sábado, 8 de septiembre de 2012

Muerte en la bodega de Los Delgadillos (F)-1ª parte-


Muerte en la bodega del Palacio de Los Delgadillos de Fuentespreadas
(primera parte)

6. El Sargento Vargas

Doña Delfina, para decirlo todo, tampoco ocupó mucho tiempo de su pensamiento en el tal Luis 'El Lorito'. Como cotilleo del pueblo se interesó por él, por una corta temporada, cuando lo metieron en la cárcel. Poco mas. Si le prestó mayor atención fue a raíz de la muerte de su amiga. Le preguntaba varias veces a su criado Argimiro. Hasta se acercó al Lorito para preguntarle cómo se encontraba y de paso recordar a su querida Angustias.

Pero no fue indiferente a los hombre. De joven, doña Delfina, estuvo prendada de un mozo de su pueblo que apenas se fijo en ella. Ni siquiera la sacó a bailar. Nunca. Luego, el joven se casó y ella se vio obligada a olvidarle. 

Otro hombre que llamó su atención no era de su pueblo sino de una localidad andaluza que, unas veces, decía llamarse Alicate, otras Zahora. Era a la sazón Comandante del Puesto de la Guardia Civil. Lo llamaban Sargento Vargas. Su tez morena, su bigote, el brillo de sus ojos negros, su apostura, siempre tieso, siempre firme, si bien producía una cierta frialdad al final le atrajo. Lo conocía de las visitas que hacía a su padre para revisar el fusil mauser, ya que su progenitor pertenecía al Somatén, o simplemente para charlar. Entonces pasaban al salón y ella les servía una copa de licor café que su madre elaboraba. Varias veces lo vio fijándose en ella. En una ocasión que su padre no se hallaba en casa le dijo frases galantes. Su ceceo le produjo risa a Delfina y el guardia civil se quedó un tanto corrido.

-Se rie de mi, señorita.

-No, no... ¡por favor! Es su acento al hablar... Me resulta chocante.

-¡Ah! Aun tengo el deje de mi pueblo.

-¿De qué pueblo es usted, si no es una indiscreción preguntárselo?

-¿Por qué iba a serlo? De Alicate, Málaga.

-¿Es malagueño?

-Así es señorita, para servirla. Mi pueblo es muy bonito. Casa enjalbegadas. Blanco, todo blanco. Y el mar. ¡Ah! el mar... De noche... las olas del mar se arrastran por la arena de la playa produciendo un sonido de roce, como la seda por las piernas de una moza. Es un frufru excitante que...

-¡Oh, señor Comandante! Me va a sacar los colores. 

-Perdone, perdóneme...

-Le perdono. Y dígame... ¿se encuentra a gusto aquí?

-No me quejo. Cumplo órdenes. Pero... allí... en la casa de mis padres...

Y el guadia civil se extendía en alabanzas de su pueblo, del mar, de la pesca... Hasta que llegó su padre y la libró de esa catarata de palabras, muchas de ellas cortadas al uso de su tierra, lo que hizo que el entendimiento de lo que quería decir le resultase a Delfina, como castellana, dificil de desentrañarle el sentido.

En otras ocasiones la charla se repitió con pocas variantes. Si ella, por meter baza, y variar de tema, introducía la conversación por derroteros de literatura hablándole de Santa Teresa o de San Juan de la Cruz o de otros escritores menos religiosos como Becquer, Larra... se quedaba sin decir nada o se reía de los textos que ella citaba.

Delfina le preguntó a su padre sobre la opinión que le merecía el Sargento Vargas.

-Es una bestia. Todo lo resuelve fusilando a los que no piensan como él. Por otra parte no hace mas que repetir lo que los superiores dicen. Y si le llevas la contraria lo toma como un ataque al cuerpo. A ver si me entiendes bien, hija: no digo que sea un asesino. O si... ¿Quien sabe?... Los fusilamientos son de boquilla porque no tengo información de que haya matado a nadie. Lo que quiero decirte es que es mas bruto que un arado. Se puede hablar poco con él. Yo le respeto. Me cuenta quienes son los revoltosos y de paso se bebe una copa y se va.

La opinión vertida por su padre coincidía casi con la suya propia. No por eso dejó de pensar en él. Pero con menos admiración. Hasta que poco a poco se fue extinguiendo el fuego que, al principio, ardió con llama, eso sí vacilante, pero llama al fin. Después el Sargento Vargas fue trasladado a otra comandancia. Y ya, sin su presencia, el fuego se apagó. Solo quedaron cenizas que el tiempo aventó.

(proseguirá) ---

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