domingo, 7 de septiembre de 2008

Iswe Letu: Una de zarzamoras

zarzamora con frutos y espinas

Nunca me olvidaré de las zarzamoras. Hace unos días venía yo de vuelta del paseo diario, cuando, cerca de casa, me sorprendió el repentino aleteo de una bandada de pájaros: salían huyendo de una zarzamora que quedó como temblando. Estaba cuajada de flores blancas. La zarzamora.

Digo esto de las flores blancas no por lo hermoso o insólito de colorido. No sabría decir si esta planta tiene los flores de ese color o de otro. Nunca me había fijado. Simplemente me acordé de mi mujer y decidí sorprenderle con una ramo de flores. Soy poco amigo de regalos. No es que sea poco obsequioso, sino que no me sale. No me salen de adentro esos arrumacos, Me parecen algo cursi. Pero, qué se le va a hacer, algunas veces le entran a uno esos repentes acariciadores, amorosos, romanticones... Impropios de mi, que todo hay que decirlo. Y ¡zas!...

Lo cierto es que a mi esposa le gustan mucho las flores. Hasta los vestidos tienen adornos florales. Le entusiasman las flores.

-Esta es la mía. Si no lo hago ahora, nunca lo haré.

Me dirigí hacia la zarzamora que estaba unos metros más adelante. A la vera del camino. A la derecha.

Me fijé que, aun más a la derecha de la zarza, tras una tapia de piedras, había un prado y que hacia él se dirigía, en vuelo picado, una cigüeña. La velocidad me sorprendió. Por eso miré. Al poco remontó el vuelo con una culebra en el pico del que intentaba zafarse.

-¡Qué bárbaro!, pensé.

Era digno de verse. La soltaba y la volvía a atrapar.

Me paré un poco observando la escena.

Luego, continué camino de la zarzamora. Tenía en mi cabeza lo que acaba de ver: la lucha por la vida. Muchas veces, como esta, feroz, salvaje, cruel... Como queráis decirlo... inmisericorde.

Alargué distraído la mano para arrancar las flores con las que mostrar cariño a mi mujer...

-¡Ay! ¡Joder!, exclamé lleno de dolor.

Me clavé las espinas de la zarzamora. Y dolían de cojones, como se dice vulgarmente.

Lo curioso, y doloroso claro, es que no había flores. Que no tenía ni una flor la planta.

Pero, ¿qué explicación podía tener esa ausencia de flores cuando yo las acababa de ver?...

Con el dolor en las yemas de los dedos, en aquel preciso momento, me importaba una mierda, dicho sea en román paladino, el desentrañar el misterio. Cuando el dolor se fue amortiguando, camino de casa, me lo expliqué: lo que me parecieron flores blancas era el envés de las hojas de un verde pálido casi grisáceo.

Porque todo se puede explicar, razonar e incluso justificar... hasta los crímenes más horrendos. ¿No era horrendo lo que acaba de ver: el ave matando a la culebra?... ¿O los nazis matando judíos, comunistas, gitanos?... ¿o los yanquis matando iraquíes o afganos?... ¿o el hambre matando millones de seres mientras otros nadan en la hartura?...

Bueno, transcendencias aparte, yo me lo expliqué de la siguiente manera: en primer lugar caminaba distraído y luego, el zarandeo de las alas de los pájaros sobre la zarzamora y el airecillo de la mañana, hizo que el envés de las hojas, de un color verde claro, se mostrara, a ratos, frente al sol, reflejándolo, como hace la luna con el sol por las noches; por lo que, en contraste con el verde oscuro de las hojas, me parecieran blancas.

Recordé eso de 'álamos plateados' que dice en verso Machado (D. Antonio); hojas de los álamos cuyo envés tienen un color similar. El aire mueve sus hojas produciendo destellos acerados.

En fin, aparte de explicaciones, nunca olvidaré las zarzamoras. Eso seguro: vi las estrellas en pleno día. Además, pronto comeré sus frutos que son muy ricos. Aunque ellas se quejen al arrancárselos.

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