sábado, 8 de septiembre de 2012

Muerte en la bodega de Los Delgadillos (J) -2ª parte-


Muerte en la bodega del Palacio de Los Delgadillos de Fuentespreadas
(segunda parte)

10. Una bronca monumental

-Empero ahora no aparece, la hija puta.

Por su culpa había tenido una bronca mayúscula con su esposa que terminó mal. Muy mal. 

Llevaba tiempo viéndose a escondidas, o eso creía él, con la Remigia. Esta le enviaba misivas como citas con palabras tan ardientes que semejaba una novia en los primeros días de idilio. Se las entregaba a su amigo y criado Argimiro 'El Modorro'. En la bodega de don Juan T. o en la suya propia, se las leía a los amigos entre risotadas del auditorio que el vino instalado en sus estómagos amplificaba. El destino las cartas, tras el jolgorio, era el fuego o el cesto de la basura. Pero el caso es que una de ellas debió de dejar olvidada en la chaqueta y su esposa Delfina, ordenando un armario, la encontró. Por la fecha en que ocurrió el tremendo desencuentro y la data de la carta debió ser escrita numerosos meses atrás, casi un año. Es de suponer, por el tiempo transcurrido hasta que se la tiró a su esposo, que estuvo cavilando largamente y observando el comportamiento de su esposo al objeto de cerciorarse de que, lo leído, era real y no imaginaciones de la mujer del carpintero. Su fiel Argimiro lo confirmó, añadiendo otras aventurillas, siempre disculpando a su amigo Luis; eso sí, con frases de una venenosa inocencia. Delfina, por el buraco de la despensa, que dejaba ver parte del corral por el se accedía a la bodega, vio, con sus propios ojos, a la Remigia dirigirse a la bodega en mas de una ocasión. La sorpresa primero, la indignación después, dieron paso a la amargura. Amargura que se le fue empozando a la señora del Palacio de los Delgadillos mientras soplaba con el fuelle la lumbre del hogar. Amargura y fuego formaron un cóctel que no tardaría en explotar. 

Un día, por la mañana, después del desayuno, don Luis comunica a su señora que se va de viaje a Zamoras capital con el fin de arreglar unos asuntos.

-¿Unos asuntos? ¿Qué asuntos? Los que tienes con alguna furcia de las que te chupan mis cuartos.

-Mira lo que dices, mujer. No están en tus cabales.

-Digo la verdad.

-No te consiento que...

-Además de engañarme con mujerzuelas como la Remigia, ¿me vas a prohibir hablar? A mi, precisamente a mi. No te lo crees ni tu.

-Estás loca. Alguien te ha alborotado sesera.

-Y esto ¿qué es? -y le tiró la carta.

-Y yo que sé. Inventos tuyos. De rica malcriada.

-Eres un cabrón, un sinvergüenza, un... Maldito el día que me casé contigo. ¡Vago, mas que vago!

-Te vas a tragar esas palabras -y se dirige hacia ella con la mano levantada para abofetearla.

Argimiro y su hijo de ocho años se ponen delante de doña Delfina defendiéndola. Eso enfurece de tal modo a Luis que arremete contra Argimiro, le da una patada en el muslo y,  no contento con ello, le suelta un puñetazo en la nariz por la que comienza a sangrar, luego lo agarra por la camisa llevándolo, casi a rastras, hasta la puerta de la casa.

-Vete de aquí y no vuelvas jamás.

En ese momento 'El Modorro' saca la navaja del bolsillo e intenta clavársela a Luis que la sortea como puede y empuja al navajero con fuerza al suelo. Cierra la puerta y regresa a la cocina. Se drige decidido a pegarle a su mujer pero oye el llanto de su hijo que está acurrucado al lado de su madre y que no había visto. Lo mira. Se estremece. Para no ver sus ojos, se da la vuelta pegándole una patada a una silla y deprisa se llega al corral. Al ensillar el caballo se da cuenta que tiene una herida en el brazo. La navaja de su antiguo amigo le ha hecho un corte. La sangre lo cabrea mas, salta a lomos del animal y se lanza al galope hasta las afueras del pueblo dejándole que vaya por donde quiera. Los nervios fuera de si, los ojos brillándole, la cara roja y la comisura de las labios enblanquecidos por la espuma. 

La mujeres se asoman a las puertas. Cuchichean. 

-Algo grave ha ocurrido. Tiene el brazo ensangrentado.

Pateaba trigales con su galope, cuando el caballo se encabrita de repente. Tiene que mantener el equilibrio para no caerse. Es una culebra. Se desvía. Mira en derredor. El cielo azul, limpio, sin una nube. En un barranco almendros, en otro dos higueras; mas alla unos chopos sombrean una poza; a su izquierda el cementerio y al fondo, a lo lejos, una cuadrilla de segadores desayunan descansando. Se enfurece. Son los trabajadores que ha contratado para la siega. Y están vagueando. Hacia allá dirige al caballo para descargar su rabia, su ira, que no ha podido vaciarla contra su mujer. Aunque ya ajustará cuentas con ella. Antes se van a enterar esos vagos de quien es don Luis 'El Delgadillo'. De él no se ríe ni Dios. 

-Hasta esas podíamos llegar. A que a uno se le suban a las barbas unos mindundis. Eso nunca. 

(proseguirá) ---

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