miércoles, 8 de octubre de 2008

Iswe Letu: Moro de zarzamora

Un cuentecillo ligeramente antiracista

Le apodaban 'El Moro'.

Se lo había ganado el mote año a año. Lo decimos porque cuando las moras estaban en sazón, entre el ramaje espinoso de la zarzamora, allá por septiembre, se daba buenos y suculentos desayunos. Y como de lo que se come se cría, según el decir de las gentes, se estaba volviendo su cara amoratada.

Cuando se jubiló su desayuno de moras fue a diario. Se levantaba y, tras beberse un bueno y largo trago de la botella de la nevera porque los días eran aun calurosos y regresaba del paseo ya muy entrada la mediodía, regresaba al lavabo, se miraba en el espejo diciéndose en voz alta:

-Las moras me están volviendo moro de verdad.

Su hijo, parado por la crisis, se sonreía. Él, al ver su sonrisa, hacía ademán de decirle algo. Luego se arrepentía.

Así prácticamente eran las mañanas. Todas. Su rutina diaria.

Y el día que le vamos a relatar no fue una excepción.

Después de arrenpentirse de algo que quería decirle a su hijo, salió del water y se encaminó pasillo adelante a la salida de la casa.

-¡Adiós papá! -oye que le dice.

-Con dios, hijo, y... -responde sin terminar la frase iniciada- ¿Para qué gastar más saliva? No me va a escuchar -musitó.

Su intención se inclinada a aconsejarle que no perdiera el tiempo en asuntos que, una mente madura, adulta, calificaría de secundarios; por ejemplo: pasarse horas y horas, ante el ordenador, escuchando música, una clase solo de música además, o enterándose de los grupos musicales que existían en el mundo -de ese estilo musical-  y de las novedades de sus grupos favoritos.

Eran aficiones, lo sabía, que toda la juventud ha sentido, pero que, con el paso del tiempo, se van atemperando al percibir, como lo perciben, unos más pronto y otros más tarde, que la vida es una cosa seria y que lo primero que hay que hacer es asegurar el pan cotidiano y luego, más tarde, alimentar al espíritu. Estando el segundo encadenado al primero. Sin una manutención asegurada el alma no puede recibir su ración con pleno aprovechamiento. Mas bien, no está preparada en absoluto para ese deleite.

Pero en el caso de su hijo no se daba todavía ese florecimiento de la razón, del sentido común.

Y eso le torturaba.

Absorto en sus pensamientos se tropezó con una señora a la que pidió perdón.

-¡Moro de mierda! -le regaló al oido la señora.

Tan corrido se quedó que no supo que contestarle. Disgustado, más de lo que estaba, por esa contestación tan grosera de la mujer que, más que otra cosa, pareció un rebuzno, se alejó con prisa hacia el campo donde las burras pastaban, en comparación con la hembra, entre estornudos delicadísimos.

Ya bastante apartado de esa burra humanoide murmuró:

-Hija de puta...

Es lo que tenía de malo 'El Moro': su proceder encaminado a tragarse todo para sí, por timidez, o por miedo a enfrentarse al de enfrente o... o vaya usted a saber la razón...

Lo cierto es que sus intenciones no se materializaban; es decir: no salían al exterior articuladas en palabras para que el otro las oyera. Y así no hay manera de dialogar, de hilar una simple conversación a fin de llegar a algún acuerdo.

Con sus hijos (y con este en particular) que, como progenitor, es lo que más quería, las ideas que deseaba trasmitirle se quedaban en su magín sin salir afuera. De modo que nunca llegaba a traspasarle la riqueza de conceptos que, él, creía, llevada dentro. Sus principios democráticos, mal aprendidos y peor asimilados, en contraposición al mundo de patriarcas, de dictaduras del padre, de machismo, le impedían ejercer esa autoridad que, a veces, es necesaria y cuando conseguía apuntar uno de los conceptos se las rebatían de malas maneras los hijos. Entonces, por no salir a mal, dejaba pudrirse la mala leche dentro de su piel. Recordaba al respecto que pocos días ha, estando sentado a la mesa, vio que su hijo lo miraba de modo atravesado y le dijo:

-Me miras mal.


-Te miro mal siempre -le contestó su vástago.

Otro padre, de los que él conocía, hubiera reaccionado enérgicamente, incluso violentamente, y de inmediato, diciéndole por ejemplo:

-¡Ah, si! ¡Pues, cuándo coños piensas encontrar trabajo e irte de aquí, de una puta vez, para no verme en esta casa que pago y, además, te alimento, teniendo que aguantar tus impertinencias, de las que ya me tienes hasta los cojones!

Pero se calló. Enmudeció. Porque a él, precisamente a él, lo que le hubiera gustado era hacerlo sentar a la mesa y en una charla tranquila, sosegada, armoniosa, expresarle, enseñarle, que la vida es corta y que hay que aprovechar el tiempo que se va y no vuelve; decirle que se puede estudiar, cultivar su espíritu y divertirse con los amigos. Y que observaba en su comportamiento un hecho que le estaba empobreciendo intelectualmente, como era el hecho de que solo atendía a una manifestación artística; y dentro de esa parcela del arte a un solo estilo; con lo cual se estaba aislando de las diversas facetas de la actividad artística: la poesía, el teatro, la música, la novela... La lectura de los clásicos es una forma de reflexionar sobre la vida haciéndole madurar. Y le añadiría que no se dejara maniatar por la angustia del paro, si es que la tenía, que la tendría aunque a su padre no se la manifestara; haciéndole comprender que, en esa época de desempleo, es cuando más puede diversificar su tiempo: repasando, por ejemplo, sus estudios; haciendo gimnasia; escuchando todo tipo de musica; perfeccionando sus técnicas; manejando numerosas herramientas de trabajo... ahora que tenía más tiempo libre y la manutención asegurada que, luego, si su padre desaparecía... Pero, ¿para qué decirle todas esas cosas?... si le iba a contestar, no como la burra femenina, a lo mejor... peor.

-No. No vale la pena.

Sin darse cuenta se había alejado de la población. Lo supo de repente por el esquileo de la ovejas. Alzó la vista del suelo y miró al frente. Lo que se le ofrecía a la vista nada tenía que ver con lo que dejó atrás: el campo verdecido, tras las lluvias, mostraba su 'alegre otoñada': aquí las florecillas lilas, amarillentas y blanquecinas, embellecían el prado, por doquier los blancos champiñones y, de cuando en cuando, los niscalos, inconfundibles, lucían su sombrero anaranjado; y lo que él más deseaba, diseminados por las laderas o cerca de los arroyos, las verdeoscuras zarzamoras que al sol hacían brillar sus frutos como diciendo: 'acá estamos, venid a comernos'. Y es lo que hizo.

Ya había otros comensales dándose el desayuno. A algunos los conocía de días pasados, eran emigrantes marroquíes, parados como su hijo. Los saludó:

-'Sala maleikun' o 'Ala ila ala' o 'Insalah'.

No sabía bien lo que significaban pero coligía que eran esas frases una forma de cortesía, como las que a él contestaban, con su acento particular, los antes aludidos:

-'Buenos dias', 'Qué tal' o 'Con Dios' o 'Hasta luego'.

Nada más. Pero con eso bastaba.

Esa mañana fue abundante el desayuno de moras. De zarzamora en zarzamora fue pasando el tiempo. Algunos ratos se paraba sentándose en alguna piedra. El sol calentaba sus huesos. Lo agradecía. Se estaba tan bien... ¿Volver a casa? Claro. Sin ganas. Lo que menos le tentaba era regresar a la casa. No. No le hacía la menor gracia. Si, volvió. A remolque. Pero lo hizo.

Abrió la puerta. Otras veces llamaba al timbre. Se encaminó, como siempre, al frigorífico. Cogió la botella. Acordándose de una mujer de su pueblo quien, por las matanzas, después de comer la chanfaina, levantaba la jarra de vino y en voz alta apoyaba su odio al agua declarándola 'madre de ranas y sapos y lavadora de trapos' pegaba un trago profundo de vino a la jarra, 'El Moro' levantó, igualmente, la botella de vino y mirándola dijo:

-¡In vino veritas! ¡Oh, botella, introdúceme entre pecho y espalda la esencia alegre del optimismo! Lo necesito.

Luego, como hacía ordinariamente, se dirigió al lavabo a refrescarse la cara. Su hijo se estaba afeitando al tiempo que oía música, la música de siempre, para variar. Mientras se secaba la cara se miró al espejo.

-Las moras me están volviendo realmente moro.

Su hijo lo miró y sonriendo le dijo:

-¿Las moras, papá?... No. Mas bien el morapio.

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