sábado, 8 de septiembre de 2012

Muerte en la bodega de Los Delgadillos (L) -2ª parte-




Muerte en la bodega del Palacio de Los Delgadillos de Fuentespreadas
(segunda parte)

12. Vuelta del Sargento Vargas

Se sienta en una piedra frente a la escalera. Desde alli se oía el ligero cacareo de una gallina y el rebuznar de la burra. Achispado, como estaba, por la jarra de vino tomada, a veces se inclinaba adelante y tenía que apoyar las manos en el suelo para no caerse de bruces. Se quedó sentado, tieso, en la piedra. Mas poco a poco se fue yendo para atrás. Y se hubiera caido de espaldas pero resulta que se lo impide un poste que el padre de Delfina, antaño, mandó colocar al carpintero para sostener el techo que, en ese lugar, se estaba agrietando. Y así se quedó, espalda contra el poste, los ojos semicerrados llevando su pensamiento brumoso a una situación parecida: sentado en otra piedra debajo de un pino, recostado contra el tronco, mirando al pueblo donde estaba el cuartelillo, en el que pensaba poner la denuncia contra el mayoral de la cuadrilla de segadores.

La verdad es que el guardia de puerta le dijo que el señor comandante del puesto había ido de misión a Fuentespreadas, pero que no tardaría mucho en regresar. Hasta ese momento se entretendría yendo a la cantina. 

Charla con algunos propietarios conocidos que estaban jugando al dominó. Les puso al corriente de su enfrentamiento con los segadores, particularmente con el mayoral. ¡Ah, el mayoral! Conocían al mayoral. Era un mal bicho. Aprobaron su firmeza y estaban dispuestos a acompañarle al cuartel.


No es necesario, señores. Muchas gracias. Para este cometido me basto y me sobro. Con Dios. Voy, que ya habrá llegado el sargento.

-Que le vaya bien, don Luis.

Le pasaron al despacho. Cuando lo vio tras la mesa supo que su empeño no le saldría bien. Era el sargento Vargas que, por lo que ve, lo habían devuelto, otra vez, a esta comandancia. Fue el que lo detuvo en la casa del cura don Gregorio por el asunto de las copas de plata. Aun le duelen los vergajazos. Y el mismo que antaño anduvo tonteando con la que hoy es su esposa.

-Sientese, por favor -dice Vargas- ¿a que debemos su visita?

-Quiero poner una denuncia.

-¿A Arginiro? ¿Por haberlo echado del trabajo?

-No.

-¿Ah, no? Pues porque entonces, ¿por defender a su esposa de usted mismo?

-Creo que en las cosas de mi familia no debe de meterse nadie. Ni usted tampoco.

-No, en cosas privadas no. Pero cuando trascienden y se hace público y alteran el orden son competencias de un servidor.

-En asuntos de mi casa no creo que deba usted meter las narices.

-Cuidado como hablas Lorito. Yo soy el sargento Vargas. Y se me debe un respeto.

-Bien, he venido a poner una denuncia contra el mayoral de los segadores, ¿puedo hacerla o no?

-Estás en tu derecho. Luego interrogaré a ese segador y a los testigos. Y a ti Lorito. No creas que porque ahora te llaman don Luis te vas a librar de la Ley.

-¿Está intentando herirme tratándome de tu?

-No te engañes, para mi eres el mismo chorizo de los cálices.

-Muy valiente pareces aquí, en el cuartelillo. Por eso hablas así.

-Hablo como me sale de los cojones. Yo soy el sargento Vargas.

-Me voy. A las pruebas me remito que no quieres cumplir con tu deber. Lo haré saber a tus superiores.

El guardia civil se puso rojo como un tomate, dio un puñetazo en la mesa y voceó:

Número! -entra un guardia- tramita la denuncia que quiere hacer don Luis. ¡Enseguida, coño! -y se marchó dando un portazo.

Luis se despega del poste de la bodega. Mira al poste, mira a la puerta de la bodega.

-¡Ay, Remigia! Me las vas a pagar. -y furioso pega una patada al poste que vibra y su sonido se trasmite por la bodega.

Regresa a su asiento y acerca la jarra a los labios. Se ha acabado el vino. Se va hasta una cuba a abrir la espita. No atina pues los vapores del alcohol han subido a la altura de sus ojos y una niebla espesa lo circunda. Tambaleándose busca el candil. Lo enciende y destaba el agujero de la cuba. El chorro da en el culo de la jarra y el sonido de la jarra llenándose cambia de registro a cada segundo. El olor que desprende le hace respirar hondo. Se siente a gusto, feliz. Todo es suyo. El vino es suyo, la cuba es suya, el corral es suyo... La espumilla le recuerda la espuma del mar. El baño primero en una playa de Alicante. Al cerrar la espita ve el re cipiente donde pisan las uvas.

-Ha llegado la hora, como siempre, de sacar las mulas, emparejarlas para ir a la era del Juncal a trillar. Se está acabando el verano. Otro día te contaré el final de la histora.

-¿Me vas a dejar así? ¿En suspense?

-El deber es el deber.

(proseguirá)

1 comentario:

O. Llamas dijo...

Tengo que ir una vez a ver la Bodega de los Delgadillos.

Me recuerda la novela de Juan leon el Rey de la serrania.

Bien escrito, interesante