47 de “El Censor”. El texto de Gallardo, titulado “Carta Blanca” no sería el último de este autor contra el grupo de Miñano, Hermosilla, Lista, ya que en 1834 les llamaría “mercachifles de la literatura” en un nuevo folleto.
Sebastián Miñano pasó a Francia y se instaló en Bayona en 1831, en la finca ‘Buruchuri’, según cuenta Baroja en el tomo II de sus memorias. En esta época D. Sebastián había evolucionado en sus opiniones y era ‘partidario del despotismo ilustrado’ (Baroja). También evolucionó en el terreno religioso haciéndose protestante.
En Bayona, donde vivía ‘con una señora de apellido Ochoa, de la que tuvo un hijo, Eugenio de Ochoa, escritor y académico de la Academia Española ’ (Baroja) publicó junto a sus viejos amigos afrancesados, ‘ La Gaceta de Bayona’, de ideas moderadas que en alguna ocasión se imprimió en la imprenta de los abuelos de Pío Baroja (D. Pío y D. Ignacio Ramón), situada primero en la calle 31 de Agosto y más tarde en la plaza de la Constitución. En esta imprenta vio la luz igualmente la traducción que Miñano hizo de la ‘Historia de la Revolución Francesa ’ de Thiers.
Desatada la primera guerra carlista, Miñano recibía en su finca de Bayona tanto a los enviados del bando liberal como a los agentes del pretendiente, Carlos María Isidro (Carlos VII). Cuenta el mismo Baroja que recibía dinero de ambos bandos, que le consideraban una especie de oráculo.
Murió el 6 de febrero de 1845, cuando preparaba su traslado a San Sebastián, ciudad en cuyo cementerio de Polloe fue enterrado.
D. Serafín Baroja, ingeniero y padre del novelista, jugaba al chito y a los bolos con sus amigos en dicho cementerio, utilizando alegremente algunas calaveras, entre ellas la de Miñano.
-
( TOMADO DE LA REVISTA CAMINAR CONOCIENDO)
Entre los personajes castellanos más complejos y cambiantes y, al mismo tiempo, menos conocidos hoy del XIX se encuentra, sin duda, D. Sebastián Miñano y Bedoya, natural de Becerril de Campos (Palencia), donde nació en 1779. De él nos habla Menéndez y Pelayo en su “Historia de los Heterodoxos”, Madoz en su “Diccionario Geográfico”; Alcalá Galiano en sus “Memorias de un anciano”, Baroja en varias de sus obras, amén del estudio que le dedicó Eugenio Ochoa.
Miñano, por sus cambios políticos de chaqueta –“cambios de casaca” decía Galdós- y su vida itinerante y diversa, es un personaje muy español, incluido su afrancesamiento.
Estudió en los seminario de Palencia y Salamanca. Formó parte de la secretaría de Luís de Borbón, arzobispo de Sevilla, de cuya catedral fue prebendado. Afrancesado, pasó a la secretaría del mariscal Soult, cuando este era capitán general de Andalucía durante la ocupación napoleónica. En 1812 pasó a Francia de donde no regresaría hasta 1816.
De talante liberal moderado, como todos los afrancesados, escéptico respecto a las capacidades populares y respecto a casi todo.
En el trienio liberal, 1820-1823, llegó a dirigir en Madrid el periódico “El Censor”, formando equipo con sus amigos Lista, Hermosilla y Burgos.
De 1820 data su obra más popular, “Los lamentos políticos de un pobrecito holgazán que estaba acostumbrado a vivir a costa ajena”, publicado anónimamente en forma de cartas. Se trata de una sátira contra el absolutismo y el clero y contra los sectores dominantes y exaltados del liberalismo doceañista y del trienio que arrinconaron a los viejos afrancesados. De los “Lamentos…” llegaron a editarse 60.000 ejemplares, “el mayor éxito editorial de su tiempo”, según Max Aub.
Menéndez y Pelayo califica la obra como una muestra de “ingenio castellano de buen donaire, extremado en el manejo de la ironía” y de “gracejo volteriano refinadísimo”.
La obra de Miñano durante estos tres años fue abundante y polémica: “Cartas de El Madrileño”, que vieron la luz en “El Censor”; “Discurso sobre la libertad de imprenta”, “Cartas de don Justo Balanza al pobrecito holgazán…”
Bartolomé Gallardo, que ya había polemizado con él desde su puesto de diputado en el Cádiz de 1812, le lanzó un fuerte ataque durante el trienio en respuesta a un escrito de Miñano correspondiente al número 47 de “El Censor”. El texto de Gallardo, titulado “Carta Blanca” no sería el último de este autor contra el grupo de Miñano, Hermosilla, Lista, ya que en 1834 les llamaría “mercachifles de la literatura” en un nuevo folleto.
Sebastián Miñano pasó a Francia y se instaló en Bayona en 1831, en la finca ‘Buruchuri’, según cuenta Baroja en el tomo II de sus memorias. En esta época D. Sebastián había evolucionado en sus opiniones y era ‘partidario del despotismo ilustrado’ (Baroja). También evolucionó en el terreno religioso haciéndose protestante.
En Bayona, donde vivía ‘con una señora de apellido Ochoa, de la que tuvo un hijo, Eugenio de Ochoa, escritor y académico de la Academia Española ’ (Baroja) publicó junto a sus viejos amigos afrancesados, ‘ La Gaceta de Bayona’, de ideas moderadas que en alguna ocasión se imprimió en la imprenta de los abuelos de Pío Baroja (D. Pío y D. Ignacio Ramón), situada primero en la calle 31 de Agosto y más tarde en la plaza de la Constitución. En esta imprenta vio la luz igualmente la traducción que Miñano hizo de la ‘Historia de la Revolución Francesa ’ de Thiers.
Desatada la primera guerra carlista, Miñano recibía en su finca de Bayona tanto a los enviados del bando liberal como a los agentes del pretendiente, Carlos María Isidro (Carlos VII). Cuenta el mismo Baroja que recibía dinero de ambos bandos, que le consideraban una especie de oráculo.
Murió el 6 de febrero de 1845, cuando preparaba su traslado a San Sebastián, ciudad en cuyo cementerio de Polloe fue enterrado.
D. Serafín Baroja, ingeniero y padre del novelista, jugaba al chito y a los bolos con sus amigos en dicho cementerio, utilizando alegremente algunas calaveras, entre ellas la de Miñano.
-
Manuel Blanco Chivite. Madrid, enero de 1994
( TOMADO DE LA REVISTA CAMINAR CONOCIENDO)
martes, 6 de noviembre de 2007
Anábasis II
En las regiones frecuentadas hay los mayores silencios, en las regiones frecuentadas por langostas a mediodía.
Camino, camináis por una región de altas laderas de toronjiles, donde se tiende a secar la ropa de los Grandes.
Saltamos por encima del vestido de la Reina, todo de encaje con dos franjas color oscuro (¡ah, cómo el ácido cuerpo de la mujer sabe manchar un vestido en el lugar de la áxila!).
Saltamos por encima del vestido de Su hija, todo de encaje con dos franjas de color vivo (¡ah, cómo la lengua del lagarto sabe cazar hormigas en el lugar de la áxila!).
Y quizá no transcurra el día sin que un mismo hombre haya ardido por una mujer y por su hija.
¡Sabia risa de los muertos, que nos monden esos frutos!... Pues qué, ¿ya no hay más gracia en el mundo bajo la rosa silvestre?
Viene, de ese lado del mundo, un gran mal violeta sobre las aguas. El viento se alza. Viento del mar. Y la ropa a secar
¡se va!, como un sacerdote despedazado...
Anábasis II
Saint-John Perse
(Traducción de Enrique Moreno Castillo. Editorial Lumen. Primera edición 1988))
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miércoles, 17 de octubre de 2007
Fray Luis de León
Un no rompido sueño
un día puro, alegre, libre, quiero,
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de quien la sangra ensalza o el dinero.
Fray Luis de León
un día puro, alegre, libre, quiero,
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de quien la sangra ensalza o el dinero.
Fray Luis de León
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domingo, 26 de agosto de 2007
Ngoy Dominique: Cuando la oscura noche haya bajado (*)
Luchando contra el racismo
Tomado de:
Africano
Ngoy Dominique: 'Oración para enterrarse en Mandú'
Cuando la oscura noche haya bajado
a mis párpados cerrados para siempre
y este mondo esqueleto humillado
pida volver, regresar a sus orígenes,
permíteme oh Dios misericordioso
que escoja mi descanso entre las ruinas
de Mandú olvidadas por sus ingratos hijos.
El tifón de las pasiones o el terror a la muerte
los repartirá por toda la superficie de la tierra
y, cuado de noche se les entristezca el corazón,
recapitularán lloriqueando.
Allí, acostado bajo de una sencilla sepultura,
como tantísimos otros pobres del mundo
jóvenes y ancianos antes de la aciaga diáspora,
esperaré la hora, el tiempo del veredicto.
En ese montículo funesto tan solo habrá
flores silvestres y una humilde cruz latina.
El caminante al ver este modesto mausoleo
leerá con el llanto en ciernes en sus ojos
aquí yace Dominique Ngoye-Ngalla
un don nadie manduano que no realizó
gran cosa por su patria
sino amarla con devoción.
Que la paz sea con él
y descanse tranquilo.
Ngoy Dominique
(Versión libérrima de la poesía 'Oración para enterrarse en Mandú'; de 'Poemas rurales', 1974)
(*) Título nuestrro
Tomado de:
Africano
Ngoy Dominique: 'Oración para enterrarse en Mandú'
Cuando la oscura noche haya bajado
a mis párpados cerrados para siempre
y este mondo esqueleto humillado
pida volver, regresar a sus orígenes,
permíteme oh Dios misericordioso
que escoja mi descanso entre las ruinas
de Mandú olvidadas por sus ingratos hijos.
El tifón de las pasiones o el terror a la muerte
los repartirá por toda la superficie de la tierra
y, cuado de noche se les entristezca el corazón,
recapitularán lloriqueando.
Allí, acostado bajo de una sencilla sepultura,
como tantísimos otros pobres del mundo
jóvenes y ancianos antes de la aciaga diáspora,
esperaré la hora, el tiempo del veredicto.
En ese montículo funesto tan solo habrá
flores silvestres y una humilde cruz latina.
El caminante al ver este modesto mausoleo
leerá con el llanto en ciernes en sus ojos
aquí yace Dominique Ngoye-Ngalla
un don nadie manduano que no realizó
gran cosa por su patria
sino amarla con devoción.
Que la paz sea con él
y descanse tranquilo.
Ngoy Dominique
(Versión libérrima de la poesía 'Oración para enterrarse en Mandú'; de 'Poemas rurales', 1974)
(*) Título nuestrro
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viernes, 27 de julio de 2007
Cantar judeo-español
¡Ay que lindas avellanitas
que trae el avellanero!
Todas me salieron vanas
las palabras del caballero.
Cantar judeo-español
Canta, gallo, canta
que quiere amanecer;
canta, raisión del día,
que quiere esclarecer.
Idem
que trae el avellanero!
Todas me salieron vanas
las palabras del caballero.
Cantar judeo-español
Canta, gallo, canta
que quiere amanecer;
canta, raisión del día,
que quiere esclarecer.
Idem
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martes, 24 de julio de 2007
Jorge Gullén: Cántico
Llama la luz, nos llama. Ven: tu boca
Me cerca aún más al ser con su alborozo.
Amor: te necesito en el asedio.
Jorge Guillén
Me cerca aún más al ser con su alborozo.
Amor: te necesito en el asedio.
Jorge Guillén
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viernes, 6 de julio de 2007
La Garganta de Kaçanik, texto de P. Shtiefni
Revienta la Garganta de Kaçanik.
Arden con nuestro fuego
los peñascos.
Sobre los turbantes de Anatolia
se inflaman los fusiles albaneses.
En Kaçanik, roca y piedra,
se muere y se combate por la bandera.
Por la bandera de Skendenberg
luchan los hijos de Idriz Sefer.
Jamás abatirán nuestras moradas.
Saldremos dueños del país.
Los chalecos, pellizas y sayas
los hemos tejido con pólvora.
Avanzan los valientes desde Kabashi
desde Lubishta y Stagova.
Lanza gritos de auxilio Turgut Pachá.
Ayúdame, sultán, que hoy perezco.
En Kaçanik, roca y piedra,
se muere y se combate por la bandera.
Por la bandera de Skendenberg
luchan los hijos de Idriz Sefer.
...
(Canción popular sobre texto de P. Shtiefni. Glosa la batalla de Kaçanik sostenida por los kosovares en 1910 contra las guarniciones turcas enviadas para aplastar la insurrección de Kosova)
lunes, 8 de enero de 2007
José Mª Amigo Zamorano: PRESENTACION DE SAMAD BEHRANGUI Y SU CUENTO
Presentación de Samad Behrangui y su famoso cuento 'Mahi Siah Kuchulu' (Pequeño Pez Negro)
Ofrecemos aquí, por primera vez, un cuento para niños. Creemos que es un cuento magnífico. Es de Samad Behrangui. Pero... ¿quién es Samad Behrangui? Pues un clásico de la literatura infantil iraní. Pero, con decir sólo esto no vale, hay que decir algo más.
Nació en una pequeña aldea de Azerbaidján (Irán). Ejerció de maestro de niños por distintos pueblos de la zona. Y supo muy pronto comprender y conocer la sociedad.
Escribió cuentos y algunos ensayos literarios. Pero sobre todo fue en cuentos "para niños" donde brilló con luz propia; "para niños", si, pero, como decía un sabio, "sus historias son escritas para los niños, mas los adultos se inspiran en ellas".
Behrangui vivió en la pobreza y en la miseria, como la mayor parte de su pueblo, y esto le hizo descubrir muy pronto que su destino estaba ligado al de todos los oprimidos.
Fue consciente del deber de transmitir sus ideas, inquietudes y conocimientos a los suyos, a pesar de los riesgos, ciertos, que esto llevaba consigo, como después se demostraría, desgraciadamente. Supo expresar todo eso por medio de cuentos e historias que llegaban a lo hondo de la conciencia de los le oían o leían. El régimen monárquico de los "sátrapas" dirigido entonces por el llamado "Sha de Persia", corrupto y sanguinario personaje, reconoció enseguida lo "venenoso" de sus relatos.
En 1968, Behrangui desapareció sin dejar huella.
Tiempo después, si, se encontró su cadáver en el río Aras, al norte de Irán. Había sido ahogado por la policía secreta iraní del "Sha", la siniestra SAVAK.
Pero sus cuentos para niños no dejaron por ello de ser populares en Irán; lo son ahora mismo. Su asesinato fue, por tanto, un acto tan criminal como inútil: no hizo más que aumentar el prestigio, la fama, del escritor entre su pueblo. El más celebre de los cuentos es precisamente este, Mahi Siah Kuchulu (Pequeño Pez Negro); narra la historia de un pequeño pez que huye de su arroyo natal y parte en busca de un mundo mejor. En el transcurso de su viaje libra una heroica lucha contra Pelícano y Cuervo Marino que tienen aterrorizados a sus hermanos peces.
Tenemos que decir que lo transcribimos de un texto apenas legible sin pie de imprenta y sin especificar quien es el traductor (hay párrafos que no se le ven bien las palabras y hay que adivinarlas; otras que no se ven en absoluto y lo escrito es responsabilidad de un servidor. He añadido un pequeño párrafo (y lo indico); e igualmente es de mi responsabilidad la separación del cuento en capítulos.
Alguien dijo de él (de Samad Behrangui): "su verdadera obra maestra fue su vida". Ya en el cuento se puede leer, en boca del personaje principal, lo siguiente:
"La muerte puede abalanzarse, ahora, sobre mí, inesperadamente, pero, mientras pueda, no me enfrentaré a ella. Si un día aparece en mi camino, lo que acaecerá, tarde o temprano, sin duda alguna, no me importara. Solamente tiene verdadera importancia el valor que haya tenido mi vida o mi muerte para los demás..."
José Mª Amigo Zamorano, director de la revista ‘Caminar conociendo’
TOMADO DE LA PÁGINA I DEL SUPLEMENTO DE 'CAMINAR CONOCIENDO' 'FONTANA sonora'
Samad Behrangui: PEQUEÑO PEZ NEGRO-MAHI SIAH KUCHULU
Pequeño Pez Negro - Mahi Siah Kuchulu
(UN CUENTO PARA NIÑOS)
Por Samad Behrangui
Era la noche más larga del año.
Allá, en medio de profundas aguas, Abuela Pez había congregado a sus doce mil hijos y nietos a su alrededor, para contarles una historia que les sirviera para vida:
Por Samad Behrangui
Era la noche más larga del año.
Allá, en medio de profundas aguas, Abuela Pez había congregado a sus doce mil hijos y nietos a su alrededor, para contarles una historia que les sirviera para vida:
SIGUE A CONTINUACIÓN
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A) INQUIETUD
a) Inquietud
Érase una vez un pez al que llamaban, allá, en sus aguas, Mahi Siah Kuchulu; es decir: Pequeño Pez Negro. Vivía con su madre en un arroyo de aguas frías, claras y limpias que nacía, aguas arriba, del deshielo de la nieve, en las paredes rocosas de la montaña; y luego se precipitaba en saltos y rápidos hacia el valle... pero esto él no lo sabía.
Su casa se hallaba detrás de una roca negra, cubierta con un techo de musgo suave, de color verde oscuro, que en días de sol rutilaba como una esmeralda y cuando el astro se ocultaba íbase volviendo negro como el miedo. Debajo de ella pasaban las noches madre e hijo.
Mahi Siah Kuchulu, al que, nosotros, aquí, llamaremos Pequeño Pez Negro, siempre había deseado que la luna alumbrara su sombría casa, aunque solo fuera una vez; pero hasta su morada, desgraciadamente, no llegaba nunca ni tan siquiera un débil rayo de luz.
De la mañana a la noche, ambos nadaban juntos; y de vez en cuando, se congregaban con otros peces subiendo y bajando, bajando y subiendo, el curso del arroyuelo.
De los diez mil huevos que había puesto la madre, él era el único que se había salvado de los depredadores, en la lucha por la vida; el combate le había robustecido y, en ese momento, por qué ocultarlo, tenía una salud de hierro; casi tan fuerte como las piedras del cauce que, nadando, tenía que sortear todos los días.
Sin embargo, desde hacía algunos días se le veía, cabizbajo, pensativo y hablaba muy poco. Se deslizaba, perezoso e indiferente, nadando de acá para allá... y, con frecuencia, con harta frecuencia se apartaba, distanciándose de su madre.
A Mamá Pez, la verdad, no le inquietaba mucho el anómalo comportamiento de su hijo, diciéndose para si, que serían ligeras dolencias; o, como mucho, enfermedades periódicas juveniles que duran contados días y se van sin apenas dejar huella.
Pero él no estaba, ni poco ni mucho, enfermo. Eso si, le preocupaba una cosa que solo él sabía, por eso estaba de talante tan huidizo y esquivo.
Una mañana temprano, antes de los primeros rayos de la aurora, se levantó decidido y, despertando a su madre, le dijo:
--¡Mamá!, necesito hablarte.
Ella, que estaba todavía medio dormida, le contestó:
--Hijo mío... ¿ahora?... déjalo para más tarde...
--No mamá, porque es preciso que me vaya ya. --Bueno, bueno, pero... ¿no prefieres que vayamos a nadar juntos?
--No me refiero a hacer lo de todos los días, mamá... Repito: es necesario que me vaya.
--¿Necesario que te vayas?
--Si mamá.
--¿Y dónde quieres ir tan temprano?
Pequeño Pez Negro se lo explicó:
Quiero descubrir el final de este arroyo. ¿Sabes mamá?... una cuestión me está preocupando desde hace varios meses: saber donde termina; y hasta este momento no he hallado una respuesta satisfactoria. Y no he dormido en toda la noche pensando continuamente... De modo que he decidido irme yo solo, nadando a la ventura, hasta donde termine esta corriente de agua. Quisiera saber lo que ocurre en otros lugares.
CONTINUARÁ
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B) RAZONES
b) Razones
Su madre le contestó riéndose:
--A tu edad yo pensaba lo mismo. ¡Veamos!, este arroyo no tiene principio ni fin; lo que ves es todo lo que existe. El arroyo viene, se va corriendo y no termina en ninguna parte.
--Mamaíta, todo tiene un fin: el día, la noche, el año...
--Déjate de discursos -le interrumpió su madre- Ahora se nada y no se discute.
--No mamá, me aburre, soberanamente, el no tener otra cosa que hacer que, subir y bajar, bajar y subir, el curso del arroyo todos los días. Está decidido: me voy a descubrir otros lugares. Puede ser que pienses que alguien me ha inculcado todas estas ideas; mamá, lo que quiero que sepas es... que hace mucho tiempo que estoy pensando en esto.
Es cierto... hay muchas cosas que otros me han enseñado; por ejemplo: la mayoría de los peces, cuando son viejos, se lamentan acerca de que su existencia no ha tenido sentido. Amargados, gimen y maldicen todo. Mas yo quiero saber si la vida es algo mas que nadar todos los días de un lado para otro hasta envejecer; o si se puede vivir de otra manera en este mundo.
Muy enfadada, casi enfurecida, la madre le respondió:
--Hijo mío, te has vuelto loco. ¡El mundo, el mundo!... ¿qué quieres decir?... El mundo no es más que esto: donde estamos. Y la vida no es más que esta: la que nosotros vivimos.
Su madre le contestó riéndose:
--A tu edad yo pensaba lo mismo. ¡Veamos!, este arroyo no tiene principio ni fin; lo que ves es todo lo que existe. El arroyo viene, se va corriendo y no termina en ninguna parte.
--Mamaíta, todo tiene un fin: el día, la noche, el año...
--Déjate de discursos -le interrumpió su madre- Ahora se nada y no se discute.
--No mamá, me aburre, soberanamente, el no tener otra cosa que hacer que, subir y bajar, bajar y subir, el curso del arroyo todos los días. Está decidido: me voy a descubrir otros lugares. Puede ser que pienses que alguien me ha inculcado todas estas ideas; mamá, lo que quiero que sepas es... que hace mucho tiempo que estoy pensando en esto.
Es cierto... hay muchas cosas que otros me han enseñado; por ejemplo: la mayoría de los peces, cuando son viejos, se lamentan acerca de que su existencia no ha tenido sentido. Amargados, gimen y maldicen todo. Mas yo quiero saber si la vida es algo mas que nadar todos los días de un lado para otro hasta envejecer; o si se puede vivir de otra manera en este mundo.
Muy enfadada, casi enfurecida, la madre le respondió:
--Hijo mío, te has vuelto loco. ¡El mundo, el mundo!... ¿qué quieres decir?... El mundo no es más que esto: donde estamos. Y la vida no es más que esta: la que nosotros vivimos.
CONTINUARÁ
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C) REACCIÓN
c) Reacción
Durante el tiempo que duró esta discusión entre madre e hijo, se había ido aproximando lentamente un gran pez que, no aguantando más su curiosidad, gritó:
--¡Vecina!, ¿tan grave es lo que discutes con tu hijo para que levantes tanto la voz?... Es que no tenéis intención de salir hoy.
Al oír estas voces, la madre, se asomó a la puerta de su casa, gimiendo:
--¡Qué tiempos! Ahora los hijos quieren enseñar a sus madres.
--¿Cómo es eso?
’--Mira lo que pretende este crío. Insiste en su deseo de ir a ver lo que pasa por el mundo. ¡Qué cosas!
La vecina se dirigió a Pequeño Pez Negro:
--Dime pequeño, ¿desde cuándo has frecuentado a los sabios y a los filósofos y no nos has dicho nada?
--Señora -dijo Pequeño Pez Negro- yo no sé a qué llama usted un filósofo. Solamente sé que estos eternos paseos diarios me aburren. Quisiera no vivir simplemente sin meta ni razón; y también desearía no descubrir un día... un día... un día, cuando sea viejo como usted, que sigo siendo el mismo pez ignorante que era cuando nací.
--¡OH!, ¡k.o.!, ¡Qué cosas dices! -exclamó la vecina enfadada.
--¡Jamás hubiera creído que mi único hijo se volvería así! -refunfuñó la madre- ¡No sé quien lo ha vuelto tan descarado!
--Nadie me ha vuelto así, como usted dice; yo tengo cerebro y además... puedo ver con mis dos ojos.
--Hermana, ¿se acuerda de aquel caracol? -y algo le cuchicheó la vecina a su madre.
--Tiene usted razón. Se trataba mucho con mi hijo. ¡Que Dios lo castigue!
Pequeño Pez Negro irritado gritó:
--¡Basta mamá! Era mi amigo.
--¡Ah, si!... ¿Has visto alguna vez que existiera amistad entre un caracol y un pez? -replicó la madre burlándose.
--Yo sí lo he visto... alguna vez... esa amistad entre un caracol y un pez -insistió Pequeño Pez Negro- y vosotros habéis tratado de ahogarla.
--Son cosas del pasado -terció la vecina.
--Deberíamos matar al caracol; ¿has olvidado todo lo que te ha contado?
--Entonces tendríais que matarme a mí también; porque yo digo las mismas cosas
Aquí Abuela Pez interrumpió su historia y dijo:--Qué queréis que os diga...
Durante el tiempo que duró esta discusión entre madre e hijo, se había ido aproximando lentamente un gran pez que, no aguantando más su curiosidad, gritó:
--¡Vecina!, ¿tan grave es lo que discutes con tu hijo para que levantes tanto la voz?... Es que no tenéis intención de salir hoy.
Al oír estas voces, la madre, se asomó a la puerta de su casa, gimiendo:
--¡Qué tiempos! Ahora los hijos quieren enseñar a sus madres.
--¿Cómo es eso?
’--Mira lo que pretende este crío. Insiste en su deseo de ir a ver lo que pasa por el mundo. ¡Qué cosas!
La vecina se dirigió a Pequeño Pez Negro:
--Dime pequeño, ¿desde cuándo has frecuentado a los sabios y a los filósofos y no nos has dicho nada?
--Señora -dijo Pequeño Pez Negro- yo no sé a qué llama usted un filósofo. Solamente sé que estos eternos paseos diarios me aburren. Quisiera no vivir simplemente sin meta ni razón; y también desearía no descubrir un día... un día... un día, cuando sea viejo como usted, que sigo siendo el mismo pez ignorante que era cuando nací.
--¡OH!, ¡k.o.!, ¡Qué cosas dices! -exclamó la vecina enfadada.
--¡Jamás hubiera creído que mi único hijo se volvería así! -refunfuñó la madre- ¡No sé quien lo ha vuelto tan descarado!
--Nadie me ha vuelto así, como usted dice; yo tengo cerebro y además... puedo ver con mis dos ojos.
--Hermana, ¿se acuerda de aquel caracol? -y algo le cuchicheó la vecina a su madre.
--Tiene usted razón. Se trataba mucho con mi hijo. ¡Que Dios lo castigue!
Pequeño Pez Negro irritado gritó:
--¡Basta mamá! Era mi amigo.
--¡Ah, si!... ¿Has visto alguna vez que existiera amistad entre un caracol y un pez? -replicó la madre burlándose.
--Yo sí lo he visto... alguna vez... esa amistad entre un caracol y un pez -insistió Pequeño Pez Negro- y vosotros habéis tratado de ahogarla.
--Son cosas del pasado -terció la vecina.
--Deberíamos matar al caracol; ¿has olvidado todo lo que te ha contado?
--Entonces tendríais que matarme a mí también; porque yo digo las mismas cosas
Aquí Abuela Pez interrumpió su historia y dijo:--Qué queréis que os diga...
CONTINUARÁ
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Samad Behrangui
D) INERCIA
d) Inercia
Las voces habían atraído a otros peces; y las palabras de Pequeño Pez Negro, no puede ocultarse la verdad, habían molestado a muchísima gente.
Un viejo pez dijo amenazante:
--¿Crees que vamos a tener piedad de alguien como tú?
Y otro gritó:
--¡Lo único que necesita este joven son dos hostias bien dadas, nada más!
La madre respondió asustada:
--¡Váyanse, dejen a mi hijo tranquilo!
--Escuche, señora pez, si no es capaz de educar a su hijo en la tolerancia, el respeto a los demás, la prudencia... educar como es debido, debe sufrir las consecuencias.
Y la vecina le espetó:
’--Me avergüenzo de ser su vecina.
--Para evitar lo peor, deberíamos exiliarlo con el viejo caracol.
Pero cuando una multitud de peces se precipitó sobre él para atraparlo, sus amigos le rodearon estrechamente y lo salvaron. Su madre se tapó la cara y se echó a llorar.
--Piedad, se llevan a mi hijo, ¿qué puedo hacer?
Pero Pequeño Pez Negro le gritó:
--Madre, no llores por mí; llora por esos pobre peces viejos.
Uno de ellos le contestó:
--No insultes, granujilla.
Otro gritando le amenazó:
--Si intentas volver, lleno de tristeza, nosotros no te recibiremos.
Un tercero le dijo conciliador:
--No te vayas, no son más que locuras de juventud.
Un cuarto preguntó persuasivo:
--¿Qué te falta aquí?
Un quinto exclamó suplicante:
--¡Vuelve! No existe otro mundo más que este.
Un sexto proclamó muy objetivo:
--Si te vuelves razonable y te quedas aquí, nos demostrarás que eres inteligente.
Un séptimo levantó la voz entre benévolo y resignado:
--Después de todo, nos habíamos acostumbrado a verte...
Mientras tanto su madre gemía acongojada:
--Ten piedad de mí, no te vayas...
Pero a todo esto, Pequeño Pez Negro no tenía nada más que decirles. Algunos amigos de su edad lo acompañaron hasta el borde mismo de la cascada y después se volvieron. Al despedirse, les dijo:
--Adiós amigos, no me olvidéis.
--¿Cómo podríamos olvidarte? Tú eres quien nos has abierto los ojos y nos has enseñado cosas de las cuales nosotros jamás nos hubiéramos preocupado. ¡Adiós, valiente e inteligente amigo!
Las voces habían atraído a otros peces; y las palabras de Pequeño Pez Negro, no puede ocultarse la verdad, habían molestado a muchísima gente.
Un viejo pez dijo amenazante:
--¿Crees que vamos a tener piedad de alguien como tú?
Y otro gritó:
--¡Lo único que necesita este joven son dos hostias bien dadas, nada más!
La madre respondió asustada:
--¡Váyanse, dejen a mi hijo tranquilo!
--Escuche, señora pez, si no es capaz de educar a su hijo en la tolerancia, el respeto a los demás, la prudencia... educar como es debido, debe sufrir las consecuencias.
Y la vecina le espetó:
’--Me avergüenzo de ser su vecina.
--Para evitar lo peor, deberíamos exiliarlo con el viejo caracol.
Pero cuando una multitud de peces se precipitó sobre él para atraparlo, sus amigos le rodearon estrechamente y lo salvaron. Su madre se tapó la cara y se echó a llorar.
--Piedad, se llevan a mi hijo, ¿qué puedo hacer?
Pero Pequeño Pez Negro le gritó:
--Madre, no llores por mí; llora por esos pobre peces viejos.
Uno de ellos le contestó:
--No insultes, granujilla.
Otro gritando le amenazó:
--Si intentas volver, lleno de tristeza, nosotros no te recibiremos.
Un tercero le dijo conciliador:
--No te vayas, no son más que locuras de juventud.
Un cuarto preguntó persuasivo:
--¿Qué te falta aquí?
Un quinto exclamó suplicante:
--¡Vuelve! No existe otro mundo más que este.
Un sexto proclamó muy objetivo:
--Si te vuelves razonable y te quedas aquí, nos demostrarás que eres inteligente.
Un séptimo levantó la voz entre benévolo y resignado:
--Después de todo, nos habíamos acostumbrado a verte...
Mientras tanto su madre gemía acongojada:
--Ten piedad de mí, no te vayas...
Pero a todo esto, Pequeño Pez Negro no tenía nada más que decirles. Algunos amigos de su edad lo acompañaron hasta el borde mismo de la cascada y después se volvieron. Al despedirse, les dijo:
--Adiós amigos, no me olvidéis.
--¿Cómo podríamos olvidarte? Tú eres quien nos has abierto los ojos y nos has enseñado cosas de las cuales nosotros jamás nos hubiéramos preocupado. ¡Adiós, valiente e inteligente amigo!
CONTINUARÁ
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E) ENCHARCADO
e) Encharcado
Nuestro Pequeño Pez Negro se deslizó cascada abajo, cayendo en un charco. Al principio quedó un tanto aturdido, pero enseguida comenzó a nadar dando vueltas y vueltas alrededor del charco. Quedó maravillado, pues en toda su vida, nunca había
visto tanta agua junta. Estaba llena de renacuajos. Cuando vieron a Pequeño Pez Negro, gritaron burlándose de él:
--¡Eh! ¡Mirad esto! ¡Mirad esto!
--¿Qué clase de ser eres tú?
El Pequeño Pez Negro los examinó con mucha atención y les habló:
--No seáis desagradables, por favor. Me llamo Pequeño Pez Negro. ¿Y vosotros?
Uno de los renacuajos se presentó:
--Nosotros somos renacuajos.
--Señores de la nobleza -completó otro.
’--No existen seres más hermosos que nosotros en el mundo -aseguró un tercero.
Y un cuarto concluyó:
--Sí, claro, no somos tan feos y deformes como tú.
Pequeño Pez Negro que los había escuchado pacientemente replicó:
--¡Quién hubiera pensado que fueseis tan vanidosos! Pero... no importa. Perdono vuestra vacua y simple altanería porque sois unos ignorantes.
Los renacuajos muy excitados gritaron todos a la vez:
--¿Quieres decir que no sabemos nada, que somos unos analfabetos?
--Si -afirmó Pequeño Pez Negro- y si no fueseis así de zotes, sabrías que existen en el mundo otros seres que también se sienten hermosos. Y por otra parte, vosotros... ni tan siquiera tenéis nombre propio.
Los renacuajos se enfadaron muchísimo, pero como se dieron cuenta que tenía razón y no sabían que responder, cambiaron de táctica.
--Tú haces mucho ruido para nada; en cambio nosotros navegamos cada día por todo el mundo; y hasta hoy no habíamos visto a nadie más que a nosotros y a nuestros padres..., bueno..., a los gusanitos..., pero ellos no cuentan.
--¡Será posible!, ¿cómo podéis hablar de navegar alrededor del mundo, si ni siquiera habéis salido de vuestro charco?
--¿Hay otro mundo fuera de nuestro charco?
--Deberíais preguntaros, al menos, de donde viene el agua y qué hay fuera de ella.
--¿Qué significa "fuera del agua"? ¡Jamás hemos oído cosa igual!
--¡Ja, ja, ja! ¡Está completamente loco!
Y Pequeño Pez Negro también se rió con ellos de muy buena gana. Había llegado a la conclusión de que era mejor dejar a los renacuajos en paz y charlar un poco con su progenitora: tal vez ella...; y luego continuar el viaje. Por eso preguntó:
--¿Dónde está vuestra madre?
El agudo croar de una rana lo asustó un poco. Estaba a la orilla del charco, encima de una roca; y saltó al agua, nadando hacia él.
--¿Me llamaba?... Aquí estoy. ¿Qué desea, señor?
Pequeño Pez Negro muy educadamente respondió:
--Buenos días, señora.
Mientras hablaba, la rana iba acercándose poco a poco:
V)--¿Por qué haces grandes discursos, ser primitivo? ¿Crees acaso que a los niños se les pueden dar esos discursos? Dios es testigo, y no miento, que he vivido mucho tiempo para saber que el mundo no es más que esta charca. Es mejor para ti que retomes tu camino y dejes en paz a mis hijos.
A lo que respondió vivamente Pequeño Pez Negro:
--¡Mira!, aunque vivas cien años más, mil años más... seguirás siendo la misma rana ignorante y estúpida.
’ La rana se puso furiosa, salto hacia él, pero nuestro Pequeño Pez Negro se deslizó ágilmente hacia un lado, escapando como un rayo; removió el légamo y el charco se convirtió en un torbellino de aguas sucias y malolientes.
Nuestro Pequeño Pez Negro se deslizó cascada abajo, cayendo en un charco. Al principio quedó un tanto aturdido, pero enseguida comenzó a nadar dando vueltas y vueltas alrededor del charco. Quedó maravillado, pues en toda su vida, nunca había
visto tanta agua junta. Estaba llena de renacuajos. Cuando vieron a Pequeño Pez Negro, gritaron burlándose de él:
--¡Eh! ¡Mirad esto! ¡Mirad esto!
--¿Qué clase de ser eres tú?
El Pequeño Pez Negro los examinó con mucha atención y les habló:
--No seáis desagradables, por favor. Me llamo Pequeño Pez Negro. ¿Y vosotros?
Uno de los renacuajos se presentó:
--Nosotros somos renacuajos.
--Señores de la nobleza -completó otro.
’--No existen seres más hermosos que nosotros en el mundo -aseguró un tercero.
Y un cuarto concluyó:
--Sí, claro, no somos tan feos y deformes como tú.
Pequeño Pez Negro que los había escuchado pacientemente replicó:
--¡Quién hubiera pensado que fueseis tan vanidosos! Pero... no importa. Perdono vuestra vacua y simple altanería porque sois unos ignorantes.
Los renacuajos muy excitados gritaron todos a la vez:
--¿Quieres decir que no sabemos nada, que somos unos analfabetos?
--Si -afirmó Pequeño Pez Negro- y si no fueseis así de zotes, sabrías que existen en el mundo otros seres que también se sienten hermosos. Y por otra parte, vosotros... ni tan siquiera tenéis nombre propio.
Los renacuajos se enfadaron muchísimo, pero como se dieron cuenta que tenía razón y no sabían que responder, cambiaron de táctica.
--Tú haces mucho ruido para nada; en cambio nosotros navegamos cada día por todo el mundo; y hasta hoy no habíamos visto a nadie más que a nosotros y a nuestros padres..., bueno..., a los gusanitos..., pero ellos no cuentan.
--¡Será posible!, ¿cómo podéis hablar de navegar alrededor del mundo, si ni siquiera habéis salido de vuestro charco?
--¿Hay otro mundo fuera de nuestro charco?
--Deberíais preguntaros, al menos, de donde viene el agua y qué hay fuera de ella.
--¿Qué significa "fuera del agua"? ¡Jamás hemos oído cosa igual!
--¡Ja, ja, ja! ¡Está completamente loco!
Y Pequeño Pez Negro también se rió con ellos de muy buena gana. Había llegado a la conclusión de que era mejor dejar a los renacuajos en paz y charlar un poco con su progenitora: tal vez ella...; y luego continuar el viaje. Por eso preguntó:
--¿Dónde está vuestra madre?
El agudo croar de una rana lo asustó un poco. Estaba a la orilla del charco, encima de una roca; y saltó al agua, nadando hacia él.
--¿Me llamaba?... Aquí estoy. ¿Qué desea, señor?
Pequeño Pez Negro muy educadamente respondió:
--Buenos días, señora.
Mientras hablaba, la rana iba acercándose poco a poco:
V)--¿Por qué haces grandes discursos, ser primitivo? ¿Crees acaso que a los niños se les pueden dar esos discursos? Dios es testigo, y no miento, que he vivido mucho tiempo para saber que el mundo no es más que esta charca. Es mejor para ti que retomes tu camino y dejes en paz a mis hijos.
A lo que respondió vivamente Pequeño Pez Negro:
--¡Mira!, aunque vivas cien años más, mil años más... seguirás siendo la misma rana ignorante y estúpida.
’ La rana se puso furiosa, salto hacia él, pero nuestro Pequeño Pez Negro se deslizó ágilmente hacia un lado, escapando como un rayo; removió el légamo y el charco se convirtió en un torbellino de aguas sucias y malolientes.
CONTINUARÁ
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F) DIALOGOS: 1º DIALOGO DE SORDOS
f) Diálogos
1º. DIALOGO De sordos
El valle se extendía serpenteando por entre las montañas; el torrente se había ensanchado bastante; visto desde arriba brillaba, en el fondo del valle, como un ondulante hilo de plata. El agua se separaba corriendo por ambos lados de una roca que, desprendida de la montaña, había caído allí, en el centro mismo de la torrentera.
Sobre esta piedra, Lagarto, grande como la palma de la mano, estaba tumbado sobre el vientre y se calentaba al sol. Observaba a Cangrejo que, gordo como un tonel, comía su presa (una rana pequeña) sobre el fondo arenoso del río. Pequeño Pez Negro al ver al Cangrejo se asustó y lo saludó desde lejos. Este lo miró de reojo...
--(¡Oh, qué pez más educado!) -pensó- Acércate sin miedo, pequeño.
--Quiero viajar por el mundo y no quiero ser la próxima comida de Su Majestad.
--¿Por qué eres tan desconfiado y tan miedoso?
--No, no te engañes, no soy ni lo uno ni lo otro, pero mi boca dice lo que me aconseja mi cerebro y lo que ven mis ojos.
Cangrejo se burló:
--Bueno, ¿tienes la bondad de explicarme qué han visto tus ojos y qué te dice tú cerebro para suponer que voy a comerte?
--¡Anda! ¡No te hagas el inocente!
--¡Ah!, piensas sin duda en esta rana; no seas tan infantil, pequeñajo. Estoy en guerra permanente con las ranas: las persigo, las acoso, las rodeo y...Se imaginan ser las únicas y más hermosas del mundo y yo quiero enseñarles quien es el verdadero dueño del mundo. ¿Ves, pequeño? No tienes por qué tener miedo de mí, ¡acércate, ven, acércate!
Después de estas palabras, se dirigió lentamente hacia Pequeño Pez Negro; quien, ante la rareza de su caminar, no pudo contener su risa y explotó en una sonora carcajada.
--¡Ja, ja, ja! ¡Pobre desgraciado! No sabes andar correctamente y... ¿crees saber quien es el dueño del mundo?
Dicho esto, y... por si acaso... se retiró, prudentemente.
Luego una sombra se extendió por el agua. Una gran piedra cayó y dio en la cabeza del cangrejo, medio ocultándolo en la arena. ¿Quién habría podido lanzar esa piedra?
Pequeño Pez Negro vio un pastorcillo en la orilla de la corriente que los miraba con mucha atención a él y al Cangrejo.
Un rebaño de cabras y ovejas se aproximó al agua. Metieron ávidamente sus bocas para beber.
Sus balidos retumbaban ensordecedores en el agua y luego se extendían amortiguados y nostálgicos por todo el valle.
CONTINUARÁ
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2º. DIALOGO DE SABIOS
2º. DIALOGO De sabios
Nuestro amigo pez esperó a que las cabras saciasen su sed y se alejasen un buen trecho de la orilla, para nadar hacia Lagarto y preguntarle lo siguiente:
--Querido Lagarto, me llamo Pequeño Pez Negro y quiero ir hacia el final de este arroyo. Pienso, tal vez me confunda, pero no creo, que tu eres un sabio y por eso quisiera consultarte sobre algunas cuestiones que me tienen muy preocupado.
--Puedes hacerlo; incluso preguntarme todo lo que quieras; o interrogarme... como un policía... y, si lo sé, ten por seguro que te responderé.
--A lo largo de mi viaje, me han dicho varios individuos que tenga mucho cuidado con Pelícano, Pez Espada y Cuervo Marino. Si tú sabes alguna cosa al respecto, te ruego que me lo digas.
--Con mucho gusto: Cuervo Marino y Pez Espada no viven en nuestras regiones; sobre todo Pez Espada, que es un pez de mar. El Pelícano, puede que lo encuentres por aquí. ¡Cuídate de él! ¡Desconfía de su astucia y de su peligrosa bolsa!
--¿Qué bolsa? -preguntó el pez sorprendido.
VI--El Pelícano tiene bajo su pico una bolsa que puede contener mucha agua. Pone su pico abierto de par en par en el agua y los peces entran en la bolsa sin darse cuenta; y de allí pasan directamente a su estómago. Pero si el Pelícano no tiene apetito, guarda los peces en su bolsa y se los come cuando le vuelve el hambre.
--Y, si un pez cae en su bolsa... ¿no tiene ninguna esperanza de salir?
--Sólo existe un medio: ¡es preciso romper la bolsa! Te voy a dar un puñal para el camino. Con la ayuda de este puñal te podrás liberar.
Lagarto se deslizó introduciéndose ágilmente en una hendidura de la roca y volvió con un minúsculo puñal. Pequeño Pez Negro cogió el arma y le dio las gracias.
--No tienes nada que agradecerme -dijo Lagarto- tengo un montón de puñales iguales. Cuando tengo tiempo, me dedico a fabricarlos con espinas. Se los doy a los peces inteligentes como tú.
Extrañado, Pequeño Pez Negro, preguntó:
--Entonces, ¿han pasado, antes que yo, más peces por aquí?
--Muchos, realmente, muchos -respondió Lagarto- Con toda seguridad forman ya una enorme multitud, constituyendo un peligro para el pescador.
--Perdóname, querido Lagarto, si no dejo de preguntarte. No creas que soy un desvergonzado e insolente. Quisiera saber todavía una cosa más: cómo hacen los peces para molestar al pescador.
Lagarto respondió:
--Como están muy unidos, consiguen llevar la red del pescador hacia el fondo del mar, en el momento en que él la lanza.
Luego, Lagarto, colocó su oído en la hendidura de la roca y escuchó.
’--Perdóname, Pequeño Pez Negro, es necesario que me vaya ahora. Mis hijos acaban de despertarse.
--Trasmítele mis saludos.
--Lo haré. Y te pondré como ejemplo de valentía, pues siendo tan joven tienes ya recorrido mucho cauce. ¡Buen viaje, amigo!
Y se deslizó en la hendidura hasta desaparecer de la vista del pez.
CONTINUARÁ
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G) CON EL AGUA AL CUELLO
g) Con el agua al cuello
Pequeño Pez Negro se puso en camino, aunque deseaba haber estado más tiempo charlando con aquel Lagarto tan sabio, tan atento y tan cordial.
No cesaba de hacerse preguntas y mas preguntas: ¿el río desemboca realmente en el mar?, ¿qué se puede esperar si Pelícano es mas fuerte?, ¿Pez Espada, tiene realmente valor para devorar a sus propios hijos?, ¿por qué Cuervo Marino es un enemigo para nosotros?...
Y rumiaba y rumiaba sus pensamientos mientras proseguía su avance por el agua. Cada paso hacia adelante encontraba cosas nuevas y sacaba nuevas conclusiones. Se sentía muy a gusto haciendo funcionar su cerebro. También encontraba un gozo exquisito en la acción; por ejemplo: ¡Era un verdadero placer dejarse caer por las cascadas abajo! El calor del sol que sentía sobre su espalda, le daba fuerza y vigor. En un lugar de su camino, y quedó muy extrañado, encontró a Gacela bebiendo con mucha prisa. La saludó:
--Hermosa Gacela, ¿por qué bebes con tanta premura?
--¡Ay, amigo! ¡La vida es muy dura! El cazador me persigue. Y ya me ha dado un tiro, ¡mira!
Pequeño Pez Negro no podía ver la herida, pero pensó que Gacela no mentía, al ver que cojeaba. En otro lugar las tortugas dormían la siesta, las cuales abrieron los ojos cuando él pasó como diciéndole "¡adiós, pececito: buen viaje!"; y un poco más tarde, escuchó el eco del canto de las perdices en el valle, preguntándose qué sería eso. El aroma de las hierbas de la montaña flotaba en el aire y se mezclaba con el agua llegando a perfumar al pez que se resistía a seguir su andadura, su navegación, atraído por ese olor agradable proveniente de fuera.
Por la tarde, llegó a un lugar donde la corriente se ensanchaba; ya no era el agua tan clara, tan limpia; corría por entre matas que sobresalían del agua; aquí y allá flotaban palitos, ramas y troncos; pájaros, libélulas, mariposas y toda clase de insectos sobrevolaban la superficie; y volaban y saltaban de matas a troncos, de troncos a ramas en un bullicioso y arcoirisado ir y venir constante; el agua chocaba con todos esos obstáculos que flotaban en su superficie, produciéndose ondulaciones que, con el reflejo del sol, emitían ligeros destellos, tal como si el río estuviera sembrado por cientos de diamantes. Había tanta agua que disfrutaba de lo lindo. Se encontró con muchos peces. Desde que había dejado a su madre, no había vuelto a ver ninguno. Algunos rodeáronle con curiosidad.
’--Sin duda eres extranjero, ¿no es cierto?
--Si, lo soy. Vengo de muy lejos.
--¡Ah! Y, ¿adónde quieres ir?
--Hasta el final del arroyo.
--¿De qué arroyo?
--De este.
--Pero esto es un río. Nosotros, al menos, le llamamos río.
Pequeño Pez Negro se quedó callado.
Un pececillo le preguntó:
--¿Sabes que el Pelícano te ha acechado en el camino?
--Si, lo sé.
Otro también le interrogó:
--Y, ¿sabes también que tiene una enorme bolsa para atraparte?
--Si, también lo sé.
--¡A pesar de todo, quieres continuar! ¡Qué tío!
--Es necesario que lo haga -dijo el pez con absoluta determinación.
Lo mismo que se va extendiendo la onda producida, por ejemplo, por el salto de un pez en el agua por toda la superficie del agua, así se propagó la noticia, por el banco de peces, de que un congénere negro venía de lejos y quería nadar hasta el final del río, sin tener miedo del Pelícano. Algunos pececillos estuvieron tentados de acompañarlo en su aventura, pero guardaron el secreto por miedo a los mayores. Incluso algunos se excusaron:
--Si al menos no existiese el Pelícano, iríamos contigo, pero tenemos miedo a su bolsa.
Pequeño Pez Negro se puso en camino, aunque deseaba haber estado más tiempo charlando con aquel Lagarto tan sabio, tan atento y tan cordial.
No cesaba de hacerse preguntas y mas preguntas: ¿el río desemboca realmente en el mar?, ¿qué se puede esperar si Pelícano es mas fuerte?, ¿Pez Espada, tiene realmente valor para devorar a sus propios hijos?, ¿por qué Cuervo Marino es un enemigo para nosotros?...
Y rumiaba y rumiaba sus pensamientos mientras proseguía su avance por el agua. Cada paso hacia adelante encontraba cosas nuevas y sacaba nuevas conclusiones. Se sentía muy a gusto haciendo funcionar su cerebro. También encontraba un gozo exquisito en la acción; por ejemplo: ¡Era un verdadero placer dejarse caer por las cascadas abajo! El calor del sol que sentía sobre su espalda, le daba fuerza y vigor. En un lugar de su camino, y quedó muy extrañado, encontró a Gacela bebiendo con mucha prisa. La saludó:
--Hermosa Gacela, ¿por qué bebes con tanta premura?
--¡Ay, amigo! ¡La vida es muy dura! El cazador me persigue. Y ya me ha dado un tiro, ¡mira!
Pequeño Pez Negro no podía ver la herida, pero pensó que Gacela no mentía, al ver que cojeaba. En otro lugar las tortugas dormían la siesta, las cuales abrieron los ojos cuando él pasó como diciéndole "¡adiós, pececito: buen viaje!"; y un poco más tarde, escuchó el eco del canto de las perdices en el valle, preguntándose qué sería eso. El aroma de las hierbas de la montaña flotaba en el aire y se mezclaba con el agua llegando a perfumar al pez que se resistía a seguir su andadura, su navegación, atraído por ese olor agradable proveniente de fuera.
Por la tarde, llegó a un lugar donde la corriente se ensanchaba; ya no era el agua tan clara, tan limpia; corría por entre matas que sobresalían del agua; aquí y allá flotaban palitos, ramas y troncos; pájaros, libélulas, mariposas y toda clase de insectos sobrevolaban la superficie; y volaban y saltaban de matas a troncos, de troncos a ramas en un bullicioso y arcoirisado ir y venir constante; el agua chocaba con todos esos obstáculos que flotaban en su superficie, produciéndose ondulaciones que, con el reflejo del sol, emitían ligeros destellos, tal como si el río estuviera sembrado por cientos de diamantes. Había tanta agua que disfrutaba de lo lindo. Se encontró con muchos peces. Desde que había dejado a su madre, no había vuelto a ver ninguno. Algunos rodeáronle con curiosidad.
’--Sin duda eres extranjero, ¿no es cierto?
--Si, lo soy. Vengo de muy lejos.
--¡Ah! Y, ¿adónde quieres ir?
--Hasta el final del arroyo.
--¿De qué arroyo?
--De este.
--Pero esto es un río. Nosotros, al menos, le llamamos río.
Pequeño Pez Negro se quedó callado.
Un pececillo le preguntó:
--¿Sabes que el Pelícano te ha acechado en el camino?
--Si, lo sé.
Otro también le interrogó:
--Y, ¿sabes también que tiene una enorme bolsa para atraparte?
--Si, también lo sé.
--¡A pesar de todo, quieres continuar! ¡Qué tío!
--Es necesario que lo haga -dijo el pez con absoluta determinación.
Lo mismo que se va extendiendo la onda producida, por ejemplo, por el salto de un pez en el agua por toda la superficie del agua, así se propagó la noticia, por el banco de peces, de que un congénere negro venía de lejos y quería nadar hasta el final del río, sin tener miedo del Pelícano. Algunos pececillos estuvieron tentados de acompañarlo en su aventura, pero guardaron el secreto por miedo a los mayores. Incluso algunos se excusaron:
--Si al menos no existiese el Pelícano, iríamos contigo, pero tenemos miedo a su bolsa.
CONTINUARÁ
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H) UN INSTANTE INTIMO
h) Un instante íntimo
El río, mas tranquilizado ahora su curso, rodeaba una aldea acariciándola suavemente con la música callada de su fluir sereno. Mujeres y jóvenes lavaban con gran alboroto la ropa y los platos. Pequeño Pez Negro se paró un rato a escuchar el alegre chapoteo y a observar a los niños que, gritando, riendo y
saltando, se acercaban desnudos a bañarse en el río. Después, continuó su camino.
Nadó sin parar hasta que llegó la noche oscura. Se acostó bajo una piedra para dormir. Hacia la media noche, se despertó, sorprendido y alarmado de que hubiera tanta claridad en plena noche; y vio cómo la luna reflejaba en el río su luz blanca como la leche. Pequeño Pez Negro quería mucho a la luna. En su casa, en estas noches de luna, como ya hemos dicho, siempre había deseado salir de su estrecha vivienda de roca y musgo para hablarle, pero su madre siempre lo había metido en casa, obligándolo a acostarse y dormir. Ahora, nadaba hacia la Luna diciéndole:
--Buenas noches, mi querida y hermosa Luna.
--Buenas, Pequeño Pez Negro -respondió la Luna- ¿Qué haces aquí?
--Viajo por el mundo.
--El mundo es demasiado grande, para que puedas recorrerlo entero.
--No es necesario, sólo iré tan lejos como pueda.
La Luna pensativa, dijo:
--¡Ay, amigo! Me gustaría estar contigo hasta el amanecer, pero una nube muy grande viene hacia mi y va a oscurecer mi luz.
--Querida Luna, me agrada tanto tu brillo, que me gustaría que pudieses alumbrarme durante toda la vida.
--Pequeño Pez Negro, en realidad, yo no tengo luz propia, el sol me presta la suya y yo la reflejo hacia la tierra. ¿Has oído decir a los hombres que quieren aterrizar en mi suelo?
--¡Pero eso no es posible! -dijo el pez.
--Es duro y difícil -respondió la Luna- pero... cuando a los hombres se les mete una idea en la cabeza...
La Luna no pudo terminar su frase. La nube negra la cubrió por completo, volvió a reinar la oscuridad y nuestro amigo volvió a encontrarse completamente solo. Miró atentamente la oscuridad un rato, como petrificado; luego, dando un coletazo, se deslizó bajo la piedra y volvió a dormirse.
Despertó al alba como siempre. Se sentía henchido de contento. Y sabía por qué: sus ojos aun guardaban en sus cuencas la luz amada de la Luna; y en sus oídos resonaban las palabras de su amiga. Tardó en darse cuenta que otros sonidos penetraban también: eran murmullos, cuchicheos de algunos pececitos que nadaban muy cerca de él. Cuando se dieron cuenta que había despertado, gritaron a una con vivísima algazara:
--¡Buenos días.
Los reconoció enseguida.
--¡Buenos días, compañeros! Por fin, os habéis decidido a venir conmigo.
--Si -dijo un minúsculo pececillo- pero aun no hemos perdido nuestro miedo.
--El pensamiento del Pelícano no se nos va de la cabeza -añadió otro.
--Pensar, pensar... no hay que pensar tanto. Puestos en camino se quita el miedo.
El río, mas tranquilizado ahora su curso, rodeaba una aldea acariciándola suavemente con la música callada de su fluir sereno. Mujeres y jóvenes lavaban con gran alboroto la ropa y los platos. Pequeño Pez Negro se paró un rato a escuchar el alegre chapoteo y a observar a los niños que, gritando, riendo y
saltando, se acercaban desnudos a bañarse en el río. Después, continuó su camino.
Nadó sin parar hasta que llegó la noche oscura. Se acostó bajo una piedra para dormir. Hacia la media noche, se despertó, sorprendido y alarmado de que hubiera tanta claridad en plena noche; y vio cómo la luna reflejaba en el río su luz blanca como la leche. Pequeño Pez Negro quería mucho a la luna. En su casa, en estas noches de luna, como ya hemos dicho, siempre había deseado salir de su estrecha vivienda de roca y musgo para hablarle, pero su madre siempre lo había metido en casa, obligándolo a acostarse y dormir. Ahora, nadaba hacia la Luna diciéndole:
--Buenas noches, mi querida y hermosa Luna.
--Buenas, Pequeño Pez Negro -respondió la Luna- ¿Qué haces aquí?
--Viajo por el mundo.
--El mundo es demasiado grande, para que puedas recorrerlo entero.
--No es necesario, sólo iré tan lejos como pueda.
La Luna pensativa, dijo:
--¡Ay, amigo! Me gustaría estar contigo hasta el amanecer, pero una nube muy grande viene hacia mi y va a oscurecer mi luz.
--Querida Luna, me agrada tanto tu brillo, que me gustaría que pudieses alumbrarme durante toda la vida.
--Pequeño Pez Negro, en realidad, yo no tengo luz propia, el sol me presta la suya y yo la reflejo hacia la tierra. ¿Has oído decir a los hombres que quieren aterrizar en mi suelo?
--¡Pero eso no es posible! -dijo el pez.
--Es duro y difícil -respondió la Luna- pero... cuando a los hombres se les mete una idea en la cabeza...
La Luna no pudo terminar su frase. La nube negra la cubrió por completo, volvió a reinar la oscuridad y nuestro amigo volvió a encontrarse completamente solo. Miró atentamente la oscuridad un rato, como petrificado; luego, dando un coletazo, se deslizó bajo la piedra y volvió a dormirse.
Despertó al alba como siempre. Se sentía henchido de contento. Y sabía por qué: sus ojos aun guardaban en sus cuencas la luz amada de la Luna; y en sus oídos resonaban las palabras de su amiga. Tardó en darse cuenta que otros sonidos penetraban también: eran murmullos, cuchicheos de algunos pececitos que nadaban muy cerca de él. Cuando se dieron cuenta que había despertado, gritaron a una con vivísima algazara:
--¡Buenos días.
Los reconoció enseguida.
--¡Buenos días, compañeros! Por fin, os habéis decidido a venir conmigo.
--Si -dijo un minúsculo pececillo- pero aun no hemos perdido nuestro miedo.
--El pensamiento del Pelícano no se nos va de la cabeza -añadió otro.
--Pensar, pensar... no hay que pensar tanto. Puestos en camino se quita el miedo.
CONTINUARÁ
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I) UN PAJARO DE CUIDADO
i) Un pájaro de cuidado
Cuando quisieron reemprender la marchar, el agua se agitó a su alrededor y grandes olas se encrespaban en torno a ellos. Una tapadera los encerró y en unos instantes todo se fue volviendo más oscuro que noche de tormenta. No había ninguna salida posible. Pequeño Pez Negro comprendió de inmediato que estaban aprisionados en la bolsa del terrible Pelícano e intentaba animar a sus jóvenes compañeros:
--Amigos míos, estamos en la bolsa del Pelícano, pero aun podemos escaparnos.
Los pececillos se pusieron a llorar y a gemir:
’--No hay esperanza. Es culpa tuya. Tú fuiste quien nos entusiasmó. El Pelícano nos comerá a todos.
De repente, una carcajada terrible agitó el agua. Era la risa del Pelícano:
--¡Ja, ja, ja! ¡Qué hermosos pececitos he atrapado! ¡Realmente, me partís el corazón, y no tendré valor para comeros!
--¡Excelencia, señor Pelicano! -gimieron los pececillos- Hemos oído hablar muy bien de usted; si tuviera la bondad de abrir un poco su hermoso pico, para que pudiéramos salir, rogaríamos por los siglos de los siglos a Dios para que lo proteja.
El Pelícano los consoló:
--Tranquilos, no quiero comeros por ahora. Todavía tengo numerosos peces en reserva. No os miento: mirad ahí, debajo de vosotros...
Algunos peces, tanto grandes, como pequeños, yacían debajo de ellos en la bolsa. Y los pececitos, más angustiados aun al contemplar un espectáculo tan macabro, aumentaron sus gemidos:
--¡Excelencia, señor Pelicano!, no hemos hecho realmente nada, somos inocentes; este pez negro, que está junto a nosotros, nos ha entusiasmado con su palabrería engañosa, trayéndonos por este mal camino.
--¡Callad, estúpidos! -gritó nuestro amigo al ser acusado- ¿pero vosotros creéis que este pájaro astuto e hipócrita es la bondad personificada? ¿Para qué le pedís piedad?...
--No sabes lo que dices -respondieron los pececitos- Verás, como, más pronto que tarde, Su Excelencia, el señor Pelicano, nos perdonará generosamente la vida y a tí, en cambio, te castigará.
--Sí, si -dijo el Pelícano- os perdono, os perdono, pero... con una condición...
--Diga, díganos enseguida, Su Excelencia, esa condición, para que la cumplamos.
--Mi condición es que estranguléis a ese pez negro, insolente y maleducado, que decís que está con vosotros, para ganaros vuestra libertad.
Pequeño Pez Negro se deslizó hacia un lado y les advirtió:
--No os fiéis de él; no veis que este condenado pájaro lo que quiere es que nos peleemos entre nosotros; tengo una idea...
Los pececillos estaban, además de trastornados, ciegos de miedo. Solamente pensaban en su vida y su libertad, y por eso se precipitaron sobre Pequeño Pez Negro. El se escapaba siempre y decía tranquilamente:
--¡Callad!, ¡callad!... estáis de todas formas prisioneros y no podéis escaparos; además no valéis más que yo.
--Tenemos que estrangularte; queremos nuestra libertad.
--¡Estáis locos! ¡Y ciegos! Aunque me estranguléis, no saldréis de aquí. No os dejéis engañar... ¡Qué digo!: no os engañéis.
--Solamente dices eso para salvarte tú; no piensas para nada en nosotros.
’--Escuchadme. Voy a daros una idea: yo me hago el muerto y me coloco con los otros cadáveres; entonces veréis, veremos, si el Pelícano os libera o no. Y si no aceptáis mi proposición, ¡qué se le va a hacer!, os mataré a todos con mi puñal, luego romperé la bolsa y me iré y vosotros...
--Para, por favor -dijo uno de los pececitos, interrumpiéndolo con grandes sollozos- no puedo soportar tus palabras... bua... bua... bua...
--Me pregunto por qué habéis empezado a lloriquear -dijo Pequeño Pez Negro y, de un golpe, sacó su puñal y se lo enseñó a los pececillos.
Como no tenían otra salida, tuvieron que aceptar su alternativa. Fingieron que reñían. Pequeño Pez Negro se hizo el muerto. Entonces los pececillos se dirigieron hacia arriba diciendo:
--¡Excelencia, señor Pelícano! hemos estrangulado al pez maleducado e insolente.
--Muy bien, muy bien... -les dijo el Pelícano riéndose- Ahora... como recompensa... no os dejaré en la bolsa... os tragaré vivos... ¡ja, ja, ja! ¡Qué hermoso paseo daréis en mi estómago!
Antes de que los pececillos hubieran podido darse cuenta de lo que les esperaba, se deslizaron, como en un tobogán de muy pronunciado desnivel, a lo largo del cuello del Pelícano y... de esta manera perecieron.
Cuando quisieron reemprender la marchar, el agua se agitó a su alrededor y grandes olas se encrespaban en torno a ellos. Una tapadera los encerró y en unos instantes todo se fue volviendo más oscuro que noche de tormenta. No había ninguna salida posible. Pequeño Pez Negro comprendió de inmediato que estaban aprisionados en la bolsa del terrible Pelícano e intentaba animar a sus jóvenes compañeros:
--Amigos míos, estamos en la bolsa del Pelícano, pero aun podemos escaparnos.
Los pececillos se pusieron a llorar y a gemir:
’--No hay esperanza. Es culpa tuya. Tú fuiste quien nos entusiasmó. El Pelícano nos comerá a todos.
De repente, una carcajada terrible agitó el agua. Era la risa del Pelícano:
--¡Ja, ja, ja! ¡Qué hermosos pececitos he atrapado! ¡Realmente, me partís el corazón, y no tendré valor para comeros!
--¡Excelencia, señor Pelicano! -gimieron los pececillos- Hemos oído hablar muy bien de usted; si tuviera la bondad de abrir un poco su hermoso pico, para que pudiéramos salir, rogaríamos por los siglos de los siglos a Dios para que lo proteja.
El Pelícano los consoló:
--Tranquilos, no quiero comeros por ahora. Todavía tengo numerosos peces en reserva. No os miento: mirad ahí, debajo de vosotros...
Algunos peces, tanto grandes, como pequeños, yacían debajo de ellos en la bolsa. Y los pececitos, más angustiados aun al contemplar un espectáculo tan macabro, aumentaron sus gemidos:
--¡Excelencia, señor Pelicano!, no hemos hecho realmente nada, somos inocentes; este pez negro, que está junto a nosotros, nos ha entusiasmado con su palabrería engañosa, trayéndonos por este mal camino.
--¡Callad, estúpidos! -gritó nuestro amigo al ser acusado- ¿pero vosotros creéis que este pájaro astuto e hipócrita es la bondad personificada? ¿Para qué le pedís piedad?...
--No sabes lo que dices -respondieron los pececitos- Verás, como, más pronto que tarde, Su Excelencia, el señor Pelicano, nos perdonará generosamente la vida y a tí, en cambio, te castigará.
--Sí, si -dijo el Pelícano- os perdono, os perdono, pero... con una condición...
--Diga, díganos enseguida, Su Excelencia, esa condición, para que la cumplamos.
--Mi condición es que estranguléis a ese pez negro, insolente y maleducado, que decís que está con vosotros, para ganaros vuestra libertad.
Pequeño Pez Negro se deslizó hacia un lado y les advirtió:
--No os fiéis de él; no veis que este condenado pájaro lo que quiere es que nos peleemos entre nosotros; tengo una idea...
Los pececillos estaban, además de trastornados, ciegos de miedo. Solamente pensaban en su vida y su libertad, y por eso se precipitaron sobre Pequeño Pez Negro. El se escapaba siempre y decía tranquilamente:
--¡Callad!, ¡callad!... estáis de todas formas prisioneros y no podéis escaparos; además no valéis más que yo.
--Tenemos que estrangularte; queremos nuestra libertad.
--¡Estáis locos! ¡Y ciegos! Aunque me estranguléis, no saldréis de aquí. No os dejéis engañar... ¡Qué digo!: no os engañéis.
--Solamente dices eso para salvarte tú; no piensas para nada en nosotros.
’--Escuchadme. Voy a daros una idea: yo me hago el muerto y me coloco con los otros cadáveres; entonces veréis, veremos, si el Pelícano os libera o no. Y si no aceptáis mi proposición, ¡qué se le va a hacer!, os mataré a todos con mi puñal, luego romperé la bolsa y me iré y vosotros...
--Para, por favor -dijo uno de los pececitos, interrumpiéndolo con grandes sollozos- no puedo soportar tus palabras... bua... bua... bua...
--Me pregunto por qué habéis empezado a lloriquear -dijo Pequeño Pez Negro y, de un golpe, sacó su puñal y se lo enseñó a los pececillos.
Como no tenían otra salida, tuvieron que aceptar su alternativa. Fingieron que reñían. Pequeño Pez Negro se hizo el muerto. Entonces los pececillos se dirigieron hacia arriba diciendo:
--¡Excelencia, señor Pelícano! hemos estrangulado al pez maleducado e insolente.
--Muy bien, muy bien... -les dijo el Pelícano riéndose- Ahora... como recompensa... no os dejaré en la bolsa... os tragaré vivos... ¡ja, ja, ja! ¡Qué hermoso paseo daréis en mi estómago!
Antes de que los pececillos hubieran podido darse cuenta de lo que les esperaba, se deslizaron, como en un tobogán de muy pronunciado desnivel, a lo largo del cuello del Pelícano y... de esta manera perecieron.
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J) LUCHANDO
j) Luchando
Sin perder tiempo en inútiles vacilaciones, Pequeño Pez Negro, blandió rápidamente su puñal, rompió de un solo tajo la bolsa y se escapó. El Pelícano dio un grito de dolor, se lanzó de cabeza al agua, pues no renunciaba a atrapar de nuevo al pez.
Pequeño Pez Negro nadó sin descanso hasta el mediodía. La montaña y el valle habían quedado atrás y el río atravesaba ahora, con un fluir indolente, perezoso, cansino, una llanura. Por ambos lados, habían ido llegando arroyos, vertiendo las aguas en su curso; y ensanchando de esa manera el río.
Pequeño Pez Negro disfrutaba verdaderamente de tanta agua. Empero, de pronto, diose cuenta que el agua no tenía fondo. Es mas, nadando hacia la izquierda, luego hacia la derecha, y no encontraba la orilla. Había tantísima agua que estaba confuso, aturdido; completamente desorientado; en una palabra: perdido. Nadara en cualquier dirección que nadase, el agua parecía que no terminaba nunca.
Un enorme animal se precipitó de repente sobre él, rápido como un rayo y armado de doble espada. Pequeño Pez Negro temió un instante que Pez Sierra lo cortase en trocitos. Dio un salto, escapó y se fue a toda velocidad.
Después de un momento, se zambulló para encontrar el fondo del mar. Por el camino, se tropezó con un banco de peces. Eran... uno, dos, tres, cuatro... cientos... miles y miles.. "¡madre mía, cuantos peces... más de un millón!", pensó para si. Pequeño Pez Negro preguntó a uno de ellos:
--Amigo, soy extranjero, vengo de lejos... ¿dónde nos encontramos?
--¡Mirad, uno nuevo! -gritó el pez interrogado, llamando a otros; luego saludó a Pequeño Pez Negro con estas palabras:
--Querido amigo, bienvenido al mar.
--Todos los ríos y todos los arroyos, desembocan en el mar, aunque algunos terminan en los pantanos -añadió otro.
Y un tercero lo invitó:
--Puedes venir con nosotros.
Él estaba realmente contento de haber llegado por fin al mar.
--Iré, pero es mejor, primero, que me de una vuelta por aquí, antes de reunirme con vosotros. ¡Ah!, y la próxima vez que llevéis al fondo la red del pescador, me gustaría mucho estar con vosotros.
--Tu deseo se verá enseguida cumplido. Vete tranquilamente a explorar un poco los alrededores; pero si te aproximas a la superficie, ten cuidado con el Cuervo Marino, que estos días no teme a nadie. No nos deja un solo día en paz, si antes no captura a cuatro o cinco peces.
Pequeño Pez Negro se separó del resto de sus compañeros y, al cabo de un rato, nadó, alegre y decidido, hacia la superficie del mar. Calentaba el sol. Los rayos se filtraban en el agua del mar. Pequeño Pez Negro sentía, cada vez con mas fuerza, la caricia templada del astro sobre su espalda. Contento, como se ha dicho, y sin miedo, nadaba y nadaba hacia arriba, diciéndose:
"La muerte puede abalanzarse, ahora, sobre mi, inesperadamente, pero, mientras pueda, no me enfrentaré a ella. Si un día aparece en mi camino, lo que acaecerá, tarde o temprano, sin duda alguna, no me importara. Solamente tiene verdadera importancia el valor que haya tenido mi vida o mi muerte para los demás..."
Sin perder tiempo en inútiles vacilaciones, Pequeño Pez Negro, blandió rápidamente su puñal, rompió de un solo tajo la bolsa y se escapó. El Pelícano dio un grito de dolor, se lanzó de cabeza al agua, pues no renunciaba a atrapar de nuevo al pez.
Pequeño Pez Negro nadó sin descanso hasta el mediodía. La montaña y el valle habían quedado atrás y el río atravesaba ahora, con un fluir indolente, perezoso, cansino, una llanura. Por ambos lados, habían ido llegando arroyos, vertiendo las aguas en su curso; y ensanchando de esa manera el río.
Pequeño Pez Negro disfrutaba verdaderamente de tanta agua. Empero, de pronto, diose cuenta que el agua no tenía fondo. Es mas, nadando hacia la izquierda, luego hacia la derecha, y no encontraba la orilla. Había tantísima agua que estaba confuso, aturdido; completamente desorientado; en una palabra: perdido. Nadara en cualquier dirección que nadase, el agua parecía que no terminaba nunca.
Un enorme animal se precipitó de repente sobre él, rápido como un rayo y armado de doble espada. Pequeño Pez Negro temió un instante que Pez Sierra lo cortase en trocitos. Dio un salto, escapó y se fue a toda velocidad.
Después de un momento, se zambulló para encontrar el fondo del mar. Por el camino, se tropezó con un banco de peces. Eran... uno, dos, tres, cuatro... cientos... miles y miles.. "¡madre mía, cuantos peces... más de un millón!", pensó para si. Pequeño Pez Negro preguntó a uno de ellos:
--Amigo, soy extranjero, vengo de lejos... ¿dónde nos encontramos?
--¡Mirad, uno nuevo! -gritó el pez interrogado, llamando a otros; luego saludó a Pequeño Pez Negro con estas palabras:
--Querido amigo, bienvenido al mar.
--Todos los ríos y todos los arroyos, desembocan en el mar, aunque algunos terminan en los pantanos -añadió otro.
Y un tercero lo invitó:
--Puedes venir con nosotros.
Él estaba realmente contento de haber llegado por fin al mar.
--Iré, pero es mejor, primero, que me de una vuelta por aquí, antes de reunirme con vosotros. ¡Ah!, y la próxima vez que llevéis al fondo la red del pescador, me gustaría mucho estar con vosotros.
--Tu deseo se verá enseguida cumplido. Vete tranquilamente a explorar un poco los alrededores; pero si te aproximas a la superficie, ten cuidado con el Cuervo Marino, que estos días no teme a nadie. No nos deja un solo día en paz, si antes no captura a cuatro o cinco peces.
Pequeño Pez Negro se separó del resto de sus compañeros y, al cabo de un rato, nadó, alegre y decidido, hacia la superficie del mar. Calentaba el sol. Los rayos se filtraban en el agua del mar. Pequeño Pez Negro sentía, cada vez con mas fuerza, la caricia templada del astro sobre su espalda. Contento, como se ha dicho, y sin miedo, nadaba y nadaba hacia arriba, diciéndose:
"La muerte puede abalanzarse, ahora, sobre mi, inesperadamente, pero, mientras pueda, no me enfrentaré a ella. Si un día aparece en mi camino, lo que acaecerá, tarde o temprano, sin duda alguna, no me importara. Solamente tiene verdadera importancia el valor que haya tenido mi vida o mi muerte para los demás..."
CONTINUARÁ
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K) INTELIGENCIA
k) Inteligencia
No había terminado de pensar, cuando Cuervo Marino se precipitó sobre él, lo cogió con su pico y se lo llevó. Pequeño Pez Negro, por más que batallaba, por más que se retorcía, no podía soltarse. Esta vez, si, el pájaro lo había agarrado fuertemente por la espalda y casi lo ahogaba. ¿Cuánto tiempo podría vivir un pez fuera del agua? Deseaba ardientemente que el pájaro lo tragase enseguida; de esa manera, podría vivir un poco más aunque fuera en la humedad de su estómago.
--¡Por qué no me comes vivo?... ¡Ah!, ¡ya sé!, porque crees que no pertenezco a la especie de peces que, cuando mueren, se vuelven venenosos. Y quieres comerme tranquilamente en tierra; pero te engañas, amigo, te engañas.
El pájaro aunque no respondió pensó: "¡Especie de pez maligno! ¿Qué pretendes?, ¿A qué juegas? Quieres hacerme hablar para poder escaparte..."
La tierra aparecía en lontananza. Se aproximaba más y más. Las cosas se veían cada vez mas grandes. "Cuando lleguemos a la orilla, no habrá esperanza alguna para mí"
’Entonces se dirigió de nuevo al pájaro:
--Sé que quieres llevarme para tus hijos, pero una vez que estemos en tierra, estaré muerto; y, ya sabes, lleno de veneno
¿Es que no tienes compasión de tus hijos, que morirán envenenados?
Cuervo Marino lo pensó mejor: "Por si acaso, voy a ser prudente y a comerte yo mismo; atraparé otro pez para mis hijos". Y prosiguió diciéndose: "Escúchame, ¿no tratarás de hacerme una jugada? ¡Bah!, de todas maneras, no puedes hacerme nada."
Pensando en esto no se había dado cuenta de que Pequeño Pez Negro estaba inmóvil y mudo. Reflexionó una vez más: "¿Qué pasa? ¿Estará muerto? Entonces, ¿tampoco puedo yo comerlo? ¡Oh! ¡Maldita sea! ¿Me quedaré sin comer un pececillo tan tierno?"
Y, siguiendo el hilo de su razonamiento, sin darse cuenta, gritó:
--¡Eh!... ¡Tu!... ¡Pequeñajo!... dime... ¿todavía te queda algo de vida para que yo pueda comerte?
X)No habían salido del todo sus palabras de la boca, cuando nuestro amigo saltó saliendo fuera por el pico abierto.
El pajarraco vio con asombro que el pez lo había engañado y, rabioso como estaba, decidió perseguirlo con más ahínco. Mientras, Pequeño Pez Negro se ahogaba a la fuerza, respirando el aire como un rayo; y además estaba medio inconsciente a causa de la falta de agua. Ya cerca de la superficie del agua aspiró ansiosamente el aire húmedo del mar con su boca reseca.
Y al fin se zambulló en el mar.
CONTINUARÁ
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L) CALLEJÓN SIN SALIDA
l) Callejón sin salida
Casi no había terminado aun de respirar de dentro de su medio natural, cuando el pájaro, llegando vengativo y veloz como una flecha, lo volvió a atrapar y se lo engulló enseguida; tan rápido fue todo que Pequeño Pez Negro no se dio cuenta, hasta que transcurrieron unos segundos, del alcance real de lo sucedido. A su alrededor, estaba todo oscuro, húmedo y tenebroso; en fin: un callejón sin salida; y además, alguien lloraba desconsoladamente en alguna parte.
Sus ojos se habituaron lentamente a la oscuridad, descubriendo en un rincón un pececillo muy chiquito. Tenía la cara bañada en lágrimas e imploraba sin cesar a su madre.
Pequeño Pez Negro se aproximó a él diciéndole:
--Levántate, pequeño. Harías mejor, mucho mejor, en discurrir la forma de salir de aquí. ¿De qué te sirve llorar así?
--¿Quién... eres... res... tú...? No ves... ves... que... yo voy a... morir... -y siguió llorando y hablando entrecortadamente- ¡Ma... ma, mamá!... ya no podré hundir la red del pescador hasta el fondo del ma... mar... contigo... ¡Mamá, ma... má!
--¡Por el amor de Dios! ¡Deja de ya de llorar! ¡Cállate de una vez! ¡Eres la deshonra de la especie de peces!
Cuando se serenó dejó de llorar, entonces Pequeño Pez Negro le dijo:
’--Óyeme bien: voy a matar al Cuervo Marino y liberar a los peces de su sangrienta opresión. Pero antes, es necesario que te ayude a salir de aquí, para que abandones esa inútil actitud de lloroso comediante.
--Si tú también vas a perecer, ¿cómo quieres matar al Cuervo Marino?
--Con esto voy a rajar su estómago desde aquí -dijo sacando su puñal- Y ahora escúchame bien: me voy a mover por todos los lados hasta hacerle cosquillas al pájaro, cuando abra su pico para reír, tú saltarás afuera.
--¿Y tu que vas a hacer?
--No te preocupes por mi. Hasta que no pase bastante tiempo y haya matado a este monstruo, no saldré de aquí.
Entonces Pequeño Pez Negro comenzó a ir de un sitio para otro tirándose y retorciéndose en el estómago del ave. El pececillo se colocó a la entrada del estómago del pájaro, listo para saltar.
En el instante en que Cuervo Marino abrió el pico y se puso a reír a mandíbula batiente sin poderlo resistir, el pequeñín saltó, lanzándose hacia la libertad.
De repente, casi al mismo tiempo, y sin solución de continuidad, Cuervo Marino lanzó un horrible alarido, dio unas cuantas volteretas en el aire y se precipitó, como un fardo sin vida, como si fuera una piedra, en el agua. Aún se movió con alguna fuerza en ella; luego flotó.
Pero Pequeño Pez Negro había desaparecido y nunca, jamás, lo volvió a ver nadie...
Casi no había terminado aun de respirar de dentro de su medio natural, cuando el pájaro, llegando vengativo y veloz como una flecha, lo volvió a atrapar y se lo engulló enseguida; tan rápido fue todo que Pequeño Pez Negro no se dio cuenta, hasta que transcurrieron unos segundos, del alcance real de lo sucedido. A su alrededor, estaba todo oscuro, húmedo y tenebroso; en fin: un callejón sin salida; y además, alguien lloraba desconsoladamente en alguna parte.
Sus ojos se habituaron lentamente a la oscuridad, descubriendo en un rincón un pececillo muy chiquito. Tenía la cara bañada en lágrimas e imploraba sin cesar a su madre.
Pequeño Pez Negro se aproximó a él diciéndole:
--Levántate, pequeño. Harías mejor, mucho mejor, en discurrir la forma de salir de aquí. ¿De qué te sirve llorar así?
--¿Quién... eres... res... tú...? No ves... ves... que... yo voy a... morir... -y siguió llorando y hablando entrecortadamente- ¡Ma... ma, mamá!... ya no podré hundir la red del pescador hasta el fondo del ma... mar... contigo... ¡Mamá, ma... má!
--¡Por el amor de Dios! ¡Deja de ya de llorar! ¡Cállate de una vez! ¡Eres la deshonra de la especie de peces!
Cuando se serenó dejó de llorar, entonces Pequeño Pez Negro le dijo:
’--Óyeme bien: voy a matar al Cuervo Marino y liberar a los peces de su sangrienta opresión. Pero antes, es necesario que te ayude a salir de aquí, para que abandones esa inútil actitud de lloroso comediante.
--Si tú también vas a perecer, ¿cómo quieres matar al Cuervo Marino?
--Con esto voy a rajar su estómago desde aquí -dijo sacando su puñal- Y ahora escúchame bien: me voy a mover por todos los lados hasta hacerle cosquillas al pájaro, cuando abra su pico para reír, tú saltarás afuera.
--¿Y tu que vas a hacer?
--No te preocupes por mi. Hasta que no pase bastante tiempo y haya matado a este monstruo, no saldré de aquí.
Entonces Pequeño Pez Negro comenzó a ir de un sitio para otro tirándose y retorciéndose en el estómago del ave. El pececillo se colocó a la entrada del estómago del pájaro, listo para saltar.
En el instante en que Cuervo Marino abrió el pico y se puso a reír a mandíbula batiente sin poderlo resistir, el pequeñín saltó, lanzándose hacia la libertad.
De repente, casi al mismo tiempo, y sin solución de continuidad, Cuervo Marino lanzó un horrible alarido, dio unas cuantas volteretas en el aire y se precipitó, como un fardo sin vida, como si fuera una piedra, en el agua. Aún se movió con alguna fuerza en ella; luego flotó.
Pero Pequeño Pez Negro había desaparecido y nunca, jamás, lo volvió a ver nadie...
CONTINUARÁ
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Y Ahora a Dormir: la Lucha Continúa
Y ahora, a dormir: la lucha continúa
La Abuela Pez había terminado su historia. Se hizo un silencio absoluto, casi sepulcral. Los ojos de los oyentes estaban prendidos como imán de la boca de la narradora. Esperaban algo. Pero cuando se despegaron sus labios fue para decirle a sus doce mil hijos y nietos:
--¡Y ahora rápidamente a la cama! ¡Es hora de dormir! ¡Hora de acostarse bien arropados para soñar con los angelitos!
--Abuela, no nos has contado lo que le sucedió al pequeño pececillo!
--¡Ah!, eso... eso os lo contaré mañana por la tarde, ahora es tiempo de dormirse. Buenas noches.
Y once mil novecientos noventa y nueve pececillos de los doce mil, dieron las buenas noches y se fueron a dormir. La Abuela Pez, un poco cansada por los recuerdos, por la historia y sobre todo por los años, se durmió también; pero un pez, precisamente Pequeño Pez Rojo, no podía conciliar el sueño, a pesar de los esfuerzos que hacía para conseguirlo.
Durante toda la noche dio vueltas y vueltas en la cama, e, inquieto, muy nervioso, no hizo otra cosa que pensar y venga pensar... en el mar.
La Abuela Pez había terminado su historia. Se hizo un silencio absoluto, casi sepulcral. Los ojos de los oyentes estaban prendidos como imán de la boca de la narradora. Esperaban algo. Pero cuando se despegaron sus labios fue para decirle a sus doce mil hijos y nietos:
--¡Y ahora rápidamente a la cama! ¡Es hora de dormir! ¡Hora de acostarse bien arropados para soñar con los angelitos!
--Abuela, no nos has contado lo que le sucedió al pequeño pececillo!
--¡Ah!, eso... eso os lo contaré mañana por la tarde, ahora es tiempo de dormirse. Buenas noches.
Y once mil novecientos noventa y nueve pececillos de los doce mil, dieron las buenas noches y se fueron a dormir. La Abuela Pez, un poco cansada por los recuerdos, por la historia y sobre todo por los años, se durmió también; pero un pez, precisamente Pequeño Pez Rojo, no podía conciliar el sueño, a pesar de los esfuerzos que hacía para conseguirlo.
Durante toda la noche dio vueltas y vueltas en la cama, e, inquieto, muy nervioso, no hizo otra cosa que pensar y venga pensar... en el mar.
FIN del cuento de Samad Behrangui (1938-1968)
CUENTO APARECIDO EN EL SUPLEMENTO 'FONTANA SONORA' DEL Nº 9 DE LA REVISTA 'CAMINAR CONOCIENDO. SE PUBLICÓ POR PRIMERA VEZ EN CASTELLANO. HAY UNA TRADUCCIÓN AL EUSKERA PUBLICADA POR LA EDITORIAL TXALAPARTA
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