lunes, 25 de agosto de 2008

Un soldado llamado Horacio Álvarez Hernández (2ª Parte)

(viene del anterior post)

...

Ahora una breve historia
de amor, aunque pasajera,
se quedará en mi memoria
creo que hasta que muera.

Aquí escasea el agua,
por ello, toda la tropa,
siempre un día por semana,
vamos a lavar la ropa

a un río, se llama el Rif;
cuando vamos a la cita
-aquí es donde estuvo el quiz-
lavando está una morita.

Empecé a decirle cosas
pero ni caso me hacía;
así que lavé la ropa
y me fui hasta otro día.

A la semana siguiente,
misma hora y mismo día,
puesta en la misma corriente
lavando estaba la mora.

Otra vez me acercop a ella;
pero esta vez, asevero,
que es la chiquilla mas bella
que he visto en el mundo entero.

La seguí echando piropos
cuando vo que se reía;
por lo tanto, aunque poco,
algo el idioma entendía.

Y tramo conversación
con esta linda morita;
entonces mi corazón
con más fuerza me palpita.

De la cita semanal
que cierto tiempo tuvimos
como norma general
con más frecuencia nos vimos.

Así, hasta que una mañana
sentados en un barranco
bajando por la montaña
vemos venir un moranco.

Y, la verdad, que no entiendo
lo que pudo suceder,
pero ella salió corriendo
y jamás la volví a ver.

Cien veces al río fui
esperando hora tras hora
pero ya nunca mas ví
a aquella preciosa mora.

No es que mejara huella
o esa que tan mal se quita
pero a consecuencia de ello
rompí con mi novia Anita.

No es que fuera gran amor
es que sentí por Anita
pero al faltar la morita
me puse de mal humor.

Y a modo de desahogo
le escribí a la salmantina
una carta tan cretina
que dio con el traste todo.

Aunque lo quise arreglar
cuando a España regresé
ella dijo... que ni hablar
y sin ninguna me quedé.

Triste y con poco dinero
transcurrió el tiempo y un día
sin saber ni lo que hacía
me apunté a cabo primero.

Quizá la vaga esperanza
de obtener tal distinción
por una pueril venganza...
Les cuento la situación:

Tuve un tiempo un amiguete
que pensé que era leal
pero solo lo era tal
cuando yo recibía paquete.

El era Cabo Primero
a fuerza de reenganchar,
o sea era un chusquero,
le gustaba merendar.

Por eso andaba conmigo
aquel andaluz fulero
que resultó traicionero
a quien consideré amigo.

Así, un día, este buen mozo,
se olvidó de la amistad
y ejerciendo su autoridad
mandome, si, al calabozo.

Fue por una tontería
que no merece mención;
quise su categoría
pa pedirle explicación.

Y lo pude conseguir
teniendo su graduación
para poderle decir:
chaval... ¡eres un cabrón!

Cuatro meses ejercí
aquella categoría;
y, la verdad, no valía;
eso no era para mi.

Y eso que mis superiores
me querían animar
a quedar de militar
al verme ya con galones.

Pero no quise quedarme
y aquí termino mi historia;
solo tengo en la memoria
la hora de licenciarme.

*

Horacio Álvarez Hernández

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