domingo, 9 de septiembre de 2012

Muerte en la bodega de Los Delgadillos (y M)


Muerte en la bodega del Palacio de Los Delgadillos de Fuentespreadas
(segunda parte

14. Remate

-¿Ya está?... Pero, ¿quién fue el asesino?

-Nunca se supo. Aunque si condenaron al mayoral de los segadores.

-¿Fue él?

-El pueblo cree que no, porque sabe que cuando ocurre un asesinato y no se sabe quien ha sido el asesino hay que buscarlo entre los que se benefician con su muerte. 

-Y de entre ellos es muy posible que se halle el asesino, ¿no? Y el mayoral no ganaba nada.

-Eso. Los que ganaron con su muerte fueron -sin olvidarnos de don Gregorio y doña Florinda- el ama de Los Delgadillos, Argimiro 'El Modorro', el carpintero y el sargento Vargas.

-¿El sargento Vargas?

-Te extraña. Pero, según la opinión de muchos vecinos, el guardia civil estuvo involucrado en el crimen con el objetivo de casarse con la rica heredera del castillo y sus tierras. Si no lo consiguió fue porque, a raíz de la carta de Luis a las autoridades militares, lo trasladaron lejos de allí, poniendo a otro sargento, quien, examinando el cadáver, se dio cuenta, por las heridas, de que había sido asesinado. ¿Quién lo hizo? Eso no lo averiguó. Pero presionado por sus jefes y por los ricos propietarios de tierras que no olvidaban al mayoral y el mal ejemplo que sería no castigarlo prendieron al segador al que colgaron el muerto. Curiosamente, no fue condenado a garrote vil. Eso si, se pasó unos buenos años en la cárcel.

Las gentes de Fuentes supieron siempre que el mayoral no había cometido el asesinato de don Luis. No lo vieron a esa hora de la siesta en torno al corral. Si que vieron, medio escondiéndose, a Argimiro 'El Modorro', al carpintero y a sargento Vargas de paisano, con gorra plato que escondía sus ojos.

Me preguntarás, ¿si los vieron merodeando por el corral como no lo confesaron a la Guardia Civil?: la respuesta es fácil: no se lo preguntaron. Y aunque los hubieran interrogado tampoco despegarían sus labios porque llegaron a odiar al tal don Luis.  

Después de los entierros, a los que acudieron pocas personas, Argimiro 'El Modorro' regreso a la casona de 'Los Delgadillos' para dirigir las labores de la hacienda; y el carpintero fue contratado para reconstruir la tenada que, tras el fuego, había quedado destrozada; doña Florinda y don Gregorio respiraron tranquilos sin testigos de sus raterías. Solo dos personas lloraron la muerte de Luis: sus padres Eufrasia y Teodomiro.

Se cuenta que doña Delfina se recluyó en su casona, dedicada por entero a la educación de su hijo y a leer a Santa Teresa, San Juan de la Cruz y Fray Luis de León. El vástago se hizo farmacéutico, abrió un local en Madrid, arrendó sus tierras y los veranos pasaba por el Palacio para cobrar las rentas a sus renteros. Pocos años después comenzó a vender las tierras dejando para el final la casa que también vendió. Nadie volvió saber nada del hijo de doña Delfina.

Cuando terminó Pedrito me quedé pensativo. Y en silencio. Se oía el respirar de las mulas, algún que otro carraspeo de las bestias y el abaniqueo de los rabos de los animales espantando las moscas que molestaban, El rayo de sol, que penetraba desde el tejado, venía lleno de motas de polvo. De repente le pregunté a Pedrito:

-¿De verdad todo eso sucedió en Fuentespreadas?

-¿Y por qué no podría haber pasado? 


FIN

Muerte en la bodega de Los Delgadillos (LL) -2ª parte-


Muerte en la bodega del Palacio de Los Delgadillos de Fuentespreadas
(segunda parte)

13. Bañándose en el lagar

Y ansioso de saber el desenlace de la historia, me presenté en el pajar al día siguiente.

-Aquí estoy, Pedrito -le dije- para que me cuentes el final.

Abrió los ojos mi cuentista particular sin darse cuenta de lo que le decía. La mañana había sido de lo mas ajetreada: primero llenar costales y costales de trigo, pasarlos al carro, acercarlos a la casa, subirlos al sobrado, vaciar el grano de los costales en él; luego acarrear la paja hasta el pajar, que se dice pronto pero hay que hacerlo por partes: una, llenando el carro de paja; dos, llevándolo hasta el pajar; pero para ello hay que vaciar la paja del carro en la calle haciendo un montón cerca del buraco del pajar; finalmente, meter la paja con el bieldo por el hueco de la pared y distribuirla por las distintas salas, encalcándola con los pies desnudos; por cierto, escupiendo de vez en cuando porque el polvo se agarra a la garganta y la obtura; el cuerpo va acumulando polvo y se revuelve picando por todas partes... Por lo cual Pedrito estaba cansadísimo. Su mente se negaba a situarse en la esfera de una rocambolesca historia de antaño maricastaño.

-No sé de que final me hablas.

-Contaste que Luis 'El Lorito' al...

-¿Luis 'El Lorito'? ¿Quién es?

-¡Oh, no! Me estás tomando el pelo... Ayer dijiste que al cerrar la espita vio el recipiente en el que se pisan las uvas y... ¿qué? ¿qué pasó después?

Pedrito se pasa la mano la mano por la cabeza. La menea rápidamente como si quisiese quitarse el polvo y la paja del pelo.

-Si, ya me acuerdo. Es que... perdona... estoy tan cansado... pero si... si... Verás: al contemplar el lagar de pisar las uvas se le ocurre la idea de llenarlo de vino para bañarse con la Remigia. Si venía. Que ya lo dudaba. Dejó la jarra  y dio comienzo a la labor de trasvasar el vino de una cuba al lagar. Lo hizo a herradas. Cuando termina se le ha pasado un tanto la borrachera; pero tenía sed por lo que se sentó y bebió un buen trago de la jarra.

-Creo que esta no viene. Ella también me ha dejado. Como Delfina. Como mi hijo. Sus ojos me miraban de una forma... La culpa la tiene esa zorra de Remigia... ¡Me cago en su...! Mi hijo... -y se puso a llorar al recordar la actitud de su hijo.

Y es que, después de llegar del cuartelillo donde puso la denuncia, entró en su casa. Su hijo al verlo corrió a refugiarse bajo la protección de su madre. La mirada llena de miedo. No aguantó el espanto de sus ojos y se encierra en el despacho donde redacta una carta poniendo en antecedentes, del comportamiento del Sargento Vargas, a las autoridades provinciales.

La comida de ese día se realizó en silencio. Se cortaba la tensión con cuchillo. Hasta los criados comían sin hablar. Le cena tuvo la misma escenografía. Y así los últimos diez días. 

Por don Gregorio el cura -al que acudió con ánimo de que intercediera ante su esposa- supo que su comportamiento corría de boca en boca. Solamente los hombres mas ricos, y no todos, apoyaban su proceder. 

-En la cantina de los labradores mas pobres -le dijo el cura-  todos te critican. Dicen que te has vuelto un soberbio.

De modo que Luis se refugió en Remigia y ahora le volvía la espalda.

-La madre que te parió. Por tu culpa se ha roto mi matrimonio. Y mi hijo... mi hijo... -las lágrimas resbalan de sus ojos.

Bebe otro trago y la nebulosa retorna a su derredor.

-¡Luis, Luis, querido, aquí estoy!

Sintió que le tocaba y en un arrebato de ira por la tardanza la abofeteó una y otra vez.

-Pero... ¿por qué? ¿por qué me pegas? No he podido venir antes -y se abraza a él llorando.

Luis le rompe la ropa, la desnuda y en un relámpago de lujuria y de rabia la lleva hasta el lagar.

-Mira lo que te ha preparado. Nos bañaremos en el lagar 

-Yo no quiero meterme ahí...

-Lo preparo para ti y ahora lo desprecias... Por tu culpa no me habla mi mujer y mi hijo... mi hijo... -Y la cogió por los pelos acercando la boca al vino- ¡Métete, coño, y bebe!

Remigia se sumerge en el vino del lagar. El la contempla.

-Eres hermosa como Popea.

-Una de tus queridas.

-Si, la conocí en Roma. Mientras nos bañábamos en leche de burra la bebía y me hacía beber. Elogiaba el sabor de la leche diciendo que al bañarnos nosotros adquiría un sabor exquisito -y se mete en el lagar y bebe- ¡Hum!... ¡Riquísimo! Bebe tu, cariño, bebe.

Remigia bebe del vino del lagar. El le mete la cabeza en el vino riéndose. Y ella tiene que beber a la fuerza. Cuando sale al aire se ríe. Se ríen los dos. Se pasa la mano por la cara, se chupa un dedo, se acaricia los pechos... 

Una oleada de deseo, un estremecimiento de lujuria, le nubla los ojos a Luis. Se acerca a la dama, la coge por detrás, le dice que se arrodille, le acaricia los órganos genitales, ella se estremece, entonces la penetra, una y otra vez; y, cogiéndole de los cabellos mientras empuja su verga, le dice:

-Bebe, hija puta, bebe.

Ella sumerge la cabeza. Bebe. Siente ahogarse. Saca la cabeza. Pide auxilio. Grita. Mientras mas grita mas la penetra, y mas le mete la cabeza en el vino. Ella consigue agarrarse a los bordes del lagar y levantando la cabeza fuera del agua respira y vuelve a gritar:

-¡Socorro! ¡Me matan! -dice entre el orgasmo, el miedo, el cansancio y el mareo.

-¡Lorito, Lorito! ¿Estás ahí? -se oye a alguien vocear.

Luis ha terminado de eyacular. Miraba a Remigia con odio. Estaba descansando agarrado a los bordes del lagar. La llamada le ha estremecido.

-¡Lorito, cobarde, gallina! No sabes pegar mas que a mujeres y niños. Ven aquí si tienes lo que hay que tener.

Luis sale deprisa del lagar y se lanza como un toro a la escalera, obnubilado por el alcohol y la rabia. Mira arriba. La luz le impide distinguir al que está a la entrada. 

-Aquí tienes mis cojones -dice Luis tocándoselos y corriendo descalzo escaleras arriba.

Comienza a vislumbrar al intruso y se vuelve rabioso y por ende mas arrojado. Cuando se halla cerca de él, este saca la navaja y le asesta varios navajazos en el vientre y empujándolo con fuerza escaleras abajo da con la cabeza en el poste. Acto seguido baja las escaleras, coge una maza de un rincón al que fue directo y rompe de varios golpes el poste que sujetaba el techo; este se viene abajo quebrando el cráneo de don Luis 'El Breve', señor del Palacio de Los Delgadillos. Sin perder tiempo deja el mazo donde estaba y antes de irse vocea:

-Sal de ahí, zorra, si no quieres quedar sepultada en vida

Remigia, testigo directo del crimen, sale del lagar, se viste con sus ropas desgarradas y sorteando las piedras desprendidas y mirando continuamente la parte del techo que amenaza derrumbarse sortea las piedras intentando llegar al primer peldaño de la escalera. Cuando iba a saltar la última piedra, el techo se viene abajo y la aplasta encima de su amante.

-Y colorin colorado...

(proseguirá) ---

sábado, 8 de septiembre de 2012

Muerte en la bodega de Los Delgadillos (L) -2ª parte-




Muerte en la bodega del Palacio de Los Delgadillos de Fuentespreadas
(segunda parte)

12. Vuelta del Sargento Vargas

Se sienta en una piedra frente a la escalera. Desde alli se oía el ligero cacareo de una gallina y el rebuznar de la burra. Achispado, como estaba, por la jarra de vino tomada, a veces se inclinaba adelante y tenía que apoyar las manos en el suelo para no caerse de bruces. Se quedó sentado, tieso, en la piedra. Mas poco a poco se fue yendo para atrás. Y se hubiera caido de espaldas pero resulta que se lo impide un poste que el padre de Delfina, antaño, mandó colocar al carpintero para sostener el techo que, en ese lugar, se estaba agrietando. Y así se quedó, espalda contra el poste, los ojos semicerrados llevando su pensamiento brumoso a una situación parecida: sentado en otra piedra debajo de un pino, recostado contra el tronco, mirando al pueblo donde estaba el cuartelillo, en el que pensaba poner la denuncia contra el mayoral de la cuadrilla de segadores.

La verdad es que el guardia de puerta le dijo que el señor comandante del puesto había ido de misión a Fuentespreadas, pero que no tardaría mucho en regresar. Hasta ese momento se entretendría yendo a la cantina. 

Charla con algunos propietarios conocidos que estaban jugando al dominó. Les puso al corriente de su enfrentamiento con los segadores, particularmente con el mayoral. ¡Ah, el mayoral! Conocían al mayoral. Era un mal bicho. Aprobaron su firmeza y estaban dispuestos a acompañarle al cuartel.


No es necesario, señores. Muchas gracias. Para este cometido me basto y me sobro. Con Dios. Voy, que ya habrá llegado el sargento.

-Que le vaya bien, don Luis.

Le pasaron al despacho. Cuando lo vio tras la mesa supo que su empeño no le saldría bien. Era el sargento Vargas que, por lo que ve, lo habían devuelto, otra vez, a esta comandancia. Fue el que lo detuvo en la casa del cura don Gregorio por el asunto de las copas de plata. Aun le duelen los vergajazos. Y el mismo que antaño anduvo tonteando con la que hoy es su esposa.

-Sientese, por favor -dice Vargas- ¿a que debemos su visita?

-Quiero poner una denuncia.

-¿A Arginiro? ¿Por haberlo echado del trabajo?

-No.

-¿Ah, no? Pues porque entonces, ¿por defender a su esposa de usted mismo?

-Creo que en las cosas de mi familia no debe de meterse nadie. Ni usted tampoco.

-No, en cosas privadas no. Pero cuando trascienden y se hace público y alteran el orden son competencias de un servidor.

-En asuntos de mi casa no creo que deba usted meter las narices.

-Cuidado como hablas Lorito. Yo soy el sargento Vargas. Y se me debe un respeto.

-Bien, he venido a poner una denuncia contra el mayoral de los segadores, ¿puedo hacerla o no?

-Estás en tu derecho. Luego interrogaré a ese segador y a los testigos. Y a ti Lorito. No creas que porque ahora te llaman don Luis te vas a librar de la Ley.

-¿Está intentando herirme tratándome de tu?

-No te engañes, para mi eres el mismo chorizo de los cálices.

-Muy valiente pareces aquí, en el cuartelillo. Por eso hablas así.

-Hablo como me sale de los cojones. Yo soy el sargento Vargas.

-Me voy. A las pruebas me remito que no quieres cumplir con tu deber. Lo haré saber a tus superiores.

El guardia civil se puso rojo como un tomate, dio un puñetazo en la mesa y voceó:

Número! -entra un guardia- tramita la denuncia que quiere hacer don Luis. ¡Enseguida, coño! -y se marchó dando un portazo.

Luis se despega del poste de la bodega. Mira al poste, mira a la puerta de la bodega.

-¡Ay, Remigia! Me las vas a pagar. -y furioso pega una patada al poste que vibra y su sonido se trasmite por la bodega.

Regresa a su asiento y acerca la jarra a los labios. Se ha acabado el vino. Se va hasta una cuba a abrir la espita. No atina pues los vapores del alcohol han subido a la altura de sus ojos y una niebla espesa lo circunda. Tambaleándose busca el candil. Lo enciende y destaba el agujero de la cuba. El chorro da en el culo de la jarra y el sonido de la jarra llenándose cambia de registro a cada segundo. El olor que desprende le hace respirar hondo. Se siente a gusto, feliz. Todo es suyo. El vino es suyo, la cuba es suya, el corral es suyo... La espumilla le recuerda la espuma del mar. El baño primero en una playa de Alicante. Al cerrar la espita ve el re cipiente donde pisan las uvas.

-Ha llegado la hora, como siempre, de sacar las mulas, emparejarlas para ir a la era del Juncal a trillar. Se está acabando el verano. Otro día te contaré el final de la histora.

-¿Me vas a dejar así? ¿En suspense?

-El deber es el deber.

(proseguirá)

Muerte en la bodega de Los Delgadillos (K) -2ª parte-


Muerte en la bodega del Palacio de Los Delgadillos de Fuentespreadas
(segunda parte)

11. Enfrentamiento con los segadores

El viento le da en la cara, agita sus cabellos rubios que se mueven paralelos a las crines del caballo. Aprieta las espuelas. El caballo corre casi desbocado. Aceza. Lanza espumarajos por la boca.

Llegado al trigal, desde el caballo les grita:

-¿Os pago para segar o para el hacer el vago?

-Señor, es la hora del almuerzo.

-No hay almuerzo que valga. A trabajar.

-Llevamos, don Luis, desde las cuatro de la mañana.

-Mucho cuento es lo que tenéis.

-No le hemos dado pie a que nos insulte.

-Hablo así porque me sale de los cojones.

-Nosotros también tenemos los nuestros -dice el mayoral de pie y con la hoz en la mano al ver al caballista coger un látigo. Se levanta la cuadrilla con las hoces dispuestas.

-Bueno, dejaros de historias y a trabajar inmediatamente.

-Lo haremos al término del almuerzo -añade con firmeza el mayoral.

-¡Ah, si! Esas tenemos. Ahora mismo os denunciaré a la Guardia Civil.

-Haga usted lo que tenga que hacer.

Da vuelta al caballo y, también al galope, se encamina al cuartelillo de los civiles. Mas como está en otro pueblo que dista varios kilómetros tiene tiempo de reflexionar en lo que ha hecho. Intuye que ha llevado su furia demasiado lejos. Mas no puede dar marcha atrás ahora. Ni consentir que unos jornaleros se le rebelen. En esto recibirá, sin duda, el apoyo de los propietarios. La Guardia Civil tomará nota del nombre del revoltoso mayoral y le zurrará bien la badana. En cuanto a Argimiro 'El Modorro'' le tenía ya mas que harto. Sabía de sus secreteos con el ama. ¿De qué iba a saber ella si no se lo cuenta el Modorro de sus aventuras amorosas? Y, además, el papel está seguro que ha llegado a poder de su mujer por el mismo conducto: el chivato de su criado. 

Es cierto que, así, echándolo de casa se ha hecho un enemigo que sabe muchas cosas de él. No le importa. Nada. Él es don Luis, señor del palacio de Los Delgadillos. Y no hay mas que hablar. Y si su esposa vuelve a abrir la boca, se la tapona de un sopapo. Ya es hora de que se sepa quien manda en casa y quien lleva los pantalones en la mansión de Los Delgadillos. Que a nadie le quepa la menor duda.

Con la vista nublada por el mucho vino trasegado y dando traspiés se acerca al hueco de la escalera. Mira arriba.

-Na, que no viene.

(proseguirá)

Muerte en la bodega de Los Delgadillos (J) -2ª parte-


Muerte en la bodega del Palacio de Los Delgadillos de Fuentespreadas
(segunda parte)

10. Una bronca monumental

-Empero ahora no aparece, la hija puta.

Por su culpa había tenido una bronca mayúscula con su esposa que terminó mal. Muy mal. 

Llevaba tiempo viéndose a escondidas, o eso creía él, con la Remigia. Esta le enviaba misivas como citas con palabras tan ardientes que semejaba una novia en los primeros días de idilio. Se las entregaba a su amigo y criado Argimiro 'El Modorro'. En la bodega de don Juan T. o en la suya propia, se las leía a los amigos entre risotadas del auditorio que el vino instalado en sus estómagos amplificaba. El destino las cartas, tras el jolgorio, era el fuego o el cesto de la basura. Pero el caso es que una de ellas debió de dejar olvidada en la chaqueta y su esposa Delfina, ordenando un armario, la encontró. Por la fecha en que ocurrió el tremendo desencuentro y la data de la carta debió ser escrita numerosos meses atrás, casi un año. Es de suponer, por el tiempo transcurrido hasta que se la tiró a su esposo, que estuvo cavilando largamente y observando el comportamiento de su esposo al objeto de cerciorarse de que, lo leído, era real y no imaginaciones de la mujer del carpintero. Su fiel Argimiro lo confirmó, añadiendo otras aventurillas, siempre disculpando a su amigo Luis; eso sí, con frases de una venenosa inocencia. Delfina, por el buraco de la despensa, que dejaba ver parte del corral por el se accedía a la bodega, vio, con sus propios ojos, a la Remigia dirigirse a la bodega en mas de una ocasión. La sorpresa primero, la indignación después, dieron paso a la amargura. Amargura que se le fue empozando a la señora del Palacio de los Delgadillos mientras soplaba con el fuelle la lumbre del hogar. Amargura y fuego formaron un cóctel que no tardaría en explotar. 

Un día, por la mañana, después del desayuno, don Luis comunica a su señora que se va de viaje a Zamoras capital con el fin de arreglar unos asuntos.

-¿Unos asuntos? ¿Qué asuntos? Los que tienes con alguna furcia de las que te chupan mis cuartos.

-Mira lo que dices, mujer. No están en tus cabales.

-Digo la verdad.

-No te consiento que...

-Además de engañarme con mujerzuelas como la Remigia, ¿me vas a prohibir hablar? A mi, precisamente a mi. No te lo crees ni tu.

-Estás loca. Alguien te ha alborotado sesera.

-Y esto ¿qué es? -y le tiró la carta.

-Y yo que sé. Inventos tuyos. De rica malcriada.

-Eres un cabrón, un sinvergüenza, un... Maldito el día que me casé contigo. ¡Vago, mas que vago!

-Te vas a tragar esas palabras -y se dirige hacia ella con la mano levantada para abofetearla.

Argimiro y su hijo de ocho años se ponen delante de doña Delfina defendiéndola. Eso enfurece de tal modo a Luis que arremete contra Argimiro, le da una patada en el muslo y,  no contento con ello, le suelta un puñetazo en la nariz por la que comienza a sangrar, luego lo agarra por la camisa llevándolo, casi a rastras, hasta la puerta de la casa.

-Vete de aquí y no vuelvas jamás.

En ese momento 'El Modorro' saca la navaja del bolsillo e intenta clavársela a Luis que la sortea como puede y empuja al navajero con fuerza al suelo. Cierra la puerta y regresa a la cocina. Se drige decidido a pegarle a su mujer pero oye el llanto de su hijo que está acurrucado al lado de su madre y que no había visto. Lo mira. Se estremece. Para no ver sus ojos, se da la vuelta pegándole una patada a una silla y deprisa se llega al corral. Al ensillar el caballo se da cuenta que tiene una herida en el brazo. La navaja de su antiguo amigo le ha hecho un corte. La sangre lo cabrea mas, salta a lomos del animal y se lanza al galope hasta las afueras del pueblo dejándole que vaya por donde quiera. Los nervios fuera de si, los ojos brillándole, la cara roja y la comisura de las labios enblanquecidos por la espuma. 

La mujeres se asoman a las puertas. Cuchichean. 

-Algo grave ha ocurrido. Tiene el brazo ensangrentado.

Pateaba trigales con su galope, cuando el caballo se encabrita de repente. Tiene que mantener el equilibrio para no caerse. Es una culebra. Se desvía. Mira en derredor. El cielo azul, limpio, sin una nube. En un barranco almendros, en otro dos higueras; mas alla unos chopos sombrean una poza; a su izquierda el cementerio y al fondo, a lo lejos, una cuadrilla de segadores desayunan descansando. Se enfurece. Son los trabajadores que ha contratado para la siega. Y están vagueando. Hacia allá dirige al caballo para descargar su rabia, su ira, que no ha podido vaciarla contra su mujer. Aunque ya ajustará cuentas con ella. Antes se van a enterar esos vagos de quien es don Luis 'El Delgadillo'. De él no se ríe ni Dios. 

-Hasta esas podíamos llegar. A que a uno se le suban a las barbas unos mindundis. Eso nunca. 

(proseguirá) ---

Muerte en la bodega de Los Delgadillos (I) -2ª parte-


Muerte en la bodega del Palacio de Los Delgadillos de Fuentespreadas
(segunda parte)

9. Don Juan T. y la Remigia

-Pues si: ¡yo soy don Luis! -gritó y el eco 'don luis' resonó por toda la bodega lo que le hizo darse cuenta de donde se encontraba. 

Miró el reloj. La moza se retrasaba. 

Bebió un trago de vino de la jarra. El líquido se adhería a las paredes del paladar antes de trasegarlo. La lengua recorría la boca regustándose de cada molécula de ese fluido de dioses

-¡El vino divino! -y rió de la rima.

El silencio siguió a su verso. Completo. Total. Arriba de la bodega, en el corral, una gallina comenzó a cacarear, escandalosa, para que se enterara el gallinero de que había puesto un huevo. Tendría que buscar a ver donde tenía el ave escondida su nidada. 

Miró al techo de bodega. En la semioscuridad se veían los murciélagos colgados del techo. 

-No viene. Mucho don Luis... Mucho don Luis querido, pero no acude.

La masa negra de murciélagos se movió ligeramente, como en la bodega de don Juan T. Fue allí donde la conoció. A la moza que esperaba. Recuerda que, por entonces, estaba metido ya de lleno entre los ricos del pueblo. Era, por lo tanto, don Luis con derecho propio. Para subrayarlo le había invitado a su bodega, ¡ahí es na!, don Juan T. Se sentía orgulloso. Es que don Juan T. era admirado y respetadísimo en el pueblo y en todos los pueblos y aldeas del contorno y hasta en Zamora capital. Rico, guapo, bien vestido, educado, simpático... Un dechado de virtudes. Se le conocían relaciones con numerosas mujeres de numerosos pueblos. Nada mas llegar -se decía- jinete en su yegua blanca, a la fiesta de una localidad, las mujeres suspiraban por don Juan T. Sin ir mas lejos, allí mismo, en Fuentespreadas, tenía hijos con dos mujeres y amores con otras; pudo comprobarlo Luis en aquella bodega. Charlaban entre trago y trago de vino, cuando se oyó, arriba, en la puerta de la bodega:

-Don Juan. Soy  Remigia. Puedo bajar.

-¡Vaya! -exclamó el aludido a su contertulio- Ya está aquí esta. Ahora que no tengo ganas.

-¿Remigia, la mujer del carpintero?

-La misma.

-Es hermosa.

-Y calentorra -añadió- ¿Quieres que baje?

Luis no dijo nada pero don Juan T. gritó:

-Baja, baja. Estoy con un amigo.

-Entonces, otro día, señor.

-¡No, coño, baja! Lo conoces y te gustará tratarlo.

La moza se acerca a ellos, se sienta y bebe. Don Juan pretexta excusa para ausentarse y se va a su casa. Hablan Remigia y Luis, se acercan, se tocan, se excitan y follan, mientras los murciélagos se mueven tímidamente.

-Empero, ahora, no aparece, la hija puta.

(proseguirá) ---

Muerte en la bodega de Los Delgadillos (H) -2ª parte-


Muerte en la bodega del Palacio de Los Delgadillos de Fuentespreadas
(Segunda parte)

8. Matrimonio y cálculo

Luego todo fue pan comido. Y rápido. Si se alargó mas en el tiempo la relación prematrimonial fue mas por dilaciones de él que por reticencias de ella. Quería tener todo bien atado y no sufrir un descalabro como con Angustias. No pensaba en la muerte, aunque nadie se podía ver libre de ella, porque Delfina era una mujer sana. Era en otra clase de contingencias en las que veía el peligro: la visita inesperada de algún anticuario a los que debía dinero, que se manifestaran públicamente sus escarceos con doña Delfina, el descubrimiento de su ambición desmedida. Y, por qué no, que ella se volviera atrás. Empezaba a conocerla Luis y sabía que el matrimonio, como ella lo veía, era un contrato con un ser de inferior categoría al que se quiere poseer como guardián o vigilante de la casa. Una especie de Sargento Vargas particular. El amor no entraba en la galería de prioridades. Para él tampoco pero no quería que lo descubriera. De momento. También lo quería como garañón para darle hijos. Alargó el tiempo porque, además, prefería demostrar su sumisión y la potencia de su brazo a la dama para que no se retractara. 

Por fin llegó el día de la boda. Boda sonada como correspondía a la señora del Palacio de Los Delgadillos. Remedando aquel romance de Machado (Don Antonio) que leíamos en la escuela: 'Muy ricas las bodas fueron, / y quien las vio las recuerda: / sonadas las tornabodas / que hizo Delfina en su aldea; / hubo gaitas, tamboriles, / flauta, bandurria y vihuela, / fuegos a la valenciana / y danza a la aragonesa'. 

Y por la noche, en la cama... ¡zas! el gatillazo. Bebió mucho y cuando acarició un pecho tan pequeño, acostumbrado a los senos abundantes de doña Florinda, no podo penetrarla. ¡Qué desilusión! Fallo que, ajeno a sus cálculos, logró salvar por la mañana, disipados los vapores etílicos, cuando descubriera, como descubrió, asombrado, el hermoso trasero de su esposa. Lo acarició. Se le encendió el deseo y la cubrió al estilo perro, con ganas, descargando toda su fuerza vital acumulada. 

A ella le gustó. O eso dijo doña Delfina. 

Mas tarde, cuando comprobara, sin género de dudas, su embarazo, volcó toda su atención en el ser de sus entrañas olvidándose por completo de su marido, quien buscó la manera de saciar sus apetitos carnales en prostíbulos de la capital cuando la visitaba, como la visitó en numerosas ocasiones, en días señalados o con el pretexto de acudir a las ferias de ganado o a entrevistas con antiguos conocidos anticuarios. 

En casa, este apartamiento de la pareja quedaba compensado en Luis 'El Lorito' por el ajetreo continuo conque se empeñó para dirigir la hacienda. Como uno mas se le veía arando o regando o vendimiando o con la hoz en la mano segando, parecido a un miembro mas de la cuadrilla de segadores; y llegado el descanso se sentaba, con manifiesta humildad,  uno cualquiera mas de sus criados, en el surco, a desayunar; y en la mesa de su casa, hombro con hombro, a comer o cenar con los jornaleros. Y en el bar se unía a ellos cuando chateaban, pagando las rondas. Uno de ellos achispado gritó un día:

-¡Viva don luis!

-Mira este... don Luis me llama... ¡Será gilipollas!

-No te enfades. Lo hice sin maldad.

-Bueno, bueno... ¿Lo perdono?... ¿Si?... Te perdono. Pero que no se vuelva a repetir.

Y todos gritaron riéndose:

-¡Viva don Luis!

Cuando nació su primero y único hijo, llamó a Argimiro diciéndole que quería celebrarlo en la bodega con los jornaleros, encargándole que se lo comunicara a las familias. Lo que hizo con puntilloso esmero, yendo casa por casa. Allí les decía:

-Con motivo del feliz alumbramiento del ama, doña Delfina y don Luis les invitan a una meriendo en la bodega el día...

Poco mas tarde cuando lo bautizaron la invitación se hizo extensiva a todo el pueblo. Para ello el pregonero se encargó de llevar la noticia por todos los puntos cardinales de la aldea de Fuentespreadas:

-Se hace saber a todos los vecinos que, don Luis y doña Delfina, les convidan, esta tarde, a las cinco en punto, después del bautizo de su hijo primogénito en la iglesia parroquial de San Cristóbal, a una merienda cena en el zaguan y aledaños de su palacio.

(proseguirá) ---